Resumen Latinoamericano, 25 de septiembre de 2020.
El 22 de mayo de 1979, Varias compañeras y compañeros inician una marcha para llevar alimentos a quienes mantenían la toma de la embajada de Venezuela exigiendo la libertad de compañeros que habían sido capturados. La marcha fue reprimida ha balazos por los cuerpos represivos del General Carlos Humberto Romero, resultando 15 estudiantes asesinado.
A continuación el testimonio de Patricia Arévalo, una de las participantes en la toma de dicha embajada, nos cuenta como se dieron los hechos:
“En la mañana me levanté y fui al local del FUR-30 en la UCA. Ahí me habían citado a las 8:00 a.m. y, aunque yo no sabía a qué iba, iba dispuesta a participar en la actividad. Íbamos dos del UR-19, uno del FUR-30 y tres del MERS. El único que no era estudiante era un compañero de la Unión de Pobladores de Tugurios (UPT).
De la UCA todos abordamos taxis diferentes. Aún no sabíamos a dónde íbamos, creo que me dijeron en el taxi que íbamos a tomar la Embajada de Venezuela. No dudábamos porque teníamos la utopía de vivir en una sociedad justa.
Yo creo que por el tipo de actividad que era se necesitaba una presentación particular. La seguridad de las embajadas ya estaba avispada porque ya se habían dado varias tomas. Había que ser muy creativos con las estrategias para entrar. Los estudiantes éramos de la vida urbana y podíamos pasar más fácilmente. Por eso creo que todos éramos estudiantes; el compa de la UPT también participó y él entró como maestro de obras. Además, era un operativo que quería mucho compromiso y creo, por lo menos en mi caso, que por eso me escogieron. Yo era bastante disciplinada y responsable, teníamos muchísima mística.
En el camino pasamos por el Centro de Uniformes comprando uniformes de trabajadoras domésticas y luego volvimos a subir al taxi y pusimos los uniformes sobre nuestra ropa.
Todo fue cronometrado y cada quien tenía que acercarse a la Embajada con su propia leyenda: uno llevaba la leyenda que se le había muerto un pariente y entró llorando a mares con una carta. Otro era estudiante de sexto año de medicina que iba bien elegante pasando frente a la Embajada, otros iban a pedir beca y el compa de la UPT iba vestido de maestro de obra. Yo y otra compañera íbamos vestidas de empleadas domésticas con las compras del supermercado que sencillamente íbamos pasando por ahí. Ahí llevábamos la comida para el operativo. Teníamos diecisiete años y no levantamos sospechas. Una señora estaba regando la grama en una gran mansión y nos saludó: “¿vienen de compras, niñas?” “Sí” contestamos nosotras.
El compañero que iba llorando tenía que distraer a la seguridad. Otro compañero llevaba un ramo de flores preciosas que iba a entregar a un trabajador de la Embajada y cuando le abrieran la puerta para que entrara con las flores, teníamos que entrar todos. Así fue, no fue nada violenta la entrada, fue una toma pacífica a pesar del gran cerco militar afuera.
Cada quien sabía qué hacer y de forma inmediata dejamos fuera a los policías, tomamos al Embajador y a los trabajadores como rehenes, llenamos la pila con agua y llenamos algunas cuantas bolsas. Por la experiencia que nos habían contado de las tomas de las embajadas de Francia y Costa Rica, sabíamos que lo primero que harían era cortarnos el agua. Otros compañeros pusieron banderas para crear un ambiente adentro.
Esa noche la Policía puso unos grandes reflectores afuera y también pusieron una música tan fuerte, tan fuerte para desesperarnos. Pero nos acostumbramos. Teníamos mucho ingenio para abordar a la Policía. El portón de entrada era casi transparente y podían ver para adentro. Con papel periódico elaboramos figuras humanas y las pegamos en el portón. Ahí podíamos pararnos detrás de las figuras y vigiar a la Policía sin que ellos nos vieran. Ellos se morían de la risa al ver esta creatividad nuestra y gritaban, entre risas: “¡Que hijos de puta!”. No sabían dónde estábamos nosotros. Ellos gritaban que saliéramos pero nunca les contestábamos.
Teníamos de rehenes al Embajador, al Agregado Militar y a varias secretarias. Yo tenía un pantalón verde y una camisa roja y por esto el Embajador me decía “la caperucita roja”. Creo que fuimos muy flexibles y abiertos con ellos. Nos pasamos de ingenuos porque dejamos a sus familiares pasarles comida y ni la registrábamos. No tocábamos la comida que nos ofrecían porque teníamos miedo que nos podían envenenar. El 20 de mayo los familiares nos dijeron que era el cumpleaños de uno de los rehenes y trajeron un pastel de Elsy’s Cakes. En este pastel escondieron un arma y con ésta nos encañonaron para escapar.
Dos días después fue la marcha del 22 de mayo. Nosotros no sabíamos que habría marcha y de repente oímos los megáfonos “Compañeros de la Embajada de Venezuela, les traemos agua y comida.” ¡Nosotros nos pusimos tan felices! Pensamos que íbamos a salir y confundirnos entre la gente para irnos porque habíamos quedado solos, sin rehenes, y así no nos garantizaba la vida. Es cierto, estábamos en territorio de otro país y existían convenios internacionales de por medio. Pero vos te dabas cuenta que después, en Guatemala por ejemplo, las fuerzas represivas se metieron a la Embajada de España y masacraron a la gente asilada ahí. En la Catedral de San Miguel se metieron y sacaron a la gente, así también en el local del Partido Demócrata Cristiano.
Yo estaba al fondo de la Embajada cuando se dio la masacre. Se oía todo, la balacera y los gritos, pero yo no veía nada. Fue muy frustrante para nosotros porque no sabíamos que hacer. Un compañero del UR-19 quien recién había perdido el amor de su vida en la masacre de Catedral quería salir a proteger a la gente. Pero con otra compañera evaluaron las consecuencias que podría tener si salían y decidieron que mejor nos quedáramos dentro.
La masacre del 22 de mayo es un hecho que nunca puede ser olvidado. Entre los quince muertos estaban varios estudiantes de secundaria incluyendo un muchacho de Santa Tecla, Carlos Alberto “Misisopo”; Nelson Ernesto Méndez, un niño de quince años del Tercer Ciclo “Santa Lucía” y activista del MERS; Mauricio Scaffini, Delfina Góchez de la UCA y Enma Guadalupe Carpio, maestra de ANDES 21 de Junio e hija de Cayetano Carpio. Dicen los compañeros que se dieron cuenta que algunos de los muertos fueron enterrados en el Cementerio de Los Ilustres pero seguramente mucha gente quedó sin que nadie lo recogiera.
Adentro de la Embajada fuimos muy organizados. Para que alcanzara el agua nos turnábamos para bañarnos: un día sí, un día no. Las raciones de comida fueron bien distribuidas. El estudiante de medicina sabía cuál era la cantidad de proteínas y azúcares que necesitábamos para no deshidratarnos ni quedarnos faltantes. Ahí nunca nos sentimos débiles. Habíamos traído Proteinol que es una cosa como Incaparina: un polvo que trae todo lo necesario para nutrirse. Ya sabíamos cuantas cuharadas necesitábamos por vaso. Cuando salimos de ahí, no salimos demacrados.
El primero de junio salimos de la Embajada al exilio. Ahí comenzó otra experiencia grande que cambió mi vida. El haber estado en esa coyuntura y participado en ese tipo de actividades nos dio otro espacio, otra práctica diferente. Maduré mucho, llegué a tener más convicción, más fortaleza ideológica y tuve la riqueza de la convivencia con los compañeros”. FIN.
Entre las personas asesinadas están:
1‑Enma Guadalupe Carpio Rosales de Alegría, maestra de ANDES 21 de Junio e hija del Comandante Salvador Cayetano Carpio y Tulita Alvarenga.
2‑Delfina Góchez Fernández, hija del escritor Rafael Góchez Sosa. Delfina nació el 16 de junio de 1958, estudiaba 2º año de psicología en la Universidad Centroamericana UCA y miembra del FUR-30
3‑Jorge Mauricio Scaffini Siriany, de 22 años, estudiaba 3er año de Ingeniería Eléctrica en la UCA, miembro del FUR-30.
4‑Antonio Girón Martínez, estudiaba 4º año de Ingeniería Mecánica en la UCA, miembro del FUR-30, resultó herido de un hombro, murió al día siguiente luego de soportar torturas de parte de los cuerpos de seguridad.
5‑José Roberto Sarmiento, estudiaba 2º año de psicología en la UCA, miembro del FUR-30
6‑José Fidel Castro Hernández, nació en Barrio El Centro de Jocoaitique, departamento de Morazán; fue su madre Eva Hernández y su Papa: José de Jesús Castro. Estudiaba 1er año de Ingeniería en la UCA, miembro del FUR-30.
7‑Carlos Alberto Mendoza, apodado “Misisopo”, era estudiante de secundaria en Santa Tecla.
8‑Nelson Ernesto Méndez Vargas, de 15 años, estudiante del Tercer Ciclo “Santa Lucía” y activista del MERS.
9‑Francisco Navidad
10-Mariano Díaz Martínez
11-Esteban V. García
12-Rafael Vásquez Marín
13-Manuel Girón Roque
Los heridos fueron en mayor cantidad según el periódico La Crónica del Pueblo.