Por Graciela Ramírez /Corresponsalía Resumen Latinoamericano en Cuba 24 de febrero de 2021
Comparto con nuestros lectores las palabras pronunciadas por el escritor argentino Julio Cortázar el 6 de marzo de 1981 en La Villa de Madrid, en ocasión de un encuentro propiciado por la Comisión Argentina de Derechos Humanos.
Bajo el título “Las palabras violadas”, Cortázar nos advierte sobre el uso de términos que entrañan el profundo significado de las luchas emancipadoras de nuestros pueblos. También alerta de su apropiación, calculada fríamente por el enemigo y la necesidad de revisar el uso que le damos quienes tratamos de honrarlas porque son parte de nuestra historia, nuestras vidas y nuestro combate.
Tomo los fragmentos que pueden ayudarnos a reflexionar sobre el ataque de los enemigos de siempre a la Revolución Cubana, luego de la aplicación por el gobierno de Estados Unidos de 242 medidas coercitivas durante la presidencia de Donald Trump (2017−2021), para destruir la economía y hacer rendir por hambre y enfermedades al pueblo, en medio de una pandemia.
Con el ropaje de demandas culturales, aparecieron en el escenario de la realidad cubana justo al final del mandato Trump. Esgrimidas por supuestos artistas jóvenes de escasísimo talento y cuya principal herramienta de expresión, no es el pincel, la partitura, la danza, la cámara ni la literatura, es el celular. De manera escandalosamente burda desprecian la cultura en sus más hermosas manifestaciones.
Insisto en que son los de siempre, más allá de los actores que utilizan para cada puesta en escena, las edades y los disfraces con los que se presentan. Unas veces pseudo artistas, otras, preocupados analistas, otras más obscenas como conductores del ridículo y provocadores del odio. Tienen por objetivo entorpecer y minar los vínculos con la recién instalada administración de Joe Biden.
Vociferan por la libertad de expresión, pero se muerden la lengua antes de condenar el bloqueo y abogar por una relación civilizada entre ambos países.
Lo que en realidad quieren es la anexión, la vuelta de los casinos, el juego, la droga y otras plagas sociales, así como el retorno de las multinacionales. Para ellos el deseo de «un país normal» sería aquel donde se borre la historia y la memoria; en el cual la salud, la cultura y la educación sean para una selecta élite, y campeen las divisiones raciales.
La grosera arremetida que estamos viendo tiene la etiqueta inconfundible de los enemigos de siempre, en medio de las carencias que impone el bloqueo económico, financiero y comercial más largo que haya padecido nación alguna en la historia.
Esos enemigos de siempre invocan la palabra Patria, pero solo quieren arrastrarla, someterla y humillarla.
Decía Cortázar cuando aún se estaba lejos de contar con Internet:
—sabemos que hay palabras-clave, palabras-cumbre que condensan nuestras ideas, nuestras esperanzas y nuestras decisiones, y que deberían brillar como estrellas mentales cada vez que se las pronuncia. Sabemos muy bien cuáles son esas palabras en las que se centran tantas obligaciones y tantos deseos; libertad, dignidad, derechos humanos, pueblo, justicia social, democracia, entre muchas otras….
…ellas aglutinan una inmensa carga positiva sin la cual nuestra vida tal como la entendemos no tendría el menor sentido, ni como individuos ni como pueblos.
…es entonces que, en las encrucijadas críticas, en los enfrentamientos de la luz contra la tiniebla, de la razón contra la brutalidad, de la democracia contra el fascismo, el habla asume un valor supremo del que no siempre nos damos plena cuenta. Ese valor, que debería ser nuestra fuerza diurna frente a las acometidas de la fuerza nocturna, ese valor que nos mostraría con una máxima claridad el camino frente a los laberintos y las trampas que nos tiende el enemigo.
…yo siento que no siempre hacemos el esfuerzo necesario para definirnos inequívocamente en el plano de la comunicación verbal, para sentirnos seguros de las bases profundas de nuestras convicciones y de nuestras conductas sociales y políticas. Y eso puede llevarnos en muchos casos a luchar en la superficie, a batirnos sin conocer a fondo el terreno donde se libra la batalla y donde debemos ganarla.
…. Todo esto sería acaso menos grave si frente a nosotros no estuvieran aquellos que, tanto en el plano del idioma como en el de los hechos, intentan todo lo posible para imponernos una concepción de la vida, del estado, de la sociedad y del individuo basada en el desprecio elitista, en la discriminación por razones raciales y económicas, en la conquista de un poder omnímodo por todos los medios a su alcance, desde la destrucción física de pueblos enteros hasta el sojuzgamiento de aquellos grupos humanos que ellos destinan a la explotación económica y a la alienación individual.
…Si algo distingue al fascismo y al imperialismo como técnicas de infiltración es precisamente su empleo tendencioso del lenguaje, su manera de servirse de los mismos conceptos que estamos utilizando (…) para alterar y viciar su sentido más profundo y proponerlos como consignas de su ideología. Palabras como patria, libertad y civilización saltan como conejos en todos sus discursos, en todos sus artículos periodísticos. Pero para ellos la patria es una plaza fuerte destinada por definición a menospreciar y a amenazar a cualquier otra patria que no esté dispuesta a marchar a su lado en el desfile de los pasos de ganso. Para ellos la libertad es su libertad, la de una minoría entronizada y todopoderosa, sostenida ciegamente por masas realmente masificadas. Para ellos la civilización es el estancamiento en un conformismo permanente, en una obediencia incondicional.
…Y es entonces que nuestra excesiva confianza en el valor positivo que para nosotros tienen esos términos puede colocarnos en desventaja frente a ese uso diabólico del lenguaje. Por la muy simple razón de que nuestros enemigos han mostrado su capacidad de insinuar, de introducir paso a paso un vocabulario que se presta como ninguno al engaño, y si por nuestra parte no damos al habla su sentido más auténtico y verdadero, puede llegar el momento en que ya no se vea con la suficiente claridad la diferencia esencial entre nuestros valores políticos y sociales y los de aquellos que presentan sus doctrinas vestidas con prendas parecidas; puede llegar el día en que el uso reiterado de las mismas palabras por unos y por otros no deje ver ya la diferencia esencial de sentido que hay en términos tales como individuo, como justicia social, como derechos humanos, según que sean dichos por nosotros o por cualquier demagogo del imperialismo o del fascismo.
… Poco a poco esas palabras se viciaron, se enfermaron a fuerza de ser violadas por las peores demagogias del lenguaje dominante. Y nosotros, que las amamos porque en ellas alienta nuestra verdad, nuestra esperanza y nuestra lucha, seguimos diciéndolas porque las necesitamos, porque son las que deben expresar y transmitir nuestros valores positivos, nuestras normas de vida y nuestras consignas de combate.
… Un ejemplo entre muchos puede mostrar la cínica deformación del lenguaje por parte de los opresores de los pueblos. A lo largo de la segunda guerra mundial, yo escuchaba desde mi país, la Argentina, las transmisiones radiales por ondas cortas de los aliados y de los nazis. Recuerdo, con un asco que el tiempo no ha hecho más que multiplicar, que las noticias difundidas por la radio de Hitler comenzaban cada vez con esta frase: «Aquí Alemania, defensora de la cultura.» Sí, ustedes me han oído bien, sobre todo ustedes los más jóvenes para quienes esa época es ya apenas una página en el manual de historia. Cada noche la voz repetía la misma frase: «Alemania, defensora de la cultura.» La repetía mientras millones de judíos eran exterminados en los campos de concentración, la repetía mientras los teóricos hitleristas proclamaban sus teorías sobre la primacía de los arios puros y su desprecio por todo el resto de la humanidad considerada como inferior. La palabra cultura, que concentra en su infinito contenido la definición más alta del ser humano, era presentada como un valor que el hitlerismo pretendía defender con sus divisiones blindadas, quemando libros en inmensas piras, condenando las formas más audaces y hermosas del arte moderno, masificando el pensamiento y la sensibilidad de enormes multitudes. Eso sucedía en los años cuarenta, pero la distorsión del lenguaje es todavía peor en nuestros días, cuando la sofisticación de los medios de comunicación la vuelve aún más eficaz y peligrosa puesto que ahora franquea los últimos umbrales de la vida individual, y desde los canales de la televisión o las ondas radiales puede invadir y fascinar a quienes no siempre son capaces de reconocer sus verdaderas intenciones.
Pero acaso no haya en estos momentos una utilización más insidiosa del habla que la utilizada por el imperialismo norteamericano para convencer a su propio pueblo y a los de sus aliados europeos de que es necesario sofocar de cualquier manera la lucha revolucionaria.
… La consecuencia de este enfoque verbal totalmente falseado tiene por objeto convencer a la población norteamericana de que frente a toda situación política considerada como inestable en los países vecinos, el deber de los Estados Unidos es defender la democracia dentro y fuera de sus fronteras, con lo cual ya tenemos bien instalada la palabra «democracia» en un contexto con el que naturalmente no tiene nada que ver. Y así podríamos seguir pasando revista al doble juego de escamoteos y de tergiversaciones verbales que, como se puede comprobar cien veces en ese y en tantos otros casos, termina por influir en mucha gente y, lo que es peor, golpea a las puertas de nuestro propio discurso político con las armas de la televisión, de la prensa y del cine, para ir generando una confusión mental progresiva, un desgaste de valores, una lenta enfermedad del habla, una fatiga contra la que no siempre luchamos como deberíamos hacerlo.
… Es tiempo de decirlo: las hermosas palabras de nuestra lucha ideológica y política no se enferman y se fatigan por sí mismas, sino por el mal uso que les dan nuestros enemigos y el que en muchas circunstancias les damos nosotros.
…devolverle al habla su sentido más alto, limpiar esas palabras que tanto usamos sin acaso vivirlas desde adentro, sin practicarlas auténticamente desde adentro, sin ser responsables de cada una de ellas desde lo más hondo de nuestro ser. Sólo así esos términos alcanzarán la fuerza que exigimos en ellos, sólo así serán nuestros y solamente nuestros.
Adjunto el texto completo de Julio Cortázar y la caricatura de Adán Iglesias Toledo que nos convoca a 126 años de aquel 24 de febrero a levantar el machete como en 1895.
Hoy digamos desde lo más profundo, con Martí y con Fidel en las ideas y en el alma, estas palabras-cumbre que ningún lobo disfrazado de cordero, ningún traidor anexionista podrá arrebatarle jamás a este pueblo: