Por Mario Yannoulas, 6 de octubre de 2020.
Sin exageración, el mundo del rock perdió a una leyenda: desde su aparición en la escena a fines de los ’70, Edward Lodewijk Van Halen cambió para siempre el instrumento, con una técnica y musicalidad que muchos quisieron imitar, pero que sólo él pudo explotar en infinitas posibilidades.
Van Halen falleció en un hospital de California.
Las noticias hoy llegan de esa manera: a través de su cuenta de Twitter, en la tarde del martes, Wolfgang Van Halen le contó el mundo que su padre acababa de morir. Para él, nada más y nada menos que su padre, y su principal mentor musical. Para su público, nada más y nada menos que Eddie Van Halen, uno de los guitarristas más sorprendentes y determinantes de la historia.
Su presentación había sido de lo más rutilante, con un disco debut digno de envidiar. Eddie armó una sociedad artística con su hermano, el baterista Alex Van Halen. El cantante David Lee Roth los convenció de hacerse llamar Van Halen, y así nació su primer disco, titulado, sí, Van Halen. En aquel 1978 entraron a la escena pateando la puerta grande, con nuevos parámetros de cómo podía sonar una banda de hard rock. Más allá del magnetismo y la potencia del grupo, el gran diferencial eran, sin duda alguna, las imposibles guitarras de Eddie.
“¿Quiénes son estos tipos, y cómo hacen sonar así a la guitarra?”, eran interrogantes comunes al cierre de una de las décadas doradas del hard rock. La marcha midtempo y el coro pegadizo de “Runnin’ with the devil”, el éxtasis técnico de “Eruption”, y la versión tributaria de The Kinks de “You really got me”, anunciaron por entonces con bombos, platillos, palancas, distorsión y mucho eco, de dónde venía y hacia dónde quería ir el nuevo sonido.
42 años después de aquel bombazo y a 65 de su nacimiento al este de Holanda, el guitarrista Edward Lodewijk Van Halen falleció este 6 de octubre en Santa Mónica, California, como consecuencia de un cáncer ‑primero de lengua, luego de garganta- que lo aquejaba desde hacía dos décadas, y que le impidió seguir plenamente con su carrera artística en el último tiempo.
“No puedo creer que deba escribir esto, pero mi padre, Edward Lodewijk Van Halen, perdió su ardua batalla contra el cáncer esta mañana. Fue el mejor padre que hubiera podido pedir. Cada momento que compartimos sobre y bajo el escenario, fueron una bendición”, informó al mundo su hijo. “Mi corazón está roto, y no creo que alguna vez me pueda recuperar totalmente de esto. Te amo mucho, pa”, se despidió Wolfgang, bajista en la última formación de Van Halen.
El nombre de su hijo no era una simple excentricidad. La afición de Eddie Van Halen por la obra de Mozart y tanta otra música clásica fue harto conocida, y evidente, también, por su particular forma de abordar la guitarra eléctrica. Fue, en efecto, uno de los músicos que hicieron posible esa transportación entre la música de claustros y el universo del hard rock y el heavy, con simpatía por escalas, armonizaciones y técnicas, sumadas a la tenebrosidad del sonido.
La relación de Eddie con la música partió desde su padre, también músico. De hecho, su segundo nombre se lo debía a Beethoven. A los seis años, lo pusieron a estudiar piano: el chico nunca pudo leer ni una página de partituras, pero aprendió a tocar memorizando cada uno de los movimientos que debía hacer para llegar al sonido.
Muchos de esos aspectos quedaron inmortalizados en su técnica más distintiva, el tapping, donde la mano derecha se suma sobre el puente, pisa las cuerdas, y gana velocidad, ataque, despliegue. Eddie nunca se atribuyó su invento total, pero sí aseguró que no lo copió de nadie, sino que se le ocurrió viendo a Jimmy Page de Led Zeppelin en Los Angeles. Palanca, armónicos, pellizcos, volume swell… todo formó parte del repertorio de un guitarrista que cambió la forma de abordar esas seis cuerdas.
Van Halen inventó algunas otras cosas. De hecho, hay tres patentes que llevan su nombre. Una de ellas, un dispositivo plegable para cualquier instrumento de cuerdas colgable ‑guitarra o bajo, por ejemplo‑, que le permite al ejecutante acostarlo en el aire y poder hacer tapping sin necesidad de sostener el diapasón con las manos.
La historia de los Van Halen fue una entre tantas de familias que habían migrado hacia los Estados Unidos para reconstruir su camino. Siendo un apenas un chico, los holandeses se instalaron en California. Ahí, los hermanos no sólo desarrollaron su propia afición por la música -al principio, Eddie tocaba la batería y Alex la guitarra, luego intercambiaron-, también se maravillaron con la excitante escena rockera propia del ecosistema angelino.
La muerte de Eddie, emblema máximo, intima a pensar que Van Halen, como grupo, ya es historia. Un grupo fundamental, que dejó números sorprendentes: más de 90 millones de copias vendidas en todo el mundo ‑entre las 20 bandas más vendedoras de los Estados Unidos‑, y el caché más alto de la historia, al cobrar un millón y medio de dólares por 90 minutos de show en el US Festival, en 1983. Esa repercusión comercial, entre otros factores, les valió su entrada al Salón de la Fama del Rock, en 2007. Eddie no asistió a la ceremonia, porque estaba en pleno proceso de rehabilitación por consumo problemático de alcohol. Nunca tuvo un perfil mediático alto.
La carrera exitosa de los hermanos junto al bajista Michael Anthony y el cantante David Lee Roth, ‑disputas de egos mediante‑, los depositó en el Estadio Obras con un recordado espectáculo en febrero de 1983, y encontró un nuevo pináculo en la edición de 1984, una placa que cedió protagonismo a teclados y sintetizadores. Algo criticada por quienes preferían mantenerse en el sonido clásico y lejos de lo sintético, adorada por nuevos fans y, sobre todo, las cadenas de videoclips. Con cortes como “Jump”, “Panama” y “Hot for teacher”, 1984, grabado en el estudio casero de Eddie, fue una mina de oro, para la banda y para la industria.
El grupo capitalizó ese éxito en el período siguiente, ya sin David Lee Roth, ahora con Sammy Hagar en la voz, con quien editaron cuatro discos de estudio, uno en vivo, y un video en directo. Ahora los problemas internos fueron con Hagar, quien dejó el grupo entre discusiones varias, para dar lugar a algunos pocos años junto a Gary Cherone. “Con el corazón roto, y sin palabras”, tuiteó Hagar, al enterarse de la muerte de su ex compañero.
Aún con sus conocidas diferencias ‑algunas dirimidas en tribunales‑, Van Halen no escapó a la inmensa ola de revivals y reuniones que ocupó al menos la primera década del nuevo siglo, dejando de lado cualquier disputa previa. El resultado fue A different kind of truth, el último disco grabado por la banda, que en 2012 trajo buenas noticias para la música: con guitarras como las de “Tattoo” o “Stay Frosty”, Eddie demostró que todavía tenía cosas para decir con su instrumento.
El disco fue el corolario de años de gira de regreso ‑ya con Wolfgang como bajsta‑, y el primero junto a David Lee Roth en 28 años. A los integrantes del grupo, y en especial al guitarrista, no les dio la nafta para seguir presentándose a buen ritmo. Los problemas de salud de Eddie no sólo no desaparecieron, sino que mitigaron su presencia en escenarios de todo el mundo. Así fue que, aún con la edición del directo Tokyo Dome in Concert, aquello fue lo último de Van Halen.
Eddie tuvo algunas participaciones decisivas, también, en el corazón de la cultura pop. El solo de guitarra de “Beat it”, uno de los grandes hits de Michael Jackson, incluido en el inefable Thriller, de 1982, fue compuesto y ejecutado por él, además de su participación en algunos de los arreglos, mientras que el resto de las guitarras del tema corrieron por cuenta de Steve Lukather.
Otra cita memorable se extrae del clásico cinematográfico Volver al Futuro, cuando el protagonista, Marty McFly, usa en su viaje al pasado un casete con la grabación de una guitarra furiosa de Van Halen para amedrentar a su padre, como si se tratara de alguna especie de lenguaje alienígena amenazador. La cinta no fue editada por el grupo, sino que son 56 segundos de “un montón de ruido” que el guitarrista grabó para la banda de sonido de la película The Wild Life, en 1984. En el mismo sentido, cuando el protagonista toca en la guitarra “Johnny B. Goode”, el clásico de Chuck Berry, recupera gestos físicos de algunos guitarristas fundamentales de la historia del rock, como Jimi Hendrix, Pete Townshend y el propio Eddie Van Halen.
En tiempos de virtualidad y pandemia, así como su hijo comunicó la noticia por redes sociales, muchos de los músicos que se sintieron tocados por su obra compartieron pena con el mundo. Vernon Reid, el superlativo guitarrista de Living Colour, se expresó con el emoticón de un corazón roto: “Alteró completamente la dirección de la cultura de la guitarra, tal como la conocemos. Un verdadero héroe”, aportó. Flea, bajista de Red Hot Chilli Peppers, deseó que esta noche haga una zapada con Jimi Hendrix, mientras que Gene Simmons ‑uno de los primeros descubridores de la banda, allá por mediados de los ’70‑, tuiteó: “Tengo el corazón roto. Eddie no era sólo un dios de la guitarra, también era un alma hermosamente genuina. ¡Descansá en paz, Eddie!”.
Menos de un mes más tarde de la muerte de Mark Stone, compañero de banda en la prehistoria de Van Halen, a causa de un cáncer de páncreas, murió Eddie Van Halen, abatido por un cáncer de garganta. A los 65 años, uno de los más grandes guitar heroes de la historia dejó este mundo para siempre. Pero lo dejó distinto: su sonido va a perdurar, probablemente, la misma cantidad de tiempo.