A nadie se le escapa (o no se le debería escapar) el papel dominante de la banca en el capitalismo. Y aunque con Marx sabemos que la causa profunda de las crisis es la inherente desorganización del sistema que no puede evitar la caída de la tasa de ganancia, damos por hecho que fueron precisamente las turbulencias del sector financiero las que provocaron, en tanto que causa inmediata, el estallido de 2007 – 2008.
Un estallido que lo fue en el centro mismo del sistema, después de estar décadas ahorcando a los pueblos “periféricos”, entre otras cosas, con la soga criminal de la deuda externa, principal mecanismo “moderno” de las potencias imperiales para exportar las miserias propias a los países dependientes. Pero no bastaba. Los rescates del sector financiero terminaron por acercar los límites de la basura sistémica a países hasta entonces intermedios. Sabido es que al nuestro le tocó entrar en la condición nada honorable de ser uno de los PIGS(pain) (de cerdo en inglés).
Tampoco se nos debería escapar de la memoria, solo sea porque tiene poco de pasado superado, el correlato de recortes sociales y laborales que supuso salvar a esos parásitos financieros. Y cómo, a pesar de los miserables recortes, la deuda pasó oficialmente del 35 a más del 100%, augurando que ni siquiera el sacrificio popular serviría para arreglarle su tinglado a los secuaces del sombrerito de copa.
Pues bien, cuando el augurio se estaba cumpliendo, es decir, cuando de nuevo las turbulencias en el dichoso sector financiero estaban provocando una segunda réplica de la crisis, cuando se anunciaba una nueva recesión sin haber salido realmente de la anterior, resulta que llegó el coronavirus… y (nos) mandó a parar. Además de su innegable infección estrictamente sanitaria, el coronavirus ha terminado por contaminar sobremanera a la verdad, a la memoria y, lo peor, a una lucha social más necesaria que nunca. Y es más necesaria que nunca esa lucha social, porque la segunda réplica de la crisis llega con una menor capacidad de maniobra del capital para utilizar mecanismos puramente monetarios, anticipando por tanto más y más desestructuración interna de un sistema que no se sostiene. Y más y más ataques a las condiciones generales de vida.
Asistimos en estas semanas a la enésima concentración bancaria. Por cierto que, a este ritmo, poco va a quedar para las fusiones… a no ser que sea la banca internacional la que termine por comerse a los tiburoncitos patrios. Pero esa concentración, producto de la reducción de los márgenes de rentabilidad del negocio financiero, no es una consecuencia inesperada del coronavirus. Toca recordar, en línea con lo que estamos diciendo, cómo todas las alarmas estaban encendidas a finales del 19, antes de que la Covid de igual número entrara con fuerza en nuestra cotidianeidad. Baste mirar la portada de la prensa económica de 28 de diciembre de entonces (y no era una inocentada). Así que no nos quepa duda de adónde irá la mayoría de los fondos de recuperación, que volverán a ser de rescate de parásitos en fuerte pugna entre ellos. Y es ahí donde hay que situar la ampliación de los avales ICO, impuestos más que nada para forzar que la banca salga ganando sí o sí.
En fin, ciertamente el coronavirus ha acelerado la nueva y profunda réplica de crisis que vivimos. Pero también ha servido para taparla y “justificarla” y hacernos creer que cuando se vaya (y si somos buenos y dóciles) todo nos irá de gloria. No cabe engaño. Puede que el coronavirus se vaya. Pero aún quedará el peor de los virus, ese que va carcomiéndonos la vida ganando tiempo en estos tiempos forzados de parálisis y de alarma. Ganándonos el tiempo, sí. Gripándonos el motor de la historia.
La portada que hoy traemos a colación da fe de que los parásitos de altura y sus medios saben que el virus de la actual crisis capitalista que vivimos llegó antes de la Covid. Toca, pues, ser cautos. Pero, sobre todo, no dejemos que la mascarilla nos tape la verdad. Ni que nos ahogue el aliento…
Fuente: Insurgente.
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