Por Alfredo Ozaeta, Resumen Latinoamericano, 16 de febrero de 2021.
No podemos caer en el error de relativizar estas situaciones, estamos hablando de pensamiento único.
La deriva de este siglo XXI nos está dejando, aparte de las crisis económicas o, tal vez, mejor definirlas como movimientos tectónicos en las estructuras económicas y mercado de trabajo, una de ellas todavía en curso debido a la actual pandemia y con oscuro horizonte por más que apelemos al optimismo, otras de índole ideológico y de valores, impulsoras de movimientos ultraderechistas de crecimiento sostenido.
Esto, aun siendo algo anunciado, nunca habían desaparecido, no deja de ser alarmante en cuanto a su capacidad de regeneración en tejidos y sistemas supuestamente democráticos, en supuestas sociedades evolucionadas y también con supuestos estados de bienestar. Continúan tomando protagonismo o posiciones que sin corresponderles por su implantación, méritos o adhesiones, debido al ruido que producen y a la cobertura mediática que desde los medios e influyentes poderes se les cede consiguen hacerse visibles.
Sus mutaciones, al igual que las del virus también se van adaptando a las nuevas situaciones aunque sus señas de identidad totalitarias permanecen invariables. Así encontramos un amplio espectro que, sin definirse como tal, sí que adopta prácticas y comportamientos propios de la génesis fascista. Estos van desde la extrema derecha hasta otros que incluso se definen como socialistas o con componente progresista, pasando por los que dicen situarse en el centro o de ideología neoliberal, pero a los que muchas veces es difícil diferenciar ya que guardan, aunque con diferentes intensidades, un pensamiento uniforme sobre todo cuando se trata de «problemas de Estado», donde no nos confundamos, no se trata de la mejora de las condiciones de vida, derechos e igualdad de todas las ciudadanas, sino de cuestiones que atañen a la defensa de determinadas instituciones y, sobre todo, a la unidad de su sacrosanto Estado.
Este componente común se traduce en la conculcación de derechos individuales o su limitación en favor de los de «su» Estado y en la articulación populista de sus discursos. Han perdido los complejos, ya no guardan ni las formas, la mentira es habitual en sus discursos, son mentirosos compulsivos, la moral que dicen observar e intentan imponernos a los demás la trasgreden continuamente, sus actuaciones son totalmente contrarias a las normas que predican, sus programas se basan en la hipócrita demagogia del que es conocedor de que su incumplimiento no le pasara ningún tipo de factura, ni electoral ni de otro tipo. Les da igual decir una cosa y la contraria y la responsabilidad de sus desatinos siempre es de terceros, preferentemente de sus adversarios políticos, aunque estos no hayan participado en sus decisiones. La autocrítica y la humildad no tienen cabida en su diccionario, crean estereotipos sociales positivos o negativos según estrategias o el interés del momento.
Es habitual encontrarnos con personajes que, sin haber trabajado jamás en su vida habiéndose limitado a vivir de la política a consta de subvenciones públicas o dineros opacos, critican las ayudas que puedan darse a necesitados; políticos que pontifican sobre derechos criticando a países que, por razones más que fundadas, se han empoderado o lo están intentando contra tiranías e influencias imperialistas externas, osan cuestionar sus libertades cuando en el oasis que dicen representar se han cerrado periódicos y emisoras de radio e ilegalizado formaciones políticas y donde uno todavía no puede opinar o decir lo que piensa ya que corre el riego de que le acusen de apología de no se sabe qué delitos, pero que ya los crearan para cercenar opiniones diferentes. Otros que hablan de democracia como si ellos la hubieran inventado y luego reciben y ensalzan a auténticos personajes fascistas.
Últimamente estamos asistiendo a la constatación de esta pérdida de vergüenza. Ejemplos: las elites, militares, políticos, gestores públicos, etc., aprovechándose de sus cargos se vacunan antes que ciudadanos y profesionales de riesgo, al más puro estilo supremacista, primero yo y la clase dirigente y luego el pueblo; responsables de sindicatos policiales que, para justificar las desproporcionadas actuaciones policiales, crean y difunden cortinas de humo para ocultar su responsabilidad, falta de profesionalidad y empatía con la ciudadanía; líderes de formaciones políticas y cargos institucionales que consideran que el cumplimiento de la ley es una concesión y lo dicen sin sonrojarse como es el caso del acercamiento de los presos; militares, jubilados o no, en connivencia con otros poderes hablan de involución y de fusilar a millones de ciudadanos y no pasa nada, etc.
Mientras tanto a políticos vascos de izquierda por declaraciones de lo más sensatas e impecables desde el punto de vista democrático les intentan someter a linchamiento público tergiversando y manipulando sus declaraciones. Y así una interminable relación de hechos.
No podemos caer en el error de relativizar estas situaciones, estamos hablando de pensamiento único. No es anecdótico lo vivido últimamente en el país más poderoso del planeta y que se postulaba como guardián, faro y guía de las democracias modernas. Por no hablar de la gravedad en la demostración de fuerza y ninguneo a los gobiernos y sobre todo a la salud de las personas por parte de las multinacionales fabricantes de vacunas. Si no estaba ya claro que los intereses lucrativos y materiales están por encima de los de las personas y el planeta, ¡qué más hace falta! Están consiguiendo sedimentar la pérdida de valores esenciales para la convivencia en armonía e igualdad en favor de sobre ponderar valores materiales a través de personajes fanáticos, engreídos e intelectualmente mediocres. Vamos, fascismo en estado puro.
Para combatirlo no nos queda otra que contraponer la cultura, igualdad en la diversidad y el respeto a las libertades individuales y colectivas al individualismo, injusticia y codicia. No solo, como decía Einstein, la estupidez humana es infinita sino que puede llegar a ser peligrosa.