El Salvador. Pakito Arriarán, el vasco que luchó junto al FMLN y cayó combatiendo

El Sal­va­dor. Paki­to Arria­rán, el vas­co que luchó jun­to al FMLN y cayó combatiendo

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Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 30 de sep­tiem­bre de 2020.

De Arra­sa­te a Cha­la­te­nan­go: bio­gra­fía de Paki­to Arria­ran – “Juan­ci­to”.
Esta es la his­to­ria de Paki­to Arria­ran, un hom­bre que era un pue­blo en otro pue­blo. Fue mili­tan­te en Eus­kal Herria y tam­bién luchó en El Sal­va­dor, don­de fue Juan­ci­to.
Natu­ral de la loca­li­dad gui­puz­coa­na de Arra­sa­te, Paki­to Arria­ran nació el 22 de abril de 1955, y fue el pri­mo­gé­ni­to de los tres hijos de Kris­ti­na Arre­gi. Pro­ce­día de una saga de pelo­ta­ris de renom­bre. Su padre y dos her­ma­nos se dedi­ca­ron a este depor­te. Arrria­ran II, su tío, fue un des­ta­ca­do mano­ma­nis­ta y por dos veces cam­peón de Espa­ña. For­mó pare­ja en innu­me­ra­bles par­ti­dos con Arria­ran III, su padre, que­dan­do cam­peo­nes por pare­jas en dos oca­sio­nes.
En sus rela­cio­nes de cua­dri­lla (un enor­me gru­po for­ma­do unos trein­ta jóve­nes), fue con­si­de­ra­do como “un tipo tran­qui­lo, pací­fi­co, qui­zás has­ta dema­sia­do”. No obs­tan­te, el sen­ti­mien­to aber­tza­le que impreg­nó a este gru­po fue común a Paki­to. En torno a los cator­ce años su mun­do se redu­cía prác­ti­ca­men­te a su equi­po de fút­bol, pero la entra­da en el club Bata­su­na sir­vió para que toda la cua­dri­lla toma­ra con­cien­cia de una reali­dad polí­ti­ca que esta­ba a la vis­ta. Ade­más de los gua­te­ques, los pri­me­ros escar­ceos amo­ro­sos y las pri­me­ras medio-trom­pas, habla­ban de Fran­co, de la Guar­dia Civil y, cómo no, de ETA y sus accio­nes.
En 1975, cuan­do Paki­to tenía vein­te años, la poli­cía le detu­vo en su casa de Arra­sa­te. «Fue el 27 de abril ‑afir­ma su madre-. Esta­ba en vigen­cia el esta­do de excep­ción, que duró tres meses. Hubo muchas deten­cio­nes por la zona y aquí mis­mo se lle­va­ron a muchos jóve­nes. Al prin­ci­pio estu­vo en Basau­ri, pero esta cár­cel se lle­nó de tal for­ma que tuvie­ron que tras­la­dar a algu­nos a Cara­ban­chel, y entre ellos al nues­tro. En Navi­da­des de ese mis­mo año salió en liber­tad, un mes des­pués de morir Fran­co. Lue­go cum­plió el ser­vi­cio mili­tar».
El regre­so a casa dura poco tiem­po. En 1978, una noche de noviem­bre, Paki­to Arria­ran con­si­guió esca­par del cer­co poli­cial que rodea­ba su casa y pudo lle­gar a Ipar Eus­kal Herria. Esa mis­ma noche fue­ron ase­si­na­dos en su pue­blo Rober­to, Zapa y Emi­li, a manos de la Guar­dia Civil.
Estan­cia en Vene­zue­la
Un año des­pués via­jó a Vene­zue­la en cali­dad de refu­gia­do polí­ti­co, y allí, en com­pa­ñía de otros refu­gia­dos vas­cos, mon­tó una coope­ra­ti­va para tra­ba­jar en la lim­pie­za y man­te­ni­mien­to de los con­te­ne­do­res de basu­ra.
En aque­llos años se orga­ni­zó en Cara­cas un comi­té de ayu­da a refu­gia­dos vas­cos, con el fin de aten­der a quie­nes tenían que salir de Eus­kal Herria. En este comi­té toma­ron par­te, entre otras muchas per­so­nas, Paki­to y el matri­mo­nio for­ma­do por Espe Ara­na y Jokin Etxe­be­rria. Esta pare­ja había lle­ga­do des­de Eus­kal Herria a Cara­cas para tra­ba­jar en una empre­sa, dan­do cobi­jo a varios refu­gia­dos en su casa. En esa épo­ca, noviem­bre de 1980, varios perió­di­cos vene­zo­la­nos comen­za­ron una inten­sa y sucia cam­pa­ña en con­tra de los refu­gia­dos vas­cos. Espe y Jokin fue­ron acri­bi­lla­dos a bala­zos en su pro­pia casa, en una acción rei­vin­di­ca­da por el Bata­llón Vas­co Espa­ñol (BVE). En días pos­te­rio­res tam­bién fue­ron tiro­tea­dos Paki­to y otro refu­gia­do cuan­do se encon­tra­ban tra­ba­jan­do.
Paki­to, jun­to a sus com­pa­ñe­ros y ami­gos, solían ir todas las sema­nas a jugar a pelo­ta en el fron­tón de la Eus­kal Etxea, y cuan­do había algu­na acti­vi­dad intere­san­te en Cara­cas, como pelí­cu­las o actua­cio­nes de can­tan­tes o gru­pos de izquier­da, inten­ta­ban no per­dér­se­las. Un día vie­ron una pelí­cu­la sobre la gue­rra de El Sal­va­dor que les impac­tó mucho. Al salir del cine Paki­to comen­tó: “Voy a ir a esas mon­ta­ñas a luchar jun­to al pue­blo sal­va­do­re­ño”.
El libro sobre Paki­to Arria­ran de RICARDO CASTELLÓN y NICOLÁS DOLJANIN
Un hom­bre que era un pue­blo en otro pue­blo. Este libro lo com­po­nen voces, mira­das y memo­rias alre­de­dor de Paki­to Arria­ran, mili­tan­te del pue­blo vas­co y del pue­blo de El Sal­va­dor en armas, don­de fue «Juan­ci­to». Las luchas comu­nes tras­cien­den sitio y tiem­po gra­cias a prác­ti­cas don­de las ideas toman cuer­po, sellan afec­tos. Y este ale­gre joven, quien de Eus­kal Herria había lle­ga­do ente­ro y en su peri­plo sud­ame­ri­cano tuvo via­je de vuel­ta a Eus­kal Herria, con el con­si­guien­te gozo para la fami­lia, que pudo tener­le cer­ca, al otro lado de la fron­te­ra divi­so­ria. «Des­pués de un tiem­po ‑recuer­da Kris­ti­na Arregi‑, nos lla­mó para comu­ni­car­nos su deci­sión. Nos dijo que no nos íba­mos a ver en mucho tiem­po y que se iba a Cen­troa­mé­ri­ca; que no nos preo­cu­pá­ra­mos si no tenía­mos noti­cias suyas ense­gui­da». Su her­mano Félix ase­gu­ra que no le die­ron más vuel­tas al tema. «Fue muy cla­ro. Que­ría ir allí, veía que tenía un papel que cum­plir».
«Paki­to no con­sen­tía las situa­cio­nes injus­tas”
A nadie de la fami­lia le extra­ñó la deci­sión, al mar­gen de la inquie­tud que les pro­du­jo. Su padre lo resu­mía de esta for­ma: «Paki­to no con­sen­tía las situa­cio­nes injus­tas; sufría con ellas. La dife­ren­cia de cla­ses era para él inso­por­ta­ble y, si esto no hubie­ra sido así, estoy segu­ro de que no habría segui­do el camino que él mis­mo eli­gió. Yo creo que rea­li­zar un acto de estas dimen­sio­nes nece­si­ta de algo inna­to en la per­so­na. No, no creo que sea cues­tión de años, ni de viven­cias. Es toda una for­ma de ser, la pro­pia per­so­na­li­dad es la que es deci­si­va a la hora de optar por una u otra vía. Y el mejor con­cep­to que defi­nía a Paki­to era su huma­ni­dad. Una huma­ni­dad de gigan­te».
Esa huma­ni­dad de la que nos habla su padre esta­ba impreg­na­da de un fuer­te sen­ti­mien­to de inter­na­cio­na­lis­mo soli­da­rio. Allá don­de se encon­tra­ra siem­pre se ponía del lado de las cla­ses opri­mi­das y des­fa­vo­re­ci­das. Pole­mi­za­ba mucho en polí­ti­ca, era muy exi­gen­te con­si­go mis­mo y con los demás, siem­pre tenía una crí­ti­ca cons­truc­ti­va. A su lado, comen­ta la gen­te que le cono­ció, se sen­tían cre­cer como per­so­nas y revo­lu­cio­na­rios por­que siem­pre les hacía refle­xio­nar.
Hacia El Sal­va­dor
Paki­to lle­gó de Eus­kal Herria a Nica­ra­gua en el mes de mayo de 1982, con el con­sen­ti­mien­to de su orga­ni­za­ción para pre­pa­rar el via­je hacia El Sal­va­dor. Per­ma­ne­ció allí pre­pa­rán­do­lo todo has­ta fina­les de agos­to.
A pri­me­ros de sep­tiem­bre lle­gó a El Sal­va­dor. Tuvo que cami­nar mucho y de noche has­ta lle­gar a los cam­pa­men­tos de Cha­la­te­nan­go. Allí le lle­va­ron al cam­pa­men­to don­de esta­ba la logís­ti­ca, don­de per­ma­ne­ció apren­dien­do y pre­pa­ran­do mate­ria­les.
En octu­bre de 1982 el FMLN comen­zó una ofen­si­va con­tra la guar­dia nacio­nal, la poli­cía y el ejér­ci­to. La gue­rri­lla toma­ba pue­blos de Cha­la­te­nan­go por la noche y pelea­ba has­ta ven­cer al enemi­go. Así que­da­ron libe­ra­dos para la gue­rri­lla la mayo­ría de los pue­blos de la zona. El 28 de octu­bre la gue­rri­lla tomó el pue­blo de la Lagu­na, y aquí fue don­de cayó heri­do Juan, ‑que así se lla­ma­ba Paki­to en la gue­rri­lla-. Una ráfa­ga de G3 le frac­tu­ro la pier­na a la altu­ra de la pan­to­rri­lla.
Las sani­ta­rias le aten­die­ron, le hicie­ron la cura y le enta­bli­lla­ron la pier­na, des­pués le lle­va­ron en una hama­ca a un lugar más segu­ro. Enton­ces el ejér­ci­to sal­va­do­re­ño des­ató una fuer­te ofen­si­va y los heri­dos fue­ron eva­cua­dos hacia los Ama­tes, otra par­te de Cha­la­te­nan­go.
Ampu­tación de una pier­na
En estos pri­me­ros años de gue­rra, quie­nes tra­ba­ja­ban en sani­dad de la gue­rri­lla ape­nas tenían medi­ca­men­tos y el mate­rial nece­sa­rio. Des­pués de algu­nos días se die­ron cuen­ta de que la pier­na de Juan se había gan­gre­na­do. Los médi­cos tuvie­ron que tomar una deci­sión drás­ti­ca, y deci­die­ron ampu­tar­le la pier­na para sal­var­le la vida. Al no tener el ins­tru­men­tal qui­rúr­gi­co nece­sa­rio, le cor­ta­ron la extre­mi­dad por enci­ma de la rodi­lla con el serru­cho de una nava­ja sui­za y, en lugar de sue­ro, le pusie­ron en la vena agua de coco. La ope­ra­ción trans­cu­rrió bien y, aun­que le ampu­taron la pier­na, a Juan le sal­va­ron la vida.
Al cabo de unos meses, cuan­do ya se había recu­pe­ra­do, Juan fue tras­la­da­do al cam­pa­men­to de logís­ti­ca, des­de don­de se lle­va­ba el con­trol de todo el mate­rial de gue­rra, des­de los fusi­les has­ta balas, des­de mor­te­ros requi­sa­dos a los sol­da­dos has­ta mate­ria­les para cons­truir minas. Tam­bién en este cam­pa­men­to había talle­res para fabri­car gra­na­das y otros mate­ria­les de defen­sa popu­lar.
Juan empe­zó a tra­ba­jar con los com­pa­ñe­ros de talle­res y más ade­lan­te le die­ron la res­pon­sa­bi­li­dad de lle­var el con­trol de la logís­ti­ca. Apo­ya­do por algu­nos com­pi­tas, tenía que lle­var la cuen­ta de todo el mate­rial que tenían, en que tatú (escon­dri­jos hechos bajo tie­rra) se encon­tra­ba cada par­ti­da, lo que les fal­ta­ba y lo que nece­si­ta­ban… Tam­bién tenían que sur­tir de ropa y botas a los com­pas gue­rri­lle­ros; hacer el repar­to de dine­ro para la comi­da en cada cam­pa­men­to, etc.
Luchó has­ta morir
En agos­to de 1984, el Fren­te nego­ció el can­je de algu­nos sol­da­dos que tenía pri­sio­ne­ros a cam­bio de que deja­ran salir del país a varios heri­dos que nece­si­ta­ban ope­ra­cio­nes espe­cia­les. Enton­ces el ejér­ci­to entró a las zonas libe­ra­das y varios heri­dos, Juan inclui­do, se tuvie­ron que guar­dar en cue­vas y tatús. En la siguien­te ofen­si­va del ejér­ci­to con­tra las zonas libe­ra­das, a fina­les de sep­tiem­bre, Juan y la gen­te no ope­ra­ti­va de la logís­ti­ca fue­ron a escon­der­se a un cha­rral don­de había mucho bos­que. El lugar se encon­tra­ba aba­jo de Zapo­tal, un poco más arri­ba del río Sum­pul.
Al pare­cer, varios civi­les que tam­bién bus­ca­ron refu­gio por la zona hicie­ron fue­go, los sol­da­dos vie­ron humo y se per­ca­ta­ron de que allí había gen­te. Empe­za­ron a pei­nar el mon­te y los encon­tra­ron. Los dos com­pas que iban con Juan les hicie­ron fren­te y hubo una gran bala­ce­ra, lo que ayu­dó a que la pobla­ción civil tuvie­ra tiem­po de esca­par de una muer­te segu­ra. Juan inten­tó tam­bién ale­jar­se mon­te aba­jo, pero se le rom­pie­ron las mule­tas y tuvo que seguir arras­trán­do­se. No obs­tan­te, los sol­da­dos vol­vie­ron a pei­nar el mon­te has­ta que die­ron con él. Según dije­ron pos­te­rior­men­te, Juan luchó has­ta morir hacien­do fue­go con su pis­to­la y la gra­na­da que siem­pre lle­va­ba enci­ma. Fue el 30 de sep­tiem­bre de 1984 cuan­do mata­ron a Juan y a otros seis com­pas.
¡Por la gran puta! Lo hubié­ra­mos aga­rra­do vivo, pero como no se dejó aga­rrar, lo tuvi­mos que matar.
Pasa­dos algu­nos días, su com­pa­ñe­ra Lau­ra, un com­pa sal­va­do­re­ño y otro vas­co ente­rra­ron a Juan en el mis­mo lugar don­de lo encon­tra­ron muer­to. Los tres le can­ta­ron el Eus­ko Guda­riak y La Inter­na­cio­nal con los puños en alto, y su com­pa­ñe­ra reco­gió unas flo­res sil­ves­tres que había por allí y las colo­có enci­ma de su tum­ba.
Com­pa­ñe­ro “Juan­ci­to” – Paki­to Arria­ran ¡Has­ta la Vic­to­ria Siempre!

Itu­rria /​Fuen­te

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