Pablo Ospina Peralta /Resumen Latinoamericano, 2 de diciembre de 2020
Circula (y tiene seguidores) la interpretación de que luego de la “ola rosada” asistimos a un ciclo de derechización en la política y la sociedad latinoamericana. Los gobiernos de izquierdas o centroizquierda han sido derrocados fraudulentamente (Dilma y Evo), traicionados (Correa) o sustituidos democráticamente (Cristina y Tabaré Vázquez) por gobiernos neoliberales.
Como un péndulo, la política latinoamericana bascula y se mueve entre un extremo y otro. Las victorias de Luis Arce en Bolivia, de Alberto Fernández en Argentina o López Obrador en México; así como las resistencias “heroicas” de Daniel Ortega y Nicolás Maduro contra la agresión imperialista y la guerra económica, han hecho exclamar a varios de estos analistas que el giro del péndulo es menos claro. El péndulo parece levitar a veces a la izquierda, desafiando la ley de la gravedad; así como una década antes levitaba a la derecha en Colombia o Perú, cuando cundía la ola progresista.
La metáfora de las “olas” o los “ciclos” de izquierda y derecha no nos sirven para entender lo que está pasando. No es que los ciclos no existan. Lo que ocurre es que no se mueven a izquierda y derecha. El ciclo relevante para entender la situación es más largo en el tiempo. Y es mundial, no latinoamericano. Vivimos una reestructuración global del capitalismo que se caracteriza por el caos geopolítico, la incertidumbre económica y cultural, la falta de toda capacidad para regular estatalmente los flujos económicos y la tendencia a la caída de la tasa de beneficio y del comercio mundial. No soy experto en estos temas, pero la mejor explicación que he leído al respecto es la de Giovanni Arrighi que propone que el presente ciclo de caos y desorden global es una recurrencia histórica del capitalismo mundial y que empezó a mediados de los años 1970. Esta fase anuncia el fin de la hegemonía norteamericana sobre el sistema mundial (y por tanto el orden que ella trae aparejada), de sus sistemas empresariales y de sus formas estatales de regulación (1).
La mecánica de la polarización
Sea cual fuere el origen del caos circundante, lo que se ha apoderado del mundo y sus habitantes es el miedo. La incertidumbre, la falta de confianza en el futuro, el deterioro de todas las seguridades económicas y sociales, el peligro acuciante de la movilidad descendente, alientan interpretaciones conspirativas, la desazón cultural o civilizadora, y los designios de catástrofe. La hecatombe del coronavirus solo ratifica una trayectoria previa. Semejante ambiente político y cultural es receptivo para cualquier proyecto político que proponga otro orden y una renovada seguridad.
Lo que contemplamos a nivel global, y en América Latina, es una disputa cada vez más agria, que se desenvuelve en escenarios diversos, por el diseño del orden alternativo al desorden que nos rodea. Las migraciones existen hace siglos y es difícil postular que haya habido una intensificación de las migraciones en los últimos años, cuando hemos presenciado olas migratorias masivas a fines del siglo XIX e inicios del XX. Pero las migraciones se han convertido, en el actual contexto, en el chivo expiatorio perfecto para el miedo creciente y en el eje del discurso de quienes proponen orden en medio del desorden. Ha sido la principal herramienta política de las derechas en Europa, e incluso en Estados Unidos. Pero no la única.
La globalización del capital también ha sido combatida y convertida en enemiga de la seguridad personal, no solo para varias derechas sino para las izquierdas. Las “ideologías de género”, que agreden la célula básica del cuidado y la solidaridad, la familia, han servido también como contrincante para recoger y centralizar las energías destiladas por el descontento con el desorden vigente.
El contexto global de incertidumbre, temor e inseguridad económica, social y cultural, es el que en todas partes ha ampliado los oídos receptivos a las profecías radicales. A izquierdas y derechas. Esa es la polarización. Los viejos sistemas políticos y las desvencijadas estructuras de partidos que emergieron en el período anterior del capitalismo se han estremecido en esta época de incertidumbre y muchos de ellos han sucumbido, aumentando la incertidumbre. Las prédicas radicales se pueden manifestar en forma de movimientos políticos más o menos centralizados que compiten en elecciones, o pueden tomar la forma de movilizaciones más o menos inorgánicas de protesta, o como ambas, en diferentes proporciones. Son los contextos nacionales y locales, marcados por estructuras sociales y trayectorias históricas particulares, los que determinan la amplitud de esa escucha, y el nivel de centralización o de expresión electoral que pueden adquirir los distintos “polos” de las soluciones que se proponen al desorden.
No es el “ciclo” el que se mueve a la izquierda o la derecha; son los proyectos políticos que proponen soluciones, los que se mueven a un lado y a otro. No existe tendencia alguna en su éxito aparente, salvo la que deriva de la máxima general de que siempre tienen más oportunidad quienes corren del lado del poder político y económico del capital, que quienes lo cuestionan.
En Colombia y Perú, antes y en medio de la “ola rosada”, la polarización pudo ser capitalizada por Álvaro Uribe o Alberto Fujimori porque consiguieron fabricar un “eje de polaridad” aglutinador alrededor de la guerra civil interna. En lugar de girar alrededor del neoliberalismo, la polarización en estos dos países fue reconducida hacia el combate en la guerra interna. El “orden” se identificó con la refriega contra las guerrillas; mientras las guerrillas se convirtieron exitosamente en la identificación del desorden, el crimen, la incertidumbre y la inestabilidad. La “derechización” en esos países no necesitó la migración, aunque pueda usarla.
En los países andinos en los que triunfaron gobiernos progresistas, éstos fueron capaces de lograr que el desorden y la incertidumbre se identificaran con el modelo económico neoliberal. La línea de fractura que lograron instituir fue claramente la de las izquierdas. Sin embargo, los proyectos económicos y políticos que instauraron a partir de esa concentración de poder, no atisbaron ninguna economía alternativa. Daniel Ortega y Nicolás Madura representan dos extremos en el proceso de emergencia de nuevas elites tan podridas y perversas como las que sustituyen. Ortega tiene tan poco que envidiar al somocismo que imita, como Maduro a la corrupción de Punto Fijo que sustituye.
Sin llegar a tales extremos de degeneración, el correísmo en Ecuador y el evismo en Bolivia terminaron expresando a su manera los forcejeos de nuevas elites que utilizan el Estado para imponerse y que tratan de domesticar a los movimientos sociales que una vez los vieron con esperanza. Si en Ecuador esos movimientos sociales se distanciaron tempranamente del correísmo y buscaron constituir su propia “polaridad”, en Bolivia la mayoría se mantuvo dentro de la órbita del Movimiento al Socialismo pugnando por su autonomía. La “derechización” en los progresismos no necesitó el cambio de gobierno: fue suficiente que el espacio de autonomía estatal abierto por el aumento de los precios de las materias primas se evaporara para que los intentos más o menos tímidos de heterodoxia económica cedieran el paso a las políticas perfectamente ortodoxas de Dilma Roussef, Alberto Fernández o Nicolás Maduro.
¿Por qué polarización?
En la acción política, usar la polarización como estrategia de crecimiento o consolidación es muy frecuente y generalizada. Todo político debe presentarse como la única alternativa ante del desastre de los anteriores. El bipartidismo que predominó en casi toda Europa desde la posguerra o que predomina todavía en Estados Unidos, se forjó sobre un tipo de polaridad que excluía o limitaba a terceros. Retirar el apoyo al PSOE equivalía a asegurar la victoria del PP. y viceversa. La conocida teorización de Ernesto Laclau sobre la “agregación discursiva de demandas”, es la formalización, en clave del giro lingüístico, de esta exitosa fórmula política (2).
¿Qué nos ofrece de diferente este vago término para entender la época actual? Que en estos tiempos de incertidumbre, el orden antiguo se ha desacreditado y aumentaron las oportunidades para quienes se oponen a él. La polaridad se desplaza a todo el sistema. Sea cierto o figurado su genuino título “antisistémico”, la estrategia política en la actualidad se ubica por fuera de las polaridades anteriores. Hay que construir una (o varias) nuevas polaridades para capitalizar el descontento, la ira, la indignación ante el ambiente de clausura y desconcierto, por el cual se culpa al sistema en su conjunto. Estos intentos existían antes pero no tenían el mismo éxito. Lo que ha cambiado no es la estrategia política misma sino el ambiente de la recepción: es el entorno social el que está crispado y legitima el uso del término para describir el signo de los tiempos. La polarización social se expresa (o no lo hace) políticamente.
Quizás Estados Unidos es el país donde la polarización se presenta de la forma más pura, tanto en la escena social como en el sistema político. Un ciclo ascendente de movilizaciones sociales desde 2008 convive con una tendencia al fortalecimiento de sectores ultra conservadores que han colonizado el partido Republicano. La polarización social no logra todavía penetrar en ambos polos el sistema de partidos con el mismo éxito. Si lo que Trump simboliza ha ocupado duraderamente el espacio republicano, no ha sucedido todavía nada análogo entre los demócratas. El caso del Reino Unido muestra cómo las estrategias de polarización de las derechas alrededor del Brexit tuvieron mucho más éxito que el esfuerzo de Jeremy Corbyn por re-situar el eje de la polaridad alrededor de la tensión por la igualdad económica. Parafraseando a Perry Anderson, siempre es más probable que el sistema gane (3).
En Chile, la acumulación de agravios por el éxito incontestado del neoliberalismo se acumuló durante años fuera del sistema de partidos y se expresó como abstención y desencanto. El ciclo ascendente de la movilización social tomó como protagonistas principales a los damnificados del sistema, aquellos que eran considerados los más apáticos y los más moldeados por la hegemonía cultural del consumismo: la nueva generación de jóvenes. El estallido de irritación de octubre de 2019 estuvo precedido de algunas señales de inflexión del poderoso sistema de partidos, cuyo monopolio se fisuró duraderamente. Es claro que la acumulación y posterior desfogue del descontento social contra todo el sistema político y contra la exclusión económica creó un “polo” de descontento que carece de expresión electoral. Por lo tanto, el caso chileno ejemplifica, por razones ancladas en la trayectoria histórica de su sistema político, una variante de la polarización que no requiere la cristalización de los “polos” en el sistema político. La dispersión política podría impedir que la polarización en la base sea capturada por algún actor nuevo. Pero es claro que todos los actores políticos, antiguos y nuevos, están reajustando sus estrategias alrededor del nuevo escenario de polarización y buscan capitalizarla.
En Ecuador, la gigantesca movilización popular e indígena de octubre de 2019 contra un paquete de medidas económicas de ajuste fiscal que eliminaba subsidios a los combustibles, liderada incontestadamente por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), le ha permitido entrar a disputar la polaridad alrededor de la oposición al modelo económico que había sido hasta ahora hegemonizada por la contienda entre el correísmo y la derecha empresarial. Mientras el gobierno y la derecha, en la coyuntura decisiva de octubre, pretendieron convertirla en una disputa contra el correísmo, el correísmo pretendió convertirla en una operación para sacar al presidente Moreno. Por su parte, la CONAIE logró conducir políticamente el episodio desde su inicio en las calles hasta la negociación final ante las cámaras de televisión. El escenario electoral previo al 7 de febrero de 2021 presenta un panorama incierto con tres candidatos con opciones: el de la derecha empresarial, el del correísmo y el de la CONAIE. El desplazamiento político del correísmo en octubre abre la precaria oportunidad de que la polarización pueda ser movilizada hacia la construcción ya no de un proyecto personalista sino de un proyecto alternativo centrado en la más grande de las organizaciones populares de Ecuador.
Estos breves ejemplos quieren resaltar la utilidad del concepto de polarización para entender la coyuntura mundial y regional que estamos viviendo. Siempre son las condiciones históricas particulares de cada país las que permiten entender por qué razones el contexto mundial, que presiona hacia la polarización, se manifiesta de un modo u otro, se intensifica o se modera. ¿Por qué el bolsonarismo no echa raíces en Uruguay, Argentina o Ecuador, donde las derechas dominantes siguen siendo bastante tradicionales? ¿Por qué la polarización social puede expresarse electoralmente en unos países con más facilidad que en otros? ¿Por qué casi siempre la cohesión organizativa es más difícil en las izquierdas que en las derechas, pero a veces las derechas son las más divididas?
Finalmente, una analogía histórica servirá para dejar sentado un último punto: la polarización dificulta el trabajo de las opciones moderadas del centro, pero en ningún caso las elimina. Una época de polarización similar ocurrió en Europa en los años 1920 y 1930. El fascismo y el comunismo eran los polos más visibles del momento antisistémico que se abrió paso con el fin de la hegemonía mundial británica. No fue una polarización pareja ni se expresó por igual en todos los países. Al final, la solución “de centro” prevaleció contra todo pronóstico; emergió un Estado de Bienestar inspirado tanto en las demandas socialdemócratas y obreras, como en las experiencias democristianas tributarias de la encíclica Rerum Novarum. Un camino análogo en la situación actual no puede descartarse sin más.
Pero lo cierto es que el escenario de polarización amplía las ventanas de oportunidad para acumular fuerzas en favor de cambios radicales en un contexto de debilitamiento del orden social. Los balances de fuerzas internos de cada país, nacidos a su vez de trayectorias históricas pasadas y de estructuras sociales particulares, definirán quién los puede capitalizar y quiénes terminarán desplazados. Tendrán su peso también en el resultado final, la inteligencia estratégica de los grupos organizados y las capacidades de centralización política de cada uno de ellos.
A los movimientos sociales latinoamericanos no les ayuda quedar pegados a proyectos políticos desacreditados e indeseables, como las experiencias venezolana o nicaragüense. Les conviene y les ayuda construir una autonomía que vaya cimentando, con el barro disponible en su propia historia, proyectos alternativos que no dependan de caudillos volubles, nuevas elites corruptas ni de jugadores prestados.
Notas
1. Giovanni Arrighi 1999 [1994]. El largo siglo XX. Dinero y poder en los orígenes de nuestra época. C. Prieto del Campo (trad.). Madrid, Akal.
2. Ernesto Laclau 2005. On Populist Reason. Londres y New York: Verso. Otros autores prefieren usar el término “antagonismo”, en lugar de polarización. Cfr. Massimo Modonessi 2010. Subalternidad, antagonismo, autonomía: marxismos y subjetivación política. Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales – CLACSO /Prometeo Libros.
3. Perry Anderson 2017. Why the system will still win. En Le Monde Diplomatique. Marzo. Disponible en http://mondediplo.com/2017/03/02brexit
Pablo Ospina Peralta es docente de la Universidad Andina Simón Bolívar en Quito (Ecuador), y militante de la Comisión de Vivencia, Fe y Política.
Publicado originalmente en PalabraSalvaje.com
FUENTE: Rebelion