Por Marcelo Valko1, Resumen Latinoamericano, 8 de diciembre de 2020.
I Cada vez que llevaba a mi hija a la calesita y mientras la veía emprender su viaje giratorio invariablemente evocaba El eterno retorno. Varios se ocuparon sobre la posibilidad del regreso temporal al punto de inicio. Mencionó apenas a Nietzsche, Schopenhauer, Mircea Eliade e incluso Borges y hasta García Márquez en su infinito Macondo fueron cautivados por el tema aunque ninguno de ellos partió de algo tan banal como una calesita, quizás por sentirse ajenos al mundo infantil o por tener una capacidad de vuelo superior a la mía. Difícil imaginar a Zaratustra tratando de agarrar una sortija o al autor del Aleph vacilando en sentarse sobre una jirafa o en una lancha y ni que hablar de apurar a un ensimismado Eliade en los diseños del uróboros la serpiente que engulle su propia cola para urgirlo a que participe de una nueva vuelta para regresar al punto de origen. Cuando miraba a mi hija era como si mi cabeza girara también con la idea. Ella siempre entraba ansiosa de emprender su aventura. La compleja disyuntiva de cual juego elegir. La veía moverse entre los distintos asientos con formas de caballos, elefantes, aviones, autos, hasta trepar en alguno de ellos. Como es lógico suponer, no es igual emprender una traslación temporal a un mundo que se extingue y renace y se recrea en cada giro desde una tasa giratoria o una cebra. Pero existe un momento incierto, un punto ciego, riesgoso. Me refiero a ese instante en que la calesita gira y los padres desaparecen para los chicos y estos para sus acompañantes. Es como cruzar al otro lado de la luna, el espacio de la angustia y explica los adioses que lanzan unos y otros en ese momento. En el medio giro asoma una primera orfandad. El niño está solo. Más de una vez alguno se asusta llora y quiere bajar. Pero la vuelta continúa y las miradas se contactan y reencuentran. La sensación de soledad efímera y fugaz da paso a la alegría y los saludos alegres tras reaparecer a la seguridad del eterno movimiento de lo cíclico donde el mundo está en su lugar.
II El eterno retorno no es una noción ni tan compleja ni tan disparatada como lo muestran en primer lugar los ciclos agrarios y la sucesión de estaciones. Tantos eventos regresan y vuelven a remontar vuelo como las mañanas, el regreso de la luz. Aun hoy, como si estuviéramos viviendo en el medioevo en un obtuso geocentrismo decimos “salió el sol”. Pero el sol no sale, somos nosotros que giramos en esta esfera perdida en el concierto giratorio del cosmos. El plus valor medieval que arrastramos es tan profundo que las tablas meteorológicas mencionan con prolija minuciosidad con hora y minutos la “salida y puesta del sol” y eso que estamos en el 2020… La cuestión es que el sol sale y el “había una vez” de lo profundo del tiempo con sus edades remotas recomienza de nuevo aunque el cambio climático nos demuestra que lo que vuelve no es idéntico a lo que estuvo. Sin embargo, aunque lo parezca, ningún día es igual al otro, ningún amanecer es similar al anterior, tal como sucede en la calesita donde el niño, sus padres y hasta el engranaje de la maquinaria experimenta cambios imperceptibles en cada giro. Sin embargo, algunos pretenden forzar estos retornos temporales o mejor dicho detenerlos en un punto cero de su preferencia. Y como si fueran fieles de un culto absurdo se mueven para impedir el paso de la historia y lo que es peor, nos incluyen con la idea de borrarnos del mapa…
III Hace unos días salió a la luz el deseo convicto y confeso del general de división Francisco Beca planteando la necesidad “de fusilar a 26 millones de españoles hijos de puta”. Me trato a la memoria los rumores cuando se produjo la última sublevación militar “carapintada” en Buenos Aires que aseguraban que ahora no habría NN sino MM: muchos más. Hoy el general Beca es un clásico exponente de la feligresía nostálgica y perimida del franquismo y su mano dura. Francisco Franco autodenominado generalísimo, caudillo, líder de la falange se sublevó contra la Republica en 1936 y gobernó con puño de hierro a España hasta 1975. Un millón de muertos, fosas comunes, exilio de cientos de miles. Cuarenta años de represión para establecer un orden social piramidal y clasista parecen no haber sido suficiente para el nostálgico general ansioso por detener la marcha del tiempo. Si piensa que las vueltas de la calesita son la misma y el tiempo irá para atrás se equivoca. Otros buscan lo mismo de modo más sutil. El Reino de España ya realizó restricciones democráticas a manos de Mariano Rajoy con la Ley Mordaza, una norma muy similar a la que pretende imponer Emmanuel Macron que nos sorprende por algo más que esa “sensible” carta de despedida a Maradona al buscar restringir las libertades ciudadanas con una Ley Mordaza a la francesa cuyo trasfondo es brindar impunidad a la represión. Es evidente que los poderes traman algo en el horizonte. Estamos hablando de Europa, no de nuestros países de una región periférica furgón de cola de todas las ocurrencias de flexibilización de conquistas sociales, económicas y democráticas que exporta el norte domesticador. ¿Acaso pretenden anclar la calesita del tiempo en el 1984 de Orwell?
IV Existen otros retornos de un peligro tan real y tan incierto del que nuestro continente tiene su propia versión como en Cien años… donde los miles de fusilados de la huelga bananera se invisibilizan en la historia oficial y donde podemos preguntarnos ¿Cuál de las Úrsulas es Amaranta o acaso en todos los Aurelianos está el esbozo de los Arcadios? Desde la Conquista, pasando por la Independencia y los avatares republicanos con sus guerras civiles, sus burguesías portuarias y oligarquías terratenientes en América muchos intentaron detener el tiempo como pretende el general Beca y su aspiración de 26 millones de fusilados. Desde los comuneros a infinidad de dirigentes sociales fueron detectados, catalogados de enemigos del poder y eliminados. La sentencia de muerte de Túpac Amaru explica con minuciosidad que su casa natal debe ser demolida y la tierra debe ser salada, es decir echar sal gruesa para esterilizar ese suelo para que ninguno “de su linaje” vuelva a nacer. Por más que lo intenten el tiempo no retrocede en cambio las ansias de libertad renacen una y otra vez con nuevos viejos nombres. Hoy el problema aunque se presenta diferente no deja de ser el mismo. Líderes indígenas sobre todo militantes ambientales entran en el foco de las muertes por goteo. En nuestro continente encabeza el tétrico listado Colombia, seguido por Brasil, Guatemala, México y Honduras siendo las cuestiones más peligrosas los que tienen relación con las mineras y las represas. América Latina es la región del mundo más peligrosa en este sentido y la hondureña Berta Cáceres asesinada en 2016 es un ejemplo elocuente de ello. De la misma forma que el deseo no se extingue en el sexo, el ansia de lucro del capitalismo renace inagotable como un giro macabro que aspira a perpetuarse sin fin.
V León Felipe el gran poeta republicano perteneciente al sur global ya en el exilio escribió “¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra /al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?” algunos podrían advertir cierto desaliento. Sin embargo, guarda la luz para la última estrofa y después de mencionar las mismas guerras, tiranos, cadenas, farsantes y sectas asegura “¡y los mismos, los mismos poetas!” es decir, los mismos soñadores de sueños. Es lento, pero viene…
Foto de portada: Poeta Leon Felipe