Por Fernando Tebele, Resumen Latinoamericano 7 de noviembre de 2020
Foto de Portada: Basterra en pleno testimonio ante el TOCF Nº4 , por Fabiana Montenegro
Sobreviviente de la ESMA, su aporte a la memoria histórica es, aún hoy, de un valor incalculable. Durante su cautiverio, engañó a sus captores para obtener alguna libertad de movimientos dentro del campo de concentración, lo que le permitió fotografiar documentos de inteligencia que son fundamentales en esta causa. En sólo cuarenta y cinco minutos, aportó datos únicos, como la chance que tuvo de ver con vida a varios militantes de la Contraofensiva que están desaparecidos/as, entre quienes se cuentan Alcira Machi Durante, Sara Isabel Ponti, Jorge Alberto Pared, Orlando Ruiz y Silvia Dameri. (Por El Diario del Juicio*)
Es una suerte de celebridad de los juicios de lesa humanidad, si cabe esa calificación muchas veces utilizada para personajes demasiado banales. Víctor Basterra es, tal vez corresponda más señalar, una suerte de héroe de nuestro tiempo. No por haber conseguido sobrevivir a cuatro años de torturas de todo tipo en la ESMA; a esta altura ya sabemos ‑y este juicio lo ratifica con mucha precisión y certeza- que la supervivencia o no dentro de lo que Pilar Calveiro llamó sistema concentracionario, siempre estuvo en manos de los genocidas, nunca en las de sus víctimas. Es un héroe de nuestro tiempo por la ética con la que se movió en ese camino fangoso del secuestro y la desaparición, por el arrojo con el que se jugó la vida para fotografiar todo tipo de pruebas durante su cautiverio, y por su obsesión posterior dedicada a “perseguir a los ñatos”, como suele llamarles a los genocidas. “Es la persona más valiente que conocí en mi vida”, dijo alguna vez Carlos Lordkipanidse, otro sobreviviente de la ESMA que “convivió” con él “en la misma escuela”, como suelen decirse, pisando una línea risueña sobre aquellos hechos que sólo ellos pueden transitar.
Es tal celebridad Basterra, que se le puede atribuir responsabilidad en que, por primera vez en este juicio, un imputado haya solicitado quedarse en la sala. Es Marcelo Cinto Courtaux, el único que está preso en cárcel común por haber estado prófugo varios años. Nadie sabe por qué eligió quedarse esta vez. No es una locura pensar que pudiera ser por su testimonio en particular. Cinto Courtaux es un “peso pesado” de la inteligencia. Y Basterra siempre recuerda, lo hará más tarde, que cuando le anunciaron su libertad, en diciembre de 1983, “Me dijeron: ‘te vas, pero no te hagas el pelotudo porque los gobiernos pasan, pero la comunidad informativa siempre queda’. Cosa que corroboré y se puede corroborar ahora”, dirá. Estamos a punto de certificar, una vez más, a través de su testimonio, cuánta verdad hay en lo que él mismo dijo hace pocos meses en una visita a la ESMA: “No me hice el pelotudo, me hice el re-pelotudo”.
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Basterra llegó con la audiencia ya comenzada. Probablemente por su presencia, el tránsito de público saliendo y entrando de la sala es mayor al habitual. Todos y todas quieren charlar con él. Algunas personas vinieron por primera vez al juicio sólo para poder darle un abrazo, como Liliana Pellegrino, también sobreviviente de la ESMA, que vive en Suecia y, de paso por Buenos Aires, no quiso perderse la ocasión. El testigo está habituado a pasar largas horas ante los jueces. Su declaración en el Juicio a las Juntas duró más de cinco horas. Alguna vez contó que, cuando fueron a declarar a España ante el juez Baltasar Garzón, porque aquí había impunidad, Enrique Cachito Fukman, otro sobreviviente de la ESMA, le dijo: “esta vez no me vas a cagar. Entro yo primero y me vas a tener que esperar vos”. En esta ocasión se sabe que no durará tanto. No es un juicio por la ESMA, donde los documentos aportados por Basterra prácticamente sostienen, por sí mismos, la prueba documental del juicio entero (“Sólo con su testimonio podría condenarse a casi la totalidad de los 60 imputados”, dijo alguna vez Mercedes Soiza Reilly, fiscal del tramo III de esa megacausa, el juicio más importante de la historia argentina). Su presencia en la causa por la represión a la Contraofensiva sorprende a muchas personas. El testimonio será breve , la espera no. Cuando uno de los secretarios del tribunal sale a buscarlo, él camina con seguridad, pero también con esa carga que implica tener que recordar todo otra vez, no olvidarse de ningún nombre, de nada importante. Tiene la columna hecha trizas. Estaba casi imposibilitado de caminar, pero una operación que le realizaron en 2007 le ayudó a enderezar el rumbo, aunque todavía lo agobian esos dolores. Si no fuera consecuencia de las torturas, no estaría mal suponer que ese padecimiento podría obedecer al peso de la responsabilidad de recordar todo con su memoria envidiable. Pero el genocidio cancela todo tipo de metáforas.
Basterra ingresa a la sala y se sienta frente al tribunal. apoya debajo de la mesa una suerte de maletín informal de color negro. Hace un rato nos mostró lo que traía allí: unas publicaciones de aquella época del Peronismo de Base. Se lo ve en ellas treintañero, con su cabello llegando a los hombros. “En la foto estamos El Tordo Mars, José Osvaldo Villaflor, Jorge Di Pasquale y yo. No sé qué fue de El Tordo. Villaflor se suicidó en julio del ‘92, Di Pasquale está desaparecido. Y yo, ya sabéis…”, dice con complicidad, y larga una risotada.A punto de cumplir 75 años el 1 de diciembre, tiene una calvicie prolijamente afeitada. Está igual de petiso que siempre, aunque su accionar le agiganta la figura. Una campera beige tapa casi por completo la camisa blanca, pero no impide que se vea la rosa roja tejida a mano, el sello simbólico de este juicio, que pidió durante la espera y que sobresale de su pecho. “Tengo interés en que se aclare esta historia. Siempre he apoyado la Memoria ‚la Verdad y la Justicia”, dice a modo de presentación. También pide disculpas por el tono de su voz. Dueño de un vozarrón de cantor de tangos, desde hace un año lo persigue una disfonía que le genera incomodidad. Enseguida, el abogado querellante Pablo Llonto le da pie para que resuma su historia personal. “El viernes 10 de agosto de 1979, en horas de la mañana, un grupo de personas ingresó a mi domicilio de Valentín Alsina por los techos de casas vecinas. Yo estaba convaleciente de una operación de hernia. Me atraparon y me tomaron prisionero. Ahí estaba mi compañera Laura Seoane. En esa mañana, en la calle Tuyú 1244, me dieron una gran paliza. Ese fue el primer aviso de lo que se venía. Ahí me trasladaron a lo que, me enteré después, era la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA)”, arranca. “Ahí hubo mucha violencia, me llevaron a un lugar que se llamaba ‘La Huevera’ porque era una habitación muy grande, forrada con envases de huevos para que no pase el ruido”. El ruido era, por lo general, gritos de las personas torturadas. “Había una cama, me desnudaron, me ataron las muñecas y los tobillos, y me torturaron por horas y horas. 20 o 25 horas estuve así”. En ese lapso tuvo dos paros cardíacos provocados por la picana eléctrica. “Me subieron a otro lugar que era el altillo, después supe que le decían Capucha. Después de unas horas, me bajaron de nuevo y más palizas”.
Eva y La Bety
En las peores circunstancias, siempre hay lugar para pequeñas resistencias, o grandes actos de solidaridad, como el que impidió que Eva, la pequeña hija de Basterra, también fuera torturada. “Uno de los integrantes era un oficial naval, (Fernando) Enrique Peyón. Dijo que iban a traer a mi hija y me la iban a poner sobre el pecho si no les decía lo que querían. Sentí que después se abría otra puerta donde había un griterío de una criatura que era mi hija, evidentemente. Había toda una lucha en la habitación de al lado. Estaba mi hija al cuidado de una prisionera que se llamaba Blanca Firpo, La Bety. Ella agarró a mi hija y la protegió en su pecho, la apretó fuerte. Hubo todo un tironeo entre el oficial y Blanca, y no se la pudieron sacar. Yo estaba escuchando todo eso y les dije algunas de las cosas que los tipos querían saber. Igual me siguieron dando dos o tres días más o menos, hasta que me dejaron en Capucha, que era en el tercer piso. Ahí estuve mucho tiempo. Tres meses esposado, tres días sin tomar agua, todos los extremos que se pasaban en estos lugares. Estaba rodeado de otros compañeros que pasaron por las mismas circunstancias. A todos nos tenían asegurada una gran dosis de dolor y de sufrimiento”, explica con la misma tranquilidad sorprendente que percibió Jorge Luis Borges cuando lo escuchó en el Juicio a las Juntas, y que lo motivó a escribir uno de sus textos geniales.
Mano de obra esclava
Basterra era obrero gráfico. Había trabajado para la familia Ciccone. Cuenta que allí aprendió el oficio de “manejar todos los elementos de impresión de seguridad que después iban a pasar a la documentación Argentina en el ‘79/’80”. Narra que, en ese ir y venir de cruces con los genocidas, en los que ya era obligado a trabajar como mano de obra esclava, se dio un diálogo, con compañeros, que lo marcaría hasta el día de hoy. “Una tarde de abril me habían sacado de Capucha y me habían puesto al lado, en una cama. Me llaman los que habían sido mis compañeros de cautiverio y ahí me preguntaron si tenía noticias de ellos. Yo les dije que no, que no me daban ningún tipo de noticia. Entonces me dijeron ‘Negro, si zafás de esta, que no se la lleven de arriba’». Quien le dijo esa frase fue El Gordo, Enrique Ardetti, que continúa desaparecido. Para Basterra, esa máxima se convirtió casi en la razón de su vida por venir. “Eso fue un mandato para mí. A partir de ese momento yo empecé a observar y a mirar todo, de tal forma de conocer todos los movimientos habidos y por haber, los cambios y la flexibilidad que se iban haciendo en esos lugares, a pesar de lo riguroso que eran”, señala.
Entonces le empezaron a pedir que fotografiara a personas para falsificarles documentos. Pasaron por su lente desde Alfredo Astiz hasta el jefe de la Logia masónica italiana Propaganda Due (P2), Licio Gelli. “Me pedían que saque cuatro fotos, yo sacaba cinco. Esa quinta la guardaba en el papel fotosensible. Yo tuve así una colección de fotos. En algún momento me permitieron ir a visitar a mi familia y lo podía ir sacando de a poquito”. En esas salidas vigiladas, que contaban con la obligación de regresar cada noche a dormir en la ESMA, Basterra colocaba los negativos entre los testículos y el ano. Prometía volver con alguna botella de alcohol para los guardias que evitaban revisarlo. “Todo ese material que yo había juntado, tuve que esperar un tiempo largo hasta que se dieron las condiciones para publicarlo. Si bien en mayo del ‘84 yo lo presenté a la Conadep, a fines de julio lo presenté en una conferencia de prensa en el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y ante el juez (Juan Carlos) Cardinali. Así que esos fueron los primeros pasos que abrieron la posibilidad de que los crímenes de lesa humanidad en la ESMA comenzaran a ser revisados”, explica.
El vínculo con la Contraofensiva
Después de haber resumido su historia personal, Basterra, apoyado seguramente en su vasta experiencia como testigo, se mete, sin necesidad de preguntas, en los datos que puede aportar en esta causa en particular. “Estoy acá por otra causa, pero tengo que decir que yo fui, de alguna forma, secuestrado en mi domicilio en el tiempo de la primera Contraofensiva. Yo pertenecía al Peronismo de Base y a las Fuerzas Armadas Peronistas, que no comulgaban con los Montoneros , pero sabíamos que había una decisión de llamarle primera o segunda Contraofensiva en el año ‘79 y ‘80”. Basterra considera que su caída, tras haber sorteado la feroz represión de los primeros años de la dictadura, estuvo vinculada a un recrudecimiento de la represión que el gobierno militar se dio como estrategia para arrasar la operación de Montoneros. Si bien todos los testimonios y los documentos desclasificados dan cuenta de que el epicentro de la represión actuó desde el Batallón de Inteligencia 601 y operó en Campo de Mayo, pudo dialogar con algunas personas participantes de la Contraofensiva, también secuestradas en la ESMA. “Eso fue a mediados del ‘80. Entre ellos estaban (Jorge Alberto) Pata Pared, Sara Isabel Ponti,Alcira Machi Durante. No recuerdo quién fue antes, quien fue después. Yo tuve la posibilidad de hablar con Alcira. En algún momento le llevé una copa de Coca Cola, y me contó que la habían llevado a Campo de Mayo y había visto mucha gente, calculaba que había 50 personas y entre ellas estaba Petrus. ‘¿Petrus?’, le dije yo, ‘y quién es Petrus?’. Y ella me dijo ‘Campiglia’. Yo recordé Petrus porque en el tiempo en que me torturaron, me preguntaron por Petrus y yo no sabía quién era, pero me torturaron mucho. Nunca supe, hasta que me lo dijo esta chica”. Horacio Campiglia, Petrus, era integrante de la conducción de Montoneros y fue secuestrado en Río de Janeiro junto a Mónica Pinus de Binstock.
La mesa vacía, la memoria llena
En todas las ocasiones, la mesa que tienen delante quienes dan testimonio se cubre de papeles. En algunos casos, con documentos que se han aportado a la causa; cartas o fotos, si se trata de las hijas e hijos; en otras, apuntes, ayudas para la memoria. El escritorio de Basterra está vacío. Casi que ni siquiera se apoyan sus brazos, que vuelan por el aire en gestos que acompañan sus recuerdos intactos. Todo está en su cabeza. En el mismo lugar donde el mandato del Gordo Ardetti lo saca siempre para adelante. El abogado querellante Pablo Llonto le pide precisiones sobre el diálogo con La Gringa Alcira Machi. El croquis exacto está dibujado en esa memoria individual privilegiada que construye memoria colectiva. “Ella estaba ubicada en una de las pequeñas celdas que, cuando uno entraba por el sector 4, doblaba a la derecha y había una especie de pasillo. Del lado derecho estaba la parte de documentación y a la izquierda ‘La Huevera’. Después estaba el comedor. Luego, al fondo, había tres pequeñas habitaciones. Y una habitación un poquito más grande donde, en algún momento, estuvo el Pata Pared y en otro momento se convirtió en la sala de inteligencia, que de ahí robé una llave en el año ‘83. Alcira estaba en la habitación pequeña, en el fondo.
—¿El nombre lo supiste en ese momento? —consulta Llonto. — No, posteriormente. Ahí le decían María. Era una chica con cara rellenita, con el rostro enrojecido, como si fuera muy blanca y tuviera la piel muy sensible. La vi dos o tres veces. Yo hablé con la Gringa porque le hacían limpiar el piso, entonces teníamos un contacto. En cambio al Pata lo tenían en la habitación.
La llave de inteligencia
La hazaña más recordada de Basterra es la de las fotografías de genocidas, pero en esta causa hay otra más significativa. “Sucede que en algún momento de principios del ‘83, yo pude robar una llave de inteligencia y a la madrugada, a la una o dos de la mañana, preparaba trabajo, decía que iba a hacer tal cosa o tal otra. Entonces ahí aproveché para entrar con esa llave en el sótano donde estaba funcionando la oficina de inteligencia. Traje unas cuantas carpetas y les fui sacando fotos. Con el tiempo escondí el rollo y lo pude revelar. No salió bien porque era en un laboratorio muy artesanal, y el agua estaba muy fría, pero algunas de esas fotos pudieron ser rescatadas. La mayoría de esas fotos de estos negativos fueron perdidos por la justicia militar, en el ‘84”. En esas imágenes, aparece un listado que se agrega a la gran cantidad de prueba documental que tiene este juicio. “Esas fotos son las de todos los listados de compañeros que habían sido secuestrados en Campo de Mayo, fundamentalmente. Aparecían distintos detalles. La mayoría de estos negativos fueron sustraídos por las Fuerzas Armadas”.
—¿Qué recordás de esos listados? —le pregunta Llonto. — Había algunos que decían el nombre de alguna persona, el lugar, una L o una T. Las L eran muy poquitas; las T, la mayoría. En algún momento aporté eso. Lo que había podido aportar con las copias, otras no las pude hacer porque era mucho material.
La L y la T, supo luego, serían para distinguir a liberados de trasladados. A sobrevivientes, de desaparecidos.
—¿Hiciste algún tipo de trabajo de reconstrucción con algún equipo profesional? — Sí. Con el Equipo de Antropología y algún compañero abogado. Algunas cosas se hicieron, el nombre Alcira Machi Durante lo descubrió el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). — ¿Esta documentación pertenece a la Armada o alguna otra fuerza? — Era un intercambio permanente que había entre las distintas fuerzas, que se pasaban listados de la gente que había sido secuestrada. Ellos le ponían «detenidos», como si hubiera algún tipo de legalidad y eso era totalmente ilegal. Después, era gente que había pasado por Campo de Mayo. — Mientras estuviste secuestrado, ¿tuviste conocimiento del accionar de inteligencia? —continúa Llonto. —Sabía que había enlaces, así les decían. Un tal Castellví, uno de los enlaces de la Armada en el Ejército. Además había un tal Dante, que era de la Policía Federal con la Armada, había todo un entramado entre ellos de intercambio de información.
Carlos Mario Castellví enfrenta en estos momentos un juicio por haber sido parte de la estructura de la ESMA. Antes de fin de año podría ser condenado por primera vez. El aporte de Basterra en ese caso, como siempre, no fue menor.
Vigilado en democracia
El Juicio a las Juntas, técnicamente conocido como la Causa 13⁄84, fue un hecho histórico. Es imposible pensar los juicios de hoy desenganchados de aquel. Si todo fue un duro proceso de construcción, una pulseada permanente entre la impunidad y la justicia que continúa incluso hoy, ese punto inicial tiene un valor innegable. Sin embargo Basterra tiene algunos reparos con el Juicio a las Juntas. Y sus razones no son menores. En aquella sentencia, sobre su caso en particular, se dan por probados el secuestro y las torturas, pero también se dice que su libertad fue en 1981. Dice la sentencia: “Según Basterra, obtuvo su libertad definitiva en el mes de diciembre de 1983. Sin embargo, también afirma que a partir de mediados de 1981 comenzó a gozar de permisos de salidas, al punto de llegar a contar con un pase de entrada y salida que posibilitaba su libertad de movimientos. Sobre la base de esta admisión y por los indicios que pueden extraerse de la posesión por parte suya de tan abundante material documental que ‑como él mismo lo dice- fue retirando de a poco, debe darse por probado que la fecha en que se produjo su liberación fue julio de 1981 y no diciembre de 1983”. Aquel error en la sentencia le produjo a Basterra algunos sinsabores importantes. La mirada de sospecha sobre quienes sobrevivieron duró muchos años. Y aquella justicia de la democracia reciente, de alguna manera respaldaba esa sospecha. Para el tribunal, Basterra había ido durante dos años a la ESMA de manera voluntaria. Hoy, una sentencia así sería impensada, pero la perversión particular de la ESMA consiguió incluso engañar a los jueces León Arslanian, Ricardo Gil Lavedra, Guillermo Ledesma, Jorge Valerga Aráoz, Andrés D’Alessio y Jorge Torlasco. Con varios de ellos, Basterra pudo reírse de la situación décadas después, cuando ya los fallos de la megacausa habían reparado semejante disparate. Víctor no sólo fue liberado recién en diciembre de 1983, sino que siguió recibiendo “visitas”, que implicaban una vigilancia permanente y que sólo se terminaron cuando decidió esconderse viajando a la provincia de Neuquén. “Cuando llevo las fotos a la Conadep les doy la advertencia de que no publiquen nada porque yo estaba siendo controlado en ese momento, hasta agosto del ‘84. Venían a mi domicilio tres o cuatro veces por mes. Yo vivía en José C Paz en ese momento”. En julio de ese mismo año, ya las fotos habían sido publicadas en el Diario La Voz, que Montoneros financiaba en la primavera democrática.
Algunas precisiones
A esta altura de la jornada, Víctor ha dejado atrás su temor de que la disfonía le impidiera ser escuchado. Sufre enormemente la situación, a punto tal que prefiere mantener suspendida su participación en el programa radial Oral Y Público, en el que a través de Radio La Retaguardia, se informa acerca de los juicios y con su presencia estelar. “Es como hacer un programa de radio de fútbol con la participación de Maradona”, dijo al respecto alguien, alguna vez. Seguramente tenga razón. Antes del cierre, le piden precisar alguna data que ya entregó. La fiscal Sosti pregunta cómo era la oficina de inteligencia en la que fotografió los documentos. “No era grande. Había tres o cuatro escritorios. Habia un monton de contenedores de libros, de papeles. Había un organigrama muy grande y otro, yo les saque fotos pero salieron muy mal. Estuvieron publicadas en algún momento, Ahí yo pude entrar en una noche de mucha tormenta y sacar fotos con flash por los rayos. Ahí saqué lo que me interesaba a mí”. Reconoce haber sacado “tres rollos, o sea cien fotos”, pero que no todo ese material pudo revelarse correctamente y partes importantes se perdieron en el medio de sus denuncias. “En algún momento, en los primeros tramos de la democracia, la justicia militar tenía intervención en la investigación de sus propias fuerzas. Entonces tenía acceso al material y había mucho. Lo notable del caso es que quedaron muy pocos de los rollos que a mí me interesaba tener. En el CELS lo había tenido que entregar al juzgado y eso se perdió justamente en la justicia militar”. Increíble, pero real.
Final
Han pasado cuarenta y cinco minutos. Podría decirse que ha sido un testimonio breve. Sin embargo, el aporte se constituye como fundamental. No hay testimonios directos de sobrevivientes que hayan tomado contacto con personas desaparecidas en la Contraofensiva, luego de que fueran secuestradas. Sólo Basterra y Silvia Tolchinsky, que todavía no declaró en el juicio. En realidad sí hay muchas otras personas que las vieron: sus desaparecedores, que siguen prefiriendo callar. Basterra sale. Quien pueda pensar que por acostumbrado, estar allí no le genera conmoción, se equivoca. Sus ojos están humedecidos. Lo hizo de nuevo. Y esta vez le costó un poco más, por la cuestión de la voz. Entre los saludos que recibe, se le acerca Estela Cereseto, una de las sobrevivientes de la Contraofensiva que estuvo al cuidado de los niños y niñas en la Guardería de La Habana. Sin saberlo, está poniéndole título a esta crónica mientras se despide de Víctor. “Bueno, que estés bien. Y espero que pronto recuperes esa voz, que es la voz de tantos otros”.
*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente enhttps://juiciocontraofensiva.blogspot.com