Argen­ti­na. Hace 44 años caían en com­ba­te Vicky Walsh y otros cua­tro mon­to­ne­ros tras varias horas inten­tan­do rom­per el cer­co militar

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 29 de sep­tiem­bre de 2020.

El 29 de setiem­bre de 1976, mue­ren embos­ca­dos por la infan­te­ría, un tan­que y un heli­cóp­te­ro todos los inte­gran­tes del Secre­ta­ria­do Nacio­nal mon­to­ne­ro: Alber­to «Tito» Moli­na, María Vic­to­ria «Vicky» Walsh, Ismael «Tur­co» Sala­me, José Car­los «Tucu» Coro­nel, Eduar­do Bel­trán. Resis­ten duran­te varias horas y logran rom­per el cer­co exten­dien­do­se los com­ba­tes a los alre­de­do­res. A los pocos días de ocu­rri­do y estan­do aún la casa semi­des­trui­da bajo cus­to­dia mili­tar, un gru­po de mili­cia­nos pin­tó en el fren­te de la casa aún humean­te del com­ba­te: «Aquí murie­ron cin­co héroes montoneros».

Fue un hecho de gran tras­cen­den­cia que inclu­si­ve ocu­pó pági­nas ente­ras de los prin­ci­pa­les dia­rios del país.

Los deta­lles de lo acon­te­ci­do sur­gen del tex­to de la car­ta que Rodol­fo Walsh, padre de Vic­to­ria ‑Vic­ki- envió a sus ami­gos. Y si bien el rela­to se cen­tra en ella, en el mis­mo se pue­de apre­ciar el rol juga­do por el res­to de sus com­pa­ñe­ros. Todos ellos eran mili­tan­tes Mon­to­ne­ros, esta­ban efec­tuan­do una reu­nión de su orga­ni­za­ción y se asu­mie­ron como tales des­de el pri­mer momen­to en que se enta­bló el com­ba­te y todos murie­ron en las diver­sas alter­na­ti­vas del mismo.

CARTA A MIS AMIGOS
RODOLFO WALSH

Hoy se cum­plen tres meses de la muer­te de mi hija María Vic­to­ria, des­pués de un com­ba­te con las fuer­zas del Ejér­ci­to. Sé que la mayo­ría de aque­llos que la cono­cie­ron la llo­ra­ron. Otros, que han sido mis ami­gos o me han cono­ci­do de lejos, hubie­ran que­ri­do hacer­me lle­gar una voz de con­sue­lo. Me diri­jo a ellos para agra­de­cer­les, pero tam­bién para expli­car­les cómo murió Vicky y por qué murió.

El comu­ni­ca­do del Ejér­ci­to que publi­ca­ron los dia­rios no difie­re dema­sia­do, en esta opor­tu­ni­dad, de los hechos. Efec­ti­va­men­te, Vicky era Ofi­cial 2º de la Orga­ni­za­ción Mon­to­ne­ros, res­pon­sa­ble de la pren­sa sin­di­cal, y su nom­bre de gue­rra era Hil­da. Efec­ti­va­men­te esta­ba reu­ni­da ese día con cua­tro miem­bros de la Secre­ta­ría Polí­ti­ca que com­ba­tie­ron y murie­ron con ella.

La for­ma en que ingre­só a Mon­to­ne­ros no la conoz­co en deta­lle. A la edad de 22 años, edad de su pro­ba­ble ingre­so, se dis­tin­guía por sus deci­sio­nes fir­mes y cla­ras. Por esta épo­ca comen­zó a tra­ba­jar en el dia­rio La Opi­nión y en un tiem­po muy bre­ve se con­vir­tió en perio­dis­ta. El perio­dis­mo en sí no le intere­sa­ba. Sus com­pa­ñe­ros la eli­gie­ron dele­ga­da sin­di­cal. Como tal debió enfren­tar en un con­flic­to difí­cil al direc­tor del dia­rio, Jaco­bo Timer­man, a quien des­pre­cia­ba pro­fun­da­men­te. El con­flic­to se per­dió y cuan­do Timer­man empe­zó a denun­ciar como gue­rri­lle­ros a sus pro­pios perio­dis­tas, ella pidió licen­cia y no vol­vió más.

Fue a mili­tar a una villa mise­ria. Era su pri­mer con­tac­to con la pobre­za extre­ma en cuyo nom­bre com­ba­tía. Salió de esa expe­rien­cia con­ver­ti­da a un asce­tis­mo que impre­sio­na­ba. Su pri­mer mari­do, Emi­liano Cos­ta, fue dete­ni­do a prin­ci­pios de 1975 y no lo vio más. La hija de ambos nació poco des­pués. El últi­mo año de mi hija fue muy duro. El sen­ti­do del deber la lle­vó a rele­gar toda gra­ti­fi­ca­ción indi­vi­dual, a empe­ñar­se mucho más allá de sus fuer­zas físi­cas. Como tan­tos mucha­chos que repen­ti­na­men­te se vol­vie­ron adul­tos, andu­vo a los sal­tos, huyen­do de casa en casa. No se que­ja­ba, sólo su son­ri­sa se vol­vía un poco más des­vaí­da. En las últi­mas sema­nas varios de sus com­pa­ñe­ros fue­ron muer­tos; no pudo dete­ner­se a llo­rar­los. La embar­ga­ba una terri­ble urgen­cia por crear medios de comu­ni­ca­ción en el fren­te sin­di­cal, que era su res­pon­sa­bi­li­dad. Nos veía­mos una vez por sema­na; cada quin­ce días. Eran entre­vis­tas cor­tas, cami­nan­do por la calle, qui­zás diez minu­tos en el ban­co de una pla­za. Hacía­mos pla­nes para vivir jun­tos, para tener una casa don­de hablar, recor­dar, estar jun­tos en silen­cio. Pre­sen­tía­mos, sin embar­go, que eso no iba a ocu­rrir, que uno de esos fuga­ces encuen­tros iba a ser el últi­mo, y nos des­pe­día­mos simu­lan­do valor, con­so­lán­do­nos de la anti­ci­pa­da pérdida.

ISMAEL SALAME - 29 de Septiembre de 1976. Corro 105, Villa... | Facebook

Mi hija esta­ba dis­pues­ta a no entre­gar­se con vida. Era una deci­sión madu­ra­da, razo­na­da. Cono­cía, por infi­ni­dad de tes­ti­mo­nios el tra­to que dis­pen­san mili­ta­res y mari­nos a quie­nes tie­nen la des­gra­cia de caer pri­sio­ne­ros; el des­pe­lle­ja­mien­to en vida, la muti­la­ción demiem­bros, la tor­tu­ra sin lími­tes en el tiem­po ni en el méto­do, que pro­cu­ra al mis­mo tiem­po la degra­da­ción moral y la dela­ción. Sabía per­fec­ta­men­te que en una gue­rra de esas carac­te­rís­ti­cas, el peca­do no era hablar, sino caer. Lle­va­ba siem­pre enci­ma una pas­ti­lla de cia­nu­ro ‑la mis­ma con que se mató nues­tro ami­go Paco Uron­do- con la que tan­tos otros han pbte­ni­do una últi­ma vic­to­ria sobre la barbarie.

El 28 de sep­tiem­bre, cuan­do entró en la casa de la calle Corro, cum­plía 26 años. Lle­va­ba en bra­zos a su hija por­que a últi­mo momen­to no encon­tró con quien dejar­la. Se acos­tó con ella, en cami­són. Usa­ba unos absur­dos cami­so­nes blan­cos que siem­pre le que­da­ban grandes.

A las 7 del 29 la des­per­ta­ron los alta­vo­ces del Ejér­ci­to, los pri­me­ros tiros. Siguien­do el plan de defen­sa acor­da­do, subió a la terra­za con el Secre­ta­rio Polí­ti­co Moli­na, mien­tras Coro­nel, Sala­me y Bel­trán res­pon­dían al fue­go des­de la plan­ta baja. He vis­to la esce­na con sus ojos: la terra­za sobre las casas bajas, el cie­lo ama­ne­cien­do, y el cer­co. El cer­co de 150 hom­bres, los FAP empla­za­dos, el tan­que. Me ha lle­ga­do el tes­ti­mo­nio de uno de esos hom­bres, un conscripto.

«El com­ba­te duró más de una hora y media. Un hom­bre y una mucha­cha tira­ban des­de arri­ba. Nos lla­mó la aten­ción la much­cha, por­que cada vez que tira­ba una ráfa­ga y noso­tros nos zam­bu­llía­mos, ella se reía».

He tra­ta­do de enten­der esa risa. La metra­lle­ta era una Hal­cón y mi hija nun­ca había tira­do con ella aun­que cono­cie­ra su mane­jo por las cla­ses de ins­truc­ción. Las cosas nue­vas, sor­pren­den­tes, siem­pre la hicie­ron reir. Sin duda era nue­vo y sor­pren­den­te para ella que ante una sim­ple pul­sa­ción del dedo bro­ta­ra una ráfa­ga y que ante esa ráfa­ga 150 hom­bres se zam­bu­lle­ran sobre los ado­qui­nes, empe­zan­do por el coro­nel Roual­des, jefe del operativo.

A los camio­nes y el tan­que se sumó un heli­cóp­te­ro que gira­ba alre­de­dor de la terra­za, con­te­ni­do por el fue­go. «De pron­to ‑dice el sol­da­do- hubo un silen­cio. La mucha­cha dejó la metra­lle­ta, se aso­mó depie sobre el para­pe­to y abrió los bra­zos. Deja­mos de tirar sin que nadie lo orde­na­ra y pudi­mos ver­la bien. Era fla­qui­ta, tenía el pelo cor­to y esta­ba en cami­són. Empe­zó a hablar­nos en voz alta pero muy tran­qui­la. No recuer­do todo lo que dijo. Pero recuer­do la últi­ma fra­se; en reali­dad, no me deja dormir».

Argentina. Hace 43 años caía en combate la militante montonera Vicki Walsh  – Resumen Latinoamericano
Vicky Walsh y Rodol­fo Walsh, su padre y com­pa­ñe­ro de lucha en Montoneros

‘Uste­des no nos matan ‑dijo‑, noso­tros ele­gi­mos morir.’ Enton­ces ella y el hom­bre se lle­va­ron una pis­to­la a la sien y se mata­ron fren­te a nosotros».

Aba­jo ya no había resis­ten­cia. El coro­nel abrió la puer­ta y tiró una gra­na­da. Des­pués entra­ron los ofi­cia­les. Encon­tra­ron una nena de algo más de un año, sen­ta­di­ta en una cama, y cin­co cadáveres.

En el tiem­po trans­cu­rri­do he refle­xio­na­do sobre esa muer­te. Me he pre­gun­ta­do si mi hija, si todos los que mue­ren como ella, tenían otro camino. La res­pues­ta bro­ta des­de lo más pro­fun­do de mi cora­zón y quie­ro que mis ami­gos la conoz­can. Vicky pudo ele­gir otros cami­nos quee­ran dis­tin­tos sin ser des­hon­ro­sos, pero el que eli­gió era el más jus­to, el más gene­ro­so, el más razo­na­do. Su lúci­da muer­te es una sín­te­sis de su cor­ta, her­mo­sa vida. No vivió para ella, vivió para otros, y esos otros son millones.

Su muer­te sí, su muer­te fue glo­rio­sa­men­te suya, y en ese orgu­llo me afir­mo y soy quien rena­ce en ella.

Esto es lo que que­ría decir a mis ami­gos y lo que desea­ría que ellos tras­mi­tie­ran a otros por los medios que su bon­dad les dicte.

28 de diciem­bre de 1976

Itu­rria /​Fuen­te

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