Méxi­co. Ban­cos de ali­men­tos o ven­ta de sobras

Por Artu­ro Con­tre­ras Came­ro, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 07 de sep­tiem­bre de 2020

Pro­mo­vi­dos como espa­cios de cari­dad de la mar­cas, agen­cias filan­tró­pi­cas y, en algu­nos luga­res, la Igle­sia, los Ban­cos de Ali­men­tos entre­gan millo­nes de kilos de comi­das en comu­ni­da­des vul­ne­ra­bles que nece­si­tan asis­ten­cia ali­men­ta­ria. Sin embar­go, lo que ofre­cen es lo que esas mar­cas pro­du­cen –sobre todo, ultra­pro­ce­sa­dos- que están por tirar, a un pre­cio más bajo que en el supermercado.

Más de vein­te camio­nes y camio­ne­tas de car­ga espe­ran alre­de­dor de un bode­gón a las afue­ras de la Cen­tral de Abas­to en Méxi­co, el mer­ca­do más gran­de de Lati­noa­mé­ri­ca. Unos tie­nen las defen­sas lle­nas de foqui­tos de colo­res. Otros, en el para­bri­sas, fra­ses rotu­la­das que rezan “Rega­lo de Dios” o “Teso­ro del Señor”. Los menos tie­nen una deco­ra­ción más sobria. Son blan­cos y, en sus puer­tas, lle­van nom­bre y datos de algu­na casa hogar que ayu­da a per­so­nas sin fami­lia, sin techo, con caren­cias. Aquí, los camio­nes aguar­dan su turno para car­gar mon­to­nes de comi­da que repar­ti­rán a más de 12 mil per­so­nas, según dicen, de las más pobres y nece­si­ta­das en la ciudad.

Afue­ra del mer­ca­do, se teje un intrin­ca­do labe­rin­to de calle­jue­las y bode­gas que abar­can cua­dras com­ple­tas. En sus esqui­nas, hay pues­tos calle­je­ros que ofre­cen café calien­te, solu­ble y dul­cí­si­mo, tam­bién pan de dul­ce, tor­tas de hue­vo y tacos de gui­sa­do. Dece­nas de tra­ba­ja­do­res se aglo­me­ran alre­de­dor, como hor­mi­gui­tas, para comer un desa­yuno. La pan­za aprie­ta, a las seis de la maña­na ya tra­ba­ja­ron más de la mitad de su jor­na­da. Entre estas bode­gas, está Ali­men­to para todos, un ban­co de comi­da que se dedi­ca a recu­pe­rar víve­res a pun­to de ser des­per­di­cia­dos. La ubi­ca­ción no podría ser mejor. La cen­tral se extien­de a lo lar­go y ancho de 34 hec­tá­reas. Por sus calles y ave­ni­das, el trán­si­to nor­mal son las camio­ne­tas de car­ga y pic­kups ati­bo­rra­das de comi­da. De este mer­ca­do, salen los insu­mos para sur­tir al 80 por cien­to de los mer­ca­dos de la Ciu­dad de Méxi­co y su zona metro­po­li­ta­na, la zona más den­sa­men­te pobla­da del país. Es el lugar ideal para recu­pe­rar comi­da a pun­to de ser echa­da a la basura.

Cru­zan­do la calle, enfren­te de la bode­ga de Ali­men­to para todos, está el pues­to de Lin­da, madre sol­te­ra que, todas las maña­nas, sir­ve pan y café. Des­de su lugar de tra­ba­jo, alcan­za a mirar toda la ope­ra­ción del ban­co. “Es bien raro por­que dicen que ayu­dan, pero yo he vis­to que, si pasa un señor que se ve que así de ver­dad nece­si­ta, nomás no le dan nada –dice-. Lue­go, hay aso­cia­cio­nes que vie­nen y que atien­den, como dijé­ra­mos, niños huer­fa­ni­tos. Como no tie­nen dine­ro, pues vie­nen a pedir, pero, por una sola vez que vie­nen, les cobran y ya no regresan”.

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(Ima­gen: María Ruiz y Archivo/​Comer con la vista)

Estos ban­cos de ali­men­tos fun­cio­nan como el últi­mo esla­bón de una per­ver­sa diná­mi­ca de mer­ca­do que, lejos de garan­ti­zar la ali­men­ta­ción ade­cua­da a la huma­ni­dad, solo garan­ti­za que la comi­da se pue­da seguir ven­dien­do. Un sis­te­ma que super­pro­du­ce comes­ti­bles y bebi­das de pési­ma cali­dad nutri­cio­nal para el doble de la pobla­ción, de las que un ter­cio ter­mi­na en la basu­ra. En el mun­do, hay unas 700 millo­nes de per­so­nas con ham­bre. En ese con­tex­to, sur­gie­ron los ban­cos. No para donar lo que, de otro modo, se des­car­ta­ría, sino para expri­mir­le a la mer­ca­de­ría unos últi­mos cien­tos de pesos. Los ban­cos no donan, ven­den. Al otro lado de la calle, se entre­abren las puer­tas del bode­gón, sen­das lámi­nas de metal maci­zo de 5 metros de alto. Por la hen­di­du­ra del por­tón gigan­tes­co, se aso­ma un hom­bre que, a la dis­tan­cia, se mira chi­qui­to. “¡Vicen­tino!”, voci­fe­ra mien­tras lee una lis­ta. Al ins­tan­te, se pre­sen­ta un hom­bre y, jun­to con él, se escu­cha el motor de una de las camio­ne­tas que espe­ran. Con rápi­dos y tos­cos movi­mien­tos, se aco­mo­da para entrar al bode­gón. En su puer­ta, se lee “Casa Hogar San Vicen­te”. Tar­da unos 40 minu­tos en salir car­ga­do de productos.


Ali­men­to para todos reci­be dona­cio­nes de gran­des cade­nas de res­tau­ran­tes, super­mer­ca­dos y enor­mes empre­sas de la indus­tria ali­men­ta­ria. Pro­duc­tos a pun­to de ser des­per­di­cia­dos que, des­de este lugar, se dis­tri­bu­yen a miles de per­so­nas. Su ope­ra­ción, ade­más de una logís­ti­ca titá­ni­ca, impli­ca la coor­di­na­ción con las gran­des cade­nas de res­tau­ran­tes, super­mer­ca­dos y las enor­mes empre­sas de la indus­tria ali­men­ta­ria, quie­nes, al donar, dedu­cen sus dona­ti­vos de impues­tos, apro­ve­chan para posi­cio­nar sus mar­cas entre la pobla­ción de esca­sos recur­sos y se adju­di­can el dis­tin­ti­vo de Empre­sa Social­men­te Responsable.


Este es uno de los 55 ban­cos de ali­men­tos que exis­ten en el país. Todos regu­la­dos y coor­di­na­dos por Ban­co de Ali­men­tos de Méxi­co, una orga­ni­za­ción de la socie­dad civil finan­cia­da por la ini­cia­ti­va privada.

La logís­ti­ca de la redistribución

“Lo que hace­mos es que res­ca­ta­mos ali­men­tos que ya no tie­nen valor comer­cial, que no se pue­den comer­cia­li­zar o ven­der por­que está pró­xi­ma a ven­cer su vida de ana­quel o por­que hubo cam­bios de logo­ti­pos de la mar­ca, y lo redis­tri­bui­mos a pobla­ción pre­via­men­te iden­ti­fi­ca­da tan­to en la ciu­dad como en la zona conur­ba­da y, sobre todo, en zonas mar­gi­na­das”, dice en una entre­vis­ta tele­fó­ni­ca Maria­na Jimé­nez Cár­de­nas, direc­to­ra de Rela­cio­nes Públi­cas de Ali­men­to para todos.

“Como par­te del ejer­ci­cio de corres­pon­sa­bi­li­dad entre Ali­men­to para todos y los gru­pos que atien­de –reci­ta Maria­na – , se soli­ci­ta la cola­bo­ra­ción de los bene­fi­cia­rios a que acu­dan a apo­yar en las labo­res den­tro de la ins­ti­tu­ción, con la fina­li­dad de opti­mi­zar y dig­ni­fi­car la entre­ga del pro­duc­to”, dice Maria­na. Antes de la pan­de­mia por COVID-19, quie­nes reci­bían la comi­da asis­tían al bode­gón para ayu­dar con la cla­si­fi­ca­ción y pro­ce­sa­mien­to de las dona­cio­nes, pero, aho­ra, todo el tra­ba­jo es rea­li­za­do por su personal.

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(Ima­gen: María Ruiz y Archivo/​Comer con la vista)

Entre los pro­duc­tos que los “bene­fi­cia­rios” reci­ben, hay cerea­les, galle­tas, refres­cos y jugos. Todos con alto con­te­ni­do de azú­car. Los jugos y néc­ta­res son azu­ca­ra­dos. Todos los cerea­les son ultra­pro­ce­sa­dos, unos de colo­res y sabo­res, para niños, y otros con fibras inte­gra­les y fru­tos secos, para adul­tos. Tam­bién les entre­gan tor­ti­llas fabri­ca­das por la orga­ni­za­ción y paque­tes de arroz, fri­jol y otras legu­mi­no­sas. En las dona­cio­nes, van enla­ta­dos de todo tipo, des­de atún comer­cial has­ta meji­llo­nes ultramarinos.

“Se les da sufi­cien­te como para cubrir del 30 al 50 por cien­to del reque­ri­mien­to caló­ri­co reco­men­da­do. Hay veces en las que se sobre­pa­sa el con­te­ni­do caló­ri­co has­ta en un 10 por cien­to, cubri­mos como entre el 65 y el 50”, apun­ta Maria­na acer­ca de las des­pen­sas. Dice que es difí­cil garan­ti­zar un apor­te nutri­cio­nal fijo por­que los dona­ti­vos varían sema­na con semana.“Van varian­do según los dona­ti­vos que reci­bi­mos y la natu­ra­le­za de los ali­men­tos. No es lo mis­mo 3 kilos de pan que de lác­teo, pero siem­pre, al menos, pro­cu­ra­mos que se inclu­yen dos ele­men­tos de la canas­ta bási­ca”.

Los pro­duc­tos que dis­tri­bu­ye Ali­men­to para todos están, en su mayo­ría, empa­que­ta­dos, encar­to­na­dos y plas­ti­fi­ca­dos. Es raro encon­trar ali­men­tos fres­cos, lo cual se entien­de al ver quié­nes son los donan­tes. “Oxxo nos dona. Tam­bién todas las gran­des empre­sas de super­mer­ca­dos: Wal­mart, Soria­na, La Comer, Cost­co, Sam’s. Tam­bién Alsea –el aglo­me­ra­do de cade­nas de res­tau­ran­tes trans­na­cio­na­les como Chilli’s, Bur­ger King, VIPS y Star­bucks – . Pasa­mos a todas las tien­das, nos dan de todo lo que ya no se ven­de”, dice la direc­to­ra de Rela­cio­nes Públicas.

El ban­co de ali­men­tos es un inter­me­dia­rio. Reci­be de las gran­des empre­sas y repar­te a otras orga­ni­za­cio­nes, quie­nes, a su vez, se encar­gan de repar­tir­lo a los bene­fi­cia­rios fina­les. Lo que sale de estas bode­gas lle­ga al orien­te del Esta­do de Méxi­co, a zonas pobres y peri­fé­ri­cas como Chal­co, Chi­mal­hua­cán y Tex­co­co. Tam­bién a comu­ni­da­des en Pue­bla, como San Mar­tín Tex­me­lu­can y algu­nas otras del esta­do de Tlax­ca­la. “Los que reci­ben son fami­lias en zonas mar­gi­na­das, prin­ci­pal­men­te, ‑dice Maria­na- con un ingre­so pro­me­dio de 4 mil 200 pesos por fami­lia, por deba­jo de la línea del bien­es­tar del Cone­val”, el orga­nis­mo ofi­cial que mide la pobre­za en México.

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(Ima­gen: María Ruiz y Archivo/​Comer con la vista)

En 2015, la Orga­ni­za­ción de las Nacio­nes Uni­das hizo un lla­ma­do a todos los acto­res mun­dia­les para erra­di­car la pobre­za y el ham­bre. En su Agen­da de Desa­rro­llo Sos­te­ni­ble, la ONU pide al sec­tor pri­va­do tra­ba­jar para, ade­más, pro­te­ger al pla­ne­ta y ase­gu­rar la pros­pe­ri­dad para todos. Eso abrió las puer­tas del esce­na­rio altruis­ta a miles de mar­cas y empre­sas, en su mayo­ría, trans­na­cio­na­les. Y así nacie­ron los “ban­cos de alimentos”.

Donar comi­da que no nutre

Las per­so­nas a las que lle­gan este tipo de dona­ti­vos per­te­ne­cen a un amplio gru­po en Méxi­co: los pobres. Según el Con­se­jo Nacio­nal de Eva­lua­ción de la Polí­ti­ca de Desa­rro­llo Social, has­ta 2018, 41 por cien­to de la pobla­ción mexi­ca­na era pobre, unas 52 millo­nes de per­so­nas, de esos 7.4 millo­nes no tie­nen lo sufi­cien­te para hacer tres comi­das dia­rias. Y el por­cen­ta­je se acer­ca al 80% del total de pobla­ción cuan­do la esti­ma­ción se amplía a per­so­nas que pue­den ali­men­tar­se, pero tie­nen, al menos, una caren­cia importante.


Para­dó­ji­ca­men­te, este es el sec­tor de la pobla­ción don­de se extien­de, mayo­ri­ta­ria­men­te, la pan­de­mia de sobre­pe­so y obe­si­dad en el país, el pri­me­ro a nivel mun­dial de esta enfer­me­dad en niñas y niños. Por eso, en el Ali­men­to para todos, pro­cu­ran que la comi­da que dis­tri­bu­yen sea sufi­cien­te para apor­tar la mitad del reque­ri­mien­to caló­ri­co de una per­so­na. Sin embar­go, eso no sig­ni­fi­ca que su con­te­ni­do sea nutri­cio­nal­men­te ade­cua­do. Bue­na par­te de la comi­da que entre­ga el ban­co es ultra­pro­ce­sa­da, con altos con­te­ni­dos en sodio, en calo­rías y azúcares.


Esta es una prác­ti­ca común de la indus­tria de comi­da ultra­pro­ce­sa­da. El ejem­plo más recien­te suce­dió en medio de la pan­de­mia de COVID-19. El 3 de julio, Fem­sa, la prin­ci­pal embo­te­lla­do­ra y dis­tri­bui­do­ra de Coca Cola en Méxi­co, pre­su­mió un dona­ti­vo hecho al gobierno de Nue­vo León, uno de los esta­dos que con­cen­tran gran par­te del capi­tal de inver­sión indus­trial del país.

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(Ima­gen: María Ruiz y Archivo/​Comer con la vista)

La entre­ga: un millón de litros de refres­cos y bebi­das azu­ca­ra­das para el per­so­nal de la salud que com­ba­te el virus en los hos­pi­ta­les, 20 mil des­pen­sas des­ti­na­das a comu­ni­da­des vul­ne­ra­bles y 45 mil artícu­los médi­cos y 27 mil kits de sani­ti­za­ción. Ese mis­mo día, un tuit de Miguel Tre­vi­ño, alcal­de de San Pedro Gar­za Gar­cía, uno de los muni­ci­pios del esta­do don­de se repar­tie­ron los dona­ti­vos, cau­só revue­lo. La ima­gen: una seño­ra con cubre­bo­cas car­gan­do cua­tro litros de Fan­ta, el refres­co sabor naran­ja. Cua­tro litros de refres­co en un país en el que sie­te de cada 10 per­so­nas que han muer­to has­ta aho­ra por COVID pade­cían pre­via­men­te dia­be­tes, hiper­ten­sión, tenían obe­si­dad o algu­na enfer­me­dad cardiovascular.

San Pedro Gar­za Gar­cía es el muni­ci­pio más rico de Amé­ri­ca Lati­na, pero, según un estu­dio de la Secre­ta­ría de Desa­rro­llo Social y Humano del gobierno local, en 2019, allí vivían, por lo menos, 44 mil per­so­nas en situa­ción de vul­ne­ra­bi­li­dad y pobreza.

Duran­te la pan­de­mia, orga­ni­za­cio­nes no guber­na­men­ta­les y de la socie­dad civil recla­ma­ron que deben res­pe­tar­se los linea­mien­tos de dona­ti­vos en casos de emer­gen­cia huma­ni­ta­ria suge­ri­dos por la Orga­ni­za­ción de las Nacio­nes Uni­das para la Infan­cia y la Edu­ca­ción, la UNICEF. “Lo que dicen es que, para que poda­mos tener una ali­men­ta­ción nutri­ti­va, sobre todo, estas pobla­cio­nes vul­ne­ra­bles, es muy impor­tan­te que, en situa­cio­nes de emer­gen­cia huma­ni­ta­ria como esta, se sigan cier­tos cri­te­rios nutri­men­ta­les para garan­ti­zar la cali­dad de las dona­cio­nes”, resu­me Katia Gar­cía, inves­ti­ga­do­ra ali­men­ta­ria de El Poder del Con­su­mi­dor, una orga­ni­za­ción civil que, entre otras cau­sas, pro­mue­ve el eti­que­ta­do y la regu­la­ción de pro­duc­tos ultraprocesados.

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(Ima­gen: María Ruiz y Archivo/​Comer con la vista)

“No es que solo sean malos por ser pro­duc­tos con exce­so de gra­sas o de sal, es el exce­so (en el con­su­mo) de estos lo que pone en ries­go la salud de los que lo reci­ben, que de por sí es vul­ne­ra­ble. Si en la dona­ción, que se con­si­de­ra un apo­yo, se está dan­do ali­men­tos con esas carac­te­rís­ti­cas nutri­cio­na­les, enton­ces, no se está dan­do lo que la gen­te nece­si­ta para tener una salud ade­cua­da”, expli­ca Katia.

“Hay ali­men­tos empa­que­ta­dos que están bien, como los fri­jo­les, las legu­mi­no­sas, gra­nos y algu­nas semi­llas que pue­den dar esos apor­tes nutri­men­ta­les que nece­si­ta­mos. Esta­ría muy bien que dona­ran cerea­les como el ama­ran­to o la ave­na que pue­den dar lo que nece­si­ta­mos de car­bohi­dra­tos y que son un ali­men­to balan­cea­do, pero lo que más inclu­yen son azú­ca­res, que dan ener­gía de momen­to, pero que no nutren a lar­go pla­zo. Que sean una cues­tión de recu­pe­ra­ción o des­per­di­cio no sig­ni­fi­ca que deje de tener estas repercusiones”.

Una ayu­da… ¿siem­pre es ayuda?

Afue­ra del bode­gón, den­tro de una de las camio­ne­tas en fila, espe­ra una mujer. Des­de la cabi­na, sin dejar de ver su celu­lar, como si no pres­ta­ra dema­sia­da aten­ción, dice: “Hoy, pare­ce que todo mun­do nece­si­ta este apoyo”.

“Noso­tros tene­mos cer­ca de dos mil per­so­nas ‑sigue-. Vas che­can­do en la comu­ni­dad la gen­te que lo requie­re y, hoy, todo mun­do nece­si­ta. Es más, yo creo que es más fácil que un alba­ñil o una per­so­na que se dedi­ca a algún tra­ba­jo más sen­ci­llo ten­ga mayo­res entra­das de dine­ro aho­ri­ta con esto de la pan­de­mia que inclu­so una per­so­na que tenía algún nego­cio. En ese enten­di­do, aho­ri­ta esta­mos tra­ba­jan­do con todo el mun­do que lo pue­de nece­si­tar. Tene­mos tan­tas fami­lias aho­ri­ta que te pue­do decir que toda esa gen­te tie­ne un ali­vio, pue­den pasar la pan­de­mia de for­ma más digna”.

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(Ima­gen: María Ruiz y Archivo/​Comer con la vista)

La seño­ra pide ano­ni­ma­to por­que, si la gen­te del ban­co se ente­ra que está con­tan­do cosas sobre las dona­cio­nes, podrían qui­tar­le el apo­yo. Seña­la las cáma­ras que rodean al bode­gón. “Nos tie­nen che­ca­di­tos”, dice. A pesar de que se bus­có el per­mi­so de Ali­men­to Para todos para acu­dir a las ins­ta­la­cio­nes y regis­trar el pro­ce­so de empa­que y selec­ción de la comi­da, el ban­co se negó. Argu­yó las con­di­cio­nes sani­ta­rias por la pan­de­mia de COVID.

Des­de su camio­ne­ta, la mujer no ve nin­gún con­flic­to en que las mar­cas de comi­da lan­cen estos dona­ti­vos a comu­ni­da­des empo­bre­ci­das. Ella ve los bene­fi­cios inme­dia­tos para quie­nes reci­ben la comi­da que aquí lla­man recu­pe­ra­da. “Te voy a poner un ejem­plo”, dice al momen­to que apa­ga la pan­ta­lla del celu­lar, como si aho­ra sí fue­ra seria la conversación.“Ves vie­ji­tos que veías tan des­gas­ta­dos, que cuan­do tie­nes tú la opor­tu­ni­dad de dar­les el Ensu­re –un suple­men­to nutri­cio­nal pare­ci­do a las fór­mu­las lác­teas, pero enfo­ca­do a per­so­nas de la ter­ce­ra edad – . ¡Es que sabes tú el pre­cio que tie­nen en el mer­ca­do! Dicen que lo ideal es dar­les uno dia­rio, yo no les pue­do dar uno dia­rio, pero sí míni­mo tres para toda su sema­na. Yo sí los veo res­ta­ble­ci­dos aní­mi­ca y físi­ca­men­te. Yo no pue­do hablar nada mal del ban­co”, dice muy con­ven­ci­da. Ella ope­ra una aso­cia­ción civil que hace de inter­me­dia­rio entre el ban­co y la gen­te que reci­be la comida.

Al res­pec­to, en entre­vis­ta tele­fó­ni­ca, Ana Larra­ña­ga, coor­di­na­do­ra de inci­den­cia de Con­tra­pe­so, una coa­li­ción de Orga­ni­za­cio­nes de la Socie­dad Civil que hace vigi­lan­cia de las empre­sas ali­men­ta­rias, ase­gu­ra que muchos de estos dona­ti­vos, en reali­dad, son estra­te­gias de mer­ca­do­tec­nia. “Creo que hay un com­po­nen­te muy fuer­te de mar­ke­ting, por­que las accio­nes de las indus­trias tie­nen muchas señas de la mar­ca. Lle­van botar­gas de bote­llas de Coca-Cola a las dona­cio­nes, cosas que son inne­ce­sa­rias para hacer un dona­ti­vo. Son esfuer­zos enfo­ca­dos a un públi­co infan­til, pero va más allá de eso. No es solo posi­cio­nar su mar­ca. Hay un esfuer­zo por engran­de­cer estas accio­nes ante las auto­ri­da­des loca­les de salud para posi­cio­nar a estas indus­trias como un actor legí­ti­mo que debe for­mar par­te de los esfuer­zos de salud públi­ca en la pobla­ción”, argu­men­ta.

Con­tra­pe­so es un gru­po de más de 10 orga­ni­za­cio­nes que, entre sus esfuer­zos, han impul­sa­do el impues­to a bebi­das azu­ca­ra­das que se apli­ca des­de 2014 en el país. Tam­bién pro­mue­ven el eti­que­ta­do de aler­ta en pro­duc­tos altos en azú­ca­res, sodio y gra­sas; y cam­pa­ñas en con­tra de la publi­ci­dad de comi­da ultra­pro­ce­sa­da diri­gi­da a niños.

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(Ima­gen: María Ruiz y Archivo/​Comer con la vista)

¿Has­ta dón­de lle­ga el impac­to de estas supues­tas dona­cio­nes? Según Ana, pue­den tener una reper­cu­sión muy pro­fun­da. “No es que por con­su­mir­los una vez te vaya a dar dia­be­tes, pero su con­su­mo pue­de gene­rar una per­cep­ción de que son pro­duc­tos salu­da­bles y que ayu­dan a las fami­lias que los reci­ben, cuan­do no es así”.

Los ban­cos de ali­men­tos y las empre­sas con las cua­les se alían ope­ran en vacíos que preo­cu­pan a orga­ni­za­cio­nes como Con­tra­pe­so y El Poder del Con­su­mi­dor. “Es una cues­tión de repen­sar qué sig­ni­fi­ca dar un dona­ti­vo ‑expli­ca Ana Larra­ña­ga-. En teo­ría, debe­ría ser ayu­dar a una per­so­na que lo nece­si­ta y, para eso, se deben cum­plir con carac­te­rís­ti­cas que abo­nen: si el pro­duc­to está echa­do a per­der, es cha­ta­rra y pue­de cau­sar un des­con­trol en los hábi­tos ali­men­ti­cios, no los vas a ayu­dar. Se debe cui­dar mucho la cali­dad de lo que se está donan­do. La gen­te ten­dría que aca­tar esas reco­men­da­cio­nes. La Cruz Roja, por ejem­plo, tie­ne una lis­ta muy cla­ra de qué se debe donar y la gen­te se ape­ga a ello”.

Altruis­mo que cuesta

Des­pués de cua­ren­ta minu­tos, el camión “Vicen­tino” ter­mi­na de car­gar los dona­ti­vos que se lle­va­rá este día. Los por­to­nes de metal del bode­gón se abren y la camio­ne­ta, con las llan­tas bajas de tan­to peso, tam­ba­lea hacia el final de la calle.

“Ahí todo se ven­de, nada se rega­la ni se dona ‑advier­te otro hom­bre que espe­ra su turno-. Ellos le lla­man ‘hoja de recu­pe­ra­ción’, ahí está la rela­ción de quién les depo­si­tó de regre­so. Es una ven­ta”, com­ple­ta mien­tras ter­mi­na su almuer­zo en otro de los pues­tos de desa­yu­nos calle­je­ros. Habla recar­ga­do sobre un muro, como disi­mu­lan­do la con­ver­sa­ción. “Aquí hay ore­jas por todos lados y tie­nen cáma­ras de video en toda la calle. Todos lo sabe­mos y, si me ven hablan­do con­ti­go, me pue­den suspender”.

Vie­ne des­de Cuau­te­pec, una colo­nia en la peri­fe­ria nor­te de la ciu­dad, cer­ca del Reclu­so­rio Nor­te. Allá, con la comi­da que reco­ge en el ban­co, arma cajas indi­vi­dua­les que ven­de entre 100 o 120 pesos. Dice que así ope­ra la mayo­ría de las orga­ni­za­cio­nes que reco­gen comi­da en el ban­co. La reven­ta no es un nego­cio, dice el hom­bre, es para cubrir los gas­tos ope­ra­ti­vos tan­to suyos como del ban­co. “Uno cree que son dona­ti­vos, pero, si no regre­sas con el depó­si­to corres­pon­dien­te, no te lo vuel­ven a dar”. Cuen­ta tam­bién que el dere­cho de lle­nar una camio­ne­ta con comi­da antes le cos­ta­ba 5 mil pesos (unos 225 dóla­res) y, hoy, le cobran 20 mil (unos 900 dólares).

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(Ima­gen: María Ruiz y Archivo/​Comer con la vista)

¿Qué hay en los paque­tes dona­dos que él reven­de? “Trae ver­du­ra, aba­rro­tes, muchas cosas ‑dice-. Sí trae de todo y, pues, lo que sea es bueno, ¿qué no? Es con­su­mi­ble. Hay muchas cosas cadu­cas de un año o has­ta ocho meses ”, dice acer­ca de las donaciones.

Maria­na, la direc­to­ra de Rela­cio­nes Públi­cas de la ONG, deta­lla que cuen­tan con un par­que vehi­cu­lar de 33 trái­le­res y camio­nes de car­ga, todos rotu­la­dos con sus logo­ti­pos. Pero se usan solo para reco­lec­tar los dona­ti­vos de las empre­sas por­que no serían sufi­cien­tes para repar­tir los dona­ti­vos entre todos los bene­fi­cia­rios. Ade­más, con­si­de­ran que se tra­ta de una “corres­pon­sa­bi­li­dad” .

En su sitio de Inter­net, Ali­men­to para todos tie­ne un apar­ta­do en el que invi­ta a los donan­tes a super­vi­sar las accio­nes de redis­tri­bu­ción en cual­quier momen­to, pre­su­me que sus finan­zas son audi­ta­das por un des­pa­cho externo y rin­de cuen­tas a la Jun­ta de la Asis­ten­cia Pri­va­da, la auto­ri­dad que nor­ma y vigi­la que las ins­ti­tu­cio­nes de Asis­ten­cia Pri­va­da ope­ren de mane­ra ade­cua­da, es decir, que logre un sis­te­ma de reven­ta de comi­da “recu­pe­ra­da”: sobras de ultra­pro­ce­sa­dos a gra­nel, cosas por ven­cer, empa­ques daña­dos que ya no lucen bien en el super­mer­ca­do. Es lo más jus­to que este sis­te­ma ali­men­ta­rio pare­ce dis­pues­to a darles.

Fuen­te: La Tin­ta

Itu­rria /​Fuen­te

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