Alejandra Dinegro M. /Resumen Latinoamericano, 17 de febrero de 2021
¿Por qué no castigamos a quienes nos están robándolo todo? ¿Por qué no castigamos, en las urnas, a la corrupción, la traición, el cinismo, la mentira? ¿Porque somos una sociedad que ha pactado con “el fin justifica los medios”’? Nos hemos creído la historia de que se puede pactar con las mafias y seguir.
Las mafias carcomen nuestro continente bloqueando el cierre de las venas abiertas de América Latina. Están en las fronteras traficando con la vida de personas, transportando contrabando, cobrando cupos u organizando la miseria de muchos barrios con el fin de reclutar necesidad disfrazada de mano de obra. El punto de encuentro entre esa miseria y las mafias, es la necesidad.
Las mafias no solo operan en el llano, también lo hacen a gran escala, solo que más sofisticados. Allí la única necesidad es la de robarlo todo, lo más que puedan. Estas mafias acumulan riqueza ilegal, la administran y viven en ella y solo para ella. Son los que juran por Dios y por la plata. Son las mafias de “Los cuellos Blancos”, de la concertación de precios, del monopolio, de quienes auspician la impunidad en vez del bien público y común.
Es cierto que somos una sociedad aculturada, mal informada, donde incluso el desprecio por la vida (propia o ajena) se ha instalado en nuestro día a día. Total, de algo tenemos que morir ¿no?
Esa especie de cruda resignación, no es nuestro peor mal. Nuestro peor mal reposa en la construcción del relato de nuestra república y de su democracia.
Y aquí un rol fundamental lo han tenido los grupos de poder, especialmente, quienes controlan los medios de comunicación. Porque ellos han elaborado durante las últimas décadas un discurso que se basa en el perdón a los mafiosos. Y cualquier sociedad del mundo, cualquier democracia basada en “el fin justifica los medios”, solo perpetúa un pacto con el horror, con el crimen, con la sangre. Es una construcción de nuestra historia que no mira al futuro, sino que perpetúa el dolor causada por estas mafias.
Nosotros, el pueblo peruano, somos hijos de esa construcción. Esta narrativa de los grandes medios ha reemplazado hablar de las tareas imprescindibles de educación, democratización y civismo, por ninguna responsabilidad nacional concreta. Prefieren no hablar de un país que existe, que ignoran y que se subsiste debajo de esta realidad (Miren al Frepap, UPP, los grupos fascistas, por ser ejemplos más actuales). La sociedad peruana es una que mira hacia otro lado cuando sabe que los problemas que tiene, involucra una solución compleja.
Un medio de comunicación no solo es una herramienta de información. Un medio de comunicación construye, alimenta y asienta lo que somos como democracia. En el Perú, un sector de los medios de comunicación no sólo ha sido partícipe de grandes escándalos de corrupción y de gozar –en parte- de un desprestigio hacia el ciudadano. Sino que también han participado con los partidos políticos, en el perdón de sus crímenes. Pero sobretodo, han participado del silencio.
No hablan de la pobreza en general, por ejemplo. Poco a poco han construido una idea abstracta de lo que somos, de lo que nos roban y de quienes nos roban. Han construido una realidad simbólica que tapa la verdadera realidad de las personas. Muchos peruanos pobres viven bajo la cultura de los siervos coloniales, seguidores de los señores, los amos. Cultura que coexiste con un afirmado individualismo y consumismo. Donde quieren colarse por los agujeros que se les presente. No hemos pasado de colonia a República, aún.
Esa realidad simbólica no la construyen los políticos. No tenemos un sistema de partidos como tal y tampoco partidos políticos reales (con identidad y no solo fichas en el JNE), por eso que terminan hablándole a un país que no existe. Toda esa narrativa, da como fruto la realidad que vivimos.
Venimos heredando el relato de los medios de comunicación de que a las mafias se les puede perdonar y se puede pactar con ellos para mirar hacia adelante, porque no hay otro camino. Cuando un político reconoce que sí, han robado menos o han matado menos, un sector de nuestra población dice: “no pasa nada”, pactemos con el torturador, con el asesino, con el violador, con el corrupto, con el improvisado, porque tenemos que avanzar.
Así como nuestros males son muchos, también lo son nuestros bienes. Somos un país multi y pluricultural que persiste a través de generaciones de hombres, mujeres y niños orgullosos de su origen. Que sobreviven a la desocupación y a las inhumanas condiciones de vida a través de lazos y redes de solidaridad, donde no hay una lucha malévola por la vida, sino más bien, la cooperación.
En este momento, a puertas de celebrar 200 años de independencia, tenemos otro relato que contar y protagonizar. La historia de nosotros y sobretodo el relato de aquello que verdaderamente somos y de cómo llegamos al futuro. Las mafias no nos pueden seguir robando la historia.
FUENTE: Otra Mirada