Por Marlene Daut, Resumen Latinoamericano, 3 octubre 2020.
Tras el asesinato con trasfondo racista de George Floyd en Estados Unidos, mucha gente ha exigido la retirada de los fondos a los departamentos policiales del país o incluso retirar varias estatuas. Otro tema que también ha resurgido son las compensaciones por la esclavitud.
La mayor parte del debate sobre este tipo de indemnizaciones ha girado en torno a la idea de si Estados Unidos y Reino Unido deberían finalmente recompensar a algunos de sus ciudadanos por los costos económicos y sociales de la esclavitud que aún perduran a día de hoy.
Pero en mi opinión no existe ningún caso más claro a favor de las compensaciones por esclavitud que el de Haití.
Soy experta en colonialismo y esclavitud y lo que Francia hizo al pueblo haitiano tras la Revolución de Haití es un ejemplo particularmente notorio de robo colonial. Francia llevó la esclavitud a la isla en el siglo XVII, pero a finales del siglo XVIII la población esclavizada se rebeló y finalmente declaró su independencia. Sin embargo, de alguna manera durante el siglo XIX en Francia llegaron a la conclusión de que los colonos que se habían aprovechado del uso de esclavos debían de ser recompensados, y no al revés.
Del mismo modo que el legado de la esclavitud en Estados Unidos ha creado una gran disparidad económica entre estadounidenses negros y blancos, el impuesto para la libertad que Francia impuso a Haití (denominado en su momento «indemnización») perjudicó gravemente la capacidad del nuevo país para poder prosperar.
El coste de la independencia
Haití declaró oficialmente su independencia de Francia en el año 1804. En octubre de 1806 el país se dividió en dos partes: una con Alexandre Pétion gobernando en el sur y otra con Henri Christophe en el norte del país.
A pesar de que ambos gobernantes habían participado en la revolución haitiana, los franceses nunca se habían dado del todo por vencidos en la reconquista de su antigua colonia.
En el año 1814 el rey Luis XVIII, quien había ayudado a derrocar a Napoleón a principios de dicho año, envió tres comisionados a Haití para evaluar la voluntad de los gobernantes del país de rendirse. Christophe, habiéndose nombrado a sí mismo rey en 1811, se mantuvo en sus trece ante el anuncio de que Francia iba a volver a introducir la esclavitud. Amenazando con la guerra, el miembro más prominente del gabinete de Christophe, el Barón de Vastey, no se echaba para atrás: «¡Nuestra independencia estará garantizada por las puntas de nuestras bayonetas!».
En cambio, Pétion, el gobernante del sur, estaba dispuesto a negociar con la esperanza de que el país pudiera pagar a Francia por el reconocimiento de su independencia.
En el año 1803 Napoleón había vendido el estado de Luisiana a los Estados Unidos por 15 millones de francos. Pétion utilizó esta cifra como referencia, proponiendo pagar dicha cantidad por la independencia. Sin querer comprometerse con aquellos a los que consideraba como «esclavos fugitivos», el rey Luis XVIII rechazó la oferta.
Petión falleció de forma repentina en el año 1818, pero Jean-Pierre Boyer, su sucesor, mantuvo las negociaciones. Sin embargo, las conversaciones continuaron estancadas debido a la obstinada oposición de Christophe.
«Cualquier tipo de indemnización hacia los antiguos colonos», afirmaba el gobierno de Christophe, era «inadmisible».
Cuando Christophe murió en octubre de 1820, Boyer pudo reunificar las dos partes del país. Sin embargo, incluso una vez que el obstáculo de Christophe hubo desaparecido, Boyer fracasó repetidamente en sus intentos de que Francia reconociera la independencia del país. Decidido a conseguir por lo menos el protectorado sobre la isla (algo que hubiera convertido a Haití en un protectorado de Francia), el sucesor de Luis XVIII, Carlos X, reprendió a los dos comisarios enviados a París por Boyer en 1824 para tratar de negociar una indemnización a cambio del reconocimiento.
El 17 de abril de 1825, el rey francés cambió repentinamente de opinión y emitió un decreto en el que se declaraba que Francia reconocería la independencia de Haití, pero solamente a cambio de un pago de 150 millones de francos (10 veces más de lo que los Estados Unidos habían pagado por el territorio de Luisiana). La suma estaba destinada a compensar a los colonos franceses por la pérdida de ingresos tras la abolición de la esclavitud.
El Barón de Mackau, a quien Carlos X envió a entregar dicha ordenanza, llegó a Haití en julio acompañado por un escuadrón de 14 bergantines de guerra con más de 500 cañones.
El rechazo de la ordenanza probablemente significaría la guerra. No se trataba de diplomacia, sino de extorsión.
Con la posibilidad de un conflicto violento sobre sus cabezas, el 11 de julio de 1825, Boyer firmó el documento fatídico en el que se leía que: «Los actuales habitantes de la parte francesa de Santo Domingo pagarán… en cinco cuotas iguales… la suma de 150.000.000 francos destinada a indemnizar a los antiguos colonos.»
La prosperidad de Francia a costa de la pobreza en Haití
Artículos periodísticos de la época revelan que el rey de Francia sabía que el gobierno haitiano apenas podría permitirse ese dinero, puesto que el total era más de 10 veces el presupuesto anual de Haití. El resto del mundo parecía estar de acuerdo en que la cantidad era absurda y un periodista británico señalaba que el «enorme precio» constituía una «suma que pocos estados de Europa podrían permitirse sacrificar».
Obligados a pedir prestados 30 millones de francos a los bancos franceses para afrontar los dos primeros pagos, nadie se sorprendió cuando Haití no pudo hacer frente a los pagos poco después. Aún así, el nuevo rey francés envió otra expedición en 1838 con 12 buques de guerra para forzar la mano del presidente haitiano. La enmienda de 1820, denominada incorrectamente «Tratado de Amistad», redujo la deuda pendiente a 60 millones de francos, pero el gobierno haitiano se vio obligado una vez más a pedir préstamos descomunales para hacer frente a dicha deuda.
Aunque los colonos afirmaban que la indemnización solamente cubriría la doceava parte del valor de sus propiedades perdidas, incluidas las personas que reclamaban como sus esclavos, la cantidad total de 90 millones de francos era en realidad cinco veces el presupuesto anual de Francia.
El pueblo haitiano sufrió las consecuencias del robo de Francia: Boyer impuso impuestos draconianos para pagar los préstamos y, mientras Christophe había estado ocupando desarrollando un sistema de escolarización nacional durante su reinado, bajo el mandato de Boyer y los presidentes subsiguientes tales proyectos tuvieron que ser puestos en espera. Además, investigadores han descubierto que la deuda de la independencia y el consiguiente drenaje del tesoro haitiano fueron directamente responsables, no sólo de la falta de financiación de la educación en Haití durante el siglo XX, sino también de la falta de atención sanitaria y la incapacidad del país para desarrollar una infraestructura pública.
Además, según los análisis contemporáneos de la situación, los intereses de todos los préstamos, que no fueron pagados en su totalidad hasta 1947, hicieron que los haitianos acabaran pagando más del doble del valor de las reclamaciones de los colonos. Reconociendo la gravedad de este escándalo, el economista francés Thomas Piketty reconocío que Francia debería devolver al menos 28.000 millones de dólares a Haití en concepto de indemnización.
Una deuda tanto moral como material
Los presidentes franceses de las últimas décadas, desde Jacques Chirac a Nicolas Sarkozy o François Hollande, cuentan con un historial de castigar, eludir o restarle importancia a las peticiones haitianas de indemnización.
En mayo de 2015, cuando el presidente francés François Hollande se convirtió en el segundo jefe de estado francés en visitar Haití, admitió que su país necesitaba «saldar la deuda». Más tarde, al darse cuenta de que sus comentarios habían dado pie a demandas legales ya preparadas por el abogado Ira Kurzban en nombre del pueblo haitiano (el ex presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide había exigido una indemnización formal en 2002) Hollande aclaró que en realidad quería decir que la deuda de Francia era simplemente «moral».
Negar que las consecuencias de la esclavitud también fueron materiales es negar la propia historia francesa. Francia abolió tarde la esclavitud en el año 1848 en las colonias restantes de Martinica, Guadalupe, Reunión y Guayana francesa, territorios que siguen formando parte de Francia en la actualidad. Posteriormente, el gobierno francés demostró una vez más su comprensión de la relación de la esclavitud con la economía cuando se encargó de indemnizar a los antiguos «propietarios» de los esclavos.
La brecha de riqueza racial resultante no es una metáfora. En la Francia metropolitana el 14.1% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, mientras que en Martinica y Guadalupe, donde más del 80% de la población es afrodescendiente, las tasas de pobreza son del 30% y 46%, respectivamente. La tasa de pobreza en Haití es aún más grave, con un 59%. Mientras que los ingresos medios anuales de una familia francesa ascienden a 31.112 dólares, en el caso de una familia haitiana apenas llegan a los 450 dólares.
Estas discrepancias son la consecuencia específica de la mano de obra robada a generaciones de africanos y sus descendientes. Teniendo en cuenta que la indemnización pagada por Haití a Francia fue la primera y única vez que un pueblo esclavizado tuvo que compensar a quienes lo habían esclavizado, Haití debería estar en el epicentro del movimiento mundial para exigir indemnizaciones de este tipo.
Fuente: Megnet