Alberto Adrianzén M. /Resumen Latinoamericano, 24 de enero de 2021
A Carola con cariño
Cuando murió Carlos Iván Degregori en mayo de 2011, Carlos Tapia me pidió que hable a nombre del “partido” para despedirnos de él y rendirle un homenaje. Carlos no quería hablar.
Estaba mudo. Lo invadía la tristeza. Ellos se conocían desde cuando trabajaron en la Universidad de Huamanga y militaron juntos en Ayacucho en los años sesenta y setenta en una las fracciones maoístas del MIR que surgió luego de la derrota de la guerrilla del año 65. Así que me paré frente a los amigos y comencé a hablar. Les dije que el “partido” quería despedir a uno de sus mejores camaradas. En medio del breve discurso, la voz se me quebró y la emoción me invadió. Recuerdo que uno de los asistentes, Julio Cotler, hoy ausente, me miraba con una sonrisa como quien dice te entiendo.
Cuento lo del “partido” porque esa fue una de las tantas invenciones, acaso la más importante, de Carlos Tapia. Lo menciono porque la biografía de Tapia, más allá del carácter personalísimo, no puede ser entendida al margen de las personas que, desde experiencias diversas, pero siempre en el espacio de la izquierda, construyeron un colectivo. Tapia fue su cara más visible y al mismo tiempo la más política de ese proyecto colectivo. Y su historia, en cierta manera, es también la historia de ese colectivo. La base de lo que fue el “partido” nació a fines de los setentas cuando se juntaron el Partido Comunista Revolucionario ‑Trinchera Roja (PCR-TR) y una de las fracciones del MIR, cuyos militantes eran hombres y mujeres que habían militado desde los años sesenta y setenta. Había intelectuales como Carlos Iván Degregori, Sinesio López, Isabel Coral, Manuel Córdova, Nicolás Lynch y quien escribe este artículo; también dirigentes sindicales y campesinos, así como viejos militantes miristas de distintas regiones del país con los cuales Tapia mantenía (y mantuvo hasta el final) una relación permanente.
Sin embargo, el “partido” de Tapia no era lo que un maoísmo dogmático y falsamente solemne llamaría la “fracción roja”, es decir un núcleo que decide reconstruir un imaginario partido del proletariado para hacer la revolución también proletaria. Tapia, citando a Luis de la Puente, siempre decía que el “partido” debía ser un factor de unidad; en ese sentido, no era un vanguardista. Su presencia activa en la creación de la Unidad Democrático Popular (UDP) y más tarde en la fundación de la Izquierda Unida y del Partido Unificado Mariateguista (PUM) fue unas de las tantas demostraciones de su vocación unitaria y yo diría frentista. Esa fue una de las razones que lo llevaron a combatir a Sendero Luminoso. La otra razón fue su convicción de que cualquier cambio en el país debía hacerse en democracia y que la violencia revolucionaria, para ser legitima, debía tener un claro carácter defensivo. Ello era una ruptura con el “partido armado” como lo llamó José Aricó, que fue acaso el modelo de organización revolucionaria hasta esa época. Para él, como decía, la guerra es el fracaso de la política. Fue Tapia, por ejemplo, el que inventó el concepto de bloqueo operativo de las Fuerzas Armadas dejando muy claro el papel de las masas en el cambio revolucionario. La revolución que Tapia proponía debía ser un acto de masas y al mismo tiempo una tarea colectiva y plural ligada al desarrollo de la democracia.
Sin embargo, el dato más importante en relación al “partido” es que la política poco a poco convirtió a los que participamos de esta experiencia ‑hablo en particular del grupo de intelectuales- en amigos entrañables donde cada uno sabía cuál era su mejor lado lo que permitió no solo un trabajo colectivo sino también una amistad igualmente colectiva. Nos unía una experiencia que ahora con los años uno logra entender: la fraternidad. Nadie estaba por encima del otro y nadie podía faltarle el respeto al otro. Todavía recuerdo que en una larga conversación sobre temas muy personales Tapia me dijo: cuando le faltas el respeto a la otra persona, todo se acaba. Ahora creo que es el respeto, finalmente, lo que nos hace iguales. Éramos un grupo que convertía la política, como ha dicho Sinesio López, en una actividad lúdica, pero también, creo, en un acto de fraternidad.
Así como discutíamos de política, nos juntábamos en nuestras casas para seguir conversando de política, pero también sobre otros temas, incluso privados y personales o para almorzar con nuestras familias y compartir con otros amigos. A nuestros hijos e hijas o a los compañeros y compañeras más jóvenes, Tapia los trataba de “sobrinos” y éstos de “tío” y a todos les deba instrucciones del “partido” sobre lo que debían hacer. Para Tapia el “partido”, es decir la política, era su razón de vida y el espacio vital donde era posible practicar la fraternidad. En el “partido” también “militaban” hombres y mujeres que habían dejado la militancia partidaria pero que no habían renunciado a su identidad izquierdista. Era un espacio político que unía a las personas tanto por una ideología izquierdista como también por la amistad. Algo parecido al Club Socialista que fundó Arico y otros intelectuales en la Argentina por esos mismos años. Gonzalo Nieto, otro miembro del “partido, solía decirle a Tapia que era el “Presidente de la Galaxia” en contraposición al líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, y a esa solemnidad fría y terrorífica que se expresaba en su título de” Presidente Gonzalo”. Tan poco solemnes fuimos que aún recuerdo las “chapas” (o seudónimos) que Tapia y yo nos pusimos como miembros del Comité Central del PUM: la mía era Emiliano, la de él, Zapata.
Fue el “partido” a comienzos de los ochenta el que redacta y publica el famoso “libro verde” del MIR donde anunciamos nuestra renuncia al marxismo-leninismo y planteamos la necesidad de un marxismo revolucionario y de un socialismo que debía ser democrático. Recuerdo que, en 1982, en un debate sobre Polonia y el movimiento Solidaridad, Tapia dijo lo que fue en ese momento una herejía: “en Polonia no existe la dictadura del proletariado, lo que existe es la dictadura sobre el proletariado”. Fue también el “partido”, pero sobre todo Carlos Tapia, Carlos Iván Degregori e Isabel Coral los que combatieron políticamente, en primera línea y de manera pública, a Sendero Luminoso, por eso la presencia tanto de Tapia como de Degregori en la Comisión de la Verdad y también la de Isabel en el Programa de Repoblamiento, fue un acto de reconocimiento a la labor que desarrollaron durante los años del conflicto armado. Fue también el “partido” el que impulsó, junto con otros intelectuales de izquierda, la revista el Zorro de Abajo como un intento de crear una nueva tradición que uniera socialismo y democracia. En el primer número, en 1984 y en medio de la guerra senderista, afirmamos que el socialismo se había encallado en los puertos de Polonia y ahogado en los arrozales de Camboya y que, por lo tanto, había que inventar otra manera de ser socialista. También es el “partido” el que decide “romper” con el PUM en 1988 para fundar los llamados Comité Regionales Mariateguistas y publicar el libro azul que se llamó: “Entre los dos senderos”, es decir, entre el Sendero Luminoso de Abimael Guzmán y el sendero neoliberal de Hernando de Soto. Este fue el último espacio de militancia en el que participó todo el grupo, sin embargo, el “partido” siguió.
Muchos años después, en medio de las dudas de Carlos Iván y convencidos por Tapia, decidimos ingresar a la campaña electoral y al gobierno de Ollanta Humala, y luego de este fracaso participamos como grupo en la creación de UNETE que buscaba unir a un sector de la izquierda, experiencia que también naufragó. Persistimos con Ciudadanos por el Cambio y en el inicio de Fuerza Ciudadana (2014−2020) que fueron las últimas experiencias políticas de militancia en las que participé con Carlos Tapia. En todas y cada una de estas acciones, es decir en estos últimos cuarenta años de vida (sin contar sus años anteriores de militancia) la voluntad y el entusiasmo de Carlos Tapia siempre estuvieron presente. Sin embargo, habría que decir que su vida no fue fácil ni estuvo libre de sacrificios. Tapia era de esos viejos militantes que era capaz de dejar todo o casi todo por el partido, la política y la revolución. Y eso tuvo algunas veces, un costo alto en su vida. Tapia murió cuando iba a cumplir ochenta años, aunque no los aparentaba, en el mes de julio.
En ese sentido Carlos Tapia fue uno de los mejores representantes de una generación. Conocer su biografía es también una manera de conocer y entender los avatares de la izquierda peruana en los últimos 50 años. Fue el mayor de un grupo que entramos a la política y a la militancia en los años sesenta y setenta, que admiraba la revolución rusa, cubana, el maoísmo, la guerrilla del 65, al Che Guevara, a Salvador Allende, a José Carlos Mariátegui y que entendió finalmente que para hacer política y la revolución se requiere que entre aquellos que la practican y la predican, exista una fraternidad, es decir, una amistad duradera y que trascienda discrepancias, así como un respeto mutuo.
COLOFÓN
A comienzos de diciembre del año pasado le envié a Carlos vía whatsap la copia que había encontrado de un comunicado del 27 de enero de 1989 firmado por Sinesio López, por el senador y poeta cusqueño Luis Nieto, Carlos Iván Degregori, Nicolás Lynch y yo (otra vez el “partido”) donde le expresábamos nuestra solidaridad (Carlos Tapia en ese entonces era diputado de IU), porque el semanario Amauta lo había acusado indirectamente de “soplón” ya que se reunía con militares en el marco de la lucha contra Sendero Luminoso. Lo hice porque no nos habíamos hablado durante un buen tiempo, pero además porque quería saber de su estado de salud. Tapia me llamó luego y conversamos largo.
Debo decir que en estos últimos tiempos Carlos y yo no pensábamos igual sobre algunos temas de la política. El planteaba que había que crear un “centro político” y yo un partido de izquierda algo que en mi opinión ni es alternativo ni contradictorio con la idea del centro político, pero sí supone énfasis y agendas distintas. Sin embargo, nunca estuvo en cuestión la amistad. En realidad, sabíamos que ambos estábamos, como se dice, en la misma “trinchera”.
Días antes de su internamiento lo volví a llamar para saber cómo andaba. Me respondió con un chiste en el que me decía que el médico que lo operó el 2019 le había dicho “ya le prolongué la vida dos años, no se puede quejar”. El “loco”, así le decíamos, tenía cuerda para rato. No fue así. El fin de semana me llamó Carola, su esposa, para decirme que Carlos estaba hospitalizado en el Rebagliati y que su salud no era buena. El lunes volví a hablar con ella y me pidió hacer público su delicado estado de salud. El martes Carola me dijo en la mañana que Carlos había empeorado y en la tarde de ese mismo día me llamó para contarme que había muerto y que por favor lo comunicara. Y así lo hice, en medio de una inmensa tristeza que hasta ahora me acompaña.
Sinesio López ha escrito que la muerte de Carlos Tapia la ha sentido como si fuera la de un hermano. Yo también siento lo mismo o como diría el poeta español Miguel Hernández, siento que: “Un manotazo duro, un golpe helado, /un hachazo invisible y homicida, /un empujón brutal, te ha derribado”. Adiós querido amigo y camarada. Ya nos veremos en algún momento.
FUENTE: Otra Mirada