Por Tita Barahona, Resumen Latinoamericano /Canarias Semanal /29 de diciembre de 2020.
Los intelectuales “de izquierdas” que hablan con lengua bífida
Transgredir el “género” o ponerlo en “disputa”, como reza el título del libro más famoso de la filósofa Judith Butler, no implica transgredir el marco político que permite la perpetuación de la explotación y la opresión de una inmensa capa de la sociedad dentro y fuera de Estados Unidos. Pese a ello, Butler se considera un referente del feminismo y del anti-capitalismo en algunos sectores que, muy posiblemente, ignoran su explícito apoyo al Partido Demócrata, una de los dos patas del duopolio que gobierna EE.UU. (…).
Presentada el pasado octubre por el Museo Reina Sofía de Madrid como la intelectual más influyente del mundo, Judith Butler, catedrática de la Universidad de California, pertenece a ese selecto club de académicos que, desde la altura de su torre de marfil, contemplan el mundo y dispensan las interpretaciones que hacen de él en forma de libros y artículos. Butler lo hace, además, con un lenguaje que no destaca precisamente por la claridad expositiva.
Hoy este selecto grupo de intelectuales de renombre internacional, asiduos en los medios masivos de comunicación, rifados para participar en eventos académicos o de otro tipo en todo el mundo, suelen encuadrarse en la corriente de pensamiento llamada posmodernismo, que se hizo hegemónico ‑no sin la ayuda de servicios de inteligencia como la CIA– en las universidades durante las décadas de 1970 y 1980, precisamente cuando arrancó la llamada ofensiva neoliberal (políticamente pilotada por Reagan, Thatcher, Clinton, Blair…
El objetivo de los patrocinadores del posmodernismo era desbancar la influencia del marxismo o cualquier otra teoría social crítica en las aulas y postularse como alternativa bajo la apariencia de ser una corriente de “izquierdas” y en ciertos aspectos transgresora.
El capitalismo en su nueva fase de acumulación no podía hallar mejor aliado para confundir y engañar a las masas sobre sus verdaderos propósitos, que 40 años después podemos ver con meridiana claridad: concentración galopante de la riqueza en un polo, expansión de la miseria en el otro; demolición de los derechos sociales, desregulación del mercado laboral, privatización del sector público, contaminación del aire, los mares, la tierra; guerras sin fin…
En Estados Unidos, patria de Butler, llamarse de izquierdas o progresista implica simplemente no simpatizar con el Partido Republicano o grupos más a la derecha, lo cual no obsta para que se pueda favorecer, con el voto, donaciones u otro tipo de colaboraciones a formaciones tan derechistas en la práctica como es el Partido Demócrata, la otra pata del duopolio que gobierna la hasta ahora primera potencia mundial. Este es el caso de muchos renombrados intelectuales estadounidenses, incluida Butler.
Hay un número de evidencias que descorren el velo izquierdista y transgresor de estos intelectuales para dejar al descubierto lo que son en realidad: tigres sin dientes ni garras totalmente inofensivos al status quo. Bastará, de momento, con mostrar sólo una:
Judith Butler fue invitada el pasado mes de octubre a dar una charla en un evento patrocinado por el Banco de Santander. Dos autodenominadas feministas, la Butler y Ana Patricia Botín, presidenta de la entidad financiera, unidas en la “transgresión”. Pero lo destacable no es que una burguesa invite a otra a este tipo de saraos elitistas ‑en este caso la Cátedra Políticas y estéticas de la memoria, perteneciente al Museo Reina Sofía-, sino lo que Butler contó en su charla titulada “Los poderes de la memoria en las pequeñas cosas”, dedicada básicamente a la crítica hacia las políticas del entonces todavía presidente Donald Trump.
ANUNCIO DE LA CONFERENCIA DE BUTLER EN EL «REVOLUCIONARIO» MUSEO REINA SOFIA, PATROCINADA POR EL BANCO DE SANTANDER
La comisaria de la Cátedra, la chilena Nelly Richard, presentó a la filósofa, musa de la teoría queer, como una cuyo posicionamiento intelectual la conecta “con la vida pública, con los conflictos, con los antagonismos de la sociedad civil, la lucha y la resistencia en contra de todas las formas de violencia”. Quedémonos con esta definición.
En su turno, Butler habló en términos agradables a oídos izquierdistas e incluso anti-capitalistas. En el contexto de las masivas manifestaciones contra los asesinatos policiales que recorrían entonces su país, ensartó en su discurso palabras como capitalismo neoliberal, gobiernos autoritarios, grupos violentos de extrema derecha, fascismo, clase trabajadora despojada de medios de vida y sin seguro médico, Black Lives Matter, racismo, minorías, migrantes, población “dispensable”, no “valorable”. Incluso citó a Marx ‑ese señor que el posmodernismo intentó infructuosamente enterrar vivo- y fue más allá hasta sostener que la prisión es la institución del Estado que funciona “como el primer instrumento de violencia anti-negra y de injusticia”.
A muchas nos gustaría saber cómo se las ingenia Butler para casar este tipo de discurso con la práctica de donar 1.050 dólares, en varias entregas, a las campañas de Kamala Harris ‑para el senado, primero, y la presidencia después‑, si tenemos en cuenta que Harris es una de las figuras que más ha hecho por mantener ese “instrumento de violencia” que es la prisión para encerrar en ella, precisamente, a los pobres y minorías raciales: los “dispensables”.
BUTLER, CONSIDERA POR ALGUNOS COMO UN REFERENTE DEL «NUEVO FEMINISMO» Y LA CRÍTICA «ANTICAPITALISTA», AYUDÓ A FINANCIAR LA CANDIDATURA DE LA ACTUAL VICEPRESIDENTA DE EE.UU.
El historial de Kamala Harris, del que ofrecimos algunos datos en este mismo medio, sería la envidia del jurista más conservador. Siempre se mofó de quienes piden una reforma del sistema penal de Estados Unidos, entre otras cosas, para que sea menos clasista, racista e inclinado a dejar que se pudran en prisión personas inocentes. Según Harris, la consigna “construir más escuelas y menos cárceles” tiene un problema fundamental, porque “debería haber amplio consenso en que el delito ha tener consecuencias graves, severas y rápidas”. Sólo en California, siendo la fiscal jefe, Kamala Harris metió en la cárcel a 1.974 personas entre 2011 y 2016 por el terrible delito de posesión o pequeño tráfico de cannabis.
En las elecciones estadounidenses se presentan partidos que, a diferencia del Partido Demócrata, tienen de izquierda mucho más que el nombre, aunque el sistema esté diseñado para que no logren desbancar al doupolio demócrata-republicano. Tampoco es obligatorio votar.
Sería por ello de agradecer que la señora Butler explicara cómo se puede favorecer a un partido que ya ha dejado claro que la clamorosa demanda popular de “sanidad para todos” no la va a satisfacer; o cómo una intelectual que ha criticado la política sionista de Israel puede contribuir a la campaña de una candidata que apoya pública e incondicionalmente a ese mismo Estado. Por no hablar de la política con los inmigrantes o las intervenciones militares de Estados Unidos en tantos países, las vidas de cuya población no son para su gobierno ‑sea demócrata o republicano- “valorables”, según el término de Butler.
Para los intelectuales “izquierdistas” como la señora Butler no parece haber contradicción alguna en donar y votar a candidatos que, como el tándem Biden-Harris, han sido parte responsable de todo lo que aquéllos dicen condenar en sus floreados discursos. Como tampoco parece que Butler la hallara cuando, en junio de 2019, contribuyó a la campaña presidencial de la demócrata Elizabeth Warren, que dio el visto bueno a la guerra económica emprendida por Trump contra Venezuela ‑otra población “dispensable”- y declaró abiertamente que es “capitalista hasta los huesos”.
No hay contradicción, no la hay; porque, en el fondo, las simpatías capitalistas y Otanistas de estos intelectuales de lamparillas, iconos del progresismo, transgresores de lo superficial, prestidigitadores de la palabra, también les calan hasta la osamenta. Están ahí, bajo la luz de los faros mediático-académicos, para apuntalar el sistema.