Por Piedad Córdoba Ruiz. Resumen Latinoamericano, 31 de enero de 2021.
Señores Nicolás Rodríguez Bautista y Pablo Beltrán:
Saludo de paz.
Después de décadas de guerra y varios intentos de construir un acuerdo de paz, urge volver a explorar las posibilidades de una negociación, aunque todo apuntase hacia lo contrario.
Sin duda alguna, los errores cometidos en las negociaciones anteriores, incluyendo la más reciente, además de todas las frustraciones vividas en el marco de los diálogos y de la implementación con las antiguas FARC-EP, no dejan mucho espacio para el optimismo. Sin embargo, precisamente, por el incremento de la guerra, el asesinato del liderazgo social y político, la persecución a antiguos combatientes, la nueva ola de paramilitarismo, urge retomar una de las frases más usadas por Pablo Beltrán: “Sacar la violencia de la política”.
Ese objetivo no es simplemente una decisión mecánica, como quien guarda las banderas y las armas en un closet con llave y bota la llave al mar. Esa torpeza de reducir el conflicto social-armado de Colombia a la existencia de guerrillas impide dar una solución integral a la problemática colombiana. La paz es un proceso y también un resultado.
Un proceso en el que deben participar, tal como ustedes lo han planteado, diferentes voces de la sociedad; y un resultado, que implica un mínimo de cambios estructurales para avanzar más allá de rituales, por más bien intencionados que estos sean.
Estoy convencida que si algo podemos aprender de los acuerdos de paz anteriores (todos igualmente incumplidos) es que el simple desarme insurgente no es suficiente para finalizar la guerra.
De forma respetuosa veo múltiples falencias en el último proceso de diálogos desarrollados por la insurgencia que Ustedes representan y el Estado colombiano, en el largo trasegar que se anunciase en Caracas hace casi 7 años, y el levantamiento unilateral del gobierno Duque hace 2 años.
Faltaron estrategias claras y compromisos de las partes, de avances reales que fortalecieran la confianza entre las partes, así como verdadero respeto por parte del Gobierno a las reglas de la tregua bilateral y a los gestos humanitarios.
En justicia, es necesario reconocer también los aspectos positivos, tales como: los diálogos francos, durante la fase preliminar que lograron sortear muchos problemas; la construcción de una agenda como punto de partida y que recogía precisamente las raíces del conflicto social y armado; una mesa de diálogos que se mantuvo a pesar del estancamiento; una tregua bilateral sin precedentes que ni siquiera se dio en el proceso con las FARC-EP; y unas audiencias (con participación de la sociedad civil realizadas en territorio colombiano) que inauguraron una forma novedosa de construir un proceso de paz.
De poco sirve quejarse sin aprender de lo sucedido. Como algunos lo han planteado, el proceso de construcción de paz no hay que reducirlo al último intento, sino entenderlo como una dinámica desde 1991 (en el caso de ustedes) hasta el día de hoy.
El Gobierno actual claramente ha cumplido su cometido de “hacer trizas la paz”, pero eso no significa que en su afán guerrerista haya arrastrado a la totalidad de la sociedad, sino que hay un sector dispuesto a acompañar la búsqueda de una salida negociada al conflicto armado. Ese sector de la sociedad de la que me siento partícipe quiere el diálogo con las insurgencias, el cese pleno de la guerra y la paz completa.
Pero esa sociedad necesita algo más que buenas intenciones de las partes para alimentar y mantener sus esfuerzos por la paz. La sociedad estuvo pendiente de la fase preliminar que ustedes iniciaron, acompañando los diálogos en Quito, en las audiencias de Tocancipá y celebrando y defendiendo la tregua bilateral. Esta tregua, tal vez el resultado inmediato más palpable del proceso, permitió a las regiones celebrar una navidad cercana al sueño de sacar la violencia de la política, y solo por eso valió la pena.
Las audiencias de Tocancipá (2017) permitieron que tanto ustedes como el Gobierno se asomaran al país desde otra perspectiva, no solo por estar a la escucha, sino porque el diálogo honesto y la crítica respetuosa ayudaron a que las partes entendieran que más allá de la violencia armada hay un conflicto social que espera ser resuelto y que logró ser reflejado en la agenda construida para la negociación en Quito.
Es esperable que ustedes hayan sistematizado la reciente experiencia, evaluado los errores metodológicos de la negociación, los vacíos y las oportunidades de la agenda, lo dicho por la sociedad y hasta, de manera autocrítica, los propios errores en el desarrollo de la confrontación en medio de la negociación.
Es posible que no se logre restablecer una mesa de diálogo con el actual Gobierno que parece ya preso de afanes proselitistas tanto en su política exterior como interior. Lo que se observa es un aumento de hostilidades que se mide en vidas humanas. La zozobra aumenta especialmente en zonas rurales, y el avance del paramilitarismo es real.
Por todo lo anterior, y por paradójico que suene, hay que volver una y otra vez a explorar los caminos de la paz: con mensajes inequívocos, con acciones audaces, con gestos simbólicos, con creatividad. Si no tenemos una paz a la vuelta de la esquina, eso no nos debe impedir explorar de manera inmediata y contundente medidas para sacar a la población civil de la guerra y para evitar la destrucción de bienes de las comunidades.
El Acuerdo Humanitario Ya que plantearon las comunidades en Chocó, la iniciativa de desminado humanitario de las comunidades de Nariño o la propuesta de mínimos humanitarios formulada en Arauca, podrían ser tres escenarios para explorar el respeto a las normas humanitarias, normas que ustedes también recogen en sus documentos internos, por las que los invito a impulsar entendimientos con la sociedad.
La crítica situación de los cerca de 700 prisioneros políticos vinculados a su organización, como la de los del anterior proceso de paz que continúan en las cárceles, también podría ser contemplada dentro de las medidas urgentes para paliar el sufrimiento que causa a nuestro Pueblo la continuidad de la guerra.
Como lo expresé en reciente carta pública al gobierno de Cuba, es una vergüenza ante la humanidad que el presidente Duque haya insistido en la extradición de la delegación de paz del ELN, en desconocimiento provocador de los protocolos acordados y la normatividad internacional, así que el acogimiento y respeto de lo acordado igualmente hace parte de los compromisos humanitarios mínimos.
Una exploración de paz o de humanización del conflicto, hoy no parte de la nada, sino de un acumulado construido por las comunidades. Ustedes en su historia siempre han planteado escuchar al Pueblo y ese Pueblo hoy les dice que no dejen de insistir en la paz y, mientras esta se logra, de generar propuestas humanitarias.
Defendí personalmente acuerdos humanitarios amparados en el DIH durante muchos años en los que hoy dicen defender la paz, azuzaban la guerra, por eso ratifico mi compromiso para mantener en alto las banderas por desescalar la guerra y avanzar hacia una negociación política del conflicto armado que hoy persiste.
Espero su respuesta y sus reflexiones. Aspiro que tengamos un intercambio epistolar y que este cruce de cartas que ahora empieza al tiempo que logre alimentar la voluntad de paz que estoy segura se mantiene en el ELN, así como en la mayoría de la sociedad colombiana, también sea percibida como una invitación al análisis cuidadoso de las últimas experiencias de negociación. Sería lamentable partir de cero y echar a la basura la inmensa cantidad de ideas, de propuestas y reflexiones hechas en el marco de una mesa de diálogos que, si bien en lo global fue fallida, dejó tras de sí una cantidad de experiencias positivas que aunque inconexas deben ser sistematizadas, para poder labrar todos y todas el camino de la Paz y la soberanía para Colombia.
Fuente: Las 2 orillas