Argen­ti­na. 24 de mar­zo, entre la memo­ria y la desmemoria

Por Ale­jo Brig­no­le, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 25 de mar­zo de 2021.

Cuan­do Hegel expli­ca en su obra de 1807, Feno­me­no­lo­gía del Espí­ri­tu, el con­cep­to del Geist, el espí­ri­tu de una épo­ca, nos dice que “la his­to­ria uni­ver­sal es el pro­gre­so de la con­cien­cia de la liber­tad”. Hegel le adju­di­ca así a la his­to­ria un carác­ter indu­bi­ta­ble­men­te alec­cio­na­dor, pro­fun­da­men­te didác­ti­co para alcan­zar una mayor libe­ra­ción del indi­vi­duo y la socie­dad. Un con­cep­to seme­jan­te al que sos­tu­vie­ra el latino Mar­co Tulio Cice­rón vein­te siglos antes que Hegel, cuan­do de mane­ra más sim­ple sen­ten­ció que “No saber lo que ha suce­di­do antes de noso­tros es como ser ince­san­te­men­te niños”.

De ambos filó­so­fos se des­pren­de una pre­mi­sa ya con­so­li­da­da, y es que aque­llos que no apren­den de su his­to­ria están con­de­na­dos a repe­tir­la. Y aun­que Cice­rón no lo dice de for­ma expre­sa, táci­ta­men­te nos indi­ca que la huma­ni­dad debe apren­der a ser­vir­se de las expe­rien­cias colec­ti­vas y no dejar­las caer en el pol­vo de la des­me­mo­ria. No igno­rar tus valio­sas lec­cio­nes, sus tra­ge­dias con­su­ma­das y sus legados.

Ya sabe­mos que en el decur­so his­tó­ri­co, lo úni­co que no muta dema­sia­do es la ambi­ción huma­na, sus des­ma­nes, sus gran­de­zas y mise­rias, de ahí que los esce­na­rios ten­de­rán a reite­rar­se en todas las épo­cas. Mirar hacia atrás para extraer estas con­clu­sio­nes es, por tan­to, una cues­tión de super­vi­ven­cia. De inte­li­gen­cia colec­ti­va, si se quiere.

Hegel, Cice­rón, o Marx (que tam­bién nos avi­sa en las pri­me­ras líneas de su 18 Bru­ma­rio de Luis Bona­par­te sobre la reite­ra­ción de la his­to­ria como tra­ge­dia y lue­go como far­sa) resul­tan aho­ra ple­na­men­te vigen­tes en esta socie­dad actual que pare­ce flir­tear de mane­ra pue­ril e inge­nua con los fas­cis­mos, el odio racial y la into­le­ran­cia gru­pal. Un fas­cis­mo que los agen­tes cul­tu­ra­les del neo­li­be­ra­lis­mo –que sí saben releer la historia­ en cla­ve estra­té­gi­ca– inten­tan reedi­tar, extra­yen­do y extra­po­lan­do varia­bles del perío­do de entre­gue­rras del siglo XX, muy úti­les a sus intere­ses de clase.

Los recien­te even­tos del 27 de febre­ro pasa­do en Bue­nos Aires, en don­de una agru­pa­ción polí­ti­ca del riñón macris­ta depo­si­tó bol­sas mor­tuo­rias en las ace­ras de la Pla­za de Mayo y en las rejas de la Casa Rosa­da, cons­ti­tu­ye un peli­gro­so sín­to­ma de amne­sia his­tó­ri­ca. Esa simu­la­ción de masa­cre que tuvo lugar, o esce­ni­fi­ca­ción de geno­ci­dio o sim­ple acto inti­mi­da­to­rio colec­ti­vo –cada cual que nomi­ne al even­to como mejor crea– fue como un acto de niños que poco o nada saben de aque­llo que les pre­ce­dió. El agra­van­te es que esta vez los que expre­sa­ron su odio sí cono­cían nues­tra his­to­ria y aun así invo­ca­ron a las mis­mas fuer­zas oscu­ras que impreg­na­ron nues­tro pasa­do recien­te: la muer­te, la des­apa­ri­ción, el ase­si­na­to pro­gra­má­ti­co. Solo les fal­tó enco­men­dar la tor­tu­ra para los obje­tos de su odio.

¿Es este el nue­vo geist hege­liano del siglo XXI?

Vien­do estos actos de enor­me irres­pon­sa­bi­li­dad repu­bli­ca­na –ellos, que sobre­di­men­sio­nan el repu­bli­ca­nis­mo has­ta vaciar­lo de con­te­ni­do– no está de más recor­dar algu­nos tes­ti­mo­nios del horror que toda nues­tra región, y no solo Argen­ti­na, pade­cie­ron en sus pue­blos. Crí­me­nes apo­ya­dos y come­ti­dos por los mis­mos idó­la­tras de la muer­te que colo­ca­ron las bol­sas negras en Pla­za de Mayo. No por coin­ci­den­cia, son tam­bién idó­la­tras de los mer­ca­dos, de los muros, de la plus­va­lía por cual­quier méto­do, de las gue­rras infi­ni­tas y de los racis­mos en todas sus mani­fes­ta­cio­nes. Para los que col­ga­ron bol­sas mor­tuo­rias en la pla­za de todes, que se toma­ron sel­fies son­rien­tes jun­to a esas abyec­tas metá­fo­ras del horror, debe­ría­mos recor­dar­le lo que nos cuen­ta uno de los dete­ni­dos duran­te la últi­ma dic­ta­du­ra argen­ti­na, Nor­ber­to Lewsky [1] en sus tes­ti­mo­nio a la Comi­sión Nacio­nal sobre la Des­apa­ri­ción de Per­so­nas (CONADEP) en 1985:

[…] Duran­te días fui some­ti­do a la pica­na eléc­tri­ca apli­ca­da en encías, teti­llas, geni­tal, abdo­men y oídos. Con­se­guí sin pro­po­nér­me­lo, hacer­los eno­jar, por­que, no sé por qué cau­sa, con la pica­na, aun­que me hacían gri­tar, sal­tar y estre­me­cer­me, no con­si­guie­ron que me des­ma­ya­ra. Comen­za­ron enton­ces un apa­lea­mien­to sis­te­má­ti­co y rít­mi­co con vari­llas de made­ra en la espal­da, los glú­teos, las pan­to­rri­llas y las plan­tas de los pies. Al prin­ci­pio el dolor era inten­so. Des­pués se hacía inso­por­ta­ble. Por fin se per­día la sen­sa­ción cor­po­ral y se insen­si­bi­li­za­ba total­men­te la zona apa­lea­da. El dolor, incon­te­ni­ble, reapa­re­cía al rato de cesar con el castigo. (…)

“En algún momen­to estan­do boca aba­jo en la mesa de tor­tu­ra, sos­te­nién­do­me la cabe­za fija­men­te, me saca­ron la ven­da de los ojos y me mos­tra­ron un tra­po man­cha­do de san­gre. Me pre­gun­ta­ron si lo reco­no­cía y, sin espe­rar mucho la res­pues­ta, que no tenía por­que era irre­co­no­ci­ble (ade­más de tener muy afec­ta­da la vis­ta) me dije­ron que era una bom­ba­cha [ropa inte­rior] de mi mujer. Y nada más. Como para que sufrie­ra… Me vol­vie­ron a ven­dar y siguie­ron apaleándome.

“(…) Un día me tira­ron boca aba­jo sobre la mesa y con toda pacien­cia comen­za­ron a des­pe­lle­jar­me las plan­tas de los pies. Supon­go, no lo vi por­que esta­ba “tabi­ca­do”, que lo hacían con una hoji­ta de afei­tar o un bis­tu­rí. A veces sen­tía que ras­ga­ban como si tira­ran de la piel (des­de el bor­de de la lla­ga) con una pin­za. Esa vez me des­ma­yé. Y de ahí en más fue muy extra­ño por­que el des­ma­yo se con­vir­tió en algo que me ocu­rría con pas­mo­sa faci­li­dad. Inclu­so la vez que, mos­trán­do­me otros tra­pos ensan­gren­ta­dos, me dije­ron que eran las bom­ba­chi­tas de mis hijas. Y me pre­gun­ta­ron si que­ría que las tor­tu­ra­ran con­mi­go o separado.

“[…] En medio de todo este terror, no sé bien cuán­do, un día me lle­va­ron al qui­ró­fano [eufe­mis­mo uti­li­za­do para deno­mi­nar el lugar don­de se apli­ca­ba tor­tu­ra] y, nue­va­men­te, como siem­pre, des­pués de atar­me, empe­za­ron a retor­cer­me los tes­tícu­los. No sé si era manual­men­te o por medio de algún apa­ra­to. Nun­ca sen­tí un dolor seme­jan­te. Era como si me des­ga­rra­ran todo des­de la gar­gan­ta y el cere­bro hacia aba­jo. Como si gar­gan­ta, cere­bro, estó­ma­go y tes­tícu­los estu­vie­ran uni­dos por un hilo de nylon y tira­ran de él al mis­mo tiem­po que aplas­ta­ban todo. El deseo era que con­si­guie­ran arran­cár­me­lo todo y que­dar defi­ni­ti­va­men­te vacío. Y me desmayaba.”

Este tes­ti­mo­nio argen­tino jun­to a otros muy simi­la­res reco­gi­dos en el libro Nun­ca Más poseen idén­ti­ca etio­lo­gía con los regis­tra­dos por la Comi­sión por el Escla­re­ci­mien­to His­tó­ri­co del geno­ci­dio en Gua­te­ma­la. En ese infor­me, un sol­da­do del ejér­ci­to gua­te­mal­te­co que ate­rro­ri­za­ba a las comu­ni­da­des de cam­pe­si­nos mayas bajo la super­vi­sión de ase­so­res esta­dou­ni­den­ses, declaró:

“Yo les arran­qué las uñas de los pies y des­pués los ahor­qué; en Chia­cach y Chio­yal las tor­tu­ras que hacía­mos era que les rajá­ba­mos con las bayo­ne­tas de los sol­da­dos, las plan­tas de los pies a los hom­bres… las uñas se las arran­ca­ba con ali­ca­te… les pica­ba el pecho a los hom­bres con bayo­ne­ta, la gen­te me llo­ra­ba y me supli­ca­ba que ya no les hicie­ra daño… pero lle­ga­ba el tenien­te y el comi­sio­na­do… y me obli­ga­ban cuan­do veían que yo me com­pa­de­cía de la gente…”

“Duran­te el enfren­ta­mien­to arma­do interno uno de los sec­to­res que fue pro­fun­da­men­te afec­ta­do por la vio­len­cia fue la niñez. En su afán de des­atar el terror en la pobla­ción, el Esta­do gene­ra­li­zó la vio­len­cia en las áreas de con­flic­to, oca­sio­nan­do la muer­te de la pobla­ción de modo indis­cri­mi­na­do. (…) La muer­te de nona­tos como con­se­cuen­cia de la tor­tu­ra o muer­te de muje­res emba­ra­za­das, en cir­cuns­tan­cias ate­rra­do­ras, así como la eje­cu­ción arbi­tra­ria de los niños más peque­ños, estre­llán­do­los con­tra el sue­lo, pie­dras o árbo­les, refle­ja el gra­do de cruel­dad que se ejer­ció con­tra uno de los gru­pos más vul­ne­ra­bles de la sociedad.”

“El efec­to direc­to de las matan­zas de nona­tos con­sis­tió en impe­dir naci­mien­tos den­tro del gru­po indí­ge­na. El ensa­ña­mien­to con que se rea­li­za­ron pro­du­jo tam­bién un efec­to sim­bó­li­co. Para el pue­blo maya, las matan­zas de nona­tos tenían el men­sa­je cul­tu­ral de matar la semi­lla, la raíz, afec­tan­do las posi­bi­li­da­des de la con­ti­nui­dad bio­ló­gi­ca de los colec­ti­vos indí­ge­nas.” [2] 

Otros tes­ti­mo­nios afir­ma­ron que:

“Se podía ver cómo las gol­pea­ban en el vien­tre con las armas, o las acos­ta­ban y los sol­da­dos les brin­ca­ban enci­ma una y otra vez, has­ta que el niño salía malo­gra­do (…), y en las igle­sias había resi­duos como de pla­cen­ta y cor­dón de ombli­go, cosas de par­to.” [3] 

Este 24 de mar­zo resul­ta impos­ter­ga­ble recor­dar una vez más, que los crí­me­nes de lesa huma­ni­dad vivi­dos entre 1976 y 1983 no fue­ron sim­ple­men­te el fru­to de unas pocas men­tes alu­ci­na­das y mesiá­ni­cas, sino una pla­ni­fi­ca­ción estra­té­gi­ca del nor­te rico hacia el sur glo­bal, para pro­fun­di­zar su subor­di­na­ción jurí­di­ca, fun­cio­nal a su sub­de­sa­rro­llo endé­mi­co y nece­sa­rio para que los paí­ses sumer­gen­tes pro­si­gan y aumen­ten su vora­ci­dad neo­co­lo­nial. Olvi­dar estas fun­da­men­ta­les lec­cio­nes del pasa­do –cla­ras, elo­cuen­tes y estre­me­ce­do­ras, pero infi­ni­ta­men­te úti­les para com­pren­der nues­tro lugar en el mun­do– no pue­de ser con­si­de­ra­do más que un acto de necia bru­ta­li­dad y de com­pli­ci­dad cri­mi­nal. Siem­pre y bajo cual­quier for­ma que se pre­sen­te. Inclu­so en una sim­ple fra­se dis­cri­mi­na­to­ria, en una bol­sa negra o en una noti­cia fal­sa de los gran­des medios.

En este nue­vo ani­ver­sa­rio de la últi­ma dic­ta­du­ra geno­ci­da que masa­cró al pue­blo argen­tino, a sus obre­ros, maes­tros, sin­di­ca­lis­tas, estu­dian­tes, perio­dis­tas com­pro­me­ti­dos y mili­tan­tes polí­ti­cos, debe­mos seguir en pie de lucha con­tra los pro­mue­ven el odio y vio­len­cia ase­si­na en nom­bre de la Repú­bli­ca. En nom­bre de la liber­tad de expre­sión, se alzan apo­lo­ge­tas anti­po­pu­la­res y esen­cial­men­te necró­fi­los, a suel­do de los cóm­pli­ces cla­ros y des­pia­da­dos que se lla­man Cla­rínInfo­baeLa NaciónTNRed O Glo­boTele­vi­sa y tan­tos otros. El enemi­go anti­de­mo­crá­ti­co a derro­tar hoy pre­sen­ta ros­tros demo­crá­ti­cos. O como dije­ra Her­bert Mar­cu­se, el filó­so­fo más emble­má­ti­co del mayo fran­cés: “La domi­na­ción tie­ne su pro­pia esté­ti­ca. Y la domi­na­ción demo­crá­ti­ca tie­ne una esté­ti­ca democrática”.

A 45 años del gol­pe geno­ci­da y con una socie­dad ya madu­ra para com­pren­der los meca­nis­mos tras­na­cio­na­les que lo posi­bi­li­ta­ron, deci­mos… ¡Nun­ca más! Pro­cla­ma­mos a las gene­ra­cio­nes pre­sen­tes y veni­de­ras que reco­no­ce­mos nues­tra his­to­ria y a ella sere­mos con­se­cuen­tes. Siem­pre y a cual­quier pre­cio. ¡Nun­ca más!

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[1] Lega­jo N° 7397 de La Comi­sión Nacio­nal Sobre la Des­apa­ri­ción de Per­so­nas (CONADEP).

[2] Caso ilus­tra­ti­vo CI 91 de la CEH, Qui­ché, 1979 – 1983.

[3] Caso ilus­tra­ti­vo CI 31, La Liber­tad, Petén, diciem­bre, 1982.

Fuen­te: RedHArgentina

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