Por Charlie Hore, Resumen Latinoamericano, 25 de diciembre de 2020.
-Dado que el total de votos por Donald Trump aumentó en comparación con el año 2016 y que la tan anunciada «ola azul» (demócrata) no tuvo lugar, ¿podemos interpretar el resultado de la elección sólo como una derrota parcial del trumpismo?
Los resultados de las elecciones indican claramente que las políticas nacionalistas y populistas de Trump siguen mereciendo el apoyo de la población estadounidense, especialmente de los sectores de clases medias tradicionales (pequeñas empresas) y nuevas (semi profesionales, gerentes, supervisores), así como también de una minoría de la clase trabajadora.
La participación global aumentó del 59% en 2016 a casi el 67% en 2020, según las últimas cifras. Sin embargo, los elementos clave de la base de Trump aumentaron considerablemente: los votantes sin diplomas universitarios pasaron del 50% al 59% y los que viven en zonas periféricas y rurales aumentaron del 17% al 19%. La participación de los votantes en las zonas urbanas tradicionalmente demócratas disminuyó del 34% al 29% en comparación con 2016. El mayor apoyo a Donald Trump se produjo entre los hogares que ganan más de 100.000 dólares al año (54%), los votantes blancos (58%) y los votantes de 45 a 64 años (50%) y 65 (52%) y más. Logró los mejores resultados en las zonas donde el nivel de actividad económica es bajo y donde el índice de jubilados es más alto o entre las personas que ya no se consideran desempleadas porque han dejado de buscar trabajo después de largos períodos de desempleo.
Biden, por su parte, obtuvo un mayor apoyo de los hogares que ganan menos de 50.000 dólares al año (55% frente al 53% de Clinton en 2016), entre los hogares sindicalizados, cuya cantidad está en declive (56% frente al 51%), los jóvenes votantes de 18 a 29 años (60%) y de 30 a 34 años (52%), los votantes urbanos (60%) y suburbanos (50%). Aunque los demócratas siguen contando con la lealtad de la gran mayoría de los votantes de color, el apoyo entre los votantes afroamericanos varió del 92% al 88% y entre los votantes latinoamericanos del 71% al 68%. Hubo una tendencia de Biden a mejorar los resultados en los condados (principalmente urbanos y suburbanos) que tienen altos niveles de actividad económica y que experimentaron un fuerte aumento del desempleo en 2020.
Aunque estas categorías sociales no respondan a una concepción marxista de las clases sociales, podemos sin embargo sacar algunas conclusiones. En primer lugar, la pequeña capa de trabajadores blancos mayores del alto medio oeste, el «Rust Belt» («Cinturón del óxido» o «Cinturón industrial») que le dio a Trump una leve ventaja en 2016 apoyó a los demócratas en 2020. Este cambio alimentó un mayor apoyo a Biden en Michigan, Pennsylvania y Wisconsin, lo que le aseguró la mayoría en el Colegio Electoral. Los suburbios de las grandes ciudades, donde las demandas de subsidios por desempleo están en aumento, también optaron mayoritariamente por Biden. Pero la mayoría de las clases medias blancas suburbanas, ex urbanas, rurales, especialmente la clase media tradicional de propietarios de pequeñas empresas y trabajadores autónomos, y una minoría significativa de trabajadores, siguen apoyando a Trump.
En ausencia de organizaciones fuertes de «lucha de clases» ‑sindicatos militantes, partido obrero de masas, organizaciones independientes de la clase obrera antirracistas y feministas, movimientos de desempleados e inquilinos, etc. ‑hay una falta de organizaciones sólidas de «lucha de clases»- los sectores más precarios económicamente de la clase obrera media y blanca se enfrentan a un dilema existencial. En ausencia de un apoyo social significativo (subsidios a las pequeñas empresas, subsidios de desempleo correspondientes al 100% de los ingresos netos, protección contra las ejecuciones inmobiliarias y los desalojos de viviendas, etc.), tienen que elegir entre la supervivencia económica y la física. Al ser menos capaces de asegurar su reproducción social durante un período de «confinamiento», esas capas resultan atraídas por el negacionismo del Covid-19 por parte de Trump y de la extrema derecha. La posibilidad de morir de Covid-19 es, para ellos, un «mal menor», menos probable que la certeza de la pobreza y la la posibilidad de quedarse sin vivienda. El fracaso de Biden y los demócratas para hacer campaña (y presionar al Congreso) por un programa ampliado de ayuda ante el Covid para hombres y mujeres trabajadores hizo que el apoyo a Trump aumentara entre las personas confrontadas al desastre económico.
-La negativa de Trump a ceder es grotesca y representa una amenaza. ¿Hay algún plan sobre este punto, y si es así, en qué consiste? ¿Y cuánto daño puede causar aún durante los dos meses de mandato que le quedan por delante?
Las predicciones de un «golpe de Estado» – constitucional o de otro tipo – promovido por muchos liberales y (lamentablemente) por sectores de la izquierda socialista estadounidense resultaron ser falsas. Las verdaderas bandas fascistas no lograron intimidar eficazmente a los votantes o interrumpir el conteo de votos. Si bien el apoyo de los capitalistas a Trump se incrementó en comparación con la campaña electoral de 2016 (recibió el 51% de las donaciones de capitalistas en 2020, en comparación con sólo el 8% hace cuatro años), ningún sector del capital se mostró dispuesto a abandonar el «marco constitucional» que les ha resultado tan útil durante más de 200 años. Incluso los elementos del aparato represivo del Departamento de Seguridad Nacional más favorables a Trump declararon que las elecciones fueron «libres y justas». El martes 1 de diciembre, parece que todos los estados con resultados electorales relativamente ajustados han certificados a Biden como ganador ‑incluyendo los estados gobernados por los republicanos. Todas las apelaciones de Trump fueron rápidamente desestimadas, y es poco probable que una apelación ante el Tribunal Supremo anule la elección [la apelación de Trump fue desestimada el 12 de diciembre], ya que los miembros del Tribunal son reacios a considerar los resultados de una elección certificada por un estado. En la práctica, Trump tuvo que ceder, permitiendo al equipo de transición Biden-Harris el acceso a informaciones confidenciales del gobierno.
En el tiempo que le queda, Donald Trump intentará, seguramente con cierto éxito, utilizar los decretos ejecutivos que no requieren la aprobación del Congreso para flexibilizar las reglas ambientales (por ejemplo, abriendo vastas zonas del Ártico a la «exploración» desastrosa de petróleo y gas), para completar el muro de la frontera sur y para perdonar a muchos de sus amigos (Michael Flynn, Roger Stone y otros). Cuando Biden llegue a la presidencia, es probable que revoque varias órdenes ejecutivas anteriores, que restablezca el estatus casi legal de los inmigrantes indocumentados llegados a los Estados Unidos cuando eran menores («los soñadores» o «dreamers»), que acabe con la vergonzosa «prohibición de los musulmanes» y que restablezca el papel de los Estados Unidos en el sistema de alianzas que le permitió mantener su liderazgo en el mundo capitalista desde la Segunda Guerra Mundial.
-¿Cómo será la «vida después de la muerte» de Trump, tanto en lo que respecta a la organización de la violencia estatal como a la dirección de las fuerzas sociales reaccionarias y las milicias de extrema derecha? ¿Y el Partido Republicano lo seguirá apoyando, o al contrario, puede haber grandes divisiones?
La «vida después de la muerte» del trumpismo estará sobre todo ligada a ciertas iniciativas políticas ‑es poco probable que Biden revierta las reducciones fiscales masivas otorgadas a las empresas y a las personas ricas- y al continuo crecimiento de verdaderas bandas fascistas.
Es evidente que el intento de Trump de utilizar las fuerzas federales (Guardia Nacional) contra los levantamientos urbanos será dejado de lado ‑cuando las autoridades estatales y locales (a menudo demócratas) puedan hacerlo por sí mismas, utilizando las armas que recibieron bajo Clinton y Obama para reprimir eficazmente. Biden y Harris van a seguir con la estrategia represiva de los demócratas, la que incluye el fortalecimiento de las fuerzas policiales locales y estatales y de la Guardia Nacional para hacer frente a cualquier posible disturbio, y la utilización de ciertas agencias federales para coordinar la represión, de la misma manera que Obama utilizó la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) para coordinar los desalojos de los campamentos del movimiento «Occupy» en las municipalidades en 2011.
Las bandas fascistas envalentonadas (y utilizo el término en un sentido «clínico»/clásico a la Clara Zetkin y Trotsky de bandas de clase media y obrera desclasadas, en su mayoría hombres jóvenes, que aterrorizan a los trabajadores y a los oprimidos) son y siguen siendo una amenaza para nosotros ‑especialmente para los inmigrantes, la gente de color, los homosexuales, la gente de izquierda y los trabajadores que intentan organizarse fuera de las grandes ciudades. Es importante recordar que los centros logísticos esenciales suelen estar situados en zonas suburbanas, en terrenos baratos fuera de las grandes ciudades, pero cerca de las mismas. Las manifestaciones en Washington, D.C., aunque no hayan sido, por cierto, un ensayo general para una toma del poder a la manera de «Marcha sobre Roma», es una clara señal de que esta amenaza no va a desaparecer con la elección de Biden. Las movilizaciones antifascistas que se plantean ser más numerosos que esas bandas, para aplastar y dispersar a la extrema derecha, deben ser una prioridad para la izquierda socialista en los próximos cuatro años.
Creo que, aunque lo intenten, a los «republicanos del establishment» que esperaban purgar el partido del trumpismo después de una derrota electoral les va a resultar difícil aislar o canalizar una base cada vez más radicalizada. El mismo Trump, no desaparecerá después de dejar la Casa Blanca. Muy probablemente, un nuevo canal de noticias por cable le va a permitir el contacto con sus partidarios y va a seguir jugando un papel en la política republicana durante los próximos cuatro años.
-Biden asumirá el cargo en plena pandemia, con una economía tambaleante y con enormes tensiones entre Estados Unidos y China. ¿Habrá un retorno a un neoliberalismo más dominante después del aislacionismo de Trump, y la administración Biden aportará respuestas diferentes a la crisis del capitalismo americano?
En lo esencial, la administración Biden, volverá a las clásicas políticas neoliberales. Si bien es probable que Joe Biden sea más eficaz para enfrentar la pandemia (obligación de llevar máscaras en todo el país, mayor asistencia a los gobiernos estatales, etc.), en su versión del «estímulo» económico habrá pocas medidas redistributivas, como la prima de 600 dólares semanales para quienes tienen derecho al seguro de desempleo o una «opción pública» [en competencia con los seguros privado] dentro del Obamacare. Sus esfuerzos se van a centrar en rescatar a los gobiernos estatales y a sus acreedores. Con estas prioridades y su éxito entre los votantes suburbanos y universitarios, los demócratas intentarán posicionarse en el centro-derecha de la política estadounidense.
Ya hemos visto cómo comienzan los ataques contra el ala de Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, ya que los demócratas tradicionales (e incluso los llamados «progresistas») acusan a los «sandernistas» ‑que son los verdaderos defensores del seguro de salud para todos y del Green New Deal (con falsas afirmaciones según las cuales estos proponen un recorte de la financiación de la policía)- de ser los responsables de los resultados electorales relativamente mediocres de 2020.
Los cambios más sustanciales van a venir, creo, en materia de política exterior, donde la administración Biden-Harris hará una serie de esfuerzos para reafirmar la hegemonía americana y aislar política, militar y económicamente a su rival chino.
-¿Qué significa este resultado para el movimiento Black Lives Matter? ¿Existe el riesgo de desorientar el movimiento o de que disminuya el apoyo popular con el que cuenta? ¿Los éxitos electorales de la «escuadra» [Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Ayanna Pressley y Rashida Tlaib] y la elección de Cori Bush (una destacada organizadora de Ferguson, Missouri- elegida a la Cámara de representantes como demócrata) corren riesgo de cooptación?
Yo pienso que los demócratas, incluso antes de su victoria, lograron integrar a muchos activistas de Black Lives Matter. A pesar del reiterado rechazo de Biden y Harris a la demanda más importante del movimiento, a saber, la reducción drástica de los presupuestos de la policía, un sector considerable de activistas pasó de la política de «Black Lives Matter» a la política de «Los Votos Negros Importan». ¿Cómo pudo el mayor movimiento social en una generación ‑con más de 20 millones de personas en ciudades, suburbios y pequeños pueblos de Estados Unidos- transformarse tan rápidamente en política del Partido Demócrata? La capacidad de los demócratas para hacer descarrilar el movimiento mediante victorias generalmente simbólicas (eliminando los monumentos a los «héroes» de los estados confederados, la escoria más reaccionaria de la historia de los Estados Unidos) y la represión selectiva, refleja la debilidad de la izquierda organizada de los Estados Unidos (véase más adelante). Con la excepción de pequeños grupos de activistas, ninguna organización nacional de militantes surgió de este levantamiento histórico.
Sin una versión multirracial y no basada en los campus universitarios, del tipo del Comité Coordinador Estudiantil No Violento (Student Nonviolent Coordinating Committee, SNCC) de los años 60 que lideró y dio visión a las luchas de entonces, las fuerzas del reformismo oficial en las comunidades de color, las asociaciones sin fines de lucro, los responsables sindicales y los políticos demócratas pudieron canalizar gran parte de la energía del movimiento detrás de Biden y Harris.
-¿Cuáles son las perspectivas de creación de organizaciones de izquierda capaces de coordinar la lucha contra la extrema derecha, el racismo de Estado y las crisis de pandemia social y económica? La DSA (The Democratic Socialists of America) reclutó a miles de miembros en las últimas semanas, pero ¿hay debates dentro y en la periferia de la DSA sobre una orientación más independiente y no electoral? ¿Y cuál debería ser la dirección estratégica de los socialistas revolucionarios?
La izquierda socialista ingresa en ese terreno inestable con una posición política y organizativa más débil que la que teníamos cuando Trump asumió el cargo en 2016. A pesar del continuo crecimiento numérico de la DSA, su rápida inmersión en la política electoral del Partido Demócrata durante y después de la candidatura de Bernie Sanders en las primarias demócratas, debilitó considerablemente su capacidad para intervenir en las luchas de masas o para construirlas.
La DSA no hizo un balance autocrítico del fracaso de la campaña de Sanders en 2020. A pesar del apoyo masivo a la resolución «Bernie or Bust» («Bernie o la bancarrota») en la Convención de 2019 de la DSA ‑que compromete a la organización a no apoyar a ningún otro candidato que no sea Sanders- los líderes electos y no electos de la DSA hicieron campaña abiertamente a favor de Biden y Harris.
El levantamiento antirracista tomó de improvisto a la DSA y no supo trabajar con la nueva capa de dirigentes que surgió para ayudar a organizar una estructura antirracista permanente, independiente de las ONG y de los demócratas. En lugar de ver la necesidad de una reorientación radical de su orientación, la dirección de la DSA parece comprometerse aún más con la política electoral «hacia abajo» del Partido Demócrata. La aparente «izquierda» de la DSA ‑el grupo Bread & Roses (que dirige el sitio web The Call) en particular- ha abandonado todo tipo de discurso sobre una posible «ruptura sucia» con los Demócratas y la necesidad de un partido obrero independiente.1 Ha adoptado, más bien, una práctica que es inseparable del proyecto fallido de «reajuste» de la izquierda socialdemócrata en los años sesenta y setenta, que pretendía transformar a los demócratas en un partido de naturaleza diferente.
¿Qué deben hacer los radicales y los revolucionarios dentro y fuera de la DSA? Debemos volver a comprometernos a dar un lugar central a la organización y a la lucha extra electoral en el período que viene. En estas luchas, debemos tener claro que Biden y los demócratas son, como Trump y sus hordas de clase media, nuestros enemigos. Debemos ayudar a construir luchas en la base y organizaciones independientes permanentes contra la violencia policial racista, contra las nuevas deportaciones «silenciosas» de migrantes, contra el desempleo masivo, los desalojos y las ejecuciones hipotecarias y los nuevos ataques contra el nivel de vida y las condiciones de trabajo.
Estas luchas deben ir mucho más allá de las «campañas», método privilegiado por el conjunto de las ONG y las organizaciones caritativas que prefieren la presión a los representantes electos, las manifestaciones escenificadas, o las movilizaciones sindicales que no buscan trascender los límites legales. Necesitamos inspirarnos en los últimos ejemplos vivos de luchas de masas en los Estados Unidos: el movimiento de los desempleados de 1929 – 1933, las huelgas masivas de los trabajadores industriales de 1934 – 1937, los comienzos del movimiento de los derechos civiles y por el poder negro, y la ola de acciones obreras multirraciales por el empleo a finales de la década de 1960 y principios de la de 1970.
Fuente: Kaos en la red