Argentina. «Nosotras vamos por la salud, ellos por el dinero»

Argen­ti­na. «Noso­tras vamos por la salud, ellos por el dinero»

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Por Lau­ra Lit­vi­noff, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 16 de octu­bre de 2020.

En sólo dos barrios de Exal­ta­ción de la Cruz, a 75 kiló­me­tros de la ciu­dad de Bue­nos Aires, se encon­tra­ron 50 casos de cán­cer. De un año a otro, 31 de las per­so­nas enfer­mas fallecieron. 

En todos los casos, las fumi­ga­cio­nes sobre el mono­cul­ti­vo de la soja que uni­for­ma el pai­sa­je apa­re­cen como cau­san­tes de las dolen­cias que inclu­yen tam­bién otras enfer­me­da­des que afec­tan de mane­ra dife­ren­cial a las muje­res. Los datos no son ofi­cia­les por­que son las veci­nas quie­nes los toman yen­do de casa en casa. Son ellas las que inves­ti­gan, las que liti­gan fren­te a la Jus­ti­cia para que al menos se pon­ga dis­tan­cia entre el veneno que mata todo lo que no es soja y la pobla­ción. Una expe­rien­cia que se repli­ca en el país don­de el uso de agro­tó­xi­cos se extien­de. Y la resis­ten­cia también.

Lle­gar a Exal­ta­ción de la Cruz, el par­ti­do bonae­ren­se ubi­ca­do a unos 75 kiló­me­tros al nor­te de la Ciu­dad de Bue­nos Aires, es obser­var una infi­ni­dad de peque­ñas plan­ta­cio­nes ver­des, tie­sas y radian­tes como úni­co pai­sa­je. Los cul­ti­vos inten­si­vos de soja se extien­den amplia­men­te a ambos lados del camino, y todo lo que se pue­de ver pare­ce impe­ca­ble, per­fec­to. Sin embar­go, esas imá­ge­nes de relu­cien­te pul­cri­tud no son más que el relie­ve de un tras­fon­do mucho más oscu­ro y siniestro.

El encuen­tro con Ana­bel Pomar, licen­cia­da en Comu­ni­ca­ción Social y tra­duc­to­ra de los “Mon­san­to Papers”, mar­ca el comien­zo del iti­ne­ra­rio del día, que lue­go segui­rá con la visi­ta a varias de sus com­pa­ñe­ras de mili­tan­cia, quie­nes des­de hace algu­nos años vie­nen desa­fian­do el irres­pon­sa­ble, des­me­di­do y, la mayor par­te de la veces, ile­gal avan­ce de las fumi­ga­cio­nes con agro­tó­xi­cos: “His­tó­ri­ca­men­te las muje­res somos las que más resis­ti­mos y denun­cia­mos este tipo de injus­ti­cias. Esto tam­bién tie­ne que ver con todos los cui­da­dos invi­si­bi­li­za­dos que rea­li­za­mos, por­que somos las pri­me­ras en encen­der la alar­ma cuan­do vemos que algo no va bien y tam­bién quie­nes cui­da­mos de lxs demás si es que no nos enfer­ma­mos antes”, ase­gu­ra Anabel.

La unión eco­lo­gis­ta en este par­ti­do se cons­tru­ye a tra­vés de “Exal­ta­ción Salud” ‑uno de los cien­tos de colec­ti­vos, asam­bleas y orga­ni­za­cio­nes de pue­blos fumi­ga­dos que exis­ten en todo el país- inte­gra­do por un gru­po de veci­nas y veci­nos de la zona que luchan por un muni­ci­pio sin vene­nos, libre de fumi­ga­cio­nes y con Sobe­ra­nía Alimentaria.

Un geno­ci­dio silencioso

En una maña­na pri­ma­ve­ral en la zona rural de Los Car­da­les, una de las doce loca­li­da­des que con­for­man Exal­ta­ción de la Cruz, Ana­bel abre la tran­que­ra de su casa. Tie­ne un bar­bi­jo blan­co que le cubre la nariz y la boca y una son­ri­sa en los ojos.

Mien­tras dos perri­tos amis­to­sos se encar­gan de dar la bien­ve­ni­da al hogar, Ana­bel empie­za a con­tar la situa­ción: “Acá, como en tan­tos otros luga­res del país, la soja ha ido des­pla­zan­do a cual­quier otro tipo de pro­duc­ción: hoy más de la mitad del terri­to­rio de Exal­ta­ción está ocu­pa­do por cul­ti­vos de soja trans­gé­ni­ca. La mayo­ría de los pue­blos his­tó­ri­cos, los nue­vos empren­di­mien­tos inmo­bi­lia­rios, las vivien­das y las escue­las están rodea­dos de cam­pos en don­de la pro­duc­ción de agro­tó­xi­cos es una cons­tan­te, y las enfer­me­da­des y muer­tes cada vez están afec­tan­do a más personas”.

En Argen­ti­na, los cul­ti­vos inten­si­vos de soja, maíz y algo­dón se han ido incre­men­tan­do a tra­vés de los años, y en la actua­li­dad con­cen­tran el 80% de la super­fi­cie total sem­bra­da del país. Los tres son trans­gé­ni­cos tole­ran­tes a her­bi­ci­das casi en su tota­li­dad y, en su mayo­ría, al glifosato.

Si bien no exis­ten esta­dís­ti­cas ofi­cia­les del uso de agro­tó­xi­cos en el país, según los datos de la Cáma­ra de Sani­dad Agro­pe­cua­ria y Fer­ti­li­zan­tes (CASAFE) que publi­ca­ba has­ta 2012, entre 2003 y 2012 el con­su­mo de agro­tó­xi­cos aumen­tó 850%, y es jus­ta­men­te por eso que Argen­ti­na tie­ne el tris­te pri­vi­le­gio de ser el país que más agro­tó­xi­cos por per­so­na por año uti­li­za en el mun­do entero.

Ana­bel expli­ca: “Los cul­ti­vos trans­gé­ni­cos fue­ron dise­ña­dos espe­cí­fi­ca­men­te para tole­rar los agro­tó­xi­cos. En un prin­ci­pio la soja fue modi­fi­ca­da gené­ti­ca­men­te para tole­rar el gli­fo­sa­to. Este her­bi­ci­da mata las hier­bas que rodean a la plan­ta y la deja libre de com­pe­ten­cia de otras ‘male­zas’, como dice el agro­ne­go­cio. Pero con los años esas plan­tas se hicie­ron cada vez más fuer­tes y se nece­si­tan más quí­mi­cos para com­ba­tir­las. Aho­ra, las últi­mas semi­llas de soja trans­gé­ni­ca ya salen dise­ña­das gené­ti­ca­men­te para tole­rar no sólo el gli­fo­sa­to sino muchos otros quí­mi­cos más. La situa­ción es muy preo­cu­pan­te, por­que esta­mos fren­te a un círcu­lo vicio­so en el que cada vez se nece­si­ta más can­ti­da­des de agro­tó­xi­cos para seguir cultivando”.

El agro­ne­go­cio ‑el mode­lo agro­in­dus­trial capi­ta­lis­ta, hege­mó­ni­co y glo­bal de pro­duc­ción de ali­men­tos que exis­te hace más de 50 años y que está rela­cio­na­do con todas las acti­vi­da­des pro­duc­ti­vas que se desa­rro­llan en el cam­po- es el gran res­pon­sa­ble de la alta con­ta­mi­na­ción en las per­so­nas y en el medio ambien­te. Las úni­cas bene­fi­cia­das con este mode­lo son las cor­po­ra­cio­nes mul­ti­na­cio­na­les como Bayer-Mon­san­to, Dupont o Syn­gen­ta, por men­cio­nar algu­nas de las más pode­ro­sas, que con­tro­lan la ali­men­ta­ción del mun­do y que lle­gan a que­dar­se has­ta con un 400% de ganancia.

Uno de los tra­ba­jos de Ana­bel fue la tra­duc­ción de los “Mon­san­to Papers”, los docu­men­tos lega­les que se hicie­ron públi­cos a par­tir de una deman­da colec­ti­va en Esta­dos Uni­dos y que demues­tran cómo la mul­ti­na­cio­nal mani­pu­ló infor­mes cien­tí­fi­cos, reali­zó pre­sio­nes a orga­nis­mos de con­trol y sobor­nó a la pren­sa para ocul­tar el peli­gro que cau­san los agro­tó­xi­cos en las personas.

“Mon­san­to ya lle­va per­di­dos tres jui­cios: uno en 2018 y dos en 2019. Todas las con­de­nas con­clu­ye­ron lo mis­mo: que el Roun­dup, la mar­ca comer­cial de Mon­san­to-Bayer, fue sus­tan­cial para pro­du­cir cán­cer, y que la empre­sa actuó con mali­cia al saber del peli­gro que tenía el her­bi­ci­da y no adver­tir­lo ade­cua­da­men­te”, dice Anabel.

Tan solo a 500 metros de su casa, el pai­sa­je es el mis­mo que en la mayo­ría de las loca­li­da­des del muni­ci­pio de más de 40 mil habi­tan­tes y 60 mil hec­tá­reas rura­les: soja y más soja. Mien­tras Ana­bel cami­na bajo el sol por una de las calles de tie­rra del pue­blo para mos­trar más de cer­ca los cam­pos cul­ti­va­dos, expli­ca que lxs dam­ni­fi­cadxs por los tres jui­cios a Mon­san­to son esta­dou­ni­densxs que usa­ron her­bi­ci­das de base gli­fo­sa­to y que aho­ra tie­nen lin­fo­ma de Hodg­kin, un tipo de cán­cer pro­du­ci­do por ese químico.

Ana­bel Pomar:

Las con­de­nas judi­cia­les ter­mi­na­ron pro­vo­can­do que Bayer per­die­ra el 40% del valor de sus accio­nes, una suma equi­va­len­te al gas­to que la mul­ti­na­cio­nal reali­zó al inver­tir en Mon­san­to: “A la luz de las prue­bas, de la docu­men­ta­ción públi­ca y de todo lo que está suce­dien­do, esta­mos hablan­do de un gran geno­ci­dio y eco­ci­dio. Las per­so­nas que per­mi­ten que esas sus­tan­cias sigan en el mer­ca­do son cóm­pli­ces res­pon­sa­bles de todos esos daños”, ase­gu­ra la licenciada.

Muje­res-ama­ran­tos

Un infor­me recien­te de las Nacio­nes Uni­das sobre el dere­cho a la ali­men­ta­ción que ana­li­za los impac­tos de los agro­tó­xi­cos a nivel glo­bal, le dedi­ca un apar­ta­do espe­cí­fi­co al impac­to dife­ren­cial que gene­ra el uso de pla­gui­ci­das en las muje­res, y las pre­sen­ta como las más afectadas.

“Las per­so­nas que vivi­mos en zonas rura­les sabe­mos que cada vez hay más niñas de 12 años con cán­cer, que los casos de abor­tos espon­tá­neos y de infer­ti­li­dad son cada vez mayo­res, que el cán­cer de cue­llo de úte­ro aumen­tó; por­que todas esas enfer­me­da­des que pro­du­cen las fumi­ga­cio­nes son dis­rup­to­ras hor­mo­na­les, afec­tan por com­ple­to las zonas repro­duc­ti­vas”, con­ti­núa Ana­bel, quien hace cua­tro años deci­dió unir­se a sus veci­nas y veci­nos del muni­ci­pio para for­mar par­te de “Exal­ta­ción Salud”, el colec­ti­vo que nació en 2012 gra­cias a la ini­cia­ti­va de dos muje­res del par­ti­do para poner­le un freno al agro­ne­go­cio transgénico.

Cer­ca del medio­día, Patri­cia Bení­tez, Veró­ni­ca Garri y Joha­na Teje­ra, tres muje­res que tam­bién inte­gran la orga­ni­za­ción, se encuen­tran para con­ver­sar con Las12 en la casa de Joha, como le dicen en el pue­blo a esta joven de 21 años que jun­to con sus amigxs fun­dó la coope­ra­ti­va de tra­ba­jo “Ama­ran­to” para dis­tri­buir pro­duc­tos agro­eco­ló­gi­cos, orgá­ni­cos y biodinámicos.

Joha cuen­ta que el pro­yec­to lle­va ese nom­bre por Fabián Ama­ran­to Toma­si ‑el fumi­ga­dor falle­ci­do que se vol­vió un emble­ma en la lucha con­tra los agro­tó­xi­cos- pero ense­gui­da agre­ga que tam­bién se debe a la hier­ba lla­ma­da de la mis­ma for­ma: “El ama­ran­to es una plan­ta muy resis­ten­te a los vene­nos, por eso es muy difí­cil erra­di­car­la de los luga­res en don­de está, y creo que quie­nes lucha­mos con­tra las fumi­ga­cio­nes de algu­na mane­ra tam­bién somos una espe­cie de amaranto”.

Joha­na Teje­ra, de la coope­ra­ti­va de tra­ba­jo Amaranto

El tra­ba­jo de Joha con­sis­te en nuclear pro­duc­torxs agro­eco­ló­gicxs de la zona con sus corres­pon­dien­tes con­su­mi­dorxs; reci­bir los pedi­dos, armar­los y repar­tir­los. Antes de la pan­de­mia lo hacía los fines de sema­na a tra­vés de dis­tin­tas ferias del muni­ci­pio pero aho­ra pasó a ser vía web: “Lo que que­re­mos es cam­biar los hábi­tos de con­su­mo, dar­le a la gen­te la posi­bi­li­dad de ele­gir cómo quie­re ali­men­tar­se y gene­rar más mer­ca­do y per­so­nas que opten por la agroecología”.

El gran avan­ce de las fumi­ga­cio­nes en este últi­mo tiem­po fue cla­ve para que Joha se embar­que en el empren­di­mien­to. Hace dos años, ella y una veci­na rea­li­za­ron una encues­ta en San José y Espe­ran­za, dos barrios de Exal­ta­ción, y los resul­ta­dos que obtu­vie­ron fue­ron devas­ta­do­res: en 30 man­za­nas (280 casas) se encon­tra­ron con 50 casos de cán­cer, de los cua­les 31 hoy ya falle­cie­ron. Y tam­bién des­cu­brie­ron que en 94 de esos hoga­res las per­so­nas pre­sen­tan otras enfer­me­da­des rela­cio­na­das a las fumi­ga­cio­nes como pro­ble­mas res­pi­ra­to­rios, de la piel, dia­be­tes e hipertiroidismo.

Si bien aho­ra las pul­ve­ri­za­cio­nes en todo el muni­ci­pio tuvie­ron que ale­jar­se unos metros por la orde­nan­za de las nue­vas cau­te­la­res, la joven tam­bién advier­te que enfren­te a la Escue­la Pri­ma­ria Nº 8 y Secun­da­ria Nº 5 de San José hay un cam­po de soja y de tri­go que ha sido fumi­ga­do duran­te bas­tan­te tiem­po. La con­se­cuen­cia de eso fue que en 2015 murie­ron de cán­cer tres chi­cas de entre 13 y 15 años, dos de ellas por asis­tir a esa escue­la y la últi­ma por vivir en la cua­dra de enfrente.

Al recor­dar todo eso, atra­ve­sa­da por el dolor y la rabia, Joha expre­sa un deseo que es tam­bién el de todas las per­so­nas de Exal­ta­ción que hoy siguen resis­tien­do: “No que­re­mos espe­rar más, que­re­mos hechos; que sea­mos un par­ti­do que apun­ta hacia la tran­si­ción de la agro­eco­lo­gía y que se prohí­ban los agro­tó­xi­cos. Que dejen de cir­cu­lar mos­qui­tos lle­nos de veneno por las calles de los barrios y del pue­blo, y que paren de lotear hec­tá­reas para hacer barrios en don­de solo pue­de vivir la gen­te rica”.

Gli­fo­sa­to en sangre

Las muje­res de Exal­ta­ción Salud expli­can que “Sobe­ra­nía Ali­men­ta­ria” sig­ni­fi­ca que todas las per­so­nas pue­dan deci­dir qué se come, cómo se pro­du­ce ese ali­men­to y en qué con­di­cio­nes se acce­de al con­su­mo: “No es lo mis­mo si es a tra­vés del comer­cio jus­to, del con­tac­to lo más direc­to posi­ble entre quien pro­du­ce y quien con­su­me, que si exis­ten otros tipos de inter­me­dia­rios”, remar­ca Joha.

Mien­tras la con­ver­sa­ción con­ti­núa, Cori­na, la chi­qui­ta de dos años hija de Veró­ni­ca, jue­ga y corre­tea por el jar­dín. Tie­ne los dedi­tos man­cha­dos con tém­pe­ra por­que has­ta hace un rato estu­vo dibu­jan­do y lle­va, bien aga­rra­da de la mano para todos lados adon­de va, una muñe­ca de tra­po: “Es por­que se la aca­ba de rega­lar la tía”, comen­ta su madre con una sonrisa.

Cori­na es tam­bién la mis­ma niña cuya ima­gen está estam­pa­da en la reme­ra que lle­va pues­ta Vero y que con letras negras dice: “A mi no me ven­gas con que el gli­fo­sa­to es un avan­ce tec­no­ló­gi­co e inocuo”.

Hace un año y medio, cuan­do Cori­na tenía ape­nas 10 meses, el pelo se le empe­zó a caer. Vero y su com­pa­ñe­ro, vecinxs de La Lata, uno de los para­jes rura­les de Exal­ta­ción, lle­va­ron a la niña a hacer­se todos los aná­li­sis, pero no le encon­tra­ron nada, has­ta que un día una médi­ca les pre­gun­tó en dón­de vivían, y cuan­do ellxs le dije­ron que en el cam­po, la doc­to­ra les dijo que aho­ra debían ser ellxs quie­nes tenían que rea­li­zar­se los estu­dios. Y tam­bién les acon­se­jó no hacer­los en nin­gún hos­pi­tal de la zona, sino en Mar del Pla­ta. Vero acla­ra: “La médi­ca, muy pio­la, sabía per­fec­ta­men­te que acá el tema de los agro­tó­xi­cos mane­ja mucho dine­ro y que lo más pro­ba­ble era que los estu­dios nos iban a salir bien”.

Vero y su com­pa­ñe­ro via­ja­ron a la cos­ta. Los aná­li­sis die­ron que ambxs tie­nen un alto por­cen­ta­je de gli­fo­sa­to en san­gre: “Un cuer­po pue­de con­tem­plar 0,03 micro­gra­mos, pero mi mari­do tie­ne 2.5 y yo 1.5”. Así fue como des­cu­brie­ron que lo que tie­ne Cori­na es una enfer­me­dad auto­in­mu­ne, en este caso de ori­gen gené­ti­co, lla­ma­da alo­pe­cia uni­ver­sal: su pro­pio orga­nis­mo recha­za el pelo de todas las par­tes del cuerpo.

“Nosotrxs no éra­mos cons­cien­tes de lo que esta­ba pasan­do; había­mos deci­di­do vivir en el cam­po pen­san­do que íba­mos a dar­le una vida natu­ral y sana a nues­tras hijas. A veces veía­mos pasar un mos­qui­to ‑las máqui­nas que fumi­gan- pero nos pare­cía algo nor­mal. Y al final ter­mi­nó sien­do todo lo con­tra­rio”, se lamen­ta Vero.

En los días siguien­tes, ella hizo de todo: denun­ció al cha­ca­re­ro que le alqui­la el cam­po al vecino de al lado de su casa, habló con todos los vecinxs, en la escue­la don­de tra­ba­ja, con la gen­te de otras loca­li­da­des, y si bien en muchos luga­res la com­pren­die­ron y apo­ya­ron, en otros la menos­pre­cia­ron: “Nos decían que está­ba­mos bus­can­do pla­ta y que somos unos men­ti­ro­sos”, recuerda.

Las crí­ti­cas tam­bién vinie­ron por par­te del vecino de al lado, el res­pon­sa­ble prin­ci­pal de los hechos: “Se tomó todo muy a mal: cuan­do qui­si­mos hablar nos dijo que él iba a seguir fumi­gan­do por­que ese es su tra­ba­jo y que la ley está a su favor. Y enci­ma nos dijo en la cara que quien mane­ja todo en el muni­ci­pio es Bayer-Mon­san­to, y que por eso él ni siquie­ra toma agua de su terreno, o sea que es total­men­te cons­cien­te de lo que pasa”.

Vero hace una pau­sa y lue­go refle­xio­na: “Nosotrxs tene­mos en cla­ro que la cul­pa no es de lxs vecinxs, y tam­po­co que­re­mos sacar­le el tra­ba­jo a nadie; pero tam­po­co que­re­mos mudar­nos. Lo que nece­si­ta­mos es que se deje de usar ese veneno, por­que está com­pro­ba­do que se pue­de tra­ba­jar de otra for­ma. Y no que­re­mos que se deje de hacer solo por nosotrxs sino por todxs. Yo muchas veces me pre­gun­to si hago bien en expo­ner­la así a Cori­na, pero des­pués me digo tam­bién que si no lo hago, ¿qué futu­ro le espe­ra a ella y mis hijas?”.

El pre­cio de la salud

“A mí me pasa algo pare­ci­do a lo que dice Vero: aun­que veo que una y otra vez me voy a dar la cabe­za con­tra la pared no me impor­ta por­que sé que todo lo que haga le va a ser­vir a las nue­vas gene­ra­cio­nes. Ese es mi motor y lo que me sos­tie­ne para seguir”.

Quien habla aho­ra es Patri­cia, una de las fun­da­do­ras del gru­po y la pri­me­ra veci­na del muni­ci­pio en lle­var las denun­cias ante la Jus­ti­cia. Gra­cias a ella y a otras per­so­nas que se suma­ron a la cau­sa, en todo el par­ti­do hoy rige un ampa­ro que prohí­be las fumi­ga­cio­nes a menos de 1.000 metros de dis­tan­cia. Este hecho es muy impor­tan­te por­que, pese a que en la actua­li­dad hay varios pro­yec­tos en cur­so, aún no exis­te nin­gu­na ley nacio­nal que regu­le el uso de agro­tó­xi­cos: cada pro­vin­cia debe tener su pro­pia ley y cada muni­ci­pio su pro­pia regu­la­ción local.

Corría el año 2012 y hacía poco que Patri­cia había lle­ga­do a Exal­ta­ción lue­go de vivir unos años en Capi­tal. El plan era con­ti­nuar con el tra­ba­jo en la far­ma­cia de su mari­do don­de ella aten­día, pero qui­so hacer­lo en un lugar más sano y tran­qui­lo. Patri­cia dice que así lo cre­yó has­ta que un día una veci­na del barrio lle­gó a su casa dicién­do­le que le ardían muchí­si­mo los ojos y que había des­cu­bier­to una gran can­ti­dad de insec­tos muer­tos en su jar­dín. Eran los efec­tos inme­dia­tos de una pulverización.

Fue así como Patri­cia empe­zó a leer y a inves­ti­gar sobre el tema: “Ahí me ente­ré que ese terreno todo ver­de tan boni­to que yo veía siem­pre a una cua­dra de mi casa era un cam­po de soja”. Enton­ces fue a hablar con las auto­ri­da­des del par­ti­do y des­cu­brió que a pesar de ser un muni­ci­pio rural no había nin­gu­na orde­nan­za para el uso de agro­tó­xi­cos. “Me ase­so­ré, me jun­té con gen­te que sabe mucho del tema y arma­mos un pro­yec­to de orde­nan­za para exi­gir pro­tec­ción. No nos die­ron bola, pero nosotrxs segui­mos insis­tien­do igual”.

Patri­cia Beni­tez, con­si­guió por vía judi­cial que no se pue­da fumi­gar a menos de mil metros

A la par de eso, a Patri­cia le empe­zó a lla­mar mucho la aten­ción la gran can­ti­dad de gen­te enfer­ma que iba a su far­ma­cia en bus­ca de algún reme­dio para las aler­gias, la res­pi­ra­ción, la piel, y tam­bién para con­sul­tar por algu­na dro­ga para el cán­cer: “Se supo­nía que acá había más salud, pero en una sema­na ven­día­mos la mis­ma can­ti­dad de bron­co­di­la­ta­do­res que des­pa­chá­ba­mos en todo un mes en Bue­nos Aires”.

Patri­cia con­si­guió un arre­glo con el vecino que fumi­ga­ba el cam­po con­ti­guo a su casa, pero no se que­dó con­for­me con eso y, cuan­do en 2017 se ente­ró de la muer­te de Ani­ta ‑la ado­les­cen­te de 14 años alum­na de la escue­la del barrio Espe­ran­za que falle­ció de cán­cer- deci­dió seguir inves­ti­gan­do. Y des­cu­brió que la maes­tra de esa escue­la ante­rior­men­te había pre­sen­ta­do una nota a la muni­ci­pa­li­dad exi­gien­do pro­tec­ción pero las auto­ri­da­des, aún sabién­do­lo todo, no habían hecho abso­lu­ta­men­te nada.

Patri­cia con­si­guió que la Jus­ti­cia le otor­gue un ampa­ro de 1.000 metros para pro­te­ger­se de las fumi­ga­cio­nes. Sin embar­go ape­ló el fallo por­que, según expli­ca, su obje­ti­vo no era para ella sola sino para el bien común de todas las per­so­nas y el medio ambien­te. El poder judi­cial acep­tó su ape­la­ción y final­men­te la medi­da cau­te­lar salió para todo el dis­tri­to, inclu­yen­do las zonas urba­nas, rura­les y las escuelas.

Al recor­dar esto, Patri­cia se ale­gra pero tam­bién sabe que aún que­da mucho por hacer: “El fallo es muy bueno, pero duran­te este tiem­po hemos denun­cia­do un mon­tón de vio­la­cio­nes a ese ampa­ro. Todo es difí­cil por­que siem­pre vamos con las de per­der: nosotrxs vamos por la salud y ellos van por de dine­ro, pero igual­men­te no nos vamos a dar por vencidas”.

El agro­ne­go­cio todo lo destruye

El agro­ne­go­cio trans­gé­ni­co tam­bién pisa fuer­te afue­ra de Bue­nos Aires. En pro­vin­cias como Misio­nes, por ejem­plo, se uti­li­za un alto por­cen­ta­je de agro­tó­xi­cos en la pro­duc­ción de yer­ba, de té y de taba­co, ade­más de la pro­duc­ción fores­tal. Otras pro­vin­cias en situa­cio­nes simi­la­res son Cha­co, San­tia­go del Este­ro, For­mo­sa, Tucu­mán y Entre Ríos.

La uti­li­za­ción de agro­tó­xi­cos tam­bién se da en la pro­duc­ción fru­tal de Río Negro, con los cul­ti­vos de peras y man­za­nas, y en San­ta Cruz, cono­ci­da como la Capi­tal Nacio­nal de la Cere­za, al igual que en varias zonas de San­ta Fe con las frutillas.

Si bien en Argen­ti­na los daños más irre­ver­si­bles del agro­ne­go­cio se vie­nen dan­do en los terri­to­rios más fumi­ga­dos ‑como es el caso de Exal­ta­ción de la Cruz- este mode­lo no solo afec­ta a quie­nes viven en zonas rura­les sino tam­bién a toda la pobla­ción: los agro­tó­xi­cos están en el aire que res­pi­ra­mos, el agua que toma­mos y los ali­men­tos que consumimos.

Una foto de Cori­na en la reme­ra de su mamá, Veró­ni­ca Garri.

Ade­más de todos estos per­jui­cios, otras áreas de tra­ba­jo tam­bién se vie­ron obli­ga­das a des­pla­zar­se, como es el caso de las pro­duc­cio­nes agrí­co­las, espe­cial­men­te la fru­tihor­tí­co­la y la gana­de­ra. En esta últi­ma, a tra­vés de los años, Argen­ti­na pasó de tener una gana­de­ría pas­to a ence­rrar a las vacas en los sis­te­mas de indoors y en los engor­des a corral, lo que sig­ni­fi­ca una gran pro­fun­di­za­ción de la inten­si­fi­ca­ción pro­duc­ti­va animal.

En las zonas fores­ta­les, el avan­ce del agro­ne­go­cio sobre los bos­ques, las sel­vas y los hume­da­les está gene­ran­do una de las tasas de defo­res­ta­ción más altas del mun­do y una serie de incen­dios nun­ca antes vis­tos. Y en los terri­to­rios de las comu­ni­da­des indí­ge­nas y cam­pe­si­nas tam­bién ha cau­sa­do muchí­si­mos con­flic­tos con las tie­rras, ya que estos terre­nos his­tó­ri­ca­men­te fue­ron ocu­pa­dos por esos pue­blos, pero el agro­ne­go­cio empe­zó a recla­mar­los a par­tir de títu­los de propiedad.

Por todos estos moti­vos, el con­tex­to que hoy está vivien­do Argen­ti­na en rela­ción al agro­ne­go­cio y a las fumi­ga­cio­nes es suma­men­te gra­ve y alar­man­te. Y para las muje­res, esas afec­ta­cio­nes en sus cuer­pos, su desa­rro­llo y sus sue­ños, en muchos casos es una cues­tión de vida o muerte.

Itu­rria /​Fuen­te

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