Por Félix Iaponte Ortiz*, Resumen Latinoamericano, 29 de octubre de 2020.
Han pasado poco más de siete meses desde el inicio de las situaciones adversas a la que nos ha sometido la incidencia del SARS-CoV‑2, virus responsable de la pandemia del COVID-19. El impacto de esta nueva enfermedad infecciosa ha puesto en profunda precariedad la operación y funcionamiento de los sistemas políticos, económicos y gubernamentales de todas las naciones del Planeta. En el caso de Puerto Rico, esta situación se hace más difícil de sobrellevar dado el contexto en el que se expresa esta grave enfermedad.
El COVID-19 coincide con momentos tremendamente desafortunados en que nos han sumido los huracanes Irma y María en el 2017, la crisis gubernamental y política asociado a la necesaria salida forzada del gobernador Ricardo Rosselló en el 2019, la turbulencia política y social para elegir su sucesor, y finalmente la sorpresiva y pavorosa actividad sísmica a finales de diciembre de 2019 y de enero de 2020.
Para matizar ese conjunto de atribulaciones, gran parte del país experimentó, a principios de este año, una sequía hidrológica que requirió el racionamiento de la oferta de agua potable a una parte considerable de la población. Superada la sequía recibimos la amenaza y el embate de, al menos, dos ciclones tropicales que, como poco, produjeron consternación y ansiedad a toda la población puertorriqueña.
Dentro de este contexto de calamidades se desarrolla el proceso electoral que se ha caracterizado por caóticas actuaciones de la Comisión Estatal de Elecciones y de funcionarios responsables de dicho proceso. Con este panorama nos encontramos en el proceso de discusión política para elegir a los funcionarios que aspiran a administrar y gestionar la responsabilidad gubernamental de la atribulada colonia.
Como en otras instancias de la vida, la selección de funcionarios electos en una sociedad que aspira a ser democrática está fundamentada en un principio básico de la confianza, en las cualidades morales y éticas de los aspirantes, así como también de los procesos institucionales electorales. Sospecho que, como yo, miles de compatriotas ven esta confianza en gran precariedad. Es decir, con la percepción de que existe una gran carencia y falta de estabilidad y seguridad entre las propuestas que se articulan para llevar a cabo la gestión pública vis a vis la capacidad real de actuación honesta de los múltiples candidatos y de los partidos políticos (en particular los denominados “mayoritarios”). Muchos aspirantes carecen de cualificaciones básicas para una gestión eficiente. Es posible que haga una proyección exagerada de la incertidumbre e inseguridad que las presentes circunstancias me producen, pero percibo una falta de garantías entre muchos candidatos y sus estructuras políticas para que puedan operar en las condiciones materiales y emocionales de la existencia prevalente en esta coyuntura histórica.
La confianza como concepto y como principio está inherentemente sumida en muchas de las decisiones fundamentales y vitales que, como individuos y sociedad, cotidianamente asumimos. Esta condición aplica a asuntos tan comunes como adquirir los productos o bienes que consumimos, o como las decisiones para seleccionar un profesional de la salud que nos ofrezca servicios, o de artefactos eléctricos y mecánicos que facilitan los procesos de vida (vehículos de motor, electrodomésticos, computadoras). Así mismo, resulta crítico la confianza que se asume cuando se participa en procesos de selección de los dirigentes políticos que administran la función pública.
La definición del diccionario de la Real Academia Española establece la confianza como “la esperanza firme que se tiene de alguien o de algo”; es la esperanza que se tiene en que una persona u objeto funcione de una manera esperada, que produzca un resultado deseado, que actúe como la persona desea. En el contexto político supone un elemento de seguridad para llevar a cabo con éxito acciones difíciles en circunstancias comprometidas.
Pero la confianza tiene como agente disociador, como disolvente, la corrupción, tanto la legal como la moral, de individuos y de organizaciones. Según avanzan los tiempos y se profundizan las crisis sociales, el vicio de la corrupción en la gestión pública y privada se hace más prevalente. Esa actividad de tomar beneficio personal o particular defraudando los bienes públicos, sea por apropiación ilegal, por ineficiencia o por desidia, parece ser “el pan nuestro de cada día” en nuestra realidad colonial.
A propósito de la confianza o la falta de esta, me produjo mucha preocupación la lectura reciente de un artículo que trataba sobre el tema de carcinógenos en medicamentos genéricos para el control de la presión sanguínea. El artículo, publicado por Bloomberg Businessweek con el título de “Carcinogens Have Infiltrated The Generic Drug Supply in the US” reseña que la Agencia Federal de Drogas y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés) en un estudio sobre control de calidad, encontró impurezas de un agente químico tóxico en medicamentos que se utilizan ampliamente para el control de la presión. Estas impurezas se han detectado en productos genéricos, producidos en China y en India, que incluyen el llamado Valsartan, el Irbersartany Losartan.Estos compuestos se identifican comoAngiotensin Receptor Blocker (ARB). Un 80% de los ingredientes farmacéuticos activos de todos los medicamentos se producen en estos dos países asiáticos. El artículo de referencia señala que la FDA es, ordinariamente, muy riguroso en los procesos de aprobación de nuevos medicamentos. Pero este rigor no se aplica a los medicamentos genéricos; se señala que el 90% de todos los medicamentos que consumen los norteamericanos (y, por rebote, nosotros por nuestra condición colonial) son genéricos. Los genéricos son más baratos, están supuestos a funcionar de la misma manera que los originales, pero se le aplica muy poco escrutinio desde su producción inicial hasta el consumo por los ciudadanos. La FDA coteja menos del 1% de las drogas genéricas para investigar la presencia de partículas tóxicas; asume que tanto las empresas extranjeras como las nacionales operan con sus propios criterios éticos dentro de su responsabilidad corporativa. Es decir, operan bajo la premisa de la confianza. Como ocurre en mi caso, miles de boricuas consumimos estos medicamentos para el control de la presión sanguínea y otras condiciones de salud bajo la confianza que sean efectivos y no contengan impurezas que puedan producir cáncer en nuestro organismo. El mercado y el gobierno entienden que tenemos que confiar nuestra salud ciegamente en la farmacéutica y en la FDA.
Regresando al tema de la confianza en los actores del proceso político, vino a mi atención un artículo interesante bajo el título RAMONA ON CORONA and …. The Truant In Chief. Este título se refiere a una serie de humor escrito por Pam Goldman y alude al comportamiento del presidente Trump mientras estuvo hospitalizado, infectado con el virus del COVID. Goldman hace una parodia del comportamiento de Trump cuando decide abandonar el hospital temporalmente para saludar a unos simpatizantes que se congregaban a las afueras de la instalación médica. El concepto truanten inglés se utiliza para identificar a un estudiante que abandona o se ausenta temporalmente de la escuela sin permiso o a una persona que evade el desempeño de sus obligaciones. La prensa norteamericana criticó la irresponsabilidad de Trump de exponer a contagio al personal de seguridad del servicio secreto y a otros funcionarios públicos por un capricho estrictamente político partidista. El título del escrito hace inferencia a la función que tiene Trump como presidente de “Comandante-en-Jefe” de las Fuerzas Armadas de los EE.UU.. Al comportarse como un “truant” el presidente socava la confianza del pueblo de los EE.UU. y de la humanidad pensante en una figura pública de tan compleja y seria responsabilidad. Recomiendo la lectura de este escrito de Goldman porque la palabra “truant” fonéticamente se parece al vocablo español truhanque según el diccionario de la Lengua Española es “dicho de una persona: sinvergüenza, que vive de engaños y estafas”. El concepto sinvergüenza, dice el diccionario, es una persona “que comete actos ilegales en provecho propio o que incurre en inmoralidades”. No es muy difícil, para la mayoría de los seres pensantes, entender que Trump se comporta como un truhan. Si examinamos algunas de sus expresiones públicas encontraremos su proyección de inmoralidad y de insensatez que la califican como un truhan, como en las siguientes: 1)”We are going to quickly end this pandemic”(expresión del 24 de octubre del 2020 , un día después que se registraran más de 82,000 casos positivos de COVID-19 en EE.UU., lo que constituyó un récord desde que comenzó la pandemia; 2) “I am the least racist person you’ve ever interview”; 3) “No one has more respect for women that I do”; 4) “I will phenomenal to the women. I mean, I want to help women”: 5) “If Hillary Clinton can’t satisfy her husband, what makes her think she can satisfy America”.
El bajo “standing” moral que posee y proyecta Trump, debiera ser un factor que ponderar por los electores estadounidenses que consideren su reelección. Este es un individuo que no merece confianza, ni de sus nacionales ni de la comunidad internacional. Asi mismo, esas cualificaciones tan descalificadoras desde el punto de vista moral y ético debieran generar desconfianza en los funcionarios y en personas que en Puerto Rico le ofrecen apoyo y solidaridad. Me resulta incomprensible que la gobernadora Vázquez, persona que dirigió la Oficina de Asuntos de la Mujer, está involucrada activamente en el proceso de reelección de ese truhan, o de ese “Truant-in-Chief”. Aunque, ahora, con menos actividad o proyección pública, también se encuentra apoyando la reelección del Trump la actual Comisionada Residente en Washington. Así mismo, resulta cuestionable el apoyo que hace la senadora Nayda Venegas Brown a este truhan presidente, siendo ella mujer, negra y puertorriqueña.
Nos parece imprescindible que todo compatriota que interese participar en el proceso electoral de Puerto Rico debe juzgar desde el crisol del concepto de confianza a los miles de candidatos que compiten en puestos electivos. En este momento histórico Puerto Rico debe estar dirigido, y la función pública gestionada, con personas con altas cualidades morales y éticas. Nos parece que no hay precedentes históricos que comparen con las dimensiones de los axiomas de la presente crisis existencial del país. Estamos ante un cuadro de descalabros multidimensionales en los ámbitos social, económico y moral. No hay espacio para individuos formados y curtidos en la corrupción gubernamental. No hay espacio para los truhanes. Se le atribuye al escritor y poeta francés Leon Bloy (1846−1917) la siguiente expresión: “Los imbéciles son escurridizos e impermeables como una clara de huevo”. Las circunstancias exigen que aquellos que participen del proceso electoral sean cautelosos y no elijan “imbéciles”, “truhanes” o “sinvergüenzas” a dirigir los procesos gubernamentales, ni en EE.UU. ni en Puerto Rico.
*Fuente: Claridad