Por Manuel Cabieses Donoso. Resumen Latinoamericano, 28 de enero de 2021.
Los fundadores de la doctrina revolucionaria rayaron la cancha con las condiciones objetivas y subjetivas. La situación ideal para dar un paso al frente es la conjunción de ambas. Pero ningún revolucionario –desde Lenin a Fidel Castro- esperó ese equinoccio de condiciones para iniciar la lucha. Esas reglas, en cambio, se convirtieron en la biblia del reformismo social demócrata, sombra tutelar del capitalismo.
En Chile estamos en presencia de los escombros del Estado oligárquico. Nunca jamás fueron mejores las condiciones objetivas para la insurgencia de una Izquierda socialista. El clamor por una conducción que organice y oriente la lucha social y política, no ha encontrado eco en instancias que podrían tomar iniciativas. Partidos –grandes, medianos y pequeños- y organizaciones sociales ‑grandes, medianas y pequeñas‑, hacen mutis por el foro, de espaldas a la realidad, embebidos en un electoralismo ramplón que promueve un carnaval de candidaturas que atosiga a los ciudadanos.
La situación del país tiene parangón con los años 30 del siglo pasado. La institucionalidad oligárquica estaba en crisis. Un comodoro de la Fuerza Aérea, Marmaduke Grove Vallejo, encabezó el golpe de estado que el 4 de junio de 1932 proclamó la República Socialista. Bastó un empujón para derrocar al presidente Juan Esteban Montero cuya función se limitaba a administrar la crisis. Un general de ejército, Arturo Puga Osorio, encabezó la junta revolucionaria de gobierno. Hasta El Mercurio se declaró socialista y la familia Edwards compartió la propiedad del diario con sus trabajadores. La primera República Socialista de América Latina duró apenas tres meses.
Pero en ese breve periodo hizo realidad demandas importantes del pueblo que estaba endeudado hasta la tusa. Los dirigentes del movimiento fueron perseguidos pero de ese grupo audaz nacieron el Partido Socialista e iniciativas que en 1936 cuajaron en el Frente Popular. Dos años más tarde esa coalición ganó las elecciones presidenciales, derrotando al candidato de la derecha, Gustavo Ross, ex ministro de Hacienda. Pedro Aguirre Cerda, líder del ala derecha del Partido Radical, fue el triunfador apoyado por los partidos Comunista, Socialista, Democrático y Radical Socialista.
Don Tinto, como lo llamaba el pueblo (Aguirre Cerda era dueño de la Viña Ochagavía), fue derrotado por la tuberculosis tres años más tarde. Sin embargo su gobierno cumplió la promesa de impulsar la industrialización del país. Creó la Corporación de Fomento de la Producción (Corfo), matriz de numerosas industrias nacionales ‑privatizadas por la dictadura 35 años más tarde-. Asimismo, hizo realidad su consigna “gobernar es educar”, que rescató a millones de chilenos de las tinieblas del analfabetismo.
Por supuesto por el río de la historia corren hoy otras aguas. No obstante, el recuento de nuestro agitado rosario de guerras civiles, golpes de estado, masacres, motines militares, asesinatos políticos, etc., debe servirnos para sacar lecciones. La crisis (ahora irremediable) de la institucionalidad oligárquica tiene símiles en el pasado. En los años 30 Chile afrontaba un periodo de inestabilidad político-social agudizada por la crisis capitalista mundial. Tal como hoy. El fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán amenazaban la democracia liberal europea y al socialismo soviético. En Chile surgió un partido nazi y las milicias pardas asaltaron locales sindicales y atacaron manifestaciones de socialistas y comunistas. Hoy resurgen amenazas de naturaleza fascista.
En Estados Unidos casi 75 millones de votos respaldaron una opción violenta y racista. Brigadas armadas aterrorizan a inmigrantes y negros. En Chile renace una extrema derecha que aspira a convertirse en baluarte de una dictadura. El Partido Republicano de José Antonio Kast tiene raíces históricas en el Movimiento Nacional Socialista de Jorge González von Marées de los años 30; en el Partido Acción Nacional y la revista Estanquero de Jorge Prat en los 60; y del Frente Nacionalista Patria y Libertad de Pablo Rodríguez en los 70. Su objetivo es desplazar a la derecha liberal por caduca e incapaz de contener al socialismo. Busca apropiarse del poder –por la razón o la fuerza- y convertir el Estado en santuario de los valores de Patria, Familia y Propiedad, almácigo de delirios políticos regados por el odio.
La crisis política de hoy se acentúa por la dispersión de candidaturas para la Convención Constitucional que amenaza entregar en bandeja la futura Constitución a una minoría disciplinada y unida en defensa de sus intereses de clase. Casi 80 listas de candidatos demuestran la dramática ausencia del eje rector de una alternativa popular y democrática.
La inexistencia de una Izquierda de horizonte socialista y anticapitalista, ha dejado un espacio que rellenan sectores socialdemócratas. Pero sus vínculos con el neoliberalismo son tan evidentes que despiertan enorme rechazo y repugnancia ciudadana.
Bajo la superficie existe, sin embargo, una Izquierda latente. Un vasto sector anhela una democracia participativa que respete la dignidad de las personas. Esa Izquierda en latencia requiere orientación de lucha y organización. Hay que retomar el espíritu combativo y amplio de octubre-noviembre del 2019. Eso permitiría ponerse de pie a la Izquierda socialista, latinoamericanista, feminista y ecologista de estos tiempos.
El complejo de Penélope de los que viven esperando “que se den todas las condiciones”, debe ser derrotado. Las condiciones han madurado y comenzarán a podrirse si no actuamos ya.