Por Maite Ubiria y Goizeder Taberna. Resumen Latinoamericano, 23 de enero de 2021.
El 27 de julio de 1985 el clausurado diario “Egin” titulaba: «Francia deporta hoy al Ecuador al refugiado vasco Alfonso Etxegarai». Tras ser secuestrado allí, junto a Angel Aldana (deportado fallecido en Venezuela), por agentes españoles que les sometieron a torturas, en agosto de 1986 fue llevado a Sao Tomé, donde comenzó un viaje de regreso a casa que se ha prolongado durante más de tres décadas. En pleno proceso para «desacostumbrarse» de la cotidianidad de ese prolongado destierro y mientras trata de superar la «sensación de mareo» que siente al observar de nuevo la geografía vasca, Alfonso Etxegarai, y, a su lado, la que ha sido su «deportada consorte», Kristiane Etxaluz, desvelan los primeros detalles de ese «caminho longe» de Sao Tomé a Domintxaine.
Kristiane Etxaluz y Alfonso Etxegarai nos esperan sentados en una escalinata cercana al monumento que honra, también en Baiona, a los soldados sacrificados en las batallas libradas por Francia. Paradoja urbanística, ese memorial dista en sólo unos metros de una plaza dedicada a «los vascos». En el cercano jardín de la Poterne, acotado por las murallas pero abierto al verdor de un parque en que corretean los chavales, libres por fin –nos citamos el pasado viernes por la tarde– de la disciplina escolar, ambos comparten durante la charla algunas vivencias de la última etapa del regreso a casa.
–Debe ser difícil traducir en palabras las sensaciones que dejan un viaje de regreso al país tras una ausencia tan prolongada.
Kristiane Etxaluz: Este ha sido un viaje tras casi 35 años de idas y venidas. En este momento no soy capaz de hablar de sentimientos con mayúsculas, aunque ahora mismo a lo que más me parezco es a una gallina clueca.. Estoy saboreando todos los momentos, las pequeñas alegrías, los instantes más sencillos que nos ofrece la vida.
Alfonso Etxegarai: Yo destacaría un momento especial. Cuando veníamos en coche desde Dax, pude ver por fin el Aturri. Hice el gesto de aflojarme, de soltarme, el cinturón. Fue algo que me salió de dentro. No es fácil de explicar, sentí que había llegado, estaba en mi país y era libre.
-¿Cómo tomó cuerpo exactamente ese viaje? ¿Cuándo se dijeron que sí, que esta vez, la vuelta iba a ser realidad?
A. Etxegarai: Yo siempre acudía a recibir a Kristiane al aeropuerto, pero la última vez, cuando llegó, nos miramos, y supe, los dos supimos, que era la última vez que nos saludaríamos allí. Había llegado el momento.
K. Etxaluz: Fue a finales de agosto. Hasta la vecina de mi casa en Domintxaine me dijo: ¿Esta vez le vas a traer? Creo que nosotros mismos y nuestro entorno sentimos que había cierta energía nueva.
-¿Todo transcurrió como lo habían, si no imaginado, al menos planeado?
A. Etxegarai: Dos días antes pensamos que todo el plan iba a frustrarse. Bueno, en esos días discutimos, nos enfadamos bastante.. pero eso aparecerá, supongo, en el documental que preparan Josu Martínez y Txaber Larreategi. La última txanpa del viaje estuvo pendiente de un hilo y los problemas nos acompañaron prácticamente durante toda la vuelta. Siempre fallaba algo, pero siempre encontrábamos una salida.
K. Etxaluz: Ya en el aeropuerto de Sao Tomé, habíamos pasado el checking para salir hacia Libreville (Gabon)… y me encuentro con que no aparece mi tarjeta de crédito. Y, claro, habíamos previsto distintos transbordos: aviones, trenes… Bueno… en ese momento me dio un mareo y vinieron a ayudarme, afortunadamente me dieron agua y me repuse en unos minutos. Al final encontraron la tarjeta, pero no llegó a París a tiempo. Afortunadamente, en el aeropuerto nos estaba esperando nuestro abogado y nos ayudó. Días más tarde recuperé la tarjeta. Bueno, eso para explicar que a cada paso aparecían señales adversas, pero también lográbamos superar las situaciones. Creo que ahora le llaman resiliencia. En todo caso, sentimos esa capacidad de hacer que el sentimiento, el deseo, la energía fluyera fuerte para salir adelante.
-Tal como dicen esta vez, pese a todo, han podido encontrar una vía para volver, algo que no había sido posible hasta ahora. ¿Cómo lo han hecho?
K. Etxaluz: En nuestro caso había que levantar un doble obstáculo: uno español y otro francés. El problema español se resolvió cuando Alfonso se puso en contacto con el Consulado español en Libreville, primero vía correo electrónico. Fue hace unos tres años y, después de pasar por no pocos episodios y vericuetos, al final logró el pasaporte y, con sus más y sus menos, se resolvió así ese primer problema. Pero estaba el problema francés, ya que sobre él pesaba una orden de expulsión por el procedimiento de urgencia absoluta.
Trabajamos con Didier Rouget (n.d.r: abogado de prestigio afincado en Uztaritze y ya fallecido), pero de la parte francesa, del tribunal administrativo llegaba la respuesta contraria, de una forma o de otra… Bueno, para entonces ya me consideraban como la Pasionaria vasca. Por resumir, digamos que desde la parte francesa se hacía todo para hacernos desistir. Sin embargo, cuando logró el pasaporte nos dijimos: vamos a hacer como todo el mundo, nos vamos de Sao Tomé, y nos plantamos en un país vecino a Francia, y desde allí, poco a poco ya abriremos el camino a casa.
-Al final no ha habido transición. ¿Cómo ha sido posible el salto de Sao Tomé a Domintxaine?
K. Etxaluz: Ha habido un factor de casualidad. Tuve ocasión de conocer a su paso por Maule a un abogado que fue capaz de interesarse por lo nuestro y desde su experiencia con migrantes miró a nuestro caso desde una perspectiva nueva. La idea era que él llevara la primera parte de la batalla judicial y, dando por seguro que perdería, contábamos con que un gran abogado en París debería seguir con el caso. Pero no hizo falta. Hubo un fallo del Tribunal Administrativo de París que nos dio la razón, diciendo que la expulsión por urgencia absoluta ya no estaba en vigor. Esa decisión llegó más o menos un mes después de lograr el pasaporte. Otra curiosidad: Todos los correos procedentes del Estado francés se perdían en Libreville, y no llegaban nunca a Sao Tomé… pero el mensaje para nosotros más importante, el que daba cuenta de esta decisión, llegó.
-¿Creen que este caso puede sentar jurisprudencia?
K. Etxaluz: En todo caso está puesto por escrito, luego podría servir en otros casos, y sentar una cierta jurisprudencia.
-¿Cómo fue ese viaje en avión con el que quedaban atrás tres décadas de historia personal en Sao Tomé y se cerraba un capítulo de la deportación vasca en África?
K. Etxaluz: Yo me marqué una fecha límite, la de mi 78 cumpleaños. ¿Ya es bastante edad, no os parece? Me dije que si esta vez no lo conseguía, se acabó. Esa fecha se cumplía el 1 de setiembre. Y ese día nos fuimos.
A. Etxegarai: La persona que filmaba para el documental, que “Caminho longe”, estaba allí, con nosotros, nos seguía a cada paso. Le dimos algunas consignas que no siguió del todo (ambos se ríen) pero así son las cosas. No fue solo hacer el viaje, porque también era importante filmar el regreso. Llegamos el 2 de setiembre a París. Os podéis imaginar qué lío había en el aeropuerto de París, en plena operación retorno de vacaciones. Nosotros siempre así, al limite, en situaciones lo más complicadas posibles. Pero, bueno, dejando eso a un lado, éramos felices. Era la primera vez que los dos viajábamos juntos en avión. Todo era nuevo, ha sido algo hermoso.
-Con ese retorno arranca otra etapa, en la que toca recuperar una identidad.
A. Etxegarai: Yo empecé a recobrar mi identidad en Quito, en condiciones muy duras, en una casa, en manos de la Policía… pero, al menos, para cuando me llevaron a Sao Tomé ya era yo, y he seguido siéndolo todos estos años. Bueno, con sus más y sus menos, porque también me generó un pequeño barullo el escribir mi nombre con la grafía vasca para el pasaporte y demás. Otra batalla burocrática… En todo caso, he salido como llegué, siendo yo mismo. Y, por fin, un buen día uno se acuesta y despierta en casa, y no es un sueño.
K. Etxaluz: La anécdota es que nos dejaron dormir en la casa en que nosotros vivimos en Baiona antes de que se llevaran a Alfonso, y que ahora es de mi hermano. Pero ha cambiado tanto, que no nos reconocíamos en el lugar.
A. Etxegarai: Estábamos rendidos por el viaje y nos dormimos enseguida. Yo me desperté durante la noche, me senté en la cama, miré a mi alrededor –más o menos porque no encontraba el interruptor– y me di cuenta de que no sabía donde estaba. No era nuestra antigua casa… todo era tan distinto. De repente miré hacia arriba y pude observar que algo seguía igual: la trampilla en el techo. Así supe dónde me encontraba. Luego vino una intensa bajada, el derrumbe, sentí que empezaba a soltar una carga, y que eso me hacía feliz pero me hacía sentir un vacío, y me asaltaba una y otra vez la pregunta de cómo había sacado las fuerzas para sobrevivir. Ahora cuando me preguntan cómo me voy adaptando a Euskal Herria, yo le respondo a la gente que todavía me estoy deshabituando.
K. Etxaluz: Yo le digo que ahora mismo está en la «celda de los borrachos» o si se quiere en una sala de descompresión.
-Ese brusco cambio de paisaje, humano y geográfico, ¿cómo se asume?
A. Etxegarai: En Sao Tomé hay caminos y alrededor sólo se ven los árboles. Hay mar, pero su mar no huele como el nuestro. No hay montañas… Ahora mismo al venir de Donapaleu a Baiona en coche sentía todavía un cierto mareo por esa sucesión de paisaje que no tiene nada que ver con lo que veía allí.
-Hablando de ver, durante largos años los deportados fueron una realidad invisible y silenciosa. Luego llegaron las nuevas tecnologías de la comunicación.
A. Etxegarai: Así ha sido en todo caso para mí. Ese ha sido el gran cambio. Antes las cartas tardaban un mes para ir otro para venir. Y, con todo, Kristiane y yo hemos tenido suerte, porque casi siempre hemos tenido acceso al teléfono. Con la aparición de los nuevos sistemas de comunicación todo ha cambiado. Porque a esa relación con la familia se ha sumado la posibilidad de contactar y tener una relación permanente con el pueblo. En Plentzia pusieron en marcha una plataforma que ha imaginado y construido ese puente. Y así se empezaron a hacer pequeñas cosas, desde la solidaridad, con carácter humanitario y también con el sentido político de denunciar la deportación.
-Algún que otro percance a causa de la comunicación instantánea habrá sufrido ya.
A. Etxegarai: Claro. Cuando fui a buscar el pasaporte, pasé un mensaje desde la sala de embarque, para decir que ya había llegado. Y claro, monté lío. En Plentzia se pensaron que ya estaba de vuelta. Y como había que ser prudentes todavía, pues pasaron varios días antes de poder aclarar las cosas. Por otra parte, a la hora de ir a recoger el pasaporte contaba también digamos que con cierta logística vasco-gabonesa, y así estábamos en contacto para saber si todo iba bien a la entrada y salida de la Embajada.
K. Etxaluz: El gran cambio fue cuando uno de Plentzia fue a verle y le llevó un teléfono moderno y a través de él empezó en el mundo de la imagen.
A. Etxegarai: Bueno, eso no es así. Yo ya sabía hacer fotos de antes.
K. Etxaluz: ¿Si? Pues a mi no me mandabas ninguna (se ríen).
A. Etxegarai: Bueno, antes solo entraba en internet por el trabajo, o para hablar con Kristiane y con la familia pero con el desarrollo de esas tecnologías empecé, en cierta forma, el regreso a mi pueblo. Los chavales de la plataforma me mandaban fotos de los lugares que creían que yo querría ver, para que me diera cuenta de qué había cambiado y qué no. Se hicieron todos una foto en mi barrio, delante de mi casa. Luego hicieron la foto de una especie de bosquecillo en el que se ponía la ikurriña cuando aún estaba prohibida… Y entre unas cosas y otras bromeábamos entre nosotros: ¿dónde quedamos? ¿a mitad del puente o en la farola del “Batela”?
-Primero se produjo el viaje con la palabra, con “Regresar a Sara” y luego con “Hitzezko txalupak”, pero fue el documental “Sagarren denbora” el que mostró ante las cámaras la realidad de la deportación.
A. Etxegarai: Mi experiencia ha llegado, se ha dado a conocer a mi pueblo, y al mismo tiempo sus gentes han viajado hacia mí. Al final hemos hecho un viaje de ida y de vuelta. Recuerdo cuando, quizás como reflejo de ese documental, en la manifestación de enero en Bilbo por los presos se pusieron en la acera con la demanda sobre los deportados. Allí empezaron a vernos de nuevo.
K. Etxaluz: La deportación empezó «grosso modo» al mismo tiempo que los GAL y las expulsiones: unos iban a la cárcel, otros eran expulsados, otros eran deportados. El propio movimiento vasco entendió que, en ese contexto absolutamente terrible, la deportación era en cierto modo un mal menor. Creo que nosotros mismos nos consolábamos diciendo que la deportación era «como ir de viaje con una ONG» o que «era como tener un embajador vasco en no se qué lejano país». Bueno, luego llegó la etapa de la gente que buscaba refugio en distintos países de América y empezaron a mezclarse en el imaginario colectivo dos situaciones que son absolutamente diferentes.
-¿Alguna vez pensaron que podría prolongarse tanto ese castigo de la deportación, con su trágico balance, o esperaban que Francia arreglaría antes las cosas?
A. Etxegarai: Nadie esperaba que fuera tan largo pero hemos luchado durante todo ese tiempo para cambiar nuestra situación. Al principio, en Ecuador, en situación muy dura, con Angel Aldana, bajo control policial. Luego me mandaron a mi solo a Sao Tomé, y me metieron en un hotel, aislado, en la montaña, con un tipo que se encargada de vigilarme, aunque como el gobierno era socialista me decían que su tarea era enseñarme el país. Luchamos para salir de esa situación, porque, como les dije, no aceptaba que mi mujer tuviera que desplazarse hasta ese lugar. Y me llevaron a un hotel, ya en la capital, y sin el tipo de la seguridad a mi lado, aunque debía presentarme todas las semanas para que el funcionario informara de que seguía en el país. La habitación y la comida las tenía pagadas, pero era difícil de aceptar y la siguiente pelea fue lograr trabajo y casa.
K. Etxaluz: No queríamos comer del plato que pagaban los españoles.
A. Etxegarai: También hice una huelga de hambre, aprovechando que se preparaba una visita del Papa, creo recordar que en el contexto de la Expo de Sevilla (1992). El presidente de Sao Tomé mandó a alguien para arreglar el tema con unas promesas, y cuando pasó lo del Papa, pues otra vez a vueltas. «Si en Irlanda dejaron morir a Bobby Sands, aquí dejar que eso pase es más fácil todavía, porque aquí la gente se muere de hambre». Esa fue la respuesta oficial. Y luego vino la batalla por lograr la nacionalidad, y en paralelo las amenazas de entregarme a España. En definitiva, este tiempo ha sido una sucesión de batallas, pero todas ellas con el objetivo de romper con las reglas de la deportación, y finalmente de volver a casa.
A partir del final de la lucha armada de ETA empezamos a hacer las gestiones, si se quiere, más de ámbito institucional, pero ha sido otro paso más, por otro camino, pero dentro de la misma batalla.
K. Etxaluz: La batalla era por sobrevivir.
A. Etxegarai: Sobrevivir y no perder de vista el objetivo de no someterse. Bueno, como siempre he sido bastante revoltoso… eso siempre ayuda. (Sonríe)
-En su caso, ¿qué fue la escritura? ¿Vocación o necesidad?
A. Etxegarai: Siempre he escrito por necesidad. Escribí primero artículos en “Egin”, en “Punto y Hora”. Luego vinieron los libros. Lo que son las cosas, cuando vine como refugiado (n.d.r: Etxegarai abandonó su localidad natal en 1978) al hacer los papeles puse que mi profesión era la de escritor. Lo hice pensando que así nadie me molestaría, y sobre todo que no me ofrecerían un trabajo (risas). Luego la escritura se convirtió en una necesidad, aunque más que una vía de escape, ha sido un punto de apoyo, que me ha ayudado a viajar hacia mi interior. La palabra ha cumplido, por fin, esa función mayor de exteriorizar las cosas extraordinarias que hemos vivido.
-¿Tener ya establecido ese hilo de comunicación hace más fácil esa transición de dos mundos tan diferentes, de un rincón de África a Euskal Herria?
A. Etxegarai: Si hay una conexión surge algo, se forja el encuentro, la empatía, el entendimiento… aparece algo nuevo, bueno, en algunos casos. ( Se ríe y Kristiane le acompaña, de antemano, en la carcajada). Ahora me toca escuchar comentarios del tipo «estás bien», «no pensaba que volvieras con ese buen aspecto»… ¿Pero con quién se esperaban encontrar? Creo que algunos esperan encontrar a una persona quebrada, quizás no han seguido nuestro viaje, si no ya sabrían que estaba y estoy en pie.
K. Etxaluz: La gente me pregunta a veces por mi papel en ese viaje tan largo. ¿He sido la Penelope que espera y espera? Me he descubierto diciendo eso algunas veces y luego al darme cuenta me he dicho: ¡qué imbécil eres! Entonces, ¿quién soy, el alter ego? No sé… dándole vueltas al final he encontrado una figura que me conviene más: creo que he sido una deportada consorte. Como el príncipe Philip y la reina de Inglaterra (risas). Soy la que arreglaba algunos problemas para que él no tuviera que preocuparse por todo. Personalmente, aunque creo que las familias son las que han sufrido en mayor medida en esta lucha nuestra, porque no han tenido la posibilidad ni los resortes para defenderse, no me reconozco del todo en el papel de Santa Verónica, no me gusta llorar mi vida. Me conviene más lo de la deportada consorte, que ha jugado un papel activo, porque creo que he ayudado a buscar un camino de salida.
A. Etxegarai: Ese primer documental me ayudó porque, aunque la idea no era hablar de política, bueno, al menos eso creía, me llevó a decir que estaba dispuesto a hacer algo, para ir adelante, lo cual podía no querer decir nada o decir mucho. La cuestión es que asumí esa manifestación como un compromiso conmigo mismo.
-¿Cuál es la función que atribuyen a ese segundo documental, en preparación y que busca financiarse vía crowdfunding?
A. Etxegarai: El movimiento vasco no ha tenido la oportunidad o el tiempo de ocuparse de esto, de decir, de contar, y me parece que es importante ir dando pasos en esa línea, porque es importante que cada cual pueda dar su versión de lo ocurrido. Nosotros vamos a intentar contar ese capítulo de la deportación. Antes me preguntaba si esa decisión del Tribunal Administrativo de París que me ha ayudado a volver puede sentar jurisprudencia.. Si fuera así, la satisfacción sería total. En cualquier caso creo que ese documental es una forma de explicar que se puede encontrar una vía, porque, aunque tengamos dudas, porque algo puede fallar, al final lo que yo pensé es que, pasara lo que pasara, llegara o no, ese regreso sería una realidad, un hecho, porque se habría contado que yo había emprendido la vuelta.
Todas las deportaciones no son iguales, pero todos los que quedan por volver se van a reconocer en el relato. Y espero que eso les ayude a preparar en su interior su propio viaje. Además creo que hay un mensaje para el poder. La vuelta ha empezado y es un hecho que nosotros contamos.
K. Etxaluz: Yo también creo que esto va a facilitar que otros reflexionen sobre lo mismo, porque lo ocurrido tiene también el valor de levantar acta, y quiero pensar que también de indicar que el tiempo de la deportación toca a su fin.
-¿Qué ha pesado más la iniciativa individual para encontrar una via de vuelta o un cambio por parte de las autoridades?
A. Etxegarai: Tengo los dos presentes. Para que algo ocurra hay que demostrar que se está dispuesto a hacer, que uno puede poner algo en marcha, unilateralmente, que está preparado, en definitiva, para aprovechar la oportunidad si ésta aparece.
K. Etxaluz: Dicho con absoluta modestia, yo siento una gran satisfacción porque vamos a tener el privilegio de vivir en el presente y al tiempo visualizar una parte de nuestra historia que es también la historia de un país que no se ha liberado del todo pero que en ese camino está aprendiendo mejor lo qué es la libertad, una libertad que, a mi modo de ver, se construye con estas pequeñas victorias.
A. Etxegarai: Los chavales de Plentzia han hecho hace unos días la última reunión de la plataforma. A mi llegada les mandé dos mensajes: uno para decirles que lo importante es saber que si se sigue soñando, un día u otro se llega. Y el segundo: ¡Cerrad la barraca que ya estoy en casa!
Fuente: Gara