Por Andrey Manchuk. Resumen Latinoamericano, 2 de noviembre de 2020.
El triunfo de Volodymyr Zelensky y su partido, Servidor del Pueblo, en las elecciones presidenciales y legislativas de 2019 devolvieron a la agenda política los ya olvidados eslóganes sobre la unidad del pueblo ucraniano, trágicamente dividido por el trauma de Euromaidan. El equipo Ze prometió volver a coser el país, igualdad de todos sus habitantes independientemente de sus preferencias políticas, ideológicas y religiosas y sin prestar atención a su región de procedencia. En resumen, prometieron una política estatal en línea con la tan infringida Constitución de Ucrania.
Estas promesas otorgaron a Zelensky un apoyo sin precedentes, especialmente de los residentes del sudeste, cansados de sentirse ciudadanos de segunda o ganado separatista, como les definían los propagandistas nacionalistas en tiempos de Poroshenko.
Sin embargo, las esperanzas resultaron ser una ilusión. El curso político del Estado no ha sufrido cambios significativos, al menos en lo que respecta a la libertad y la democracia. Servidor del Pueblo sigue centrándose en la minoría nacionalista de la sociedad ucraniana. Traicionó los intereses de los votantes de las regiones del sudeste del país y siguió flirteando con las regiones patrióticas pese a que habían preferido a Poroshenko y sus aliados de extrema derecha frente a Zelensky.
El resultado de esta tendencia políticamente suicida ha sido la derrota del partido presidencial en las elecciones locales. Los votantes de ayer de Servidor del Pueblo votan hoy en masa a la Plataforma Opositora por la Vida, el Partido de Sharii o apoyan a los proyectos políticos de la élite local. La consecuencia es que el mapa electoral de Ucrania en el que una vez más se puede observar la conocida división del país. Las regiones occidentales y centrales del país han votado fundamentalmente a los representantes de Solidaridad Europea, Batkivschina, Golos o partidos nacionalistas como Svoboda. El resto de las regiones han apoyado a la Plataforma Opositora, Sharii o partidos locales, fundamentalmente basados en los influyentes alcaldes oficiales. Servidor del Pueblo también ha obtenido votos en el sudeste, aunque en una cantidad tan baja que no permite maquillar los resultados.
Esta división geográfica ha sido común en Ucrania los últimos treinta años, comenzando con las primeras elecciones presidenciales celebradas el 1 de diciembre de 1991, cuando tres regiones de Galizia votaron por el candidato nacionalista Vyacheslav Chernovol y el resto del país eligió al excomunista Leonid Kravchuk. Curiosamente, Chernovol era natural de la región de Kiev, mientras que su oponente nació en la región occidental de Rovno, entonces parte de Polonia.
Tres años más tarde, en las segundas elecciones presidenciales, Kravchuk recibió el apoyo de Ucrania central y occidental, mientras que el recién creado electorado del sudeste apoyó al candidato Leonid Kuchma, que les prometió recuperar la producción, limitar la influencia nacionalista y establecer relaciones normales con Rusia.
Esta división se rompió únicamente en una ocasión en las elecciones de los noventa. A partir de ahí, Ucrania occidental se convirtió en el feudo político de Kuchma, que viró al nacionalismo, pero muchas regiones del centro del país o Vinnitsa, para nada una región del este, apoyaron al líder del Partido Comunista, Petro Simonenko, con la esperanza de un cambio social.
Sin embargo, las elecciones de 2004, que pusieron fin al primer Maidan, finalmente consolidaron la división entre este y oeste, que se ha representado también en las actuales elecciones. La diferencia es que ha sido la Plataforma Opositora por la Vida la que se ha llevado las regiones del este, antigua base de los regionales, aunque dañada por la baja participación y el gran éxito de los partidos “locales”. Y el lugar de “Nuestra Ucrania” de Viktor Yuschenko ahora está ocupado por el partido del que fuera su compañero, Petro Poroshenko, junto a la siempre decadente Batkivschina y la tradicional amalgama de fuerzas nacionalistas.
Sin embargo, hay ciertos cambios. Algunas regiones que cayeron bajo la influencia de los nacionalistas tras el desastre político de 2014 han vuelto a sus anteriores simpatías políticas, algo especialmente evidente en Sumy, un proceso ligado a la mala gestión y anarquía de los políticos de ultraderecha que habían alcanzado el poder.
“Los resultados en muchas áreas son inesperados. Esta es la imagen de las elecciones del consejo regional de Sumy con el 80% de los votos escrutados:
Servidor del Pueblo: 18,7%.
Plataforma Opositora por la Vida: 17,53%.
Batkivschina: 11,93%.
Solidaridad Europea: 11,32%.
Nuestra Tierra: 10,08%.
Por el Futuro: 7,82%.
Estos indicadores significan que la región se aleja de la zona “naranja-Maidan” y vuelve políticamente al sudeste. Fue ahí donde comenzó su carrera política Yuschenko (en las elecciones al Parlamento en 1998, con el Partido Comunista, el partido de Vitrenko y de Moroz, al que votaron casi en 60%). Los partidos pro-Maidan han obtenido solo el 23% de los votos. Y se puede añadir el voto de “Nuestra Región” al de la Plataforma Opositora por la Vida, ya que su líder en la región es Andrey Derkach, un hombre con una postura cercana en los últimos tiempos”, escribió el editor-jefe de Strana Igor Guzhva.
Sin embargo, estos matices no cambian el estado general. Incluso antes del anuncio oficial de los resultados finales, que se ha retrasado al máximo, se puede hablar ya del fracaso del intento de “coser” el país que prometió el frustrado presidente Goloborodko. Las viejas contradicciones regionales, formadas históricamente alrededor de complejos factores históricos, políticos y culturales, siguen haciéndose presentes y dividen dolorosamente a la sociedad ucraniana. Y no hay a la vista ningún partido de izquierdas que pueda resolver esas contradicciones ofreciendo a los votantes un programa de reconstrucción social que es igualmente necesario para los ciudadanos del este y el oeste.
Es más, la fragmentación regional no deja de crecer, tal y como muestra la victoria de influyentes alcaldes que han acudido a las elecciones con promesas de implementar políticas que interesen a los votantes locales, desilusionados con “el centro”. Y en las condiciones de desestabilización del sistema de administración pública, multiplicada por la crisis permanente, la desconfianza en las autoridades y las consecuencias de la pandemia, puede llevar a los resultados más decepcionantes.
Fuente: Slavyangrad