Por Hugo Guzmán. Resumen Latinoamericano, 10 de septiembre 2020.
Algunos no dudan en definirlo como el líder social y político más importante e influyente en la historia de Chile en los dos últimos siglos.
Su impronta irradió nacional e internacionalmente y su pensamiento es fuente recurrente en espacios académicos, legislativos, políticos, sindicales, estudiantiles, de historiadores.
Su práctica como médico, militante socialista, figura fundamental de la izquierda chilena, ministro, parlamentario y Presidente de la República, se selló en coherencia y rectitud en el último gesto de defensa irrestricta del mandato popular y constitucional de defender la presidencia, instalado y combatiendo en el palacio presidencial de La Moneda.
Así, su actuar se reivindica en un sentido ético y una expresión suprema de la acción política consecuente.
Su larga trayectoria política y social se extiende en sucesos en unas cuarenta décadas donde no hubo mes o año en que dejara de realizar alguna acción de gravitante connotación pública en base a propuestas o desempeño pensando en derechos del pueblo, defensa de demandas sociales, avances en salud o vivienda, nutriendo el pensamiento transformador, pensando en una sociedad distinta, vinculándose a los trabajadores, y buscando la unidad de la izquierda y las fuerzas del cambio.
Salvador Allende Gossens es más que una biografía. Es un nombre y un hombre de la historia. Donde su pensamiento y práctica política se terminó de amalgamar con una consecuencia ética y defensa de ideales.
Su historia, en la historia, se nutre de aciertos, también de equivocaciones, de logros y de fracasos, de buenas y malas decisiones. No es su desempeño algo lineal y puro, sometido al escarnio o el análisis de su trayectoria, germen de debates y también de reconocimiento a su obra.
Nació en el puerto de Valparaíso el 26 de junio de 1908. Estudió Medicina en la Universidad de Chile y se inclinó por la medicina social y las políticas públicas de salud, escribiendo el texto “La realidad médico social chilena”. Fue integrante destacado de la Masonería. Diputado y senador, ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social en el gobierno de Pedro Aguirre Cerda. Candidato presidencial de fuerzas populares y de izquierda los años 1952, 1958, 1964 y 1970. Desde joven militó en el Partido Socialista, hasta su muerte el 11 de septiembre de 1973.
Desde su adolescencia germinó en él un espíritu de búsqueda asociado a una condición de rebeldía, en una convicción que fue anidando en cuanto a un cambio profundo de la sociedad chilena, que no era otra cosa que conseguir la justicia social. Como dato biográfico, el mismo Presidente Allende recordaba al zapatero italiano y anarquista que lo llevó en los primeros pasos de lecturas decisivas. “Cuando era muchacho, entre los 14 y los 15, me acercaba al taller de un zapatero anarquista llamado Juan Demarchi…Me enseñó a jugar ajedrez, me hablaba de cosas de la vida, me prestaba libros…Sus comentarios eran importantes porque yo tenía una vocación profunda de lecturas y él me simplificaba los problemas”. Influyó en él una historia familiar donde sus abuelos, tío y su padre jugaron papeles en gestas de independencia y momentos históricos del país.
Fue atleta, boxeador, excelente alumno, pasó por las aulas del Liceo Eduardo de la Barra (fue presidente del centro de alumnos), por el Regimiento Lanceros de Tacna, se convirtió en dirigente en la Universidad de Chile donde exploró con mayor profundidad las ideas socialistas. Más tarde sería parte del Partido Socialista y su primera responsabilidad orgánica estuvo en Valparaíso. Luego gravitaría como uno de los dirigentes más importantes de esa colectividad.
Se dice que saliendo a la calle en medio de un fuerte temblor, conoció casualmente a Hortensia Bussi, “Tencha”, con quien se casaría y de ese matrimonio nacieron tres hijas: Carmen Paz, Isabel, y Beatriz (Tati). Desde los años de infancia y adolescencia creció bajo los cuidados de Mama Rosa, que lo acompañó hasta adulto. Desarrolló entrañables amistades con sus compañeras y compañeros de lucha, y varios de ellos murieron el mismo 11 de septiembre o en meses posteriores al golpe de Estado, como Augusto Olivares y José Tohá.
Empecinado en conocer procesos revolucionarios y de liberación, y experiencias políticas de otras latitudes, fue un empedernido viajero. En sus rutas llegó a países como Cuba y Vietnam, donde pudo conversar con Ernesto Guevara y Ho Chi Minh. Llegó a correr riesgos políticos internos en aras de sucesos internacionales, como cuando no dudó en proteger y llevar a la isla socialista a los tres guerrilleros cubanos sobrevivientes del grupo rebelde de Guevara en Bolivia, que habían logrado cruzar la frontera boliviana hacia Chile.
Más allá de sus consistentes mensajes políticos, graficados en el discurso del triunfo presidencial desde el balcón de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, su histórica intervención en Naciones Unidas, su alocución con motivo de la nacionalización del cobre y, por cierto, sus últimas palabras pronunciadas en medio del combate en La Moneda, Allende solía establecer también consideraciones más personales, como cuando dijo, al saberse de su triunfo electoral presidencial, que “soy tanto sólo un hombre con todas las debilidades y flaquezas de todo hombre, y si supe soportar las derrotas de ayer, acepto hoy sin reservas y sin espíritu de venganza este triunfo que nada tiene de personal”.
El contacto con la gente, con su pueblo, fue una característica del “Compañero Presidente”. Incontables discursos los pronunció en poblaciones, construcciones, fábricas, escuelas, universidades, juntas de vecinos, en los campos y en sedes de organizaciones populares. Da cuenta de esa cercanía las cientos de fotografías con trabajadores, estudiantes secundarios y universitarios, mujeres, pobladores, campesinos, indígenas, niños, artistas, muchas de ellas en las veredas cercanas a La Moneda, en calles, plazas, centros de trabajo y de estudio.
Su compromiso no fue con la elite, ni con proyectos mezquinos, ni con poderes fácticos y menos con actitudes inconsecuentes. Siempre mantuvo firmeza respecto a su compromiso con el pueblo, con los trabajadores, con la juventud. Y en un discurso en el Estadio Nacional, no vaciló en afirmar ante miles de hombres, mujeres y jóvenes, más allá de cualquier retórica: “…yo les digo a ustedes, compañeros, compañeros de tantos años, se lo digo con calma, con absoluta tranquilidad: yo no tengo pasta de apóstol ni tengo pasta de Mesías, no tengo condiciones de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea, la tarea que el pueblo me ha dado; pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer a la voluntad mayoritaria de Chile: sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás; que lo sepan: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera. Que lo sepan, que lo oigan, que se les grabe profundamente: defenderé esta revolución chilena, y defenderé el Gobierno Popular porque es el mandato que el pueblo me ha entregado, no tengo otra alternativa, sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el Programa del pueblo”.