Colombia. Ellas gritan cuando los criminales de Estado ordenan callar

Colom­bia. Ellas gri­tan cuan­do los cri­mi­na­les de Esta­do orde­nan callar

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Por Her­nan­do Cal­vo Ospi­na. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 24 de sep­tiem­bre de 2020.

Los jóve­nes de Soa­cha fue­ron víc­ti­mas de una nue­va meto­do­lo­gía de las fuer­zas arma­das: los “fal­sos posi­ti­vos”. Fue el gobierno de Uri­be Vélez que la creó, y el res­pon­sa­ble de su desa­rro­llo fue su minis­tro de Defen­sa, futu­ro pre­si­den­te de Colom­bia y Pre­mio Nobel de la Paz, Juan Manuel Santos.

El fun­cio­na­rio, con ros­tro desa­fian­te, le ase­gu­ró a Luz Mari­na Ber­nal que ella era la madre de un jefe “nar­co-gue­rri­lle­ro”, muer­to en un enfren­ta­mien­to con el ejér­ci­to. Le pre­ci­só que por­ta­ba uni­for­me de camu­fla­je y una pis­to­la, dis­pa­ra­da, en la mano derecha.

Ella lo miró con sus ojos llo­ro­sos. Tomó aire y le dijo con voz pau­sa­da: “No, señor. Yo soy la madre de Fair Leo­nar­do Porras Ber­nal. Un joven de 26 años, con limi­ta­cio­nes men­ta­les de naci­mien­to, cuya capa­ci­dad inte­lec­tual equi­va­le a la de un niño de 8 años.”

El hom­bre la miró incré­du­lo. Ella pro­si­guió expli­cán­do­le que, ade­más, su hijo no podía dis­pa­rar un arma por tener la par­te dere­cha del cuer­po para­li­za­da, inclui­da la mano.

Con ver­güen­za, el fis­cal le dijo: “Yo no sé, seño­ra, es lo que dice el infor­me del Ejército”.

Ella, jun­to a su espo­so, uno de sus hijos y otras tres madres esta­ban ahí bus­can­do a sus hijos hacía ocho meses. Esta­ban en Oca­ña, ciu­dad al orien­te del país, no lejos de la fron­te­ra con Vene­zue­la. Vivían a unos 700 kiló­me­tros de ahí, en Soa­cha, al lado de Bogotá.

Leo­nar­do había des­apa­re­ci­do el 8 de enero de 2008. Había sali­do de casa como a 1h30pm, lue­go de haber reci­bi­do una lla­ma­da tele­fó­ni­ca. Le había dicho a su her­mano, John Smith, que le ofre­cían un tra­ba­jo. Cono­ci­do en su barrio por­que hacía peque­ños tra­ba­jos y enco­mien­das 207 por algu­nas mone­das o de gra­tis. Regu­lar­men­te le com­pra­ba una rosa o cho­co­la­ti­na a la mamá.

Duran­te 252 días Leo­nar­do no exis­tió. El padre siguió tra­ba­jan­do para sos­te­ner la fami­lia, mien­tras Luz Mari­na se dedi­có a bus­car­lo. Salía a la madru­ga­da y regre­sa­ba en la noche, cuan­do ya el can­san­cio la ven­cía. En nin­gu­na calle, hos­pi­tal o mor­gue sabían de él. Los fun­cio­na­rios, mili­ta­res y poli­cías le repe­tían lo que ya habían dicho, en muchos años, a miles de fami­lia­res: segu­ro esta­ba de farra; se había ido con la novia para otro país; o esta­ba enro­la­do en la guerrilla.

Has­ta que el 16 de sep­tiem­bre la lla­ma­ron de Medi­ci­na Legal. “Sen­tí mi vien­tre frío y solo pude decir­le a mi fami­lia que la bús­que­da había ter­mi­na­do por­que Leo­nar­do esta­ba muer­to”. Se tras­la­dó a la sede del Ins­ti­tu­to y entre un total de 30 fotos lo iden­ti­fi­có: “Fue espan­to­so ver­lo por­que había reci­bi­do 13 bala­zos, dos de ellos en el ros­tro. Casi no lo reco­noz­co”. Le dije­ron que debía via­jar has­ta Oca­ña, don­de lo habían encon­tra­do en una fosa común jun­to a otros 18 cuerpos.

Para exhu­mar y trans­por­tar los res­tos le pidie­ron casi seis mil dóla­res, una millo­na­ria can­ti­dad para sus modes­tas eco­no­mías. Pero en ocho días pidie­ron prés­ta­mos, ven­die­ron lo poco de valor que tenían, has­ta reu­nir la cantidad.

Por esas cosas de la vida, unos perio­dis­tas que esta­ban cubrien­do la necrop­sia de un fut­bo­lis­ta se inte­re­sa­ron en el “caso”. Así se empe­zó a cono­cer la ver­dad, por­que, como de cos­tum­bre, ya varios medios de pren­sa habían repe­ti­do la ver­sión ofi­cial: “Hallan fosa de 14 jóve­nes reclu­tas de las Farc”.

Los mili­ta­res vigi­la­ron la exhu­ma­ción de los NN, “Nin­gún Nom­bre”, don­de los fami­lia­res no pudie­ron estar pre­sen­tes. Les entre­ga­ron ataú­des sella­dos, sin poder ver los cuerpos.

Pero Luz Mari­na no se con­for­mó, empe­zan­do una pelea legal que pare­cía ser con­tra nada y muros. Solo un año y medio des­pués se pudo 208 abrir el ataúd para ade­lan­tar las inves­ti­ga­cio­nes. “Lo que encon­tra­mos fue horri­ble. Aun­que era Leo­nar­do, allí solo había un tron­co humano con seis vér­te­bras y un crá­neo relleno con una cami­se­ta en el lugar del cerebro”.

Las denun­cias de las madres empe­za­ron a tener mucho eco. Enton­ces el pre­si­den­te Álva­ro Uri­be Vélez rati­fi­có públi­ca­men­te que los jóve­nes “no fue­ron a coger café. Iban con pro­pó­si­tos delin­cuen­cia­les”. Luz Mari­na nun­ca ha podi­do olvi­dar esas palabras.

Duran­te el jui­cio, don­de los mili­ta­res se bur­la­ban de ella y la ame­na­za­ban, supo los deta­lles del ase­si­na­to. El hom­bre que había lla­ma­do a su hijo tenía una cola­bo­ra­ción espe­cial con el ejér­ci­to acan­to­na­do en la región de Oca­ña: por unos 80 dóla­res él les lle­va­ba vaga­bun­dos, dro­ga­dic­tos, des­em­plea­dos y dis­ca­pa­ci­ta­dos. Ellos se iban con él, con­fia­dos en con­se­guir algún empleo. Con­fe­só haber entre­ga­do a unos 30 jóvenes.

Los mili­ta­res les qui­ta­ban los docu­men­tos de iden­ti­dad antes de ase­si­nar­los. Lue­go, el jefe de Inte­li­gen­cia del bata­llón hacía el informe.

Los jóve­nes de Soa­cha fue­ron víc­ti­mas de una nue­va meto­do­lo­gía de las fuer­zas arma­das: los “fal­sos posi­ti­vos”. Fue el gobierno de Uri­be Vélez que la creó, y el res­pon­sa­ble de su desa­rro­llo fue su minis­tro de Defen­sa, futu­ro pre­si­den­te de Colom­bia y Pre­mio Nobel de la Paz, Juan Manuel San­tos. Se les exi­gió a los mili­ta­res mos­trar cifras posi­ti­vas en la lucha con­tra­in­sur­gen­te. Cifras era las que que­ría Esta­dos Uni­dos para des­em­bol­sar más ayu­das mili­ta­res. Las trans­na­cio­na­les tam­bién las pidie­ron para poder invertir.

Para incen­ti­var, cada ase­si­na­to ha sido paga­do. Tam­bién de Soa­cha, María Sana­bria, madre de Jai­me Esti­ven Valen­cia Sana­bria, quien tenía 16 años y estu­dia­ba el bachi­lle­ra­to, dijo con toda segu­ri­dad: “Sabe­mos que a nues­tros hijos los mata­ron a cam­bio de una meda­lla, vaca­cio­nes, de un ascen­so, a cam­bio del dine­ro que les paga­ba el Esta­do”. El ex coro­nel Robin­son Gon­zá­lez dijo en la inda­ga­to­ria por varios “fal­sos posi­ti­vos”: “reci­bía fines de sema­na libres y en cada uno, has­ta 5 millo­nes de pesos para dis­fru­tar a mi gusto”.

Des­pués de ocho años de gobierno, Uri­be dio estas cifras de efi­ca­cia: 19.405 gue­rri­lle­ros fue­ron “aba­ti­dos”. Lo iló­gi­co es que el pro­pio gobierno repi­tió que las Fuer­zas Arma­das de Revo­lu­cio­na­rias de Colom­bia, FARC, y el Ejér­ci­to de Libe­ra­ción Nacio­nal, ELN, suma­ban unos 12.000 miem­bros. Enton­ces, ¿quié­nes son esos miles de “caí­dos en com­ba­te”? Madres, como las de Soa­cha, saben la res­pues­ta: civi­les ino­cen­tes. Más de 4.000 “fal­sos posi­ti­vos” son investigados.

Aque­llos encon­tra­dos en Oca­ña fue­ron par­te de los dete­ni­dos des­apa­re­ci­dos, que, según la Fis­ca­lía Gene­ral, son unos 25.000, pero las orga­ni­za­cio­nes de dere­chos huma­nos ase­gu­ran que lle­gan a 60.000, en 30 años.

Según Nacio­nes Uni­das, la impu­ni­dad lle­ga al 98.5%. Por Leo­nar­do fue­ron sen­ten­cia­dos unos sol­da­dos. El coman­dan­te del Ejér­ci­to renun­ció ante el escán­da­lo de Soa­cha, pero Uri­be lo nom­bró emba­ja­dor en Repú­bli­ca Dominicana

Nin­gu­na dic­ta­du­ra del con­ti­nen­te, inclui­das la Argen­ti­na, la de Pino­chet o las de Gua­te­ma­la se habían atre­vi­do a tan­ta cri­mi­na­li­dad como el Esta­do “demo­crá­ti­co” colombiano.

Uri­be “Todo lo que hizo fue ofre­cer­nos 18 millo­nes de pesos [6500 euros] para callar­nos, como si noso­tros hubié­ra­mos pari­do a nues­tros hijos para ven­dér­se­los a él”. Ella no duda en res­pon­sa­bi­li­zar del ase­si­na­to de Leo­nar­do a Juan Manuel San­tos, Pre­mio Nobel de Paz por los diá­lo­gos con la gue­rri­lla. “Para seguir vivien­do no nos bas­ta con que se cas­ti­gue a quié­nes apre­ta­ron el gati­llo”, dice con toda convicción.

Luz Mari­na pasó de ser una sim­ple ama de casa, que estu­dia­ba con­fec­ción y tar­je­te­ría, a una indo­ble­ga­ble acti­vis­ta de los dere­chos humanos.

Se les cono­ce como las “Madres de Soa­cha”, pero al comien­zo se les dijo “Madres de los fal­sos posi­ti­vos”. Esto fue debi­do a unas decla­ra­cio­nes 210 de San­tos cuan­do era minis­tro: él espe­ra­ba que sus hijos fue­ran “ver­da­de­ros posi­ti­vos y no fal­sos positivos”.También las han tra­ta­do de “madres chi­llo­nas” para des­va­lo­ri­zar­las, como en su tiem­po le decían “locas” a las madres y abue­las de la Pla­za de Mayo en Argentina.

Vis­ten túni­cas blan­cas, lle­van al cue­llo las fotos de sus hijos ase­si­na­dos. El movi­mien­to se con­vir­tió en un sím­bo­lo con­tra la impu­ni­dad de los “fal­sos posi­ti­vos” y de los dete­ni­dos desaparecidos.

Cuan­do se unie­ron y deci­die­ron mani­fes­tar un vier­nes al mes para recla­mar el apo­yo y las inves­ti­ga­cio­nes, empe­za­ron los ata­ques, sin sal­var­se su hon­ra y dig­ni­dad. Tam­bién las ame­na­zas, al pun­to que John Smith tuvo que irse de casa. El fami­liar de uno de los jóve­nes fue asesinado.

María Sana­bria cami­na­ba por una calle cuan­do se le acer­ca­ron dos hom­bres en una moto. El que iba detrás, sin qui­tar­se el cas­co, se bajó, la aga­rró del pelo y la empu­jó con­tra la pared: “Vie­ja hijuepu­ta, a usted la que­re­mos calla­di­ta. Noso­tros no juga­mos. Siga abrien­do la boca y va a aca­bar como el hijo, con la cara lle­na de moscas”.

Solo seis madres de los jóve­nes de Soa­cha per­sis­ten en su bata­lla, pues a las otras logra­ron inti­mi­dar­las, pero a ellas se han suma­do madres de otras regiones.

María dice: “A mi niño me lo mata­ron y a nadie le impor­ta. La impu­ni­dad me enfer­ma. Pero sigo vivien­do para que nues­tros hijos no hayan muer­to en vano. Por­que al denun­ciar sus casos con­se­gui­mos sal­var muchas otras vidas”.

Como las Madres de Soa­cha, otras madres, abue­las y espo­sas son las que, mayo­ri­ta­ria­men­te, se han pues­to al fren­te de las luchas por los suyos. Así suce­dió en Argen­ti­na, Chi­le, El Sal­va­dor, Nica­ra­gua, Perú, Gua­te­ma­la… Son ellas, prin­ci­pal­men­te las madres, quie­nes se encuen­tran y crean nue­vas for­mas de pro­tes­ta. Son los colec­ti­vos de muje­res los que gri­tan cuan­do los cri­mi­na­les de Esta­do orde­nan callar. Levan­tan 211 el bra­zo cuan­do cual­quier for­ma de pro­tes­ta es embes­ti­da por sub­ver­si­va. Se unen, com­par­ten dolor, amor, angus­tias y la espe­ran­za de encon­trar ese peda­zo de su ser. Ellas y ellos se vuel­ven de ellas. Por­que son ellas las que han dado vida, socia­li­zan la mater­ni­dad. Las cir­cuns­tan­cias las lle­van a trans­for­mar su dolor en lucha política.

Como se ha dicho: “De la madre-sumi­sión, de la madre-abne­ga­ción, de la madre-espa­cio pri­va­do se colo­ca­ron en un lugar nue­vo: la madre que toma la calle, la madre-lucha, la madre-fuerza”.

Un hom­bre que pro­tes­ta es más fácil de ase­si­nar: se pue­de decir que es otro sub­ver­si­vo. El repre­sor las mira con odio, han ase­si­na­do algu­nas, pero ellas siguen sien­do madres. Y la madre se vene­ra por­que, aun en medio de su irra­cio­na­li­dad cri­mi­nal, como bue­nos cató­li­cos que son, ella es la encar­na­ción de la Vir­gen María.

Luz Mari­na no deja de ir a visi­tar la tum­ba de Leo­nar­do, aun­que está bien lejos de la casa. Como no tuvie­ron dine­ro para el entie­rro, acep­ta­ron el espa­cio que les ofre­ció un ami­go en un cemen­te­rio al nor­te de Bogo­tá: Soa­cha está al sur, a dos horas en bus.

Ella se sien­ta a su lado, aca­ri­cia el cés­ped, la tie­rra. Llo­ra en silen­cio y le habla en susu­rros. “Le doy las noti­cias de la fami­lia. Le expli­co cómo esta­mos, qué hace­mos, cuán­to le echa­mos de menos. Le cuen­to cómo va la lucha de las Madres de Soa­cha. Le pido que todos ellos, des­de el cie­lo, nos ayu­den a tener fuer­zas para seguir luchan­do por la justicia”.

Fuen­te: Rebe­lión

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