Por Marcelo “Pancho” Langieri, Resumen Latinoamericano, 13 de noviembre de 2020.
Corría el año ’69 cuando, trabajando en el puerto de Buenos Aires en una agencia marítima como apuntador, donde controlaba la carga y descarga de los barcos, fui invitado a ver una proyección militante por un trabajador ferroportuario, un guinchero del puerto con quien teníamos una relación política y habíamos creado cierta complicidad. El Loco Rearte, así se llamaba, no tengo idea si era pariente de Gustavo Rearte, me invitó a ver una película sobre la resistencia peronista en su barrio. La invitación fue más o menos en estos términos, con la aclaración que la función era “reservada” porque la película estaba censurada por la dictadura. Se trataba de la “La Hora de los Hornos” de Solanas y Getino, supe después. En ese momento, en el gran público no se conocía ni la película, que se veía en sesiones clandestinas, ni sus directores, que eran miembros de un cine de vanguardia lejos aún de las mayorías populares.
La proyección era en Ciudad Evita y la función se realizaría en un club. No recuerdo ninguna cara, salvo la de mi amigo. Tengo la impresión que era cerca de fin de año, por lo menos no hacía frío. El encuentro fue sigiloso, de acuerdo a las circunstancias. Nos reunimos una veintena de personas sentados en silla de paja frente a una pared blanca que hacía de pantalla. Es notable como recordamos detalles nimios como el tipo de sillas y no, por ejemplo, los rostros de los compañeros con los que compartíamos ese acto. Si no me equivoco estaba programada la proyección de una parte de la película. De todas maneras, en medio de la función tuvimos que salir corriendo porque circuló la versión que venía la cana al club. Como buen acto clandestino estaba preparada la salida de emergencia por el fondo del club así que el raje fue fácil. Después me enteré que estas funciones truncas eran un clásico y que el sabor amargo de la frustración aportaba a generar una mística en la construcción de la resistencia a la dictadura. Era una nueva resistencia que se iba encarnando principalmente en las generaciones jóvenes para quienes muchas de estas historias eran un verdadero descubrimiento. La adrenalina se politizaba con la historia concreta; era la primera vez que iba a Ciudad Evita, lugar lleno de significados y muy presente en la conciencia resistente. Recuerdo que me sorprendieron las orgullosos chalet tipo californiano. Mucho después supe que había sido un deseo de Evita que las casas de los planes de vivienda populares no fueran las típicas viviendas sociales grises sino unas hermosas casas como las que se veían en las películas gringas.
Muchos años después en un acto en Plaza de Mayo en homenaje a la primera resistencia, ya en el gobierno de Néstor Kirchner, me encontré con el compañero Rearte. Él estaba con un grupo de compañeros, todos hombres grandes. Había envejecido conservando su fisonomía, me fue fácil reconocerlo. Me acerqué al grupo y me presenté recordándole nuestra relación en el puerto y la anécdota de Ciudad Evita. Me recordó enseguida y charlamos sobre aquellas épocas y sobre el presente. En ese momento yo era secretario académico de la Carrera de Sociología de la UBA. Antes de despedirnos le di una tarjeta mía de la Universidad donde figuraba mi teléfono y correo. Nos habíamos separado unos metros del grupo mientras charlábamos. Al despedirnos él se fue mirando la tarjeta. Cuando se juntó nuevamente con su grupo les mostró la tarjeta mientras le comentaba algo. Enseguida volvió con todos para presentármelos. Era un orgullo para él que aquel pibe del puerto ocupara un lugar de responsabilidad en la Universidad de Buenos Aires y quiso compartirlo con todos los compañeros. Así me presentó uno por uno comentando divertido y orgulloso nuestras andanzas por el puerto. En realidad, el honor era mío por haber podido compartir aquellos hermosos recuerdos de la lucha popular pudiendo conocer a personajes anónimos que con miles de pequeños actos construyeron un tiempo de lucha y gloria.
Vaya este recuerdo en homenaje a Pino Solanas.