Por Marco Teruggi. Resumen Latinoamericano, 11 de septiembre de 2020.
El tablero venezolano ocurre en un contexto de agudización de la ofensiva restauradora en América Latina.
Volvieron las colas para la gasolina subsidiada en Caracas, y con ellas las especulaciones acerca de la posible nueva llegada de barcos iraníes, el funcionamiento o no de las refinerías, el aumento de sanciones y el fin del diésel, la hora cero tantas veces profetizada por la oposición que finalmente no llega.
Los últimos meses del 2020 llevan sobre sus espaldas el acumulado de años de un conflicto complejo, donde parece por momentos que nada se mueve en superficie hasta que emerge una acción inesperada, o casi. Esta vez quien dio el paso fue Henrique Capriles al anunciar su participación en las elecciones legislativas del 6 de diciembre. Las señales de que podía suceder tenían meses.
Con su anuncio, seguido del de Stalin González, quedó conformado el mapa opositor, siempre inestable y propenso a giros de último momento. Por un lado, un eje alineado a la política de la Casa Blanca, con Juan Guaidó ‑cada vez más desdibujado a su cabeza‑, con la ratificación de no ir a elecciones y de realizar una “consulta”, que será, se especula, un mecanismo para afirmar que fue mandatado para mantener la “presidencia interina” pasado el 2020.
Por otro, se encuentra un sector heterogéneo que se presentará a elecciones. Una parte ya anunció la conformación de una plataforma común: la recién creada “Alianza Democrática”, integrada por los partidos de los ex candidatos presidenciales Javier Bertucci, Henry Falcón, Copei, Cambiemos, y una parte de Acción Democrática. Bertucci, en una rueda de prensa, invitó a Capriles a sumarse a ese espacio.
Finalmente, existen actores fuera de ambos sectores, como María Corina Machado, quien llama ‑junto a otro grupo de dirigentes- a la intervención internacional, o Rafael Ramírez, que sostiene que es necesario oponerse tanto a las elecciones legislativas como al pedido de intervención y plantea la salida vía referéndum revocatorio.
Ningún actor es nuevo, pero el escenario toma forma de posible parteaguas que podría ser no solamente nacional, sino internacional. En el primer nivel, porque un sector grande decidió desacoplarse de la estrategia diseñada por los cálculos ‑por momentos diferentes- de Elliot Abrams, Mike Pompeo y Marco Rubio, y su participación en la elección reconfigura el mapa político.
La hoja de ruta sobre la cual insiste Estados Unidos es, en términos locales, una renuncia a la política en cuanto a acceso a espacios institucionales. Si el puñado de dirigentes conectados a los canales de dinero internacional puede permitirse no ir a elecciones y apostar al bloqueo, muchos otros no lo pueden y se han apartado.
La confirmación de ese distanciamiento significa poder abrir otros canales de diálogo entre gobierno y oposición, y proyectar no solamente las elecciones de diciembre, sino un posible marco acordado de funcionamiento de la próxima Asamblea Nacional, y las elecciones a gobernadores y alcaldes que seguirán.
Pero los tiempos y entramados entre los nacional e internacional son profundos ‑indisociables, como en el caso Guaidó‑, y difícilmente pueda estabilizarse el país sin un correlato de las fuerzas exteriores. Si la posibilidad de un cambio desde Washington es inexistente antes de las elecciones presidenciales, podría, en cambio, darse en el caso de la Unión Europea. El gobierno venezolano realizó una invitación a Europa y a la Organización de Naciones Unidas para el 6 de diciembre, y Capriles insiste en su necesaria presencia.
Un posible y aún incierto reconocimiento europeo de las elecciones legislativas, así como la participación como observadores, sería a su vez una señal de que la política exterior de la Unión Europea hacia Venezuela podría distanciarse de Washington, y sumar a otros gobiernos.
Aún faltan tres meses para las elecciones, tiempo en el cual pueden darse operaciones de fuerza ‑en mayo, por ejemplo, tuvo lugar la Operación Gedeón- por parte de quienes han ratificado que la solución al conflicto no pasa por las urnas, y en vistas que una victoria en Venezuela le serviría a Trump para sumar votos en el necesario estado Florida. En cuanto al bloqueo económico su única dirección ha sido, hasta ahora, de agudización sistemática, algo que, todo indica, se mantendrá.
El bloqueo es parte central del mapa del conflicto: es uno de los factores de la división de las fuerzas opositoras ‑políticas y económicas- dentro del país, una pieza vertebral a la hora de un diálogo, un elemento de desgaste sobre el conjunto de la población ‑a excepción de zonas de burbujas dolarizadas‑, y un impedimento de recuperación económica en el marco del retroceso que lleva varios años.
El desgaste no es únicamente económico, sino también político. La falta de nuevos actores, de renovación/oxigenación de discursos, la predominancia de lógicas prolongadas y extendidas de trinchera, son algunas de las causas que, de la mano con la situación material agudizada por la pandemia, ofrecen un panorama muy complejo. ¿Cuál será la traducción electoral? Resulta difícil preverlo con certeza por la cantidad de factores en juego.
El tablero venezolano ocurre en un contexto de agudización de la ofensiva restauradora en América Latina. La inhabilitación de Rafael Correa en Ecuador, de Evo Morales en Bolivia ‑posterior al golpe, dos masacres y persecuciones‑, las 54 masacres en Colombia en lo que va del año, la bolsonarización de la derecha argentina, son algunas de las fotografías de una época de fuertes disputas en América Latina que irán en ascenso. ¿Cómo se piensan acuerdos políticos en Venezuela viendo esas realidades? ¿Cómo se proyecta un país bajo bloqueo?
Fuente: TeleSUR