Por Enrique Ubieta, Resumen Latinoamericano 9 de diciembre de 2020
Foto: Ricardo López Hevia
La inconformidad o la rebeldía son consustanciales a la juventud, y son bienvenidas. Pero no pueden ser conducidas a la defensa solapada del colonialismo. Hoy no es posible ser anticolonialista (antimperialista) si no se es socialista. La mayor herejía de la historia cubana, la rebeldía mayor, es su Revolución anticolonial y socialista
La inconformidad o la rebeldía a secas puede ser conducida contra sí misma. Los cubanos que se alzaron contra Batista se autopercibían como rebeldes y el ejército que constituyeron fue adjetivado de esa manera. El periódico de la juventud cubana se nombró Rebelde. Pero la rebeldía alcanzó, en esos hombres y mujeres, su coto más alto: se hizo revolucionaria. El capitalismo es experto en impedirlo, no mete sus manos, pero amarra al individuo recién llegado a la vida adulta en los códigos de una existencia cuyo éxito mayor es la acumulación material.
No tiene que ser de manera explícita: hay canales que drenan sus aguas en el cauce central. Con paciencia y constancia –y una maquinaria mediática que recicla los fracasos en la construcción de otro mundo mejor y necesario, y que incluye la industria del entretenimiento», ha reubicado la zona de prestigio intelectual (que en los años 60 y 70 del siglo pasado estuvo en la entrega a un ideal colectivo de justicia social), en el espacio hogareño, o en la reivindicación de consignas abstractas que solo tienen concreción en la conveniencia personal.
El sistema estimula y globaliza la rebeldía que irrumpe sin programa, porque puede ser útil o inocua: se cerca y desoye a los indignados –cuando amenazan el status quo– para que se consuman, día tras día, en su propio fuego, hasta que el viento recoja las cenizas; o alienta y financia a los inconformes de gobiernos incómodos o inconvenientes al imperialismo, para que derriben a sus gobernantes. En ambos casos no es necesario un programa, su ausencia es un requisito indispensable.
Pero los segundos serán estimulados con frases grandilocuentes: es «un día histórico», dirán, y los ingenuos rebeldes creerán que son ellos los que hacen la historia. Porque, desde luego, sí existe un programa: el del imperialismo, que es el de la dominación. El crítico y curador de arte Helmo Hernández insiste en un dato de suma importancia: la Revolución cubana mantiene su vigencia porque tiene un sustrato anticolonial. Cuba es la demostración de que es posible vencer a los colonialistas de viejo y nuevo cuño (incluso a 90 millas de sus costas). Cuba es una esperanza para la inmensa mayoría de la población mundial.
Recuerdo que en los primeros años del nuevo siglo, un escritor nacido en Cuba mancillaba la bandera cubana en un performance disfrazado de arte. Es lo mismo que hace Otero Alcántara. No hay novedad en ello, como no la hubo antes. Son gestos que intentan «suavizar» el significado de la Nación, debilitar sus fronteras simbólicas. En esa línea de actuación se ubican –por más que ellos no lo sepan – , los delincuentes pagados para manchar con tinta roja los bustos de José Martí.
El pasado 4 de diciembre, Pardo Lazo, el primero de estos profanadores, publicó un artículo en Cibercuba, uno de los medios financiados por agencias federales estadounidenses, cuyo título, En defensa del Zanjón, podría ser objetado por cualquier escolar cubano, pero nos permite avanzar en la comprensión del programa imperialista (antimartiano). Su autor-vocero, dice: «En el Zanjón ganó obviamente el verbo y perdió ominosamente la violencia. En más de un sentido, el Zanjón fue la cuna fecunda de nuestra democracia. José Martí, un hombre que no creía en el sufragio universal, y que fungía como representante de terceros países en los Estados Unidos (de hecho, vocero de tiranías extranjeras), le temía más a la sabiduría del Zanjón que a su propio suicidio súbito en Dos Ríos».
Mi intención no es refutar un texto que parece un ejercicio docente para que los estudiantes de secundaria lo desguacen. El punto al que quiero llegar es este: los de la casa de San Isidro, paradójicamente, han utilizado con desfachatez el símbolo de Baraguá para rechazar el encuentro de los artistas cubanos con las autoridades de Cultura. Pero olvidan algo elemental: el Zanjón fue un pacto de paz entre los colonizados y la metrópolis, no un diálogo entre cubanos. ¿Fue acaso un acto de rebeldía contra lo estipulado por la República en Armas? Quizá. Esa es la rebeldía manipulada contra la Rebeldía. Y los de la casa de San Isidro o de Tío Sam Isidro, se mueven en el carro del Encargado de Negocios de la Embajada yanqui, reciben sus dineros e instrucciones. La «cuna fecunda de la democracia» que añoran, según Pardo Lazo, se resume en el Zanjón, es decir, en un pacto de paz sin independencia con la metrópolis, española o estadounidense.
La inconformidad o la rebeldía son consustanciales a la juventud, y son bienvenidas. Pero no pueden ser conducidas a la defensa solapada del colonialismo. Hoy no es posible ser anticolonialista (antimperialista) si no se es socialista. La mayor herejía de la historia cubana, la rebeldía mayor, es su Revolución anticolonial y socialista.
Fuente: Granma