Por Jose E. Muratti Toro*, Resumen Latinoamericano, 05 de septiembre de 2020.
Si algo revela la Convención del Partido Republicano en los EEUU, es que el país despierta del sueño provocado por el canto de sirena de las corporaciones multinacionales, sus inversores de Wall Street y sus políticos, efusivamente dispuestos a favorecer aún más a los ya privilegiados por sobre y a costa del bienestar de todos sus ciudadanos, los no-blancos objeto de sus prejuicios y justificación de su falsa superioridad, y los blancos que se niegan a aceptar que están siendo tan explotados como sus fabricados adversarios de clase y raza.
Si Trump llegase a revalidar, la sociedad estadounidense implosionará. Si Biden ganase, tendrá que liderar un movimiento de redistribución de riqueza que para ellos será «radical», pero que permitiría removerle la válvula a la olla de presión que el sistema ha exacerbado desde los ’70 del siglo pasado. No será fácil, el «trumpismo» sobrevivirá a su auto-ungido hombre-que-quiso-ser-rey, y se transformará en una nueva versión de la supremacía blanca que resurgió en el Tea Party durante la presidencia de Obama y que eligió a Trump.
Esta es una de esas «hora de la verdad» que tendremos la ocasión de observar, soportar o sufrir, a partir de diciembre de 2020, cuando por fin se confirmen los resultados.
Los posibles escenarios no son halagadores ni nos brindarán acá, en el paisito, otras oportunidades que las que formulemos nosotros mismos. Nuestras posibilidades descansarán en nuestra capacidad de vencer la adicción a la avaricia y el consumo que nutren y se alimentan de la corrupción, y en nuestra capacidad de reinventarnos como una sociedad que valora tanto su cultura como su productividad para beneficio propio. De lo contrario, nos aguarda un sistema no muy distinto al de tantas repúblicas empobrecidas a las que se les culpa de su supuesta incapacidad de superar la indigencia, ignorando el hecho de que todos somos rehenes del Mercado que controla lo que comemos, dónde dormimos y por quién votamos.
Ningún país tiene, por obligación, que ser pobre solo porque sea libre. Sus políticos, y los mercaderes comerciales que los controlan, lo empobrecen para su enriquecimiento personal. Nosotros acá podemos revertir ese patrón, pero tenemos que superar la trivialidad que se ha convertido en nuestra principal divisa en el discurso público, la hostilidad con que nos tratamos por diferencias mucho menos significativas que las injurias que se cometen contra todos nosotros por los pocos privilegiados y sus muchos seguidores, oportunistas o cándidos creyentes, y la creencia generalizada de que tenemos lo que nos merecemos pues conocemos demasiados ejemplos de cuánto algunos de nosotros se aprovechan de los pocos beneficios que recibimos y los convertimos en moneda de canje por enseres, contrataciones, bisuterías y photo-ops.
Un exiguo excedente de toda la riqueza que hemos producido para tantos otros (estadounidenses, británicos, alemanes, franceses, suizos, españoles, suizos, mexicanos y peruanos) solo en el pasado medio siglo, sería suficiente para no haber contraído la deuda.
Sería suficiente para no haber acumulado tanto deterioro que sigue sangrando nuestros recursos y convenciendo a nuestros empleados que la mejor venganza contra el patrono gubernamental por el discrimen y la marginación es la ineficiencia o el mismo robo con que se enriquecen sus funcionarios.
Sería suficiente para contar con la riqueza interna que sufragaría el establecimiento de empresas agrícolas, manufactureras, financieras y comerciales, que compitiesen a nivel mundial. Sí, clase mundial, pues nos hemos convertido en excelentes profesionales y trabajadores, que han maximizado las ganancias de algunas de las más exitosas (y explotadoras, contaminantes y delictivas) empresas del mundo, trabajando por salarios y compensaciones inferiores a las de sus empleados “nacionales”.
Somos tan capaces que hemos convertido nuestra colonización en dos realidades paralelas: una de consumo desmedido y dependencia, y una de desempeño de excelencia de clase mundial. No es casualidad que haya tantos puertorriqueños ocupando puestos de gran responsabilidad y prestigio en tantas firmas a nivel internacional.
El gran desafío para quienes aspiramos a un futuro alterno para nuestra isla, es aprender a descontaminar a esa parte de nuestra población adicta al consumo, al engaño de los más cándidos e ignorantes, y al enchufe con el partido de turno para recibir lo más posible a cambio del menor esfuerzo, y convertir a los que no han sucumbido a esta adicción y sus vicios, en la próxima generación de agricultores, empresarios, inversores, inventores, gerentes y empleados que antepongan el bienestar de la mayoría al exclusivo privilegio de la minoría.
Cada vez surgen más testimonios de jóvenes que no aspiran a ser millonarios y poseer todo lo que se anuncia por la TV y el internet. Son jóvenes que aspiran a un salario decente, un hogar decente, una educación decente, un sistema de salud decente y a una igualdad de oportunidades que recompense el talento y desaliente el chanchullo y la componenda.
Tenemos una riqueza intelectual, emocional, cultural y creativa que compara favorablemente, no solo con nuestros vecinos inmediatos, sino con todo el mundo. Fuera del mundo occidental que se enriqueció a costa de sus colonias, nuestra productividad y nuestra producción empresarial, ocupacional y artística, despunta por sobre gran parte del mundo.
Pero los políticos de carrera (o sea los que viven del erario y las prebendas de las empresas que les manipulan) nos han convencido de que no podemos, que somos incapaces, que somos inferiores y, como el o la joven que han convencido de su fealdad, se mira en el espejo y vemos no lo que es sino lo que los demás le han persuadido que es, con todo y verrugas, debilidad e insuficiencia.
La colonia nos ha capacitado para maximizar nuestros recursos naturales humanos y convertirnos en extraordinarios representantes de nuestras disciplinas. De igual forma nos ha incapacitado al sumirnos en la dependencia, la desigualdad y la pobreza. Necesitamos elegir entre lo que le conviene a quienes se benefician de que la mayoría viva marginada y empobrecida, y lo que nos conviene a todos, los que han triunfado económicamente y los que no han tenido verdaderas oportunidades de lograrlo por cuenta propia, pero se han destacado con esfuerzo y tesón.
Podemos ver la colonia como el grillete y la cadena amarrada a una pequeña estaca que le impide al elefante moverse por estar convencido que no puede, o podemos vernos como la fiera de Tasmania que los rancheros no logran encerrar ni tan siquiera con muros de cemento sin puertas ni ventanas y que, como el golpe de río, siempre se sale del atolladero.
Podemos escoger entre vencer a nuestros inculcados miedos y nuestros formidables desafíos, con nuestros no menos formidables talentos y probadas capacidades. O, podemos darnos por vencidos y ni siquiera intentar liberarnos del grillete mental que nos mantiene inmóviles como el poderoso elefante. De nosotros depende.
*Fuente: 80 grados