Argentina. Norita del mundo: sentir en lo más hondo

Argen­ti­na. Nori­ta del mun­do: sen­tir en lo más hondo

Por Por Gerar­do Szal­ko­wicz, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 26 de diciem­bre de 2020. 

De la Pla­za de Mayo a Japón, de Kur­dis­tán a Hon­du­ras, de Hai­tí al Saha­ra Occi­den­tal, Nora Cor­ti­ñas, a sus jóve­nes y pri­me­ros 90 años de edad, aún rue­da por el mun­do lle­van­do su men­sa­je de alien­to y soli­da­ri­dad. Esta es la his­to­ria de Nori­ta, la «Madre de todas las bata­llas», tam­bién en el terreno internacional. 

Con sus pasi­tos cor­tos y lige­ros, la seño­ra se acer­ca al mos­tra­dor de Migra­cio­nes. Una mano arras­tra el peque­ño bol­so con rue­di­tas, la otra sos­tie­ne la car­te­ra y un bas­tón japo­nés que rara vez toca el sue­lo para cum­plir su fun­ción. La emplea­da ojea unos minu­tos el pasa­por­te, con­sul­ta al super­vi­sor y le dice que por esta vez la dejan via­jar pero que tie­ne que renovarlo.

-¿Pero cómo? Si me fijé y ven­ce el año que viene.

-Es que ya no tie­ne espa­cio para más sellos.

La seño­ra se lla­ma Nora Irma Mora­les de Cor­ti­ñas, aun­que en gene­ral alcan­za con decir Nori­ta. Por­ta con hidal­guía sus 90 años y des­de hace más de 43 pere­gri­na por la vida bus­can­do a su hijo Gus­ta­vo, secues­tra­do y dete­ni­do-des­apa­re­ci­do des­de el 15 de abril de 1977. Pero esa lucha ini­cial, ins­tin­ti­va, vis­ce­ral, incan­sa­ble, que la eri­gió en una de las refe­ren­tes de las Madres de Pla­za de Mayo-Línea Fun­da­do­ra, la fue lle­van­do a tran­si­tar un camino de mili­tan­cia todo­te­rreno y de acti­vis­mo soli­da­rio que la con­vir­tió en “la Madre de todas las batallas”.

Nori­ta con­den­sa un cúmu­lo de cua­li­da­des (vita­li­dad, ter­nu­ra, gene­ro­si­dad, irre­ve­ren­cia, sen­ci­llez, cohe­ren­cia, son­ri­sa per­ma­nen­te, humil­dad) que la hacen un ser extra­or­di­na­rio. Dedi­ca cada minu­to de su vida a acom­pa­ñar todas las cau­sas jus­tas, inclu­so en este extra­ño parén­te­sis pan­dé­mi­co anda de zoom en zoom abra­zan­do vir­tual­men­te cada lucha o acti­vi­dad mili­tan­te. Brú­ju­la y faro de varias gene­ra­cio­nes, sím­bo­lo de resis­ten­cia inclau­di­ca­ble, puen­te entre la memo­ria y la uto­pía, para muchí­si­ma gen­te es la prin­ci­pal refe­ren­cia polí­ti­ca (y éti­ca) que hay en la Argentina.

Nora Cor­ti­ñas en una de las pri­me­ras mani­fes­ta­cio­nes de las Madres de Pla­za de Mayo.

Pero el foco de estas líneas apun­ta a la Nori­ta fron­te­ras afue­ra. A la Nori­ta inter­na­cio­na­lis­ta, otra de sus carac­te­rís­ti­cas más arrai­ga­das y encan­ta­do­ras. En sus inter­ven­cio­nes públi­cas siem­pre hace men­ción a los con­flic­tos de la coyun­tu­ra mun­dial y sue­le tener a mano para com­par­tir algún poe­ma del pue­blo saha­raui o de las muje­res de Kur­dis­tán. Gra­cias a esa impron­ta, las ron­das de los jue­ves de las Madres se con­vir­tie­ron en esce­na­rio para ampli­fi­car la agen­da de la mili­tan­cia inter­na­cio­nal. Nori­ta lle­va tatua­da en el alma “la cua­li­dad más lin­da de un revo­lu­cio­na­rio», la pre­mi­sa gue­va­ris­ta de “sen­tir en lo más hon­do cual­quier injus­ti­cia come­ti­da con­tra cual­quie­ra en cual­quier par­te del mundo”.

La meta­mor­fo­sis

Has­ta sus 47 años había sido la típi­ca madre y ama de casa tra­di­cio­nal que el man­da­to y el sen­ti­do común de la épo­ca impo­nían. Des­vin­cu­la­da de la polí­ti­ca, “ence­rra­da entre cua­tro pare­des”, como le repro­cha­ba Gus­ta­vo. Cuan­do le arre­ba­ta­ron a su hijo salió a la calle, sufrió una abrup­ta meta­mor­fo­sis y se mar­chó defi­ni­ti­va­men­te hacia lo des­co­no­ci­do. A los días se sumó al nacien­te gru­po de muje­res que se empe­za­ban a reu­nir en la Pla­za de Mayo y que lue­go harían his­to­ria con un pañue­lo blan­co en la cabe­za y todo el cora­je en el espíritu.

En 1978, la eufo­ria popu­lar por el Mun­dial de Fút­bol orga­ni­za­do en el país y el uni­for­me coro mediá­ti­co que osci­la­ba entre invi­si­bi­li­zar y demo­ni­zar a las Madres, las deja en un lugar de cre­cien­te ais­la­mien­to. Enton­ces deci­den bus­car apo­yo en el exte­rior, via­jan­do en gene­ral en gru­pos de dos o tres Madres.

A Nora le toca via­jar a Chi­le con Mar­ta Vás­quez en noviem­bre de 1978 a un sim­po­sio por los 30 años de la Decla­ra­ción de los Dere­chos del Hom­bre. Es la pri­me­ra vez que sale del país y la pri­me­ra vez que se sube a un avión. Allí pal­pa de cer­ca la esen­cia de la dic­ta­du­ra pino­che­tis­ta y empie­za a tomar con­cien­cia de la dimen­sión regio­nal del momen­to polí­ti­co y del Plan Cón­dor como bra­zo eje­cu­tor. Su segun­do via­je será a media­dos de 1979 en una gira de un mes por diez paí­ses de Euro­pa orga­ni­za­da por Amnis­tía Inter­na­cio­nal. Lue­go irá a Washing­ton a la Asam­blea Gene­ral de la Orga­ni­za­ción de Esta­dos Ame­ri­ca­nos (OEA), don­de su tes­ti­mo­nio y su dis­cur­so ‑nada menos que fren­te a la diplo­ma­cia del con­ti­nen­te- ya da cuen­ta de su des­tre­za para adap­tar­se a los espa­cios más disí­mi­les y del cua­dro polí­ti­co que empie­za a germinar.

En los terri­to­rios ocu­pa­dos del Saha­ra Occidental.

Su derro­te­ro mili­tan­te la lle­va­rá en las déca­das siguien­tes a via­jar por casi todo el mun­do, a empa­ti­zar con un sin­fín de resis­ten­cias, a asi­mi­lar el enga­ño de las fron­te­ras. Son muy pocos los paí­ses que no visi­tó. Y ape­nas un puña­do a los que fue de paseo. La han invi­ta­do de infi­ni­dad de luga­res a dar char­las, par­ti­ci­par de acti­vi­da­des, con­gre­sos, home­na­jes o sim­ple­men­te a cono­cer pro­ce­sos de lucha e inter­cam­biar saberes.

Una de las expe­rien­cias que más le impac­tó y con quie­nes gene­ró lazos más inten­sos fue con las muje­res kur­das. Nora cuen­ta: “Un día me vinie­ron a ver dos chi­cos que que­rían hacer una pelí­cu­la con las madres de Kur­dis­tán y me invi­ta­ban a via­jar y fil­mar­la allá. Lo pri­me­ro que pen­sé fue ¿Kur­dis­tán?, ¿con qué se come eso? No sabía ni que exis­tía… Y a los chi­cos no los cono­cía, pero me gene­ra­ron con­fian­za y les dije que sí. Fue una locu­ra, fil­má­ba­mos subien­do y bajan­do mon­ta­ñas, yo que­da­ba ago­ta­da. Pero fue una expe­rien­cia inol­vi­da­ble. Me emo­cio­nó mucho ver la fuer­za de esas madres y com­par­tir con ellas las simi­li­tu­des que tie­nen nues­tras vidas y nues­tras luchas”. Corría el año 2013 y Nora vol­vía a dar rien­da suel­ta a su intui­ción y su curio­si­dad. Se embar­ca­ba, una vez más, en una incier­ta tra­ve­sía del otro lado del mun­do y con dos jóve­nes des­co­no­ci­dos (Ale­jan­dro Had­dad y Nico­lás Valen­ti­ni) para pro­ta­go­ni­zar la pelí­cu­la “Pañue­los para la His­to­ria”, una con­mo­ve­do­ra sim­bio­sis de dolo­res, ausen­cias, terro­ris­mos de Esta­do y dig­nas for­ta­le­zas tejien­do un puen­te entre Orien­te y Occidente.

En mar­zo de 2019, Nora vol­vió al Kur­dis­tán tur­co. Esta vez para soli­da­ri­zar­se con las más de cin­co mil pre­sas y pre­sos polí­ti­cos que se encon­tra­ban en huel­ga de ham­bre. La prin­ci­pal refe­ren­te de esa medi­da de fuer­za era la dipu­tada Ley­la Güven, a quien Nora visi­tó cuan­do cum­plía 114 días en huel­ga de ham­bre y esta­ba en un esta­do de salud muy dete­rio­ra­do. “No lo hace­mos para morir, lo hace­mos para vivir dig­na­men­te –le expli­có Ley­la-. Cuan­do entras­te a mi cuar­to me lle­né de vita­li­dad, noso­tras com­par­ti­mos el mis­mo dolor pero tam­bién la mis­ma esperanza”.

Acom­pa­ñan­do al ex pre­si­den­te bra­si­le­ro Luiz Inácio Lula da Sil­va, víc­ti­ma de lawfare.

Otro terri­to­rio que le des­pier­ta una sen­si­bi­li­dad espe­cial es Hai­tí, el país más pobre (o más bien el más empo­bre­ci­do) de la región, a don­de via­jó tres veces. En 2005 enca­be­zó, jun­to a Adol­fo Pérez Esqui­vel, una dele­ga­ción inter­na­cio­nal para denun­ciar la ocu­pa­ción de las tro­pas de la misión de la ONU (en ese momen­to lla­ma­da MINUSTAH). Nori­ta sien­te un com­pro­mi­so par­ti­cu­lar con ese pue­blo: “Hai­tí sigue pagan­do el cas­ti­go de su dig­ni­dad por haber sido el pri­mer país de Amé­ri­ca que se inde­pen­di­zó y el pri­me­ro en el mun­do que abo­lió la escla­vi­tud. Es un país estra­té­gi­co que las gran­des poten­cias nun­ca deja­ron de domi­nar y saquear. Estu­ve varias veces visi­tan­do las barria­das, con diri­gen­tes socia­les y sin­di­ca­les, es un pue­blo muy lucha­dor que, pese a todas las adver­si­da­des, siem­pre sale a la calle a dar la pelea. La comu­ni­dad inter­na­cio­nal no ha repa­ra­do en el inmen­so daño que pro­vo­có la MINUSTAH, inclu­yen­do la epi­de­mia de cóle­ra que mató a más de diez mil per­so­nas. Creo que las lati­no­ame­ri­ca­nas y lati­no­ame­ri­ca­nos tene­mos una deu­da muy gran­de con el pue­blo hai­tiano, no le brin­da­mos la soli­da­ri­dad que mere­ce y necesita”.

Dar­le la vuel­ta al mundo

Sería inter­mi­na­ble enu­me­rar los des­ti­nos a los que lle­vó su abra­zo soli­da­rio. Algu­nas fotos le sir­ven de ayu­da memo­ria. Como aque­llas rega­lán­do­le un pañue­lo blan­co al Sub­co­man­dan­te Mar­cos y cele­bran­do el año nue­vo bai­lan­do en una comu­ni­dad zapa­tis­ta. O la otra abra­za­da por Fidel Cas­tro en uno de sus tan­tos via­jes a Cuba: “Era un hom­bre muy sim­pá­ti­co, cor­dial, siem­pre nos decía cosas muy boni­tas y nos hacía rega­los. Me acuer­do que yo le lle­ga­ba a la cin­tu­ra y le decía ‘ay Fidel, qué alto que sos’ y él me res­pon­día ‘Nori­ta, tú eres más gran­de que yo’…”. O son­rien­do con Ber­ta Cáce­res en Hon­du­ras, a don­de lle­gó tras el gol­pe de Esta­do de 2009, en medio del peli­gro y una máxi­ma ten­sión, y enta­bló un estre­cho víncu­lo con la icó­ni­ca lide­re­sa ase­si­na­da en 2016, a la que recuer­da como “una mujer muy valien­te, una lucha­do­ra inclau­di­ca­ble que defen­día a su pue­blo y a sus ríos, sen­ci­lla y muy tier­na. De los mejo­res ejem­plos que cono­cí en mi vida”. O con Lula besán­do­le la fren­te, cuan­do fue a Bra­sil para recha­zar su deten­ción. O a las riso­ta­das con Evo Mora­les, envuel­tos en ves­ti­men­ta indí­ge­na en una de sus asun­cio­nes pre­si­den­cia­les. O al bor­de de las lágri­mas en el cemen­te­rio de las Islas Mal­vi­nas home­na­jean­do a los sol­da­dos caí­dos: “Hay que rei­vin­di­car a los pibes de Mal­vi­nas, ellos fue­ron lle­va­dos a pelear a esas islas por los mis­mos geno­ci­das que se lle­va­ron a nues­tros hijos”. O en el Saha­ra Occi­den­tal, don­de cono­ció la resis­ten­cia del pue­blo saha­raui con­tra la ocu­pa­ción de la monar­quía de Marrue­cos. O pro­bán­do­se un kimono y rega­lan­do pañue­los ver­des en Japón, a don­de via­jó en 2018 para acom­pa­ñar la denun­cia por las muje­res escla­vi­za­das sexual­men­te duran­te la Segun­da Gue­rra Mun­dial: “Japón es un país que apa­ren­ta mucha moder­ni­dad, pero escon­de bajo la alfom­bra todo este dolor. Me gus­ta­ría que el gri­to de estas muje­res se escu­che en todo el mun­do”. O fun­di­da en otro abra­zo soro­ro con las Madres de Soa­cha, que recla­man jus­ti­cia por sus hijos ase­si­na­dos como “fal­sos posi­ti­vos” por el ejér­ci­to colom­biano. O aque­lla pos­tal en Chi­le, en su últi­mo via­je al exte­rior, levan­tan­do el puño izquier­do con una barri­ca­da de fon­do en pleno esta­lli­do social.

En Hai­tí, jun­to a las muje­res y orga­ni­za­cio­nes femi­nis­tas del país.

Des­de los pri­me­ros via­jes a fines de los ´70, cuan­do lle­va­ba el recla­mo deses­pe­ra­do y urgen­te de las Madres, Nori­ta se fue trans­for­man­do en una hor­mi­gui­ta via­je­ra que no para de dar­le vuel­tas al mun­do. Siem­pre ponien­do el cuer­po. Rega­lan­do su con­duc­ta como fuen­te de ins­pi­ra­ción. Expor­tan­do su ener­gía y tra­yen­do apren­di­za­jes. Asu­mien­do el com­pro­mi­so de ten­der puen­tes y difun­dir las reali­da­des leja­nas. Hacien­do peda­go­gía del ejemplo.

Tal vez en esa escue­la del via­jar esté una de las cla­ves de su sabi­du­ría y esa soli­da­ri­dad inter­na­cio­na­lis­ta que le bro­ta por los poros: “Cono­cí muchos luga­res pero lo más impor­tan­te son las per­so­nas que cono­cí en esos luga­res. Me fal­tan pocos paí­ses que me gus­ta­ría cono­cer, uno de ellos es Pales­ti­na. Es mucho lo que reci­bo en todos lados, creo que dema­sia­do. Yo sólo lle­vo mi tes­ti­mo­nio y tra­to de apor­tar lo que apren­dí en estos cua­ren­ta años de lucha: que nun­ca hay que bajar los bra­zos ni per­der las espe­ran­zas. Por­que algún día, estoy con­ven­ci­da, ¡ven­ce­re­mos!”.

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