Por Marcelo Valko. Resumen Latinoamericano, 2 septiembre 2020.
En medio de todo lo que ocurre, a algunos esto les parecerá estúpido, tal vez lo sea, tal vez no. La crisis de la pandemia barre con las vidas, con trabajos y también con recuerdos que llevamos dentro. Cuando empecé a estudiar en la Facultad, una de las sedes estaba en Corrientes al 2000, en lo que hoy es el Centro Cultural Rojas. Ingresé a la UBA al filo de los 17 años y comenzaba la época de plomo de la Dictadura cívico militar eclesiástica. Yo venía de vivir seis años en Paraguay debido al trabajo de mi viejo y Buenos Aires me deslumbrada cada minuto. Todo y todas. Nací en esta ciudad de Buenos Aires y también mis dos hijas y la amo. Yo trabajaba de cadete de 8 a 17 horas y por eso iba a cursar en los horarios nocturnos a las comisiones y teóricos que podía agarrar. Era muy buen alumno. Con algunos de los compañeros a veces íbamos a comer empanadas a La Americana “La Reina de la Empanadas” en Callao y Mitre (asco ese nombre del lavador de la historia) pero en ocasiones con un poquito más de dinero íbamos a Pippo que como todos saben estaba (aún está) en Montevideo a metros de la Av. Corrientes. Con el paso de los años tanto a La Americana como a Pippo fui con todas y cada una de mis amores desde la época de la facultad hasta no hace mucho.
En otra ocasión hablaré de La Americana, ahora dado lo ocurrido me detengo en Pippo un lugar muy peculiar al que fui durante década y década. Sus salas grandes con el desnivel en el medio, mesas en su mayoría cuadrada y en el último tiempo como cosa esotérica habían agregado un par de mesas circulares cerca de las ventanas. En invierno, cuando entrabas superando sus dos puertas vaivén te arropaba un aroma a comida, a pastas, a tuco bien hecho, a ruido de cubiertos y el murmullo de comensales satisfechos, cada uno en lo suyo. Nadie jodía. Los mozos del turno noche, los recuerdo con nitidez a todos, te conocían, pero bien conocido, y te traían la carta por traer nomás, sabiendo que el que te jedi siempre pedía lo mismo: canelones con salsa doble, cerveza de litro y de postre almendrado con esos chorritos de charlote que el “chef” desparramaba medio chingado. Claro, las chicas solían variar, obvio, y les encantaba. Y ellos, los mozos enfundados en su chaqueta blanca abotonada hasta el cuello, impecables, musa… jamás me habían visto y menos con alguien, aunque a veces deslizaban una mirada socarrona. Pero yo con mi ortodoxia disfrutaba de lo mismo siempre, siempre igual pero distinto y sabroso. La panera que aparecía de inmediato con las mantequitas, y ese espacio para ser en el mundo con tranquilidad. Lo único que rompía esa… llamémosle paz, era el baño que estaba arriba de la época en que también se llenaba el primer piso y que a algunas chicas le parecía medio desolado con todas las mesas y sillas amontonadas. Y al terminar de cenar, suspirabas, te ponías de pie, te abrigabas y salías afuera al frio del invierno porteño. Era la hora de abandonar un hogar cálido y enfrentar lo desconocido de la ciudad que lo compensabas claro, abrazando la talla de la compañera que me acompañaba.
Y ahora, en medio de toda ésta verdadera porquería, Pippo como otros negocios no aguantó. Todos los que tenemos un par de dedos de frente sabemos que en el “Primer Mundo” tanto EEUU., España, Italia y demás, cerraron infinidad de comercios debido a la cuarentena y aquí todos también lo vimos, sumado al descalabra económico de magnitud dejado por el macrismo. Más allá de movidas empresariales que aprovechan o no la volada, 25 familias quedaron en la calle. No voy a comparar mi desazón con gente que perdió su trabajo y vaya a saber cómo serán las indemnizaciones y cobros y cuando habrá un trabajo posterior. Pero el cierre de Pippo me causa un dolor profundo, saber que ya nunca más volveré a esas mesas a pedir los canelones con salsa doble, una cerveza de litro y almendrado. Es como morir un poco, abandonar parte de la vida de uno que estaba siempre allí, siempre igual y de la misma manera esperando que uno entre, elija una mesa para dos y se siente como tantos comensales desde 1937.