Alejandro Narváez Liceras* /Resumen Latinoamericano, 13 de enero de 2021
Nunca pudimos haber imaginado un año tan devastador como el que está acabando. Demasiadas muertes, dolor y sufrimiento.
El coronavirus nos ha llevado a límites de tensión física, psicológica y emocional extremos. Termina un año de pesadilla, un año maldito, en el que un enemigo invisible (el cisne negro) ha puesto en jaque al país entero y se ha ensañado con los más débiles. El 2020 ha sido un año excepcional, sin paliativos. No lo vimos venir, no estábamos preparados para nada y hemos pagado la desidia y la incapacidad de nuestros gobernantes con más de 40 mil muertos y con el colapso brutal de nuestra débil economía como en ningún otro país (2020: ‑12% del PBI).
El coronavirus lo marcó casi todo, paró el mundo, aunque también hubo otras noticias que pasarán a la historia. En mayo estalló la ira contra el racismo en Estados Unidos, tras la muerte de un hombre negro asfixiado por un policía, el 18 de octubre el MAS de Evo tuvo un triunfo categórico en Bolivia, el 25 de octubre fue el fin de la Constitución de Pinochet en Chile, el 3 de noviembre cayó Trump y el 25 de noviembre murió Maradona. En el Perú, se dio el “despertar peruano” que se tradujo en la movilización masiva de la sociedad peruana a mediados de noviembre, con miles de jóvenes en la primera línea, que consiguió derrocar en unos pocos días a Merino y la reciente protesta de los trabajadores agrarios de Ica que lograron derogar la antigua y abusiva ley agraria.
En el terreno económico de nuestro país, hay una luz al final del túnel. Pero tampoco es lo suficientemente cercana ni clara como para decir que a lo largo del año 2021 recuperaremos la “normalidad económica” que había en el 2019. Según la encuesta de fin de año de Gallup International, el 48% de peruanos entrevistados creen que el año que viene será de dificultades, el 20% opina que será igual que este año y sólo un 23% sostiene que será de prosperidad. Por otro lado, las cifras del Ministerio de Salud son confusas y nada creíbles. No sabemos con certeza si estamos en la primera o segunda ola de la pandemia y la llegada de la bendita vacuna eficaz y segura se ve aún lejana, mientras tanto, hay que persistir en las medidas de autoprotección. Todo ello, hace pensar que la “normalidad económica” tardará en llegar y su recuperación será muy lenta.
El escenario de 2021 será muy turbulento. Por un lado, se prevé el aumento de los conflictos sociales debido a la profunda crisis económica y social no resuelta en el país y por otro, es un año electoral que de por sí genera incertidumbre política. El nuevo gobierno que salga de las elecciones de abril, deberá responder a la crisis sanitaria, económica y social que amenaza con extenderse a los próximos años. Una respuesta de país coordinada y de gran magnitud, exige cuatro líneas de actuación urgentes: i) antes de nada, salvar vidas, ii) proteger a los pobres de los embates de la crisis, iii) salvar el empleo y a las empresas de la quiebra que les acecha y iv) poner en marcha un ambicioso plan nacional de recuperación y construcción de un país moderno, desarrollado, democrático y cohesionado socialmente para reducir desigualdades de renta y oportunidades que ha engendrado el modelo económico vigente. Todas estas tareas deben acometerse a la vez.
Sin embargo, estas líneas de actuación no serán posibles, si no se cuenta con un presupuesto fiscal expansivo, progresista y de país. El presupuesto de 2021 en términos reales es menor que el de este año. Las cuentas que contiene no están orientadas a la recuperación de la economía. Es apenas un presupuesto de contención de la crisis económica. En cifras, el 65.6% de dicho presupuesto está destinado a gastos corrientes, el 25% a gastos capital (este rubro es menor en ‑2.3% respeto a 2020) y el 8% para servicios de la deuda.
Para apuntalar la pronta recuperación económica y generar empleo, es muy importante un presupuesto que contenga una inversión pública récord (será una respuesta excepcional a la altura del desafío al que nos enfrentamos), principalmente para gastos de capital (inversión en infraestructura básica), lo cual implica la modificación del presupuesto del próximo ejercicio, a partir del segundo semestre. Para financiar dichas iniciativas es de capital importancia plantear una respuesta fiscal audaz que ayude a aumentar la presión tributaria actual de 14%, para acercarnos al menos a la media de América Latina que está en 23% del PBI (Bolivia 25% y Ecuador 20.1%). Y en segundo lugar virar hacia el endeudamiento público mínimo a un 50% de nuestro PBI (promedio de Deuda Pública de América Latina 80.5% de su PBI). Finalmente, con un cambio del ciclo económico (2021: +8.5 % de PBI según BCR) los actuales ingresos fiscales también aumentarían significativamente.
Se augura que el 2021 será otro año complicado. Pero, con el esfuerzo y la creatividad que siempre ha exhibido el pueblo peruano y arrimando el hombro entre todos, confío en que saldremos adelante. Un abrazo muy fuerte y ¡Feliz Año Nuevo!
* Profesor Principal de Finanzas en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
FUENTE: Otra Mirada