Por Jorge Aníbal de la Cruz Mendoza. Resumen Latinoamericano, 24 de septiembre de 2020.
Él no está muerto, al menos que una mamá no sienta la punzada del dolor en el alma, esa insoportable angustia de saber qué pasó en aquella noche cuando esas bestias se llevaron a nuestros hijos. Yo siento que estará por ahí con los 43 muchachos. Por eso los buscaré a todos porque también son mis hijos, seguiré exigiendo a las autoridades que regresen a nuestros niños.
Una vez soñé a mi mamá, ella murió el 1 de julio de 2014; un día fui a su panteón llorando le dije: ‑desde que te viniste me quedé con muchos problemas, dígame a través de los sueños si mi hijo está contigo y me voy a quedar tranquila, si no está de todas maneras no me niegue la verdad. Se lo pido como almas mensajeras que andan volando en este mundo.
A los dos días soñé que andaba en un campo buscando a los muchachos, les andaba gritando de un lado a otro y de pronto miré a mi hijo aquí, en la casa con una sonrisa como solía desprenderse conmigo, pero luego empecé a regañarlo – ¿pero por qué no me dijiste en dónde estaban? … él empezó a llorar y dijo ‑ay mamá, si ni nosotros sabemos dónde estamos.
Aquí nos tienen encerrados como borregos – ¿A todos?, pregunté. Sí, a la mayoría, a algunos no los he visto pero aquí estamos todos encerrados y no sabemos dónde estamos. Desde entonces he pensado que mi hijo no está muerto porque hablé con mi mamá y ella me mandó esa señal. Mi hijo va a llegar pase el tiempo que pase, no importa mi sufrimiento, pero que lleguen.
Conozco bastante bien las almas humanas para prever que pensarán en la ausencia, que el Estado me arrebató de mis entrañas a mi hijo. Lo más cruel es que piensen en mi desgracia, que me miren con lástima, pero me importa un bledo. Que piensen lo que quieran… el volverá a bailar conmigo, relata doña Carmelita Cruz Mendoza, madre de Jorge Aníbal Cruz Mendoza, normalista desparecido el 26 de septiembre de 2014. Y de aquí en adelante sus lágrimas, sonrisas y sentipensares irán tejiendo sus recuerdos cual gritos desesperados llaman a su hijo. Ella continúa:
Este 14 de agosto cumplió 24 años. Un día como este, en 1996, nació en esta comunidad de Xalpatlahuac, municipio de Tecoanapa, Guerrero. Lo extraño como el primer día que contemplé su rostro. Veo jóvenes de su edad con quienes a menudo salía jugar en el campo deportivo y a veces me imagino que él viene ahí; le digo a mi papá que me estoy quedando loca porque en esos muchachos veo a mi hijo.
Jorge de niño era travieso. A los cinco años andaba jugando con sus amigos, pero si le daba sed o tenía hambre llegaba conmigo para que le diera “pecho”, “mamá dame chichi” y se metía entre mis blusas. Muy tremendo. Vete a jugar con los demás niños, le decía, pues no, ya cuando sentía estaba aquí pegado nuevamente.
Cuando lo fui a inscribir a la escuela preescolar tenía cuatro o cinco años. También llevé a un hermanito, Edilberto Cruz Mendoza, un año mayorcito que Jorgito. Llegamos a la escuela e inscribí a Jorge Aníbal, mi hijo quien lleva mis apellidos por problemas con mi esposo. Entonces la maestra preguntó ¿quién es Jorge Aníbal Cruz Mendoza? Maestra, «ero [soy] niño presente», respondió. – Ay, me dio una risa que llegué a la casa contándoles a todos. La risa se fue de pared en pared, revotando de esquina a esquina. Mi hermanito siguió la mismo: «yo ero morito presente».
De niño era juguetón, travieso y no tenía miedo. Él llegó a la escuela y andaba jugando con los demás niños, le dije me voy a ir, pero no vayas a llorar, – no, si yo ni lloro, digo. Entonces voy a venir por ti, pero me digo que no fuera.
Esos trazos curvos en la libreta fueron convirtiéndose en letras; sus dibujos tomaron forma al colorearlos. Ahí estaba la representación de su mundo y en los crucigramas su pensamiento. Con el tiempo debía cursar la primaria, lo inscribí en la mañana, sin embargo, como hay dos turnos, unos compañeros de él iban en la tarde por lo que al culminar su turno se fue a la tarde. En las primeras ocasiones el niño no llegaba en todo el día.
Pensamos que había sucedido algo o quizá se había quedado a jugar por ahí, pero cuando llegué a su escuela resulta que se había metido al turno de la tarde para estar con sus compañeros. Así fue que decidí que estudiara en la tarde. Atento en las clases se perdía en el tiempo de las sumas, restas y lectoescritura de las sílabas. En las mañanas me seguía, jugaba un poco y realizaba su tarea si en la tarde del día anterior no terminaba.
Los días y los años pasaron. Había terminado la primaria, pero yo me tenía que ir a Estados Unidos ante la precaria situación de la familia. Sus estudios de la secundaria transcurrieron sin mi presencia, pese a que le mandaba recursos económicos no contaba con el cariño.
En la secundaria unos escogen taquimecanografía, corte o dibujo. Jorge Aníbal le tocó dibujo, pero tuvo que ir a convencer a los maestros porque se había inclinado por taquimecanografía, al final quedó, pero tenía que llevar su propia máquina. Me dijo que le comprara su máquina. Ahí la tengo colgada todavía.
Cuando estaba en Estados Unidos mi preocupación era porque él desde los 13 años de edad andaba montándole a los becerros, pero a los 14 años de edad los toros eran más grandes. Un día se fue a escondidas de mi mamá a Las Mesas, había un jaripeo, aún tengo las fotos. Imaginaba que en cualquier rato esos animales podrían darle un “pisotón”. Hablaba con él para decirle que no anduviera con los toros, pero me dijo que si me regresaba el dejaba. Así que me desesperé y me vine porque a mis papás no les iba hacer caso. Así con Jorge Aníbal.
Le daba consejo a distancia, hijo pórtate bien esos animales pesan toneladas, te va a lastimar y yo no quiero un niño “manco”, ¿y si te pisa la cabeza?, vas a quedar loquito, cuídate mucho, ¿no te quieres?, así lo regañaba. Lo motivaba, ¿qué quieres que te compre y dejas de hacer eso? Me decía ‑no es eso mamá, si yo ni monté. Le enseñaba la foto y él sólo reía ‑ay mami pues ya vente. Me vine porque le dije que si a él le pasaba algo yo me iba a morir. Llegué justo cuando el terminaba la secundaria. No quiso tener padrinos, prefería que lo acompañaran todos porque así le darían más regalos.
Ya en bachilleres entró a dos talleres en la cual se requería de una computadora, se la compré para que pudiera estar preparándose. El último año de bachillerato que cursó yo había ido a trabajar a la Ciudad de México, pero como ocho días antes de que fuera 10 de mayo ‑me dice, mamá ¿vas a venir? Yo no quería mucho porque mi hija iba a tener a su bebé en esos días, nació el 6 de mayo. Y nuevamente me habla, ya nació el niño, ¿verdad? Le dije que sí, pero de todas formas no iba a poder estar con él. No obstante, insistió que si no iba le sería difícil salir en alguna obra de teatro que sacarían. No aguanté el sentimiento ni aquellas palabras de mi hijo, llegué a su obra.
Me convertí en la fotógrafa en tanto él presentaba su obra de teatro. Luego inició el baile, me fue a sacar a bailar y me dio un regalo; me dio unos chocolates, unas rosas y unos aretes de oro. Es uno de los recuerdos muy bonitos que tengo. Mi hijo es bien cariñoso. Él no tomaba ni fumaba, siempre a mi lado, incluso mi mamá me decía que buscara una pareja porque no quería verme sola, pero mi hijo dijo que no necesita un esposo por eso estaba él para cuidarme. Es muy celoso mi hijo, nunca quiso que tuviera otra pareja y yo preferí a mis hijos, en ese entonces tenía como unos 22 o 23 años de edad.
Él hacía planes de sembrar camote, su papá tiene un terreno cerca del río. ‑imagínese, llenaremos un carro de camote para vender y tenderemos dinero para vivir. La idea de él es que no me fuera a trabajar. Todo el tiempo se la pasaba pensando que hacer para que estuviéramos juntos. Otra de las ideas que tiene es comprar becerros y engordarlos para vender; lo principal es que tenía pensamientos de hacer un rancho.
Pero aquí me dejó. Alzó las alas para volar, no sé cómo le entró las ganas de ser maestro. Se fue a la Escuela de Ayotzinapa por dos meses y ya no llegó.
Yo le decía que no fuera a la escuela de Ayotzinapa. Un tiempo vivimos en la Ciudad de México. Yo estuve trabajando en una escuela privada porque cuando trabajé en un vips conocí a una amiga y su mamá era dueña de esa escuela. Después de un tiempo la encontré de nuevo, ¿ahora qué haces? ¿No quieres trabajar con nosotros? Puedes trabajar ayudándonos con los niños cuando se caen para levantarlos o contestar las llamadas u otra cosa. Trabajé como tres o cuatro años.
Jorge Aníbal tuvo opciones, hizo examen en la UAM-Xochimilco porque yo no quería que se viniera a Ayotzinapa. Yo sabía que el gobierno mataba a los muchachos, pero me dijo que en su año no iba a pasar nada, además junto con sus primos y amigos lo animaron aún más. Le dije que no se fuera y que era mejor en la Ciudad de México, pero fue a realizar el examen y para la mala suerte se quedó.
Recuerdo cuando me dijo que él quería estudiar para que no trabajara más. Su idea es tener un trabajo en hacienda para que yo pudiera hacer lo que quisiera: pintarme el pelo, las uñas…
Le gustaba sembrar maíz en el campo con sus amigos, sin que nadie pudiera detenerlo, pareciera que era la esperanza en los surcos que parecían a sus crucigramas; él sabía que al día siguiente no era el mañana sino el hambre, pero el campo lo llamaba a las cinco de la madrugada. Nunca pude convencerlo para que no fuera a trabajar.
Algo más que le gusta es ir al río, hay una poza que le llaman la Cocomoca, cuando yo nací ya estaba la poza, está cerca y ahí se echaba un chapuzón, casi que el agua salía de ola en ola.
Lo que más me preocupa es que en junio murió su caballo. ¿Qué le voy a decir cuando regrese a casa? Ya estaba viejo, hace diez años se lo compré, justo cuando regresé de Estados Unidos. El 24 de junio se hacen carreras de caballo en el pueblo y se lo compré porque lo quiero mucho. No fue mi culpa sino su vejez, pero será lo primero que compre cuando él regrese.
De momentos mi alma se llena de tristeza, lloro y quiero correr al campo, a la poza del río, pero sé que lo veré. Así me la he pasado todo el tiempo, con la angustia. Desde que ya no está conmigo me he enfermado de diabetes. Pienso mucho en él ¿y si se enferma? ¿Quién le dará una pastillita?
Ha pasado casi seis años con la ausencia de mi hijo, no puedo evitar llorar. Lo extraño y quiero mucho. Estoy guardando su cama, cuando él llegue dormirá ahí. También guardo su ropa, calzado y cada vez que salgo le compro ropa nueva, sobre todo en sus cumpleaños y cobija nueva pensando en que va a llegar un día. Todas sus cosas lo están esperando, su hermano, hermana y yo ni se diga.
Seguimos esperando que regrese, pero no queremos que nos entreguen fragmentos. No quiero imaginarme más cosas, sin embargo, tengo miedo que el gobierno nos entregue a nuestros hijos de pedacitos. Lo importante es que en mis sueños Jorgito regresa.
Publicado originalmente en Tlachinollan
FUENTE: desInformemonos