Por Ainara Lertxundi. Resumen Latinoamericano, 31 de marzo de 2021.
Entre 1979 y 1983, Cuba acogió a hijos de militantes de la organización argentina Montoneros que en plena dictadura decidieron regresar al país para intentar acelerar la caída del régimen. Estos niños quedaron al cargo de otros montoneros en lo que se llamó La Guardería y en la que vivió Virginia Croatto.
«Mis adorados chiquitos. A pesar de que son chiquitos, les quiero contar las cosas. Hace cinco años, mamita y papito se incorporaron a la lucha de todo un pueblo. Una lucha que es muy difícil pero que va a tener un hermoso final; una patria más linda, más justa, donde ustedes, mis chiquitines, van a poder realizarse como hombres y mujeres. Mamá y papá pensamos que lo mejor que podríamos dejarles a ustedes era esto; no una casa y una buena posición económica (…) y si no llegamos a estar, queremos que nos recuerden con amor y respeto».
Con esta carta de una madre a sus hijos arranca el documental «La Guardería» de la cineasta argentina Virginia Croatto.
Para entender qué fue La Guardería hay que retrotraerse a la Argentina de 1978, golpeada por la dictadura, las desapariciones, las torturas y el robo de bebés –el pasado día 24 se cumplieron 45 años del golpe de Estado – . En ese contexto, militantes exiliados de la organización Montoneros tomaron la decisión de regresar al país para realizar acciones propagandísticas, de agitación y también armadas con el objetivo de acelerar la caída del régimen militar. Hijos e hijas de aquellos militantes que volvieron a Argentina quedaron a cargo de otros militantes en La Habana en una casa que se llamó La Guardería y que funcionó entre 1979 y 1983.
Virginia Croatto, nacida en abril de 1976 en Argentina, y su hermano fueron parte de ese grupo de niños que vivió su primera infancia en la isla. El padre de Croatto, Armando Croatto, participó en la Contraofensiva. En setiembre de 1979 fue tiroteado por militares en una cita trampa. Fue entonces cuando la madre de Croatto se hizo cargo de La Guardería, labor que desempeñó entre 1980 y 1983.
En este documental recoge cartas, casetes, dibujos… que madres y padres hacían llegar a sus hijos a Cuba y testimonios de quienes vivieron aquella experiencia colectiva. «No era que nuestros padres y madres, militantes de los 70, no nos amaran, sino que justamente por ese amor que tenían a los hijos querían cambiar el mundo», afirma Croatto en entrevista a NAIZ.
–¿Cómo explicar a los jóvenes de ahora el significado de La Guardería, el hecho de que los hijos también formaran parte del proyecto revolucionario de sus padres y la motivación por la que decidieron regresar a Argentina dejando a sus hijos?
-Ese era el desafío. Además de que los jóvenes de ahora viven en otra época, ha cambiado sobremanera la concepción de los niños y el lugar de los hijos en las parejas o en las personas que cuidan de ellos. Las prioridades han cambiado; es difícil explicar a las generaciones de hoy día que no era que nuestros padres y madres, militantes de los 70, no nos amaran, sino que justamente por ese amor que tenían a los hijos, querían cambiar el mundo; eso para ellos era un acto de amor a la crianza. Ahora se puede ver aquello como una idea loca, sobre todo porque fracasó. A mi madre le daba mucho miedo que hiciera la película porque se preguntaba cómo se iba a entender la decisión tan drástica que tomaron.
–¿Cómo ve a su infancia desde su mirada de adulta?
-Me veo como una niña relativamente feliz, aunque también me oculto a mí misma todos estos costados tan dolorosos y es cierto que una pinta un poco su infancia. A mi papá lo mataron cuando yo tenía tres años, pero no me acuerdo de eso, me acuerdo más de La Guardería, donde hubo momentos felices. Tengo alguna imagen vaga de mi papá de cuando vivimos en tiempito en España después de salir de Argentina, pero mis primeros recuerdos son de La Guardería. Guardo un recuerdo muy amoroso de Cuba. La verdad es que no tengo muchos reproches hacia mis padres; por supuesto, como cualquier hijo tengo cuestionamientos, pero te diría que no tengo casi ningún reproche hacia ellos y las decisiones que tomaron. Me quedé del lado de mis padres, entendí lo que hicieron. Creo que ellos hicieron lo que tenían que hacer como adultos. A ellos les parecía que ese era el camino.
–Aun siendo niños, no se les ocultaba la realidad.
-Sí, fue una generación que tomó la decisión de contar la verdad a sus hijos, de no mentirles, de considerarlos sujetos de derechos. Por supuesto que tenemos un montón de historias de hijos de desaparecidos en las que los abuelos les mintieron, pero, en términos generales, fue una generación que tomó la decisión de hablar de frente a los niños.
–Sus juegos infantiles eran reflejo de la realidad que se estaba viviendo en Argentina.
-Por su naturaleza, todos los niños son super fantasiosos y tienen a alguien super poderoso en su imaginario. Siempre teníamos a alguien que iba hacer aparecer a la gente, ¡qué loco!, lo pienso ahora. Teníamos un montón de juegos en esa línea, de buenos y malos; supongo que nos servían para tramitar lo que estaba pasando y hablar de ello a través del juego. Nuestros padres, por supuesto, encarnaban a los buenos, eso estaba fuera de toda discusión (sonríe).
–El documental recopila cartas, casetes y dibujos de la época…
-Para muchos La Guardería es un recuerdo amoroso y triste al mismo tiempo. Muchos perdieron a su mamá o papá mientras estaban en Cuba, o se sentían en un mundo más cuidado y cuando volvieron a Argentina, en los 80, se encontraron con un mundo más hostil. Esto que estamos contando ahora, los más adultos y quienes éramos niños en esa época, no deja de ser contar esa experiencia con el paso del tiempo; en cambio, todas esas cartas, dibujos y casetes son la fuente de ese momento: los 70 hablando ahora.
–En 1983 vuelve con su madre y su hermano a Argentina. De vivir en lo colectivo, en un país donde había triunfado la Revolución y donde no había que ocultar la militancia de sus padres, a una Argentina que estaba saliendo de la dictadura. ¿Cómo vivió ese cambio?
-Fue duro al principio, me sentía como sapo de otro pozo. Tenía unos papeles medio falsos, mi mamá había dicho que habíamos estado viviendo en México para poder entrar en el país y no sufriéramos tanta estigmatización. Fui a un colegio privado, con otra clase social. Todo el mundo era muy distinto a lo que había conocido en Cuba. Fue como un choque de civilizaciones. Hasta me acuerdo de haber robado a mis compañeros una goma en forma de sandía… Nosotros éramos más pobres, de otra cultura. Le pedí a mi mamá que me cambiara de escuela. Todo esto me dejó un poso de melancolía, de nostalgia de esa vida colectiva no solo en La Guardería sino en Cuba. La Revolución no llevaba mucho tiempo, la isla vivía un momento bello y había la sensación de que todo podía ser más bonito. Durante años sentí esa melancolía y siempre estaba buscando locolectivo, la grupalidad.
–En abril de 1979, sus padres regresan del exilio a Argentina con usted y su hermano dentro de la Contraofensiva. ¿Cómo describiría esa operación?
-Ante la sensación de que la dictadura seguía adelante, había una necesidad política de demostrar que la organización Montoneros no estaba destruida y de volver a hacer acciones para que la dictadura terminara y para demostrar que seguía habiendo vida guerrillera. También hubo una necesidad más personal por parte de algunos militantes. Algunos no soportaban seguir vivos sin hacer nada. Muchos de los que regresaron habían perdido a la esposa, al esposo, al hermano… Mi papá no tenía familiares detenidos-desaparecidos en Argentina, pero sí compañeros. Se juntaron la necesidad de carácter político de seguir luchando contra la dictadura y de seguir existiendo como organización, y una más personal.
Es una operación que está muy estigmatizada, en parte porque hubo algunas operaciones militares –trataron de matar a tres personas del poder económico – . Hasta ese momento, en el mundo había una especie de posición favorable a la lucha armada, se entendía. Pero en los 80 se empieza a demonizar y a estar en contra de las organizaciones guerrilleras. La Contraofensiva quedó en medio de ese cambio de paradigma mundial. Aunque no solo fue una operación militar, sino también propagandística, de intervenir la televisión, de apoyar las huelgas, ha sido considerada fuera de su tiempo.
–¿Sigue costando hablar de ello?
-Sí, un montón. Ahora que se está celebrando un juicio contra algunos militares del servicio de Inteligencia que estuvieron al cargo de la represión contra la Contraofensiva se está hablando un poco más. Creo que entre la militancia, el mundo de izquierda, se habla mucho más que antes, pero a nivel de sociedad no se habla. En Argentina, para poder reivindicar a los desaparecidos hubo la necesidad de ocultar su filiación política y que habían sido militantes político-armados. Eso fue cambiando con el tiempo y se fue admitiendo que eran montoneros, del ERP, del PCML… pero, en general, la lucha armada se ve como algo de otra época, de “Star Wars”.
–Sostiene que los desaparecidos en el marco de la Contraofensiva están menos presentes.
-Así es. Una idea extendida acá es que la conducción los mandó a matar. Hay lecturas que dicen que no estuvo bien. Pero una cosa es considerarla un error político y otra pensar que hubo una decisión de la dirección de esa organización de enviar a sus militantes de regreso a Argentina para ser asesinados. Es como una demonización de la lucha armada y decir que los jefes eran malos y que los que regresaban eran tontos y estaban hipnotizados por la dirección.
–Su madre, también militante, ¿cómo lo ha sobrellevado?
-Cuando mataron a mi padre en 1979, mi mamá estaba con nosotros en Argentina. Ella dijo que quería seguir colaborando con el proyecto, pero que no quería seguir en el país con sus dos hijos pequeños cuando a mi padre lo acababan de matar. Es entonces cuando le ofrecen hacerse cargo de La Guardería en La Habana. Mi mamá siempre dice que ‘no eran perejiles’, es decir, no eran unos tontos a los que llevaban como marionetas. Discutió con mi papa sobre si estaba bien o no, tenían dudas, pero finalmente tomaron la decisión de regresar a Argentina.
–¿Cómo ve a aquella militancia?
-No soy una idealista que piensa que nosotros somos una generación de mierda en comparación con la de ellos. No creo que no tuvieran miserias humanas, conflictos de ego y de intereses como los que podemos tener en esta época. Tampoco creo que era tan puro el proyecto colectivo, pero había una búsqueda de lo colectivo, de poder entregar algo de uno para poder construir con otros. Era un momento de construcción de un mundo distinto. Eso se contrapuso con el terror más absoluto. Pienso cómo sería vivir en esos años con semejante nivel de miedo y de susto, y no lo puedo creer.
Fuente: Naiz