Por Andrey Manchuk. Resumen Latinoamericano, 28 de septiembre de 2020.
Los patriotas ucranianos están de fiesta. Las tres aeronaves B‑52 con capacidad nuclear han vuelto a aparecer por los cielos de Ucrania. Despegaron desde una base militar británica y volaron al mar Negro escoltados por bombarderos de la aviación ucraniana. El primero de los vuelos se produjo el 4 de septiembre y ahora se han convertido en regulares, aumentando así las tensiones militares y políticas en esta región de Europa.
“Este tipo de patrullas serán regulares. Los B‑52 proporcionan capacidad de defensa colectiva para Estados Unidos y los socios y aliados de la OTAN, así como capacidad estratégica y operativa para contener a Rusia”, informó el servicio de prensa de las fuerzas Armadas de Ucrania.
El público ucraniano no ha sido informado de nada hasta después de los hechos, que han polarizado la opinión pública. Muchos se han sorprendido de que aeronaves extranjeras capaces de realizar un ataque nuclear vuelen sobre sus cabezas. Al fin y al cabo, las aeronaves rusas despegan para interceptar los bombarderos estadounidenses y, en el futuro, eso podría provocar un conflicto armado sobre ellos.
Pese al mantra de la defensa colectiva, todos saben que los Boeing B‑52 Statofortress son armas ofensivas de primera ola. El hecho de que este tipo de aeronaves vuelen cerca de Rusia, aproximándose a la frontera desde territorio ucraniano, parece un ensayo para una agresión militar que, de ocurrir, haría de Ucrania la primera línea del frente, con las consecuencias que eso acarrea para la población.
Pero el partido de la guerra no tiene miedo de ser el epicentro del apocalipsis nuclear y sueña abiertamente con las llamas purificantes. Es más, los nacionalistas se alegran de la escalada militar en los cielos de su país y consideran las patrullas una gran “ayuda”. Estas personas están contentas con los bombarderos extranjeros que les sobrevuelan. Puede que lleven armas nucleares, pero eso no les produce miedo sino admiración. Según el diputado Maxim Buyansky, el público patriota celebra los aviones estadounidenses como un pueblo que con entusiasmo da la bienvenida a los colonizadores. “Los cielos ucranianos han dado la bienvenida a tres extraños y magníficos visitantes: tres bombarderos estratégicos de la aviación estadounidense Boeing B‑52”, escribió el Kyiv Post. Esas palabras reflejan el sentir general de la élite política de Kiev.
Lo que está ocurriendo recuerda a la trama de la clásica película antibelicista “¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú”. Esta sátira antimilitarista, rodada en el género del humor negro y grotesco, se estrenó un año después de la crisis de los misiles. El legendario director Stanley Kubrick ridiculizó en ella el ultranacionalista patriotismo que, de facto, se ha convertido ahora en la ideología del Estado ucraniano moderno. La trama del film es más que relevante para la Ucrania actual: un grupo de fanáticos americanos anticomunistas comienza espontáneamente un ataque nuclear contra la Unión Soviética usando los mismos bombarderos nucleares. En el momento del ataque, el bombardero Boeing se atasca, pero su comandante, el mayor Kong, personalmente suelta la bomba y vuela con ella hacia tierra mientras saluda con su sombrero de vaquero a la victoria.
Esa famosa imagen, un símbolo del triunfo de la locura de los militaristas de extrema derecha, representa a toda una generación de activistas nacionalistas ucranianos. Han sido educados para llamar a una eterna guerra de civilizaciones contra las hordas del este y siempre han querido acabar con una cruzada para que las fuerzas del Mundo Libre conviertan Moscú en un desierto nuclear. El destino de Ucrania no importa, hasta el punto de que los patriotas están dispuestos a sacrificar su patria por el bien de la puesta en marcha de su misión histórica sagrada. Estos caricaturescos cruzados no tienen ningún miedo a las bombas nucleares estadounidenses y con bastante sinceridad muestran su amor por ellas en sus blogs.
Esos fanáticos son, por supuesto, una minoría. Gran parte del público nacionalista está seguro de que no habrá una guerra y que Moscú recibirá presiones combinadas con sanciones económicas y vuelos “defensivos”. Pero la vida en ocasiones presenta a esos optimistas sorpresas inesperadas. El episodio del lanzamiento de la bomba con el que Kubrick acaba su película está inspirado en un incidente real ocurrido en Carolina del Sur, donde un bombardero estadounidense accidentalmente lanzó una de sus bombas durante unas maniobras rutinarias. Y eso podría llevar a una catástrofe de magnitud sin precedentes.
Ese tipo de incidentes han ocurrido en bombarderos estratégicos repetidamente y en diferentes partes del mundo, donde la aviación estadounidense estaba “defendiéndose contra el enemigo”. Ha habido incidentes nucleares en España y en Groenlandia así como en Estados Unidos. El episodio más famoso se produjo cerca de Goldsboro, cuando un B‑52 se colapsó de repente sobre Carolina del Norte. Una de sus bombas termonucleares, que era 260 veces más potente que la de Hiroshima, no explotó de milagro. Tres de los cuatro mecanismos de seguridad fallaron y el único salvó a Estados Unidos del desastre. Otra bomba cayó en un pantano y aún no se ha encontrado. En lugar de eso, se creó una zona de seguridad especial alrededor de ese territorio. En algún lugar permanece aún el uranio perdido, contaminando las aguas subterráneas con radiación.
¿Quién garantiza que ese tipo de accidentes no se van a producir sobre el territorio de Ucrania o sobre el mar Negro, donde las aeronaves estadounidenses vuelan actualmente desde territorio ucraniano? No es algo imposible, teniendo en cuenta la respetable edad de los Boeing estratégicos, que acostumbran a sufrir roturas o errores de sus pilotos. Un incidente podría perfectamente provocar un conflicto militar. Cualquier escenario supondría una derrota para Ucrania, que ha abierto sus cielos a los bombarderos de la OTAN sin pararse a pensar en la opinión de sus propios ciudadanos y sin valorar las consecuencias de esas políticas impuestas.
Es peligroso amar las bombas ajenas, porque un día pueden caer sobre tu cabeza.
Fuente: Slavyangrad