Elizabeth Salazar Vega y Musuk Nolte /Resumen Latinoamericano, 17 de febrero de 2021
Las muertes y la recarga laboral están mellando la salud mental de los profesionales que luchan contra la pandemia. Los datos preliminares del estudio internacional The Covid 19 Heroes – Healthcare Workers revelan que el 52% de médicos, técnicos, enfermeras y obstetras que están en primera línea manifestó síntomas depresivos; y el 9,6% dijo haber tenido deseos de morir.
La llegada de las vacunas sirvió como una tregua emocional ante el incremento de pacientes críticos, pero enterarse de la repartición secreta de dosis los regresó a la angustia e indignación.
El médico intensivista Johann Pinedo, de 32 años, no recuerda cómo logró seguir atendiendo seis pacientes por día en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Guillermo Almenara, mientras su madre estaba internada en la habitación contigua, también luchando contra el coronavirus. Por temas éticos, él no podía dirigir el tratamiento, pero al terminar su turno se escabullía para verla y monitorear su proceso.
Ha pasado casi un año de lo que fueron las tres peores semanas de su vida, pero su mirada conserva el recuerdo de aquellos días. “Fue muy difícil. Todo era muy cuesta arriba. Venía a cuidarla a diario y trabajaba a la par. No dormía por tantas preocupaciones”, dice. Ella logró superar la enfermedad, sin secuelas, pero él no volvió a ser el mismo. “Después de lo de mi madre quedé marcado. Definitivamente uno empieza a ver a los pacientes, e imagina que puede ser un familiar. Uno queda marcado para siempre”.
Este hospital, ubicado en el distrito limeño de La Victoria, tuvo que habilitar una sala UCI adicional en lo que, antes de la pandemia, era el área de Pediatría; para intentar cubrir la demanda de atención para pacientes con Covid-19, que necesitan asistencia de respiración mecánica. Unas 240 personas en estado crítico son atendidas aquí cada mes, y desde que se inició la segunda ola de la enfermedad han recibido 40 llamadas preguntando si hay algún espacio disponible. Si se desocupa alguna de las 68 camas que poseen, bastan minutos para que alguien la tome.
La primera semana de febrero, el doctor Pinedo ha hecho una pausa a esta rutina para contarnos su caso. Nos recibe en la puerta de UCI, cubierto con mascarilla, protector facial y mameluco plástico de bioseguridad. Un traje sofocante que usa para no sumarse a las estadísticas: hasta la fecha dos de sus colegas han muerto a consecuencia del virus, y otros 25 permanecen hospitalizados con diagnóstico crítico.
“Felizmente tengo a mi madre viva, pero he visto colegas fallecer, complicarse o ir muy afectados a casa. Es frustrante porque algunos son jóvenes… Hay gente que no debió haberse complicado, pero ya no están. Esto es lo más duro que nos ha tocado pasar, nada te prepara para una pandemia”.
Este hospital de Essalud no brinda terapias a médicos, enfermeras y técnicos que se enfrentan a la muerte y las secuelas de un virus desconocido. El doctor Pinedo no tuvo más opción que pagar por un servicio privado, al que asiste a través de Zoom. “Uno mismo debe cuidarse porque la salud emocional y psicológica es parte de la salud personal. Varios de mis compañeros también lo hacen. A mí me ha ayudado a sobrellevar todo esto”.
La llegada de las primeras vacunas al Perú significó una inyección de esperanza para estos profesionales que han ingresado a una segunda ola de la pandemia, afectados emocional y psicológicamente. Pero el golpe de alegría se transformó en decepción y molestia al saber que funcionarios y empresarios, que ejercen tras un escritorio, tuvieron la prioridad.
Una carga emocional sin precedentes
Entre abril y mayo del año pasado, el servicio de Psiquiatría del Hospital de Emergencia Grau, en Cercado de Lima, desarrolló un programa piloto que tuvo buena acogida entre sus trabajadores, y consistió en socializar audios con frases motivacionales a través de WhatsApp, y canciones por perifoneo. Además, se ofreció atención telefónica y en consultorio, las 24 horas, al personal que lo deseaba.
Aquel encuentro inicial con el coronavirus ocasionó que profesionales con 10 o 15 años de experiencia presenten cuadros de estrés y ansiedad, y los más jóvenes indicios de estrés postraumático debido al bucle de frustraciones y muertes que presenciaron en emergencias. Los cuadros psicológicos se extendieron en el personal de farmacia y vigilancia, pues son quienes reciben la frustración y rabia de las personas que tienen a sus familiares internados, luchando en una cama Covid.
Esta presión se suma a las condiciones en las que deben desarrollar su trabajo. Por ejemplo, Evelyn de la Torre Zambrano, enfermera y licenciada intensivista, trabaja doble turno en el área Covid del Hospital Guillermo Almenara. Su jornada laboral es de 7a.m. a 7p.m., con una hora libre para el almuerzo, pero en la práctica esta se reduce porque, antes, debe retirarse los equipos de protección, ducharse y repetir el procedimiento al volver a UCI. Para evitar esta acción en otros momentos del día, disminuyó la toma de líquidos y, con ello, adaptó su organismo para ir al baño únicamente a la hora del refrigerio o a la salida.
“Lo más fuerte que nos ha pasado es ver a la gente ingresar a UCI hablando, pidiendo oxígeno y, al poco tiempo, saber que no se recuperó. Es más chocante ver a tus colegas caer como pacientes, o a tus propios familiares. Como digo, somos la primera línea de batalla y tenemos que seguir. Cuando realizamos un procedimiento nos enfocamos tanto, que olvidamos todo, pero cuando el asunto está controlado hemos llorado, gritado. De alguna forma tenemos que desfogar o demostrar lo que sentimos”, cuenta
CUANDO REALIZAMOS UN PROCEDIMIENTO OLVIDAMOS TODO, PERO CUANDO EL ASUNTO ESTÁ CONTROLADO HEMOS LLORADO, GRITADO».
Desde julio de 2020, Perú forma parte del estudio internacional The Covid 19 Heroes – Healthcare Workers en el que participan profesionales de la salud de 28 países de cinco continentes, para conocer el impacto de la pandemia en su salud mental. Este se realiza a través de encuestas virtuales, y tiene el apoyo de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En Perú, la primera fase de la investigación contó con la participaron de 2.072 médicos, técnicos, enfermeras y obstetras, mayoritariamente de hospitales públicos. En las respuestas que brindaron, entre julio y octubre pasado, cinco de cada diez de encuestados dijo que alguno de sus seres queridos se vio afectado por la Covid-19, y el 18,5% de ellos murió.
La mayoría de estas señales son ignoradas o abordadas en silencio por el personal médico, pues los prejuicios y estigmas en torno a la salud mental no les son ajenos. Sonia Zevallos Bustamante, responsable de la Dirección Ejecutiva de Adultos del Instituto Nacional de Salud Mental (INSM), explica que a los médicos les resulta muy difícil entender que el sentirse emocionalmente desbordados no es un reflejo de debilidad o de falta de capacidad, sino de ser humano.
“Hay un estigma muy arraigado. En las facultades de medicina, el profesional que debe atender emergencias o servicios críticos tiende a ser el que demuestre ser más desapegado, duro e inquebrantable. Así nos forman. Es el que tiene que actuar de inmediato, no puede darse el lujo de mostrar emociones. Entonces, cuando llegan a vivir este tipo de situaciones límites, como en pandemia, les es difícil reconocer que tienen un problema”, sostiene Zevallos.
Vacunas: de la esperanza a la indignación
La segunda ola de Covid-19 avanza a una velocidad inusitada en Perú, con 236 nuevas muertes registradas el pasado sábado 13; convirtiéndose en la segunda cifra más alta desde el inicio de la pandemia. Las camas UCI vuelven a estar llenas, las salas de hospitalización tienen lista de espera, el oxígeno escasea y nuevas variantes del virus hacen más difícil la batalla para un sector que ya ha perdido 315 médicos y 125 enfermeras por hacer su trabajo.
A poco de cumplirse un año del primer paciente reportado en el país, la llegada de la vacuna significó una tregua al miedo y la incertidumbre. “Ha sido una inyección de optimismo. Una noticia positiva para la salud mental, pues podrán sentir cierta seguridad ante la enfermedad”, señala Carlos Bromley, médico psiquiatra de la Dirección de Salud Mental del Ministerio de Salud (Minsa). Sin embargo, la sensación de esperanza no les duró ni una semana, pues se reveló que más de 400 vacunas fueron administradas de manera irregular y en secreto a ministros, un expresidente, empresarios, políticos, y otras personas que no están en la primera línea de atención.
Seis colegas de Ortega Miranda han muerto durante esta pandemia, uno de ellos de solo 40 años. Mientras habla por teléfono, uno de sus compañeros le informa que otros dos pediatras de su hospital han dado positivo al virus. Según cuenta, el irregular manejo de las vacunas secretas ha elevado la indignación en el sector salud. «Esto es una puñalada para los que lidiamos con el virus. Estamos hablando de una vacuna que define la vida o la muerte de médicos como nosotros; que te vacunes puede ser la diferencia de que sigas trabajando y viviendo, o que llegues a UCI y te mueras. Se está muriendo gente muy joven, entonces no sabes si vas a ser el próximo”.
Una enfermera del Hospital Sergio Bernales, que pidió no ser identificada, resume el sentir de sus colegas en este centro del Ministerio de Salud: “No queremos ser mártires. Nos gusta nuestro trabajo, lo hacemos sin recursos suficientes ni equipos adecuados, pero tenemos derecho a acceder a una vacuna para sentirnos seguros. Esta pandemia no termina y seguimos al frente. Tenemos miedo, estamos cansadas, y ahora también indignadas”.
«ES UNA PUÑALADA PARA LOS QUE LIDIAMOS CON EL VIRUS. ESTAMOS HABLANDO DE UNA VACUNA QUE DEFINE LA VIDA O LA MUERTE DE MÉDICOS COMO NOSOTROS».
La Covid-19 ha obligado a las enfermeras a afrontar la muerte de una forma distinta, incluso a sostener las manos de aquellos que dan su último aliento en soledad. A la par, deben lidiar con la angustia de regresar a casa esperando no ser un factor de contagio, soportar los reclamos de familiares que quieren saber sobre su paciente, y rogando que los contratos temporales ‑bajo los que laboran varias de ellas- no se anulen a fin de mes.
La decana del Colegio de Enfermeros del Perú, Liliana La Rosa, recuerda que en el pico más alto de infecciones, dos jóvenes serumistas tuvieron que trasladar a un paciente grave por río, en Loreto, a bordo de un peque-peque. En el camino este murió y tuvieron que continuar el viaje de dos días con el cadáver.
“Imaginate la afectación mental. Nosotras estamos entrenadas para afrontar la muerte, desde que somos estudiantes, pero una cosa es ver morir a tres o cuatro personas por semana, y otra a seis por noche. Me escriben a los grupos de WhatsApp, de diferentes partes del país, me dicen: vemos morir, decana, se ahogan, qué hacemos”.
RESISTENCIA. Las medidas de bioseguridad, la cantidad de pacientes que atienden por día y las inevitables muertes tienen a los profesionales de la salud con las emociones en vilo.
Plan de salud mental
El 6 abril de 2020 el Ministerio de Salud (Minsa) publicó la “Guía Técnica Cuidado de la Salud Mental del Personal de la Salud en el contexto del Covid-19”, que dispone la creación de equipos de acompañamiento psicosocial en todos los establecimientos sanitarios del país, para brindar primeros auxilios psicológicos, diagnósticos y terapias continuas a todos los profesionales que trabajan en la primera línea.
El documento confirma que los altos niveles de estrés a los que están siendo sometidos puede afectar su salud mental, acentuando sentimientos como el miedo, la pena, frustración, culpa, soledad, agotamiento y problemas relacionados con el sueño y apetito. “Estos pueden generar ansiedad, depresión, desmotivación y desesperanza, condiciones que perjudican gravemente la realización de labores relacionadas al cuidado de la salud de las personas”, añade.
Los equipos de acompañamiento, están integrados por psiquiatras o psicólogos, enfermeros y trabajadores sociales, pero solo vienen teniendo resultados positivos en las instituciones del Minsa que ya contaban con estos profesionales en sus sedes. Aquí los médicos y enfermeras que necesitan un soporte emocional pueden acceder a terapias, fármacos ‑en caso el diagnóstico lo requiera- y psicoterapias combinadas.
EN ABRIL DE 2020, EL MINSA ORDENÓ QUE TODO CENTRO DE SALUD CUENTE CON EQUIPOS DE APOYO PSICOSOCIAL Y TERAPIAS PARA SU PERSONAL.
En junio de 2020, la red Essalud también anunció un plan de apoyo psicológico y talleres motivacionales para los trabajadores de primera línea, pero fueron iniciativas temporales y, principalmente, preventivas. Sin embargo, la conformación de equipos fue efectiva solo en los centros donde ya contaban con consultorios de psiquiatría. Por ejemplo, en el Hospital Kaelin.
El Hospital Edgardo Rebagliati implementó el servicio de diagnósticos presenciales y tratamiento por teleconsultas, el Hospital Almenara organizó talleres con estrategias para reducir el estrés, y el Voto Bernales implementó técnicas para el manejo de ansiedad como parte del programa Pausa Activa.
La particularidad del trabajo médico, recuerda el psiquiatra Carlos Bromley, los confronta a ser testigos de la enfermedad de sus propios colegas, y ver cómo ellos se agravan o mueren. Esto gatilla un estado de estrés permanente, por temor al contagio y la muerte.
“El trabajo en sí mismo es estresante, pero lo es más el temor a contagiarse y llevar el virus a casa. Están en permanente zozobra, y eso ha hecho que sigan severas rutinas de desinfección al regresar con sus seres queridos, y algunos han llegado a alquilar habitaciones cerca del trabajo o dormir en sus autos cuando tienen receso en sus turnos”, explica.
PANDEMIA. Desde abril de 2020 el Minsa dispuso la habilitación de equipos de acompañamiento psicológico para los profesionales de la salud, pero no funcionan en todos los establecimientos.
Para el médico asistencial Grover Rodas Utani, a la preocupación por cuidar de su familia, se suma la de preservar la salud propia, porque no pueden permitirse una reducción del equipo en UCI. “Uno menos de nosotros significa sobrecargar al resto de colegas y tener pacientes mal atendidos. Ya estamos trabajando el doble o triple de horas. Los casos críticos siguen llegando, la gente ha bajado la guardia y se está infectando cada vez más. Todos estamos comprometidos, y damos lo mejor de nosotros, pero es agotador”.
El doctor Rodas trabaja en el Hospital Guillermo Almenara, y fue diagnosticado en 2020 con cefalea tensional y lumbalgia. Reconoce que, al igual que la mayoría de sus compañeros, la presión laboral derivó en repercusiones psicológicas, pero ha tratado de superarlas con actividades extralaborales y reforzando su vínculo amical con los médicos y personal asistencial.
“Al principio tuvimos una caída emocional importante, pero nos apoyamos mucho en el grupo que hemos consolidado. En el poco tiempo libre que tengo trato de hacer actividades ajenas al hospital, pero es inevitable llegar a casa y pensar en los pacientes, planificar estrategias para su recuperación y escribirle a los colegas sobre tratamientos que podemos intentar”, señaló.
Exhaustos y con miedo, así han entrado los médicos, técnicos y enfermeras a la segunda ola de la pandemia. Sonia Zevallos, del Instituto Nacional de Salud Mental (INSM), recomienda que el personal de salud sea capacitado en técnicas de reacción inmediata ante sensaciones que los desborden.
«Estas técnicas son como un paracetamol, no curan, pero permiten continuar con la labor: primero, frenar la acción, dar un paso atrás para observar la emoción desde fuera, tratar de respirar y concentrarse en el presente para tomar una decisión. Otra forma es coger hielo o mojarse el rostro por 20 segundos», explicó.
FUENTE: Ojo Público