En una dinámica propia del capital, las condiciones vitales y laborales de la clase trabajadora muestran un constante deterioro desde la crisis de 2007 – 2008, o incluso desde antes. Esta crisis no es fruto de la pandemia iniciada el pasado marzo, sino que este contexto de pandemia no ha hecho más que empeorar la situación anterior. Si algo ha quedado claro, es que se han multiplicado las contradicciones inherentes al capital. Una de las cuales pone en peligro su misma continuidad: la cuestión de la reproducción social. Justamente, en esta reproducción social las mujeres de la clase trabajadora cumplimos una función central tanto en las formas de trabajo doméstico fuera del trabajo asalariado, como también en el papel que desempeñamos en la economía formal.
El futuro de las mujeres trabajadoras de hoy está caracterizada por una explotación estructural salvaje, que, como siempre, afectará las subjetividades más vulnerables: las mujeres jóvenes, las migrantes… Nuestras condiciones anteriores a la pandemia protagonizarán un detrimento aún más notable, como trabajos inestables, salarios insuficientes o viviendas de calidad pésima. Otras numerosas mujeres, a falta de otras posibilidades, se verán obligadas a vender su cuerpo y a convertirse en mercancías sexuales y reproductivas. A todo esto hay que añadirle la despreocupación del Estado y de las Administraciones Públicas, que tienen una repercusión directa en muchas mujeres trabajadoras, ya que sobre nosotras recae el cuidado de los niños y niñas, las personas mayores y las personas con dependencia. A causa de la privatización, el cierre y la disminución de los servicios que garantizan –aunque de manera miserable– estas necesidades y la mayor parte de estas responsabilidades recaerá sin remedio sobre las mujeres trabajadoras.
EL TRABAJO ASISTENCIAL Y EL MODELO DE VIDA DE LAS MUJERES TRABAJADORAS
Si bien las tareas asistenciales (los trabajos socialmente necesarios), garantes de la reproducción social, hacen referencia a una generalidad, hay trabajos que históricamente han realizado las mujeres, que aun habiendo sido transformados, no han cambiado en su esencia. Las mujeres trabajadoras hemos cumplido una función esencial en los trabajos domésticos, teniendo en cuenta que son necesarios para la reproducción de la clase trabajadora. Estos trabajos no le suponen ningún coste ni inversión al Estado; al contrario, le resultan beneficiosos para conseguir la fuerza de trabajo en la forma que necesita y asegurarse así su perduración. Sin embargo, en las últimas décadas y con la transformación del capitalismo a nivel mundial, se ha visto una clara feminización del mercado de trabajo. Sobre todo a partir de la década de los 70, la cantidad de mujeres incorporadas al mundo de trabajo ha sido mayor que la de hombres. No obstante, esta incorporación de mujeres tiene unas características determinadas. Por un lado, la mujer se ha incorporado a unos sectores determinados: en la CAV, por ejemplo, las actividades domésticas (90%), otro tipo de servicios personales (77%) o la educación (69%) son ejemplo de unas ramas de actividad con una mayoría de mujeres. Por otra parte, la presencia de mujeres ha incrementado sobre todo en los sectores con peores condiciones: jornadas parciales, una gran flexibilidad, salarios bajos… Esto se ve claramente por ejemplo en el caso de las trabajadoras domésticas, en el cual, entre otras cosas, la inestabilidad, las jornadas intensas o la falta de prestaciones sociales son características comunes. A esto le podríamos añadir la falta de posibilidades para cobrar una prestación por desempleo.
En la realidad actual, estos servicios se garantizan y gestionan de distinta manera. Algunos servicios son prestados por el Estado, es decir, son servicios que se llevan a cabo mediante inversiones públicas. Si bien podría entenderse que estos le pueden suponer un gasto al Estado, esto deberá entenderse en términos relativos, pues este dinero lo habrá recogido anteriormente en la recaudación de impuestos directos e indirectos. El capital, por una parte, no extrae plusvalía ninguna de estos servicios (a no ser que el Estado los realice mediante subcontratas), y por otra parte, no tendrá ningún coste económico, pero sí una pérdida de capacidad para explotar la fuerza de trabajo, teniendo en cuenta que una clase trabajadora con las necesidades básicas saciadas se sitúa en una posición mejor para negociar. En el caso de que estos servicios se realicen de manera privada, a saber, si los realiza una mujer trabajadora en una empresa de servicios, el capital obtiene beneficios económicos. Hay otra opción: la de los servicios personales. Como consecuencia del aumento del poder adquisitivo de algunos individuos, estos servicios han obtenido un precio determinado en el mercado en forma de servicios personales. Este fenomeno dependerá del valor socialmente producido y de la capacidad de ahorro de las personas compradoras de los servicios y tiene un claro componente de clase.
De una forma u otra, las mencionadas son tareas que condicionan completamente el modelo de vida de las mujeres trabajadoras. El trabajo doméstico nos obliga a cargar con una doble jornada, lo cual nos codena a un aislamiento social y político. Siendo las responsables de la reproducción familiar y siendo todos estos trabajos necesarios, condiciona totalmente la vida de las mujeres trabajadoras, y al mismo tiempo, tiene repercusión directa en nuestra participación en la producción social. La conciliación familiar nos lleva a los puestos de trabajo más precarios, y como consecuencia, llevamos una vida caracterizada por la pobreza. Cuando hablamos de la brecha salarial entre los hombres y las mujeres, no hablamos de que las mujeres ganemos menos por realizar un mismo trabajo concreto (aunque en determinados casos así sea). Al contrario, cuando hablamos de la brecha salarial, hablamos de una menor participación en el valor socialmente producido, a lo que responden las jornadas parciales, la eventualidad laboral, los trabajos no cualificados y unos salarios más bajos que recibimos por ende. Esta situación nos lleva irremediablemente a una dependencia económica hacia nuestros maridos o las instituciones de la administración pública.
Aquí es importante recalcar que esta situación no solo determina la vida de la mujer trabajadora en el presente, sino que también define el modelo de vida que nos espera en el futuro. De hecho, la precarización de la vida laboral de las mujeres influye en nuestra futura vida, en el sentido de que nuestras escasas cotizaciones determinan los ingresos que tendremos en nuestra jubilación. Al respecto, cabe mencionar la cantidad de mujeres mayores que tienen que sobrevivir con las pensiones de viudedad o completando sus pensiones sin cotización (algo así como 300 – 400€) con la RGI.
LA REPRODUCCIÓN DE LA CLASE TRABAJADORA EN CONTEXTO DE CRISIS Y LA MISERIA DE LA MUJER TRABAJADORA
Como hemos mencionado al principio, en un contexto de crisis, esta situación se vuelve aún más lamentable, y se expresa mediante la ofensiva contra la clase trabajadora. La crisis entendida como una crisis de acumulación de capital se ha costeado históricamente mediante la reorganización de la explotación de la clase trabajadora. Vivimos unos tiempos de ofensiva en el ámbito de la reproducción social y las reformas laborales en la esfera productiva, ambas estrategias destinadas a que la acumulación de capital continúe su tendencia en alza. En este sentido, el capital, con el fin de mantener sus ganancias, reduce los ingresos de la clase trabajadora, por una parte, y por otra, realiza recortes y privatizaciones en los servicios de la sociedad que facilitan la reproducción de la clase trabajadora (las residencias, pensiones, ingresos mínimos, comedores, guarderías…). Aquí, las mujeres trabajadoras desempeñamos una función central, cargando con muchos de estos trabajos tanto en el mercado como fuera de él.
En esta coyuntura, la posibilidad de recibir servicios de gestión privada será cada vez menor para aquellas capas de la clase trabajadora que anteriormente gozaban de ellos, puesto que se les disminuirá la capacidad económica. Asimismo, la oferta de servicios de gestión pública también se limitará notablemente; la bajada de las ganancias empresariales y la capacidad de consumo de la clase trabajadora traerá consigo un descenso en la recaudación de impuestos. Por lo tanto, la posibilidad de una inversión pública/social será cada vez menor. Esto se encuentra en contradicción con el proceso de proletarización que vive la clase trabajadora en un contexto de crisis, así como con la posibilidad cada vez menor que tiene de recibir servicios privados. En consecuencia, el mismo capital puede mostrarse a favor de los servicios públicos con el fin de ahorrarse las consecuencias que le puede traer el no garantizar las cuotas de bienestar en unos niveles mínimos, pero esto dependerá de sus capacidades y no de su voluntad. Aun así, a falta de estos servicios imprescindibles para la reproducción de la clase trabajadora, se verá un detrimento destacado de las condiciones de vida de los miembros de la clase trabajadora. Como se puede prever, todo esto tendrá una mayor repercusión en las condiciones vitales y laborales de las mujeres trabajadoras: tendremos dificultades para consumir estos servicios y deberemos cargar con muchos de dichos trabajos. En resumen, caerá sobre nosotras la responsabilidad de garantizar principalmente en el ámbito familiar los trabajos que cubría el Estado o una empresa contratada. Todo esto, aparte de aumentar nuestra carga de trabajo, establecerá las condiciones necesarias para seguir perpetuando nuestra opresión.
A su vez, todo esto se verá reflejado en las condiciones que tendrán las mujeres trabajadoras en ciertos sectores del trabajo asalariado. Cabe destacar que numerosos de estos servicios garantizados por el Estado y las Administraciones Públicas serán proporcionadas de manera indirecta, o sea, mediante una subcontrata o en forma de un convenio público-privado. En dichos casos, como tan solo una gestión «eficiente» de dicha inversión pública le asegurará los beneficios a la empresa, esta empeorará tanto las condiciones laborales de las personas trabajadoras en estos servicios (en general, mujeres) como el mismo servicio prestado. Ejemplo de ello son los testimonios que han dado las trabajadoras de las residencias privadas en las luchas llevadas a cabo en los últimos meses, así como la dejadez al respecto de las Administraciones Públicas. Otro aspecto que se debería añadir es que las mujeres somos las mayores usuarias de los servicios vinculados a la dependencia y la atención sociosanitaria, consecuencia de una vida más longeva y más enfermedades crónicas. En conclusión, somos las mujeres trabajadoras las que mejor conocemos la mala situación de estos servicios y su escasa calidad.
La producción y prestación de servicios que presta el Estado se convierten en un obstáculo para el crecimiento económico; se asoman dificultades para compaginar la acumulación del capital y la reproducción social. Sin embargo, somos conscientes de que el capital nunca hace un reparto igualitario de la riqueza; concentra la riqueza en unas pocas manos, mientras que condena a la miseria las amplias masas. Esta es la lógica general del capital, que como se viene diciendo, se acentúa más en un contexto de crisis y se hace más apreciable en el día a día. La raíz del problema no se sitúa en la cuestión de la política fiscal y el gasto público, sino en la falta de beneficios y de acumulación de capital. En consecuencia, para restablecer la tasa de acumulación, descenderán los ingresos de la clase trabajadora, y a la vez, la imposibilidad de mantener el nivel anterior de los servicios sociales justificará cualquier recorte. En todo esto, la función que desempeñamos las mujeres trabajadoras en la reproducción de la fuerza de trabajo, sobre todo en el ámbito familiar, se convierte en esencial.
LA OPRESIÓN, SU CARÁCTER MUTABLE Y LA ELECCIÓN DEL SOCIALISMO
La opresión de las mujeres no se funda en nuestra capacidad biológica para reproducir la sociedad, es decir, en nuestra capacidad para tener descendientes. Al contrario, se trata de la dependencia que tiene el capital hacia la reproducción y, por tanto, del carácter social que se le ha atribuido a estas prácticas realizadas por mujeres vinculadas a las capacidades biológicas. En otras palabras, el capital necesita de la reproducción de la clase obrera para poder reproducirse a sí mismo, en las vertientes de la reproducción de la fuerza de trabajo y en la de la reproducción intergeneracional. Esto deja en evidencia la necesidad de las mujeres. El capital, entonces, como consecuencia del sentido social que le asigna a la reproducción, tiene que mantener el control sobre ella. En definitiva, la opresión de las mujeres en la función reproductiva que desempeñamos es central y afecta a todos y cada uno de los ámbitos de nuestras vidas. En consecuencia, nuestro horizonte debe situarse en la acción de liberar las mujeres trabajadoras de todas las relaciones laborales y de las funciones reproductivas que nos hacen permanecer oprimidas.
A este respecto, la incorporación de la mujer trabajadora al mundo laboral – proceso que se ha producido sobre todo a partir de la industrialización – , si bien tenemos claro que supone un claro avance en su proceso de emancipación, no ha supuesto una libertad real. Hoy por hoy la mayoría de las trabajadoras del centro capitalista trabajamos bajo un salario, pero esto no nos ha liberado de la vinculación con las tareas domésticas, sino todo lo contrario; dicho de forma vulgar, hemos pasado a tener que cubrir dos jornadas de trabajo. En consecuencia, a pesar de la independencia económica de algunas mujeres respecto a diversas instituciones, las mujeres más proletarizadas, debido a sus precarias condiciones laborales, siguen bajo una fuerte dependencia económica.
Al contrario de lo que algunos pensaban, cuando algunas prácticas domésticas se han convertido también en trabajo asalariado, la opresión de las mujeres no ha desaparecido. Lejos de anular la opresión de las mujeres, la conversión de estos trabajos en asalariados ha contribuido a perpetuar la división sexual del trabajo. Algunas mujeres (mujeres de clase media) han tenido la oportunidad de liberarse de estos trabajos, pero no las más proletarizadas, en su mayoría mujeres inmigrantes, y además, lo han tenido que ejercer en condiciones lamentables, como las trabajadoras del hogar a las que hemos hecho referencia reiteradamente. Otra opción de este tipo es la prestación que recibe un miembro de la familia dentro de la Ley de Dependencia para garantizar el cuidado de otro miembro de la familia con dependencia (en ningún caso supera los 500 €). Algunos estudios han puesto de manifiesto que en el 89% de estos casos es una mujer quien realiza estas tareas de cuidado y que, en la mayoría de los casos, además, ha llegado a esta situación motivada por necesidades económicas y sociales. Además, es evidente que la situación asalariada del trabajo doméstico y de cuidados ha apartado a la mujer de la vida social y la ha destinado al interior del hogar in eternum.
En la situación actual, por tanto, en base a las necesidades de estas mujeres trabajadoras, deberíamos reivindicar la socialización de los servicios que históricamente se han cubierto en el ámbito doméstico. Debemos reivindicar que estos servicios sean responsabilidad del Estado (como responsable de la gestión de la reproducción social) y que deben ser unos servicios de calidad, universales y gratuitos. La asunción de estos trabajos por parte del Estado permitiría, por un lado, liberar a la mujer de este trabajo, y por otro, poder garantizar gratuitamente y con calidad todos los servicios necesarios al conjunto de la sociedad. Asimismo, se podrían garantizar las condiciones de las personas trabajadoras que trabajan en ello. Por el contrario, como se ha mencionado anteriormente, el sistema capitalista y el Estado burgués, agente de su gestión, son estructuralmente incapaces de desarrollar esta tarea, y en consecuencia, urge poner sobre la mesa la necesidad de un nuevo marco económico y social que nos ofrece el socialismo. Dicho de otra manera, nos es imprescindible dirigir nuestra estrategia hacia un Estado Socialista como forma de Estado que esté subordinado a los intereses de la sociedad. En ese sentido, la apuesta de ITAIA es clara: la única opción real que creará las condiciones para superar la opresión, la situamos en el proyecto político con potencialidad de superar la organización social que vivimos, la construcción del socialismo. Por ello, con la intención de aportar en la forma organizativa que tenga ese objetivo estratégico y para poder dar el desarrollo de las capacidades políticas imprescindibles, es necesario que trabajemos en la mejora de las condiciones de trabajo y de vida de las mujeres trabajadoras.