Por Carlos Pabón Ortega*, Resumen Latinoamericano, 12 de octubre de 2020.
Con el triunfo de Luis A. Ferré en las elecciones de 1968 como candidato a gobernador del recién creado Partido Nuevo Progresista (PNP), se terminó el periodo de la hegemonía del muñocismo y del Partido Popular Democrático (PPD), y se inició la era del bipartidismo en Puerto Rico. Por cinco décadas este régimen de alternancia del gobierno entre el PNP y el PPD, ha dominado la escena política del país. Las políticas del binomio PNP-PPD (austeridad, desmantelamiento y privatización de los servicios públicos, ataques a los derechos laborales del sector público, endeudamiento masivo, corrupción galopante, etc.) han sido las responsables de llevarnos al desastre y al colapso institucional que vivimos hoy. Más aún, el bipartidismo es la manifestación más visible de un problema mayor: el régimen de partidos imperante. Este régimen organiza la lógica política en Puerto Rico en torno al paradigma del estatus y define los partidos sobre la base de la opción de estatus que cada uno defiende.
El desgaste del bipartidismo
Las elecciones de 2016 constituyeron un punto de inflexión respecto al desgate y la hegemonía del bipartidismo. Las elecciones de 2012 las ganó Alejandro García Padilla, el candidato del PPD, con 896,060 votos (47.7%) derrotando a Luis Fortuño del PNP que obtuvo 884,775 votos (47.1%).[1] En 2016, ambos partidos sufrieron una merma sustancial en el apoyo del electorado. El PNP, con Ricardo Rosselló como candidato a gobernador, obtuvo 660,510 y ganó las elecciones con un 41.8% del voto; mientras que el PPD, con David Bernier encabezando la papeleta, llegó segundo con 614,190 y apenas un 38.8 %.
La gran revelación de esas elecciones fue el apoyo a las candidaturas independientes a la gobernación, particularmente la de Alexandra Lúgaro, quién sorprendió a todo el mundo obteniendo 175,831 votos para un 11.13 %. La campaña independiente de Lúgaro, vista en sus inicios como una quijotada o puro espectáculo mediático, fue la que mejor pudo reconocer la profundidad de la erosión y el proceso de deslegitimación del bipartidismo. Y de este modo, Lúgaro, logró convencer a una cantidad impresionante de ciudadanos quienes le dieron el voto a una candidata desconocida que no venía de los partidos tradicionales y que incursionaba por primera vez en el campo de la política electoral. Su candidatura se convirtió, más allá de sus limitaciones e inconsistencias, en una que interpeló el deseo de cambio sobre todo entre los jóvenes desafectos a la política partidista. Para que se tenga una idea del logro de esta campaña véase que lo más que ha sacado el PIP, en la era del bipartidismo fue 104,705 votos, un 5.7%, con la candidatura a la gobernación de Rubén Berríos en las elecciones de 2000. En 2016, la candidata a gobernadora de este partido, María de Lourdes Santiago, sacó 33,729 o 2.1% del voto.
Los resultados de las elecciones generales de 2016 ciertamente marcan un punto de viraje y muestran la erosión de la hegemonía del binomio PNP-PPD. Si observamos las estadísticas electorales del momento de mayor auge de estos dos partidos y los resultados de las elecciones del 2016 se ve claramente este proceso de desgaste:
PPD— elecciones de 1972: 50.7% — — — — — — elecciones 2016: 38.8%
PNP — elecciones de 1996: 51.1% — — — — — — -elecciones de 2016: 41.8%
Y esto fue lo que la campaña de Lúgaro captó con claridad y logró capitalizar.
La singularidad de las elecciones de 2020
Durante los últimos cuatro años hemos vivido bajo una serie de crisis anudadas que se siguen reproduciendo y profundizando: austeridad, corrupción, deuda masiva, colapso de la infraestructura y de los servicios públicos esenciales (salud, educación, etc.). A eso se le suman los huracanes catastróficos de la era de la crisis climática y, ahora la pandemia de COVID-19. El verano de 2019 fue un momento de catarsis democrática que logró la renuncia del entonces gobernador Ricky Rosselló. Es en este contexto, de diversas y entrelazadas crisis y de cansancio, hastío y frustración con el desastre generalizado del país, que se dan las elecciones de 2020. Y es esta situación la que dictamina lo que está juego en estas elecciones generales.
La singularidad de estas elecciones es la emergencia del Movimiento Victoria Ciudadana (MVC), partido fundado en 2019, como una alternativa real de cambio frente al bipartidismo reinante. Este partido ha logrado en muy poco tiempo convertirse en protagonista fundamental del escenario político electoral. Con escasos recursos financieros (el MVC no se acogió al fondo electoral), este movimiento ha roto con la vocación de minoría de cierta tradición progresista de hablarle solo a los convencidos y “concientizados” y ha podido entablar una comunicación efectiva con amplios sectores ciudadanos, combinado un manejo efectivo de las redes sociales y medios digitales con visitas a pueblos y comunidades y tertulias cara a cara con estos sectores. En estas visitas no solo ha dado su mensaje, sino que ha escuchado activamente las preguntas, dudas, frustraciones y reclamos de la población afectada por la crisis generalizada del país. De esta forma, el MVC ha deshecho el manto de invisibilidad que suelen tener los partidos de minoría y ha desarrollado un diálogo con diversas capas sociales. Estas, por su parte, han comenzado a reconocer a MVC como una posible alternativa al PNP-PPD. Independientemente de los resultados electorales esto no es poca cosa. Por el contario, es ganancia pues una alternativa progresista ha logrado trascender el perímetro de la izquierda y ha tendido puentes y recibido receptividad con amplios sectores populares.
La campaña contra Lúgaro y el MVC
Ante la emergencia del MVC los medios principales del país, comenzando con El Nuevo Día, y el PNP-PPD, entre otros, han lanzado una campaña fuerte en contra de este partido y de su candidata a la gobernación Alexandra Lúgaro. Las denuncias contra el MVC se han centrado en la figura de Lúgaro y no han disimulado el sexismo y la misoginia contra la candidata, lo cual demuestra que consideran a esta candidata y al partido que representa como una amenaza real al status quo y al régimen de partido deslegitimizado, pero todavía imperante. Que los medios y políticos tradicionales conviertan los ataques a Lúgaro y el MVC en un espectáculo en el contexto de tantas crisis anudadas es hasta entendible. Cualquier cosa por no darle pauta a posibles alternativas políticas electorales, mejor el bochinche y el chisme y el ataque personal, que la discusión de la crisis y sus salidas democráticas. En las redes sociales los ataques por parte de personas y entidades conservadoras ha sido incesante: “bicha”, “mafutera”, “mala madre”, “satánica”, son solo algunas de las líneas de difamación contra ella.
A Lúgaro lo único que le ha faltado es que le hagan un escrutinio de su ropa interior. La doble vara con respecto a otros candidatos varones (Pedro Rosselló, Alejandro García Padilla y, ahora, Juan Dalmau) debería ser obvia. A estos candidatos le aplauden su remarketing como masculinidades sexy y cool. Dalmau, por ejemplo, puede explotar su sex appeal y enseñar su tatuaje en la espalda en traje baño en una piscina casera, pero si Lúgaro se toma una foto en bikini en la playa es una “puta”. Además, resulta curioso que, habiendo tanto veneno contra ella, nadie critica a Manuel Natal. De hecho, muchos de los que denuncian a Lúgaro en la redes sociales han endosado la candidatura de Natal para alcalde de San Juan por el MVC. Pero no. No hay doble vara, ni tampoco sexismo y misoginia.
Lo que resulta más sorprendente es que personas que se las dan de progresistas y que supuestamente hacen análisis políticos dándole centralidad a asuntos “estructurales”, adopten también ataques personalistas contra Lúgaro, como fueron (entre otras) las denuncias de “plagio” hechas contra ella por el anuncio inaugural del MVC (obviando críticas sustantivas que se le pueden hacer a ella y a este partido), e incluso los amplifiquen en las redes sociales, en medio de la situación de colapso por la que estamos atravesando en este país. Las denuncias contra Lúgaro (su ropa, sus zapatos, la cartera que usa, cómo lleva el pelo o cómo camina), reproduce ataques sexistas y misóginos y reduce el discurso político a un asunto personalista (“la Lúgaro”, “es una arrogante”, “advenediza”, “me cae mal”, etc.).
Vale preguntar por qué se han unido a estos ataques ciertos sectores que se entienden progresistas, y qué es lo que está detrás del cinismo y los ataques, muchos de ellos demagógicos, contra el MVC y sus posibilidades. ¿Por qué se lanzan contra este movimiento en lugar de combatir con la misma fuerza a los partidos que representan el régimen partidista que sostiene el status quo? ¿Dónde queda el análisis político de la coyuntura electoral? ¿De lo que está en juego para el país? ¿De las estrategias políticas para romper el cerco del bipartidismo o el régimen imperante de partido? ¿Cómo se construye una alternativa política que sea apoyada por las personas desafectas del status quo, la gente que no aguanta más y busca al menos un respiro del desastre?
Los cuestionamientos “progresistas” al MVC
Los principales cuestionamientos políticos al MVC provenientes de estos sectores progresistas son cuatro. Primero, que el MVC es un partido neoliberal. El fundamento de este planteamiento son algunas posiciones que adoptó Lúgaro en 2016, en torno a la posibilidad de privatizar ciertos servicios públicos, cerrar escuelas, y recintos de la UPR. Estas posiciones ciertamente son cónsonas con la lógica neoliberal. Pero esa crítica obvia dos cuestiones cardinales. Por un lado, las posiciones de Lúgaro en 2020 no son iguales a las del 2016. En cuatro años, que han sido años de profundización de la debacle del país, ella ha cambiado sus posiciones de manera fundamental. La candidata ha admitido que se equivocó cuando asumió las posturas en discusión en 2016, y que sus posiciones ahora eran distintas a aquellas de las pasadas elecciones. A partir de entonces y en esta elección Lúgaro ha adoptado posiciones políticas y participado en luchas claramente contrarias al neoliberalismo.
Por otro lado, las críticas contra Lúgaro pasan por alto que en 2020 ella no es una candidata independiente, sino la candidata de un movimiento político al que ella representa, y que tiene una plataforma con perspectivas claramente antineoliberales. Ha reconocido las limitaciones de una candidatura independiente como la que desarrolló en 2016 y la necesidad de un movimiento político colectivo. Algunos críticos insisten en que el MVC no tiene posiciones programáticas claras pues es una “mogolla ideológica”. No obstante, el MVC tiene una plataforma titulada “Agenda Urgente”, en la que se presenta un programa mínimo o de emergencia para enfrentar los problemas medulares del país. ¿Cuáles son algunos de los lineamientos políticos de este documento? Este define a esta agrupación como un movimiento diverso y plural que se crea para atender la crisis contemporánea en Puerto Rico, enfocándose en tres problemas urgentes: (1) el rescate de las instituciones públicas; (2) la reconstrucción social, económica, ambiental y fiscal; y (3) la descolonización. Los principios y objetivos que se delinean en la agenda urgente son los puntos de consenso en torno a los cuales se aglutinan los ciudadanos que participan en el movimiento y los cuales Victoria Ciudadana se compromete a llevar adelante.[2] Un examen, incluso somero, del documento demuestra que la plataforma política del MVC no es neoliberal, por el contrario, propone una agenda de reformas democráticas, anticorrupción, defensa de bienes y servicios públicos (educación, UPR, salud), de los derechos laborales, defensa de la pensiones dignas, en contra de la privatización y de las políticas de austeridad, de rechazo a la Junta de Control Fiscal (JCF), auditoría de la deuda y cancelación de la deuda ilegal, defensa del ambiente, proceso democrático de descolonización, defensa de la educación con perspectiva de género, entre otras. Es decir, de una agenda mínima para al menos frenar el desastre que han producido las políticas neoliberales en Puerto Rico.
Segundo, los críticos arguyen que el MVC es un partido anexionista. Esta crítica tiene que ver con la postura de este movimiento sobre el estatus. EL MVC aboga por un proceso democrático y transparente de autodeterminación mediante el proceso de una Asamblea Constitucional de Estatus, cuyo resultado sea vinculante. Este partido se compromete a impulsar el estatus (estadidad, independencia, libre asociación) que sea favorecido democráticamente por la ciudadanía. En tal sentido, el MVC no apoya ninguna opción de estatus en particular. Lo que apoya es el proceso democrático de autodeterminación. De ahí, que es un movimiento abierto a que sus afiliados apoyen, en su carácter personal, cualquiera de las alternativas de estatus. Esto implica que el MVC no participa de la lógica del régimen de partidos imperante que es una que postula que los partidos políticos en Puerto Rico se definen como partidos ideológicos en torno a uno de los estatus en contención. Esta posición es quizás la que más diferencia al MVC de los demás partidos en la contienda electoral de 2020.
En tal sentido, el MVC retoma la posición sobre el estatus que adoptó el Partido del Pueblo Trabajador (PPT) en las elecciones de 2012 y 2016. Sin embargo, a pesar de que el PPT era un nuevo partido, fue percibido como un partido tradicional. En particular, fue considerado entre los votantes como otro partido independentista. El PPT no era formalmente un partido independentista, pero actuó como si lo fuera. Lo cierto es que no pudo o no quiso romper con esa tradición política. Y esa fue una de las razones por las que este partido no tuvo el impacto electoral deseado.[3] Pero donde el PPT no tuvo éxito, el MVC sí lo ha tenido: romper con la tradición política del independentismo y ser percibido como una nueva alternativa para romper el bipartidismo.
No debe sorprender que el independentismo tradicional resiente la posición del MVC sobre el estatus. Pero su denuncia a esta posición se hace desde el paradigma tradicional del estatus que ha contribuido decisivamente al inmovilismo y el estancamiento político en Puerto Rico. Estos sectores también critican que el MVC entienda que la estadidad es una opción de descolonización[4] y que, además, este partido interpele a electores que favorecen esta opción de estatus. El MVC no solo se dirige a estadistas descontentos con el PNP, sino que ha postulado a diversos candidatos y candidatas que son estadistas, pero subscriben la plataforma de estatus de este partido. Esta posición no hace al MVC un partido anexionista. Lo que permite es que este movimiento se enfoque en cuestiones sociales, económicas, y ambientales; y le ofrece un espacio político para crecer fuera del gueto minoritario del independentismo.
Tercero, se señala que Juan Dalmau, candidato a gobernador del PIP, y no Lúgaro, es la persona con más trayectoria, mayor experiencia y más competente para ocupar el puesto de la gobernación. Pero el asunto crucial en las elecciones de 2020 no es este. Lo que está en juego en estas elecciones es la posibilidad real de que por primera vez en más de 50 años se pueda romper o quebrar significativamente el bipartidismo y el régimen de partidos imperante. Centrarse en quién es el/la “mejor” candidato/a no contribuye a lograr este objetivo. Tampoco vale simplemente invocar “trayectorias” (“dónde se ha estado”…), esto es, una suerte de pedigrí que se otorgan los independentistas desde sus posturas de superioridad moral. La discusión fundamental (y que no se está dando) es cómo alterar la correlación de fuerzas favorable al status quo neoliberal. Esto es, cómo movernos en dirección de reformas que propicien mayor democracia, igualdad y políticas ecológicas. ¿Qué movimiento político tiene la capacidad para lograr estos objetivos? ¿Cuál es la fuerza política que puede propiciar un cambio en contra de las políticas de austeridad y precariedad neoliberales? Esta, para mí, es la pregunta fundamental.
Por último, se alega que el MVC está llamando a votar por ellos simplemente porque «tiene mayores probabilidades de ganar». Es decir, se les critica que están haciendo un llamado al “voto útil” sin más y que esto es una táctica de la “vieja política”. Este es un señalamiento demagógico puesto que lo que se ha planteado es que de los partidos que se oponen al status quo, el MVC está en mejor posición de asestarle un golpe a la hegemonía del PNP-PPD, dado que es un partido emergente que apela a diversos y heterogéneos sectores sociales no definidos por su posición respecto al estatus. Es importante destacar que el MVC viene con una fuerza innovadora y una capacidad real de mover el escenario político del país hacia otra dirección. No debemos ni subestimar ni desperdiciar este hecho. A esto se añade que el MVC está conformado por un grupo de ciudadanos diversos y plurales, muchos jóvenes, que ofrecen ideas innovadoras y traen nuevos imaginarios –como Eva Prados, Manuel Natal, y José Bernardo Marqués por mencionar solo tres – , y que están dispuestas y dispuestos a romper los esquemas anquilosados del pasado.
La apuesta a Dalmau y el PIP
Es interesante que estos críticos apuesten a Dalmau y al PIP como una alternativa novedosa de renovación política y denuncien al MVC como más de lo mismo. No obstante, el PIP no es esa alternativa novedosa. Es un partido tradicional (fundado hace 74 años en 1946) centrado en la vieja política del estatus. Desde 1968 en adelante el PIP ha sido incapaz de hacerle mella al bipartidismo reinante. Este partido no ha participado de la alternación de gobierno y, por tanto, no es estrictamente hablando parte del bipartidismo. Pero es parte integral del régimen de partidos basado en el paradigma del estatus y, en tal sentido, ha sido un sostén directo o indirecto del bipartidismo. Por ello, el PIP, tal y como se ha definido hasta ahora, no puede ser una alternativa ni al bipartidismo ni al régimen de partidos hegemónico.
El PIP tampoco es una alternativa real para alcanzar el gobierno, puesto que al ser un partido cuyo objetivo central es la independencia, carece del apoyo popular para ser opción de mayoría. Esto va más allá de la integridad, la honestidad, y el compromiso de sus candidatos. No se trata de un asunto de este tipo, sino, como indiqué, de un asunto estratégico respecto a cómo alterar la correlación de fuerzas favorables al neoliberalismo.
Desde 1960, elecciones en las que el PIP obtuvo apenas el 3.1% del voto y no quedó inscrito, este partido no ha logrado hacer crecer significativamente el apoyo a la independencia, ni tampoco ha logrado contribuir a debilitar el estatus colonial de Puerto Rico. De hecho, en diversas elecciones el “melonismo” –una fracción de electores que se identifican como independentistas y simpatizantes del PIP– ha contribuido de manera decisiva a fortalecer el bipartidismo al “prestar” su voto al PPD para derrotar el PNP y el “avance del anexionismo”.
Durante este periodo el momento de mayor potencial de crecimiento del PIP fue en las elecciones de 1972. Para esta fecha, esta formación política había renovado su liderato y adoptado un programa centrado en la tríada de independencia, democracia y socialismo, y bajo el lema de “Arriba los de abajo”. El partido apoyó de forma militante los movimientos y luchas sociales (rescate de terrenos, huelgas de trabajadores y huelgas estudiantiles, actos de desobediencia civil, etc.) que surgieron como respuesta a la crisis capitalista de aquel momento. Sin embargo, esas elecciones representaron un fracaso inesperado para este partido. El PIP se había planteado el objetivo de sacar más de 100,000 votos y solo obtuvo cerca de 70,000 (5.4 %). Esta cifra fue sustancialmente mayor que los 32,000 votos (3.5%) obtenidos en 1968, pero representó un fracaso para los objetivos del partido. El liderato conservador de este partido, encabezado por Rubén Berríos Martínez, responsabilizó a la radicalización “marxista leninista” del partido y a la juventud del PIP por este fracaso electoral.[5] Después de su crisis y división en 1973, el PIP abandonó paulatinamente el socialismo democrático, adoptó nuevamente el discurso independentista tradicional y volvió a ser un partido fundamentalmente electoral.
Por décadas, el PIP ha visto menguar su apoyo electoral y ha tenido que inscribirse tras cada elección. En solo dos ocasiones, en 1976 y 1980, y bajo la candidatura de Berríos Martínez para gobernador, el PIP logró obtener un apoyo máximo de 5.7 % del voto. En las últimas tres elecciones, 2008 (Edwin Irrizary Mora), 2012 (Juan Dalmau), y 2016 (María de Lourdes Santiago), el PIP ha sacado apenas 2.0%, 2.5% y 2.1% del voto, respectivamente. Habría que concluir que el PIP ha fracasado en sus objetivos políticos estratégicos, a pesar de que suele reclamar que los ha alcanzado. Su logro más significativo ha sido que sus candidatos a legislatura (usualmente dos) sean consistentemente electos con votos mixtos para ejercer funciones de fiscalización al gobierno de turno. A esto se ha limitado el éxito electoral de este partido. Aun así, el PIP no ha alterado fundamentalmente su estrategia y su discurso político. Por el contrario, se ha reiterado una y otra vez en las mismas posturas políticas, con algunas variaciones mínimas. De hecho, a esto es que se refiere el planteamiento del “compromiso y la trayectoria de dónde se ha estado”. Pero la cuestión no es dónde se ha estado, sino la efectividad política que ha tenido “el estar dónde se ha estado”.
¿Por qué entonces las personas que buscan una alternativa al status quo deberían votar por el PIP en vez del MVC? Esta posición solo tiene sentido si el elector se define como independentista y la independencia es el objetivo fundamental que quiere adelantar en las elecciones. Pero si lo que se busca es quebrar el bipartidismo y el régimen de partidos imperante entonces la alternativa debería ser el MVC. ¿Por qué los críticos de este movimiento se afanan, ahora en este posible escenario de cambio, en llamar a votar por el PIP, un partido que ha probado ser incapaz de crecer, de diversificarse y de convocar mayorías? Parecería que estos sectores no quieren trascender el gueto de su minoría ilustrada que se posiciona siempre desde la superioridad moral. Al fin y al cabo, estos sectores, al parecer, desean mantenerse hablando entre ellos, los convencidos y los puros. No cabe más que pensar que en realidad se aferran a una vocación de ser siempre minorías, de nunca ampliar su base, se aferran a seguir siendo un grupo elite esclarecida que es quien “mejor sabe” lo que le conviene al resto.
En las elecciones de 2020, Dalmau ha reconocido tácitamente que con el voto de los independentistas nada más el PIP no puede ser una alternativa real de cambio. Por eso, ha salido a buscar votos “prestados” declarando que “el que no es independentista puede votar por mí”.[6] Además, el PIP ha centrado su campaña en la figura y los atributos personales de Dalmau, que por momentos parece ser un candidato independiente, desenfatizando los símbolos del partido y el reclamo de la independencia, a la misma vez que reitera que es el partido de los independentistas. El problema con esta táctica electoral (que es algo así, “como el mejor de los dos mundos”) es que no se puede desarrollar en todo su potencial sin abandonar su razón de ser (la independencia) pues perderían su identidad política. Esta es la paradoja que ha limitado marcadamente el crecimiento de este partido.
Si el PIP quisiera transformar radicalmente su posibilidad de crecer tendría que ir más lejos que el tímido y ambiguo pronunciamiento de que los “no independentistas” pueden votar por su candidato. Tendría que reconocer explícitamente, sin ambages, que las elecciones generales no son plebiscitarias y abandonar el paradigma del estatus (la independencia) como lo que lo fundamenta y define. Pero, si el PIP hiciera esto se transformaría en otro partido cuyas posiciones no serían claramente distinguibles a las del MVC. Esto sería muy interesante pues podría desbloquear aún más el camino para crear una alternativa progresista contra el PNP-PPD. Pero lamentablemente esta posibilidad no está en la agenda del PIP, esto es, dejar de ser lo que son: el partido de la independencia. Por esta razón, no da igual votar por el MVC o el PIP si lo que se quiere es quebrar el bipartidismo. De estos dos partidos, el primero es el que tiene la posibilidad de lograr el objetivo de romper el bipartidismo desde un paradigma político alterno. El segundo lo que ofrece es una reiteración del paradigma político tradicional. De ahí que no se trata de apoyar “al mejor”, sino al movimiento que puede impulsar el cambio deseado.
Lo que está en juego
En fin, no es suficiente decir “ni azules, ni rojos”. Hay que precisar cómo se va a derrotar el bipartidismo y el régimen de partidos hegemónico. No podemos apostar a discursos políticos que lejos de acumular fuerza y ganar pueblo han ido constantemente menguando en su apoyo. Esto es una fórmula para continuar con el status quo y el bipartidismo, a pesar de que este se encuentra en su momento de mayor debilidad desde 1968. En estas elecciones tenemos la posibilidad real de terminar de socavar el bipartidismo. Y esta es una oportunidad que no se debe pasar por alto. Pero no nos llamemos a engaño. Aun con su desgaste, los partidos que tienen mayor probabilidad de ganar son el PNP y el PPD. Estos dos partidos andan pescando los votos de los sectores religiosos conservadores y de los electores envejecientes tradicionales que están en contra del cambio y de sus implicaciones políticas. Y ese bloque puede ser mayoritario entre el electorado. Al menos, ese es el cálculo de estos partidos que explotan el miedo al cambio. El Puerto Rico profundo, compuesto en su mayoría por sectores envejecientes, es muy conservador y tradicional. Los que viven en las burbujas de las redes sociales harían bien en darse cuenta de que sus páginas de Facebook o de Twitter no reflejan el país o al menos a amplios sectores, posiblemente mayoritarios, de este.
Si no se puede derrotar al bipartidismo, lo cual es probable, al menos debemos profundizar sus grietas y consolidar el MVC para que este movimiento alterno continúe acumulando fuerzas para poder, más temprano que tarde, quebrar definitivamente el bipartidismo y el régimen de partidos imperante. Las consecuencias de no hacerlo serán aun más desastrosas. Esto es lo que está en juego en estas elecciones.
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[1]Los datos electorales que utilizo en este artículo son de https://es.wikipedia.org/wiki/Elecciones_generales_de_Puerto%20Rico. Esta página provee los resultados oficiales de las elecciones para cada evento electoral.
[2] Por razones de espacio no elaboro aquí sobre este documento. Para leerlo, ver , “Movimiento Victoria Ciudadana: Agenda Urgente”, https://www.mvcpr.org/. (Consultado 21 de septiembre de 2020.) Al momento de escribir este artículo el MVC se encuentra en un proceso deliberativo con todos sus afiliados/as para aprobar el Programa de Gobierno de este movimiento.
[3] En las elecciones de 2016, Rafael Bernabe candidato a gobernador del PPT obtuvo apenas 5,324 votos para un apoyo electoral de 0.34%. El partido no quedó inscrito y volvió al perder su franquicia electoral. Actualmente, el PPT ha suspendido sus funciones y varios de sus dirigentes, incluyendo a Bernabe y a Mariana Nogales (candidata a Comisionada Residente), son ahora candidatos a puestos electivos para 2020 por el MVC.
[4] Diversos sectores independentistas o soberanistas han cuestionado que el MVC reconozca la estadidad como alternativa descolonizadora, pues, argumentan, solo mediante la independencia y la soberanía es posible la descolonización. Esta controversia puede leerse en Manuel Almeida y Elizabeth Robles. “La estadidad sí es una opción descolonizadora”. Revista Digital 80grados, 2019. (Consultado el 20 de septiembre de 2020.) Luis Fernando Coss, Justo Méndez Aramburu, y José Rivera Santana. “Estadidad, colonialismo y el arte de juntarnos en Victoria Ciudadana”. Revista Digital 80grados, 2019. (Consultado el 20 de septiembre de 2020.)
[5] Ver Norma Iris Tapia, La crisis del PIP, San Juan, Editorial Edil, 1980. Además del análisis de Tapia sobre esta crisis, este libro contiene importantes documentos internos del PIP que circularon durante la crisis, incluyendo los texto de Berríos Martínez demonizando a la oposición de izquierda que se opuso a su liderato autoritario y conservador.
[6] Ayeza Díaz Rolón, “El que no es independentista puede votar por mí”, El Vocero, 11 de septiembre de 2020. (Consultado el 26 de septiembre de 2020.)
*Fuente: 80grados