Nico Barya */Resumen Latinoamericano, 13 de diciembre de 2020
Los ojos tristes de Carmen miraban el piso mientras compartía su historia con más mujeres. Después de convertirse en mamá, su pareja desapareció y aunque pasado un tiempo regresó para ver a su hijo, tras breves visitas la tierra lo tragó nuevamente.
La violencia de género se había metido como una rata en las rendijas de la puerta, era sigilosa y tan normalizada que parecía invisible, aunque es constante en millones de hogares, escuelas, trabajos o en las calles. De hecho, 63 de cada 100 mujeres viven embates físicos, psicológicos y sexuales, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH. 2016).
Con la pandemia, la violencia de género aumentó a pasos agigantados –ONU dice que en un 60 por ciento‑, por lo que la organización Adivac (que trabaja con víctimas de violencia sexual) y la Secretaría de las Mujeres de la Ciudad de México (Semujeres) ofrecieron talleres de contención emocional a 170 víctimas de violencia de género.
Los cursos presenciales se dieron con las medidas sanitarias necesarias en la casona de Santa María la Ribera, donde desde hace más de 30 años son atendidos hombres, mujeres, niños, niñas y adolescentes (NNA) que sufrieron abuso sexual.
Ahí se habló de la necesidad de formar redes para contener la violencia en cualquiera de sus modalidades y tipos. En 6 sesiones de 2 horas semanales, se compartieron experiencias, conectadas todas bajo el concepto de violencia estructural, pero en la que la condición de mujer cimbraba la base.
En este espacio las mujeres como sus historias eran diversas. Abandonadas tras dar a luz, comprometidas socialmente a ser madres, relegadas en el trabajo, acosadas en la calle, violentadas (física, psicológica o sexualmente) o madres de menores de edad que vivieron violencia, sintiéndose culpables por la violencia que pasaron.
Los relatos parecían sacados de alguna novela, pero eran tan reales como quienes intervenían en las charlas. Unas entre sollozos, otras asustadas y unas más con la esperanza y fuerza tomada del reflejo de las situaciones escuchadas, como Irán, quien se prometió proteger a su hija, no quería que viviera lo que ella de niña, cuando fue abusada sexualmente. Sin embargo y tristemente la historia se repitió cuando Mariana, su hija, tenía 3 años de edad. La mujer de casi 60 otoños no sabe cómo pagar la omisión.
La construcción de redes en esos espacios parecía responder a la necesidad de las mujeres de ser escuchadas y de sus ganas de tejer historias juntas para entender el mundo. En el ambiente veloz en el que vivimos, esos momentos de intercambio de ideas llegan a ser un bien preciado ante la soledad que parece reinar en una sociedad hiperconectada, pero muy fragmentada.
Perla mostró su enojo por el maltrato y prohibiciones de sus exparejas, dijo que durante algún tiempo se dedicó a ver pornografía como venganza; era para que con razón todos supieran lo “mala” que era, decía la mujer que ahora era una curiosa de tema del narcisismo y buscaba evitar la vinculación con hombres de ese tipo.
Años atrás se había acercado a diversos grupos de ayuda para a sanar sus heridas, algún psicólogo le dijo que estaba intelectualizando demasiado el tema y después de algunas sesiones lo dejó. También acudió a congregaciones religiosas pero no fueron sus mejores aliados pues solo la hicieron sentir culpa, algo que rechazaba categóricamente.
Al ser conscientes de que las emociones influyen en la salud física y mental, resulta más sencillo darse cuenta de los episodios de violencia que se viven, a veces originados sin saberlo y otros con toda la intención.
La violencia de género afecta a niñas y mujeres, por lo que se exploraron los alcances de esas agresiones las cuales perpetúan pensamientos viejos y agrios del patriarcado, modelo social dominado por los hombres que ven a niñas y mujeres como objetos de uso y desecho, como Martín, el abuelo de una de las participantes de los talleres en Adivac, que al escuchar lo que su nieta decía sobre las sesiones, solo alcanzó a decirle que se alejara de esas cosas feministas. “El abuso sexual que viviste de niña, no fue violencia, así que debes dejar esas tontas ideas, que te impedirán conseguir novio pronto”, vociferaba de mala gana mientras terminaba su comida.
Ante situaciones críticas por violencia de género, el coordinador de los talleres, David López, recomendó hacer ejercicios de vegetoterapia. Estimulan el sistema nervioso y combaten los muros emocionales y físicos levantados ante las tensiones y “aunque parecen magia, no lo son”, explicó López, tras señalar que estos no deben superar los 5 minutos cada uno.
En total fueron 14 talleres de contención emocional a víctimas de violencia de género donde se habló de la necesidad de promover el buen trato y el autocuidado. De septiembre a noviembre de este tremendo 2020, mujeres con diferentes profesiones, oficios, edades e intereses, compartieron su historia y aprendieron juntas a tejer redes, que de alguna manera puedan darles la resistencia necesaria ante la violencia cotidiana.
En términos sencillos, podríamos decir que compartir es dar algo de una misma a los demás, pero también significa escuchar atentamente. O como diría Gabriela Mistral sobre este intercambio de ideas y sentires: “el mundo fue más hermoso desde que me hiciste aliada, cuando junto de un espino nos quedamos sin palabras ¡y el amor como el espino nos traspasó de fragancia!.”
Ejercicios de vegetoterapiahttps://www.youtube.com/watch?v=ijgobkhubh0
*Periodista y educadora sexual infantil peruanomexicana, especializada en prevención de la violencia a través de estrategias de educación informal sobre sexualidad humana
FUENTE: CIMAC