La matan­za de los jor­na­le­ros de Casas Vie­jas en 1933: Cuan­do el ham­bre se puso de pie (vídeos) Copia

La II Repú­bli­ca espa­ño­la hizo ele­var al infi­ni­to las ilu­sio­nes del pro­le­ta­ria­do del Esta­do Espa­ñol, que depo­si­tó su con­fian­za en un régi­men que no qui­so, no pudo o no supo res­pon­der en la medi­da espe­ra­da. Tras los trá­gi­cos suce­sos de Casas Vie­jas, ya nada sería igual.

La Repú­bli­ca comen­zó a tam­ba­lear­se y lo ocu­rri­do en Casas Vie­jas, silen­cia­do al igual que se pre­ten­dió eli­mi­nar de la geo­gra­fía anda­lu­za a este pue­blo, seña de iden­ti­dad del movi­mien­to cam­pe­sino y anar­quis­ta, lle­gan­do inclu­so a rebau­ti­zar­se con el nom­bre de Bena­lup de Sido­nia tras fina­li­zar la Gue­rra Civil española.

Recor­de­mos que en 1933 el Jefe del Gobierno era Manuel Aza­ña (“No ha ocu­rri­do sino lo que tenía que ocu­rrir”), el Minis­tro de Gober­na­ción era Casa­res Qui­ro­ga (“Doy a las fuer­zas media hora para que sofo­quen el movi­mien­to”) y el Direc­tor de Orden Públi­co era Artu­ro Menén­dez (“No quie­ro heri­dos ni pri­sio­ne­ros”). A esto debe­ría­mos sumar­le el lema de la Guar­dia Civil de aque­llos años: “Paso cor­to, vis­ta lar­ga y mala intención”.

Si algo sobra­ba en el pue­blo de Casas Vie­jas era el ham­bre y la mise­ria. Con­ta­ba con 600 jor­na­le­ros de los que ape­nas cien tenían tra­ba­jo duran­te unos meses al año. El res­to mal­vi­vía de un sub­si­dio que otor­ga­ba el Ayun­ta­mien­to. Los sol­te­ros cobra­ban una pese­ta, y los casa­dos dos. La espe­ra­da refor­ma agra­ria, que habría de dotar de tie­rras a los cam­pe­si­nos sin pro­pie­dad, se hacía esperar.

No se con­ta­ba con fon­dos sufi­cien­tes para indem­ni­zar a los lati­fun­dis­tas y la tie­rra seguía en manos de seño­res feu­da­les como el duque de Medi­na­ce­li, que dis­po­nía de más de seten­ta mil hec­tá­reas. Muchos jor­na­le­ros, decep­cio­na­dos con las pro­me­sas elec­to­ra­les incum­pli­das, se die­ron de baja del Par­ti­do socia­lis­ta y se afi­lia­ron a la CNT.

Y como no podía ser de otro modo, los escla­vos, a veces, tie­nen tan poco que per­der que deci­den levan­tar­se. El gobierno lo espe­ra­ba. El 8 de enero de 1933, Manuel Aza­ña escri­bía: “Esta maña­na, a las once, me tele­fo­neó Casa­res para comu­ni­car­me que, según todos los indi­cios, el movi­mien­to anar­quis­ta que esta­mos espe­ran­do esta­lla­ría hoy, al caer la tar­de. En el pro­gra­ma figu­ra­ba el asal­to a los cuar­te­les de Bar­ce­lo­na, Zara­go­za, Sevi­lla y Bil­bao y otros pun­tos. Tam­bién se espe­ra­ba algo en Madrid, aun­que de menos impor­tan­cia. Envío ins­truc­cio­nes a los gene­ra­les de las divisiones”.

Tres días des­pués, el ham­bre endé­mi­ca del peque­ño pue­blo anda­luz de Casas Vie­jas se puso en pie (11 de Enero) . A la orden de la FAI de unir­se al movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio se suma­ron los bra­ce­ros de Casas Vie­jas. Toma­ron sus vie­jas esco­pe­tas, cor­ta­ron las líneas tele­fó­ni­cas, la carre­te­ra, des­ti­tu­ye­ron al alcal­de, (“vete a decir­le a la Guar­dia Civil que se ha pro­cla­ma­do el comu­nis­mo liber­ta­rio y que todos somos igua­les”) y se enca­mi­na­ron al cuar­tel de la Guar­dia Civil, al fren­te del cual se encon­tra­ba el sar­gen­to Manuel Gar­cía Álva­rez (“He jura­do fide­li­dad a la Repú­bli­ca y la defen­de­ré has­ta morir”). Así comen­zó a ges­tar­se la tra­ge­dia. Un inter­cam­bio de dis­pa­ros aca­bó con la vida de dos de los cua­tro guar­dias, entre ellos el sargento.

Y lle­ga­ron los refuer­zos des­de Madrid y Cádiz, envia­dos por la Repú­bli­ca. El tenien­te Gre­go­rio Fer­nán­dez Artal, coman­dan­te del pues­to de Alca­lá de los Gazu­les, al man­do de doce Guar­dias de Asal­to, el tenien­te Caye­tano Gar­cía al man­do de cua­tro guar­dias civi­les, y al fina­li­zar el día, al man­do del capi­tán de Asal­to Manuel Rojas, noven­ta guar­dias más.

“Es orden ter­mi­nan­te del minis­tro de la Gober­na­ción se arra­sen las casas don­de se han hecho fuer­tes los revol­to­sos”. Esta era la orden del men­sa­je que por­ta­ba el dele­ga­do del gobierno en Cádiz, Fer­nan­do Arrui­na­ga cuan­do hizo su apa­ri­ción en Casas Viejas.

Muchos hom­bres huye­ron a la sie­rra. Fran­cis­co Cruz Gutié­rrez, Seis­de­dos, el líder jor­na­le­ro de seten­ta años, se había refu­gia­do en su cho­za en com­pa­ñía de su fami­lia. Des­de fue­ra se les con­mi­na a ren­dir­se. Ante la nega­ti­va, el capi­tán Rojas pren­de fue­go a la vivien­da de paja y las lla­mas, el humo y los dis­pa­ros con­vir­tie­ron la humil­de vivien­da de Seis­de­dos en un esce­na­rio de muer­te. Aco­rra­la­dos, tiro­tea­dos, bom­bar­dea­dos y que­ma­dos has­ta car­bo­ni­zar­se falle­cie­ron Fran­cis­co Cruz, y dos de sus hijos, Pedro y Fran­cis­co, ade­más de Manuel Qui­ja­da Pino, Jose­fa Fran­ca Moya y su hijo Fran­cis­co, Jeró­ni­mo Sil­va Gon­zá­lez, Manue­la Lago Estu­di­llo, así como el Guar­dia de Asal­to Igna­cio Mar­tín Díaz, que se encon­tra­ba en la mis­ma como rehén. Logró esca­par la nie­ta de Seis­de­dos, María Cruz Sil­va y un niño. María, la que sería lla­ma­da La Liber­ta­ria y que enton­ces tenía 16 años, sería ase­si­na­da por los gol­pis­tas en 1936.

Al ama­ne­cer del 12 de enero, el capi­tán Manuel Rojas, se diri­gió a sus fuer­zas: “Es pre­ci­so que aho­ra mis­mo, en media hora, hagáis una raz­zia, sin con­tem­pla­cio­nes”. “¿Qué es una raz­zia?”, pre­gun­tó uno de los guar­dias, ¡que hay que car­gar­se a María San­tí­si­ma”, res­pon­dió otro.

Cator­ce hom­bres fue­ron saca­dos por la fuer­za de sus casas, espo­sa­dos y con­du­ci­dos a la mon­ta­ña de res­col­dos en que que­dó con­ver­ti­da la casa de Seis­de­dos. Una vez allí una sola pala­bra: “¡Fue­go!” y una inter­mi­na­ble ráfa­ga de dis­pa­ros aca­ba­ron con su vida.

Los ase­si­na­dos fue­ron: Sal­va­dor Bar­ba­rán Cas­te­llet, Manuel Bení­tez Sán­chez, Andrés Mon­tiano Cruz, Juan Gar­cía Fran­co, José Utre­ra Toro, Juan Gar­cía Bení­tez, Juan Villa­nue­va Gar­cés, Juan Sil­va Gon­zá­lez, Bal­bino Zuma­que­ro Mon­tiano, Manuel Pin­to Gon­zá­lez, Juan Galin­do Gon­zá­lez, Cris­tó­bal Fer­nán­dez Expó­si­to, Manuel Gar­cía Bení­tez, Rafael Mateo Vela y Fer­nan­do Lago Gutié­rrez. De todos ellos, tan solo Fer­nan­do Lago había par­ti­ci­pa­do en la “rebe­lión”. Sus cuer­pos serían amon­to­na­dos jun­to a los cadá­ve­res humean­tes de Seis­de­dos y su familia.

“Habéis cum­pli­do con vues­tro deber. El Gobierno por mi con­duc­to os feli­ci­ta. Gra­cias a voso­tros, a vues­tro valor, a vues­tra ener­gía y dis­ci­pli­na, a vues­tra obe­dien­cia a las órde­nes de vues­tros jefes, la Repú­bli­ca ha podi­do ven­cer un gra­ve peli­gro y pue­de seguir el camino triun­fal y glo­rio­so abier­to el 14 de abril. Vues­tra mag­ní­fi­ca con­duc­ta mere­ce bien de la Patria y de la Repú­bli­ca. ¡Viva la Repú­bli­ca!!”. Estas fue­ron las pala­bras con las que Fer­nan­do Arrui­na­ga, dele­ga­do del Gobierno, des­pi­dió a las fuer­zas repre­so­ras antes de aban­do­nar Casas Viejas.

El Gobierno de la Repú­bli­ca inten­tó impe­dir la inves­ti­ga­ción de lo ocu­rri­do y no admi­tió su res­pon­sa­bi­li­dad: “No se encon­tra­rá un atis­bo de res­pon­sa­bi­li­dad en el gobierno. En Casas Vie­jas no ha ocu­rri­do, que sepa­mos, sino lo que tenía que ocu­rrir. Se pro­du­ce un alza­mien­to en Casas Vie­jas, con el emble­ma que han lle­va­do al cere­bro de la cla­se tra­ba­ja­do­ra espa­ño­la de los pue­blos sin ins­truc­ción y sin tra­ba­jo, con el emble­ma del comu­nis­mo liber­ta­rio, y se levan­tan unas doce­nas de hom­bres enar­bo­lan­do esa ban­de­ra del comu­nis­mo liber­ta­rio, y se hacen fuer­tes, y agre­den a la Guar­dia Civil, y cau­san víc­ti­mas a la Guar­dia Civil. ¿Qué iba a hacer el Gobierno?”.

La pren­sa difun­dió los hechos y las con­cien­cias de muchos repu­bli­ca­nos comen­za­ron a agi­tar­se al mis­mo tiem­po que los débi­les cimien­tos de la Repú­bli­ca. Las Cor­tes apro­ba­ron la crea­ción de una Comi­sión de inves­ti­ga­ción sobre los suce­sos que apor­tó un infor­me reco­no­cien­do la exis­ten­cia de las víc­ti­mas y excul­pan­do al Gobierno.

Más tar­de se ini­cia­ría un pro­ce­so judi­cial que con­de­nó como res­pon­sa­ble direc­to de la muer­te de cator­ce per­so­nas “diez de ellas espo­sa­das, cua­tro iner­mes y todas ellas impo­ten­tes ante un pelo­tón de hom­bres arma­dos” al Capi­tán Manuel Rojas. La pena de 98 años de pri­sión, por un lími­te legal se redu­jo a 21 años, de los que solo cum­plió dos. Tam­bién debía indem­ni­zar con quin­ce mil pese­tas a los here­de­ros de cada una de las víctimas.

El direc­tor gene­ral de Segu­ri­dad, Artu­ro Menén­dez, fue des­ti­tui­do. El 19 de julio de 1936 sería fusi­la­do en Pam­plo­na por los mili­ta­res sublevados.

Los jor­na­le­ros de Casas Vie­jas fue­ron juz­ga­dos por deli­tos de pose­sión de armas y eje­cu­ción de actos con­tra las fuer­zas arma­das. De los 26 impu­tados, diez fue­ron absuel­tos, y el res­to con­de­na­dos a prisión.

Die­ci­nue­ve hom­bres, dos muje­res y un niño murie­ron en Casas Vie­jas. Tres guar­dias corrie­ron la mis­ma suer­te. El gobierno de Manuel Aza­ña ya esta­ba heri­do de muerte.

Seña­lar que el capi­tán Rojas, tan leal a la Repú­bli­ca en 1933, se con­ver­tía en 1936 en jefe de las mili­cias falan­gis­tas de Gra­na­da, con­ti­nuan­do con su carre­ra de repre­sor, tan solo inte­rrum­pi­da por ape­nas dos años de pri­sión. Salió en liber­tad en enero de 1936 al apli­car­le el Tri­bu­nal Supre­mo la exi­men­te incom­ple­ta de obe­dien­cia debi­da y cali­fi­car los ase­si­na­tos de sim­ples homi­ci­dios. Tras la suble­va­ción mili­tar de julio de 1936 sería admi­ti­do en el ejér­ci­to rebel­de con el gra­do de capitán.

(Fuen­te: lo que somos /​Auto­ra: María Torres)

Pedro Valli­na: El rosal de Seis­de­dos. A la memo­ria de Blas Infante

En aquel corra­lón de Seis­de­dos, en Casas Vie­jas, en don­de fue­ron sacri­fi­ca­dos muchos jor­na­le­ros anda­lu­ces en aras de una Repú­bli­ca maca­bra, fue arran­ca­do de cua­jo en la refrie­ga un rosal anó­ni­mo, que roda­ba por los sue­los cubier­to de lodo y sangre.

Mi gran ami­go Blas Infan­te fue en pere­gri­na­ción a Casas Vie­jas, con­tem­pló la case­ta en rui­nas de Seis­de­dos con sus ojos cega­dos por las lágri­mas, y reco­gió con­do­li­do aquel rosal pro­fa­na­do por las bes­tias san­gui­na­rias del Poder. Lo lle­vó pia­do­sa­men­te a Sevi­lla y lo plan­tó en el más fér­til sue­lo de su jar­dín, y lo regó con la más cris­ta­li­na de sus aguas.

El rosal se vis­tió pom­po­sa­men­te de ver­de y se cubrió de capu­llos pro­me­te­do­res de las más bellas rosas. Y fue­ron obje­to cons­tan­te de espe­cu­la­ción por por­te de los visi­tan­tes del jar­dín las flo­res rojas que un día bro­ta­rían de aquel rosal cogi­do en la casi­ta del cri­men, rojos como el color de la san­gre derra­ma­do por los cam­pe­si­nos már­ti­res, rojos como el color de la ban­de­ra de la rebe­lión de los esclavos.

Pero una esplen­do­ro­so maña­na de pri­ma­ve­ra, en que la natu­ra­le­za rena­cía en un ambien­te de luz y pája­ros, al toque del alba dado por las cam­pa­nas de la torre moris­ca, cam­bió el rosal sus capu­llos por unas her­mo­sas flo­res, no rojas, como se espe­ra­ba, sino blan­cas como el color de la nie­ve y el armi­ño. ¡Cómo se rego­ci­ja­ba Blas Infan­te de la ocu­rren­cia del rosal, bur­lan­do nues­tras espe­ran­zas y ajeno al furio­so bata­llar de los hom­bres! Para noso­tros, el rosal, agra­de­ci­do, refle­ja­ba en aque­llas rosas blan­cas y puras lo con­cien­cia inma­cu­la­da de Blas Infan­te, que lo había devuel­to a la vida (*).

Otros bár­ba­ros como los ase­si­nos de Casas Vie­jas, esta vez no dis­fra­za­dos con el gorro fri­gio, sino lle­van­do por ense­ña la cruz gama­da, apa­re­cie­ron en Sevi­lla de impro­vi­so y die­ron muer­te al más ilus­tre de sus hijos: Blas Infan­te. El due­lo ten­dió su man­to sobre la viu­da y huér­fano del caí­do, y el jar­dín, no rega­do más que con lágri­mas de dolor, se con­vir­tió en cam­po yermo.

El rosal per­dió su loza­nía, dejó caer como lágri­mas, las hojas mus­tias de sus rosas; se des­po­jó de su ropa­je ver­de y se vis­tió con otro gris, de luto; y por últi­mo, la savia dejó de correr por sus venas. Y en una oscu­ra noche sin luna y sin estre­llas, exha­ló su últi­mo sus­pi­ro el rosal de Seis­de­dos. Úni­co super­vi­vien­te dela más ini­cua de las tra­ge­dias, dig­na de la plu­ma del gran Esquilo.

Ya en el jar­dín no hay mayo­res, ni niños jugue­to­nes, ni pája­ros can­to­res, ni flo­res blan­cas ni rojas, ni aguas cris­ta­li­nas, ni por allí cru­zan, como otras veces, visi­tan­tes soña­do­res. El desas­tre cobi­jo aque­lla tie­rra del cri­men, en la que no cre­cen, como en el corra­lón de Seis­de­dos, más que car­dos y espi­nas. Como no hay noche sin auro­ra, espe­re­mos un alba rojo, tan encen­di­do que todo lo reves­ti­rá de color de fue­go, como el que arde impe­re­ce­de­ro en nues­tros cora­zo­nes de revo­lu­cio­na­rios andaluces”.

(Fuen­te: Auto­bio­gra­fía de Pedro Valli­na) (**)

Notas:

(*) Es posi­ble que lo que rego­ci­jó tan­to a Infan­te estu­vie­se moti­va­do por el hecho de que esas rosas mos­que­tas blan­cas, jun­to al ver­de de sus hojas, con­te­nían los colo­res de la arbo­ni­da. La blan­qui­ver­de, ade­más de ban­de­ra nacio­nal, se erguía como estan­dar­te obre­ro andaluz.

(**) Pedro Valli­na fue un médi­co sevi­llano, líder anar­quis­ta y diri­gen­te de la CNT en Anda­lu­cía. Fue dis­cí­pu­lo del míti­co revo­lu­cio­na­rio can­to­na­lis­ta y liber­ta­rio Fer­mín Sal­vo­chea, y ami­go de Blas Infan­te. Cola­bo­ró en el impul­so de la can­di­da­tu­ra anda­lu­cis­ta revo­lu­cio­na­ria de 1931.

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