Por Lucila Pagliai, Resumen Latinoamericano, 21 de diciembre de 2020.
“¿No existe en las voces a que prestamos oído un eco de las ahora enmudecidas? Si es así, hay entonces una cita secreta entre las generaciones pasadas y la nuestra.”
Walter Benjamin, Tesis II
(Tesis sobre la historia y otros fragmentos)
.
- Por qué asomarse a las cartas
Como práctica y producto de escritura, el discurso epistolar junto con la autobiografía y las memorias ofrece la mayor imbricación entre las circunstancias personales y las circunstancias históricas, sociales, políticas y culturales en que fluye la comunicación. Otro aspecto que caracteriza a la carta (una escritura de recepción diferida, por naturaleza y por posición) es que el acto de enunciación yo, aquí, ahora genera en el lector/receptor un efecto de presencia y temporalidad real que actualiza y potencia el efecto pragmático de los enunciados.
Cuando se trata de cartas políticas producidas en situaciones sensibles de gran impacto (como la problemática de la frontera, profusamente abordada por líneas historiográficas enfrentadas), las estrategias con que se monta el discurso epistolar permiten asomarse ‑con el máximo de verdad que habilita la máscara- a las riquezas y complejidades de la situación en que se mueven (muestran /parcializan /escamotean /ocultan) los diversos actores, para operar sobre el oponente “otro”.
Aunque el modelo canónico de la carta presupone un único destinatario (la inviolabilidad de la correspondencia está protegida por la Constitución Nacional), toda comunicación epistolar incluye una multidireccionalidad potencial. Dadas las condiciones y objetivos de su emisión y recepción, la multidireccionalidad es intrínseca a esta correspondencia entre caciques y militares de la frontera: en ambos polos del circuito epistolar han sido producidas para la difusión, el comentario o la consulta entre jefes y pares de las tribus, del ejército de línea o de la administración civil.
.
- La disputa por la tierra en la historia de la nación.
Con las notorias mutaciones en la vida social, cultural, económica y en la relación con el ambiente y los recursos naturales que se fueron produciendo en la Argentina a lo largo del tiempo, las luchas actuales por el acceso a la tierra tienen raigambre histórica y son inseparables del devenir de la nación. Desde la ocupación colonial hasta años recientes, en las tensiones entre poderes fácticos y subalternidades, clases dominantes y sectores populares por el derecho al hábitat, la propiedad y el uso de la tierra se encuentran algunos mojones que es interesante volver a registrar:
- los avances tempranos sobre los dominios de las tribus patagónicas, la militarización y el corrimiento sostenido de la frontera con dos campañas armadas en un arco de 45 años (1833 y 1879);
- las políticas oficiales de radicación de extranjeros para poblar el desierto que habitaban las tribus en Tierra adentro y el campo abierto que transitaban los gauchos antes del alambrado;
- la entrada de la Argentina en la división internacional del trabajo a fines del siglo XIX y la llegada masiva de inmigrantes europeos, con nuevos ingresos numerosos durante la segunda posguerra;
- el proceso de industrialización hacia mediados del siglo XX acompañado de una fuerte migración interna campo-ciudad con radicación predominante en el conurbano bonaerense y en la periferia de las grandes ciudades de provincias interiores;
- la inmigración sostenida y creciente desde países limítrofes o cercanos a partir de la segunda mitad de ese mismo siglo, que contribuyó de modo significativo a configurar el mapa sociocultural actual de la Argentina mestiza, en colisión con el imaginario colectivo aún dominante de la Argentina blanca.
La colonización española inicia un proceso de avance y ocupación sobre las tierras de los pueblos originarios que instala de facto una interacción forzosa, violenta y depredatoria entre los colonos y las tribus. En la pampa patagónica, con abundancia de vacas, poblaciones cristianas aún escasas y tribus en constante litigio (entre ellas y con las tribus chilenas que llegaban desde la cordillera), la convivencia entre aborígenes, españoles y criollos se maneja con un cierto equilibrio. El eje de contactos y fricciones son las reses de un ganado cimarrón que cada uno arrea y carnea en un territorio inmenso, según su necesidad. Cuando la cantidad de vacas se reduce al mismo tiempo que despuntan como valor económico, los pobladores hispano-criollos de las zonas rurales se asientan con estancias en un territorio ajeno que hasta entonces transitaban en relativa paz y libertad. Este nuevo giro en la ocupación, inicia un proceso de apropiación gratuita de tierras y recursos naturales que se consolidará en un modelo de explotación latifundista con alta renta agropecuaria en manos de una oligarquía ganadera histórcamente prebendaria del Estado. En 1886 Sarmiento escribe a ese respecto en el periódico El Censor:
“Quieren que el gobierno, quieren que nosotros que no tenemos una vaca, contribuyamos a duplicarles o triplicarles su fortuna a los Anchorena, a los Unzué, a los Pereyra, a los Luro, a los Duggan y los Leloir y a todos los millonarios que pasan su vida mirando cómo paren las vacas.”
Con sucesivos cambios en la ecuación tierra + ganado + valor agregado del manejo de las reses, las tensiones por la tierra, sus recursos y la renta derivada se agravan con la independencia y la organización nacional. La problemática de la frontera entre indios y cristianos se radicaliza, y desencadena una larga y violenta disputa por la construcción de hegemonía y la consecuente generación de subalternidad. Hay ahora un Estado incipiente con graves conflictos interiores que necesita recaudar, controlar el territorio y acabar con los malones, resguardar el ganado y los saladeros instalados en la pampa que salen con la carne de las vacas a comerciar al exterior.
Con el acento en la seguridad de la población rural y la protección de los bienes, la frontera se militariza. A lo largo del siglo XIX se emprenden dos campañas con fuerzas regulares que buscan alcanzar y dominar a los indios en su propio territorio: la Campaña de los Llanos encabezada por Rosas en 1833, que aunque con organización precaria y recursos acotados, logra un corrimiento importante de la frontera con un saldo cruento para las tribus aborígenes; y la Campaña del Desierto iniciada por Roca en 1879, que vence definitivamente a los caciques, somete y despoja a sus pueblos también de sus bienes comunitarios intangibles, y ocupa, desguaza y reparte sus territorios en nombre del Estado Nacional. Los busca y acorrala en el camino de los chilenos por donde los indios se llevaban las “vacas argentinas”, según la doxa instalada en los diarios de la época.
Un hecho significativo de la Campaña de los Llanos es la consolidación de la categoría “indio amigo” que Rosas define para las negociaciones con los caciques como una estrategia de relacionamiento futuro. A partir de entonces, las tribus amigas (i.e., domesticadas y no litigantes) enviarán embajadas oficiales para recibir formalmente raciones, objetos y otros beneficios diversos que, a su demanda, les proporcionará el Estado, según acuerdos y tratados periódicamente renovados. Por otra parte, en determinadas circunstancias los caciques recibirán apoyo para sus políticas internas, que se pagará con contraprestaciones de diverso tipo.
En una carta de noviembre de 1834, dice Rosas al cacique Cañuquir, jefe con otros pares de las tribus provenientes de la Araucania chilena, instaladas en la pampa:
“Estimado hermano Cañuquir: ya te escribí que habiéndome llegado la noticia de la derrota de Yanquetruz por los doscientos soldados que mandé en auxilio de San Luis, era conveniente ahora no darles alivio a los ranqueles, y perseguirlos a muerte para hacerles pagar tantos delitos como han cometido.
A este fin dispuse la marcha de una compañía que cuando esta llegue a tus manos ya se te habrá incorporado, y ahora va ese otro piquete para el completo de ciento veinticinco hombres entre tropas y oficiales.
Yo espero que vos y todos tus compañeros sabrán vengar la sangre de Rondeau y Melín que esos pícaros mandaron derramar, pues que ellos, los ranqueles, muy bien impuestos estaban de las traiciones de los autores del asesinato.
El principal objeto de esta carta es comunicarte que han llegado a la guardia del Monte unos indios que me ha mandado Cachul para que los examine y disponga de ellos.
Estos indios son mandados por los enemigos autores de las muertes de Rondeau y Melín. Creo que los manda Calcufurá, o uno de los cabecillas principales de los enemigos, a suplicarme por las paces, pero voy a hacerlos bajar para acá adentro donde puedan conservarse seguros sin que ninguno se me vaya.
Entre estos indios viene uno que dice el que fue mandado por ustedes los caciques borogas a llamar a los de la cordillera para que robasen a los cristianos. Y así por ese estilo son los cargos que viene haciendo a los borogas, agregando mil cuentos sonsos y embusteros sacados de su cabeza asustada. […]”
Cincuenta años después, con la Campaña final de Roca, el costo en vidas y las pérdidas de las diferentes tribus combatientes es altísimo y los caciques capitulan. El 6 de mayo de 1883, el coronel Pablo Belisle escribe al general Villegas, a cargo de la Frontera Sur:
“Tengo el honor de poner en conocimiento de Ud que el día 30 de abril se presentó en ‘Paso de los Andes’ al comandante Ruibal el cacique Reuque-curá, acompañado del cacique Levicurá y capitanejo Coñumé con treinta y cinco guerreros más y sus respectivas familias, sometiéndose él y los indios que lo acompañaban a la autoridad del Gobierno de la Nación. […]
Uno de los emisarios [enviados para hablar con el jefe de las fuerzas] es hermano de Namuncurá y cacique también y a pesar de no haber podido hablar detenidamente todavía con ellos, lo que se desprende de las conversaciones tenidas entre ellos y el comandante Ruibal es que quieren someterse al superior gobierno en la próxima primavera, pidiendo se les mande unas veinte yeguas y seis o siete caballos, pues no tienen ni qué comer ni qué montar.”
Las cartas de la derrota ‑con la incorporación de sacerdotes católicos como nuevos corresponsales- mostrarán a los indios reducidos, trasladados, separados de sus familias, sometidos o integrados en posiciones subalternas en el campo vencedor. Los muestran también sin entregarse, desarrollando estrategias de supervivencia que a lo largo del tiempo y por diversos medios han logrado conservar y transmitir la memoria de su hábitat, su organización social y su cultura, la historia de sus luchas y sus derechos como pueblo.
.
- Disputas, negociaciones y embajadas en la correspondencia de la frontera
De la estrategia final de supervivencia de la nación indígena y de los vaivenes del derrotero complejo y zigzagueante de medio siglo de frontera, tratan las cartas publicadas en años recientes por investigadores de distintas universidades nacionales. Son productos de investigación excelentes apoyados en una amplia documentación, que trabajan con fuentes primarias, entre las que los discursos en tensión de los protagonistas ocupan un lugar de privilegio.
Tanto la correspondencia entre caciques y militares como las cartas de los vencidos presentan una singularidad: en ellas se escucha la voz del indio en medio de una vasta literatura de la frontera donde campea la voz del blanco.
Desde el punto de vista de los pueblos asolados por las tribus de las tolderías, la producción literaria del “lado cristiano” da cuenta tempranamente de los conflictos de la frontera. Con obras canónicas construidas con este proyecto discursivo se formaron en la escuela varias generaciones de argentinos: entre ellas, por sus valores estéticos y su calidad de textos literarios programáticos se destacan La cautiva de Esteban Echeverría, Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla y Martín Fierro de José Hernández.
En 1837, durante los años cruentos de la lucha entre unitarios y federales, Echeverría publica el largo poema narrativo La cautiva: con este hecho de escritura inaugura el Romanticismo en el Plata, ingresa en la literatura argentina el paisaje fundante de la pampa como escenario natural del amor trágico de Brian y María, cautiva de los indios, que habilita la construcción posterior del mito de la cautiva blanca, presente durante largos años en la cultura nacional.
En 1870, ya en el período de la consolidación de la República, Lucio V. Mansilla publica Una excursión a los indios ranqueles, un texto fragmentario de corte autobiográfico (características de la literatura de la generación del 80) que reproduce en la escritura la frescura de la conversación. Como coronel en los fortines de Río Cuarto, Mansilla habla de la vida en la frontera y de sus protagonistas, desde un paternalismo oligárquico que exhibe cierta simpatía por los indios, sus costumbres y penurias; a pesar de la declarada frecuentación de caciques en las tolderías en una relación de paridad, el registro entre humorístico e irónico de la Excursión… deja entrever en la urdimbre del texto un racismo de época y de clase siempre latente, y muchas veces explícito.
Ya en 1852, Alberdi había inscripto en el capítulo XIV de las Bases, un texto de brutal desvalorización explicita del indio, que corre paralela con la exaltación de la América europea:
“[…] Hoy mismo, bajo la independencia, el indígena no figura ni compone mundo en nuestra sociedad civil. […]
No conozco persona distinguida de nuestra sociedad que lleve apellido pehuenche o araucano. El idioma que hablamos es de Europa. […] Nuestra religión cristiana ha sido traída a América por extranjeros. A no ser por Europa, hoy América estaría adorando al sol, a los árboles, a las bestias, quemando hombres en sacrificio, y no conocería el matrimonio. La mano de Europa plantó la cruz de Jesucristo en la América antes gentil. ¡Bendita sea por esto solo la mano de Europa! […].
¿Quién conoce caballero entre nosotros que haga alarde de ser indio neto? ¿Quién casaría a su hermana o a su hija con un infanzón de la Araucaria, y no mil veces con un zapatero inglés? […].
En 1872, José Hernández publica El Gaucho Martín Fierro para denunciar las injusticias que sufre el gaucho subalternizado, convertido en matrero por los poderes fácticos expoliadores que encarnan la policía y el juez. Fierro, con su amigo Cruz (el sargento de la partida que no va a permitir “que se mate así a un valiente”), atraviesan la frontera para buscar refugio entre los indios, vistos aquí como “un otro” diverso y cercano que desde otro lugar y con otros recursos, también sufre y se enfrenta a esos poderes arbitrarios. Sin embargo, en 1879 (Roca está por comenzar su Campaña al desierto), todo cambia en el poema: con la publicación de La vuelta de Martín Fierro, el gaucho cantor libertario de La Ida regresa a la vida y a los encuentros en las pulperías pueblerinas, y con sus relatos descarnados sobre la brutalidad del salvaje lleva agua al molino roquista: nada peor que el infierno de las tolderías. No hay que olvidar que Hernández es ante todo un político militante y hace política con su escritura. La escena del indio que destripa al bebé de la cautiva y lo ahorca con las tripitas delante de su madre sometida y violentada, se convierte en un alegato irrefutable: imposible perdonarlos, los indios no tienen redención.
Volviendo a las cartas de la frontera para concluir.
En la correspondencia siempre política entre Tierra adentro y las Comandancias (en tono violento o conciliador, beligerante o amistoso, a veces zalamero y pedigüeño) se entretejen las costumbres y apetencias de las tribus pampeanas, y también las dudas y vacilaciones de los encargados de la relaciones con los indios del otro lado de la frontera. Son dos mundos (cada uno amenazante, desconocido y misterioso para el otro) que conviven alternando disputas y demandas, acuerdos y rupturas, enfrentamientos y negociaciones, victorias y derrotas.
En las cartas de la milicia es notoria la presencia de informantes que –en la voz de un “tercero excluido” ausente- proporcionan datos sobre movimientos e intenciones de los indios, que el emisor envía a sus pares o eleva a sus superiores con comentarios sobre la mayor o menor credibilidad de lo transmitido.
La comunicación epistolar de los caciques ofrece otras riquezas y complejidades, al estar necesariamente anclada en una cadena de traducciones que va de la oralidad a la escritura: desde la articulación del mensaje y el dictado en lengua propia¸ el pasaje a una versión aceptable en lengua extraña¸ hastasu inscripción en el soporte que será la carta en castellano. Se trata de una escritura delegada, basada en la confianza que los caciques construyen con sus escribanos y lenguaraces –varios de ellos cristianos cautivos- que con mayor o menor dominio del idioma otro, son los que habilitan el difícil e indispensable espacio lingüístico común de entendimiento.
En la sección Relecturas de este número de Grandes Alamedas se propone el acercamiento a estas voces de la frontera; allí se encontrará un conjunto de cartas que aunque acotado, permite asomarse a diversos acontecimientos y actores que a lo largo de los años transitaron por un espacio epistolar que construyeron entre todos.
Fuente: Grandes Alamedas