Por Ezequiel Luque, Resumen Latinoamericano, 14 de marzo de 2021.
Ramona es un caso más, pero Ramona también es símbolo. Es un caso más, porque la apropiación de tierras campesino-indígenas para la agricultura, la ganadería y los emprendimientos inmobiliarios en toda la provincia de Córdoba es una operación sistemática que involucra desde hace décadas a empresarios, gobiernos, funcionarios judiciales, policías y abogados corruptos. Pero también es símbolo de vida campesina, porque su lucha creció a la par del Movimiento Campesino de Córdoba (MCC) y porque, con sus casi 95 años, lleva más de 20 en resistencia, luchando contra quienes no le reconocen que la tierra donde nació y que trabajó toda su vida es suya, y no pueden quitársela.
Ramona Bustamante es, para ser precisos, Ramona Marcelina Orellano de Bustamante. Su papá, Don Orellano, era el propietario de 236 hectáreas en el paraje Las Maravillas, a unos 20 kilómetros alejándose de la localidad de Sebastián Elcano, hacia el monte ‑puro monte, salvo por la soja y el maíz que cada vez extienden más su frontera-. La mamá de Ramona murió cuando ella tenía apenas unos años y, tiempo después, Don Orellano se volvió a juntar con una joven, con la que tuvo tres hijos más.
Aparentemente, esa parte de la familia habría vendido o puesto como garantía todo el terreno de los Orellano, excediéndose en lo que legamente le correspondía como herencia y con Ramona y sus hijes adentro. Poco le importó al padre de los empresarios Edgardo y Juan Carlos Scaramuzza, que compró el campo a un precio irrisorio y que enseguida comenzó con el hostigamiento judicial que luego siguieron sus hijos.
Y es necesario aclarar que Ramona es Orellano, porque cuando empezaron a intentar arrancarle su territorio, la Justicia la anotó a propósito con su apellido de casada, Bustamante, para, desde un principio, poner en duda su legítimo derecho a reclamar la herencia de su padre. De estas maniobras y “avivadas” de la mafia desalojadora, Ramona y su hijo Orlando me cuentan miles, como cuando fueron a realizar la denuncia por desmonte y el policía que atendió a Orlando le dijo que tenía que ir a otra dependencia y aprovechó para alejarlo de su casa para que se realice el desalojo en ese momento, cuando él no estaba. O cuando a Orlando lo sacaron de la casa donde estaba Ramona, para que entren los hermanos Scaramuzza y le hicieran firmar un documento que no le leyeron, haciendo fraude con un convenio de desocupación ilegal e ilegítimo.
Primero, llegaron las topadoras y desmontaron 200 hectáreas de monte nativo. Días más tarde, el 30 de diciembre de 2003 por la noche, llegó el desalojo. Les mataron animales y, con una topadora, les tiraron la casa, para luego arrojar los escombros en el pozo de agua para inutilizarlo. Todo esto ante la atónita mirada de Ramona y su hijo. Orlando se aferraba a una escopeta con la que quería descargar su bronca, pero lo frenaron. “Lo vas a perder todo”, le dijeron. “Fue una cosa muy dolorosa, de llorar y gritar, y no poder hacer nada”, recuerda. Después de eso, pasaron casi ocho meses durmiendo bajo un nylon, a la vera del camino. Ramona tenía por entonces más de 70 años.
Con el acompañamiento del Movimiento Campesino, decidieron volver a instalarse en su tierra. De a poco, levantaron de nuevo un techo para ambos, los corrales, un nuevo pozo de agua y una pequeña represa para los animales. Elles crían aves de corral, ganado ovino y caprino, y producen quesos ‑Ramona dice que el queso de cabra es el secreto para la longevitud-. Además, recolectan algarroba y tunas, y cosechan verduras para su consumo.
El respaldo comunal
“Durante 40 años, Ramona intentó que el sistema judicial le diera legalidad a sus derechos consagrados. El injusto sistema le otorgó dos desalojos violentos, la destrucción de sus bienes y el calvario permanente de desandar una y otra vez los pasillos deshumanizados de los tribunales del poder. Sin embargo, Ramona nunca abandonó la tierra, por la firme convicción de que algún día se hará justicia”, expresan desde el Movimiento Nacional Campesino Indígena (CLOC Vía Campesina MNCI).
Sin organización, las décadas de conflicto judicial, de denuncias y apelaciones, de pasilleo en tribunales de aquí y allá, y de visibilización del conflicto, hubieran sido mucho más cuesta arriba de lo que fueron, y Ramona y Orlando posiblemente hubieran perdido sus tierras, como tantes campesines y comunidades que ya han sufrido en manos de la avara especulación. “Yo no tengo plata para enfrentar a un empresario y el movimiento consigue abogados, movilidad, te dan una mano, te acompañan (…) Y el movimiento creció a la par nuestra, porque también crecía la cantidad de gente que perdía sus tierras”, señala Orlando.
Pero aún no tienen paz. A principios de marzo, el Poder Judicial volvió a mover sus tentáculos y fallar en contra de Ramona y Orlando y su reclamo por las 150 hectáreas que les corresponden. La Jueza de Primera Instancia Civil y Comercial, Emma del Valle Mercado, resolvió hacer lugar a la acción de desalojo solicitado por los hermanos Scaramuzza, “haciendo oídos sordos a las cientos de pruebas a favor de su posesión ancestral y profundizando con esto un modelo de producción agropecuaria sin familias y sin diversidad en el campo”, afirman desde el MCC.
“Nos desalojaron cuando no estábamos organizados, pero ahora estamos en movimiento. Ahora, ya saben todos y hacemos muchas cosas para que nos escuchen. Acá, desalojo no va a haber”, señala Orlando, quien confía en que se pueda llegar a un acuerdo político para solucionar el conflicto. En este sentido, uno de los pedidos a la Provincia es que expropie el territorio disputado para dar cierre definitivo al hostigamiento judicial contra la familia Bustamante.
También se pide la sanción de una norma de prohibición de desalojos en Córdoba y la reglamentación de la demorada Ley de Agricultura Familiar de la Nación, que el propio presidente Alberto Fernández se comprometió a reglamentar en septiembre del año pasado y aún no avanzó en tal sentido.
Ramona, madre de todes
El próximo 6 de abril, Ramona cumplirá 95 años. Ante la pronta muerte de su progenitora, ofició de madre de sus hermanes ‑fue la más grande de seis-. Tuvo tres hijes suyos, más otros seis que también crió, más otra decena de vecinos y vecinas que la consideran como su “segunda madre”.
“En mi casa, siempre había un plato de más para quien lo necesitara”, me cuenta Ramona. Lo confirman vecinas históricas de los Orellano, con las que coincidimos en la visita. Mucha gente se allega hasta el paraje Las Maravillas para visitarla y devolverle el cariño que durante tantos años sembró. “Siempre me acuerdo que ella ponía el agua para el mate y agregaba huevos en la pava para compartirnos a nosotros si andábamos dando vueltas. Todos alguna vez comieron un plato de Ramona”, relata una de ellas.
Le recomendaron a Ramona que se cuide del contacto físico para evitar posibles contagios de COVID, pero ella reniega y quiere abrazar y estar cerca de todas las personas que la visitan. “Todo el mundo viene a verme. He querido a mucha gente cuando he sido joven, he criado chiquitos ajenos, me encantan los niños”, expresa sentada en una silla en el patio, con el andador al alcance de la mano, pero minuciosamente ubicado para que no salga en las fotografías que le saco. Se nota que es una mujer coqueta. En medio de la visita, decidió cambiarse la ropa y ponerse un vestido violeta impecable que tenía y que después me contaría que se lo había hecho su sobrina, a quien en numerosas ocasiones en el pasado le había cocido y tejido ropa. Otra vez la sensación de que la bondad de Ramona era cíclica y que volvía en forma de cariño de quien la conoció.
Ramona, además, desborda espiritualidad. Tiene una estatuilla de la Virgen de la Merced al costado de su cama, a la cual le reza para pedir y agradecer, desde el rendido de materias de nietes y sobrines hasta el curado de enfermedades de familiares y amigues. También le pide a la virgen que no la saquen de su tierra natal. Como muestra de gratitud, cada 24 de septiembre, día de su virgen, le cose una capa nueva para la estatuilla.
— ¿Cómo está con la noticia del pedido de desalojo? — Le pregunto mientras compartimos unos mates, cada quien con el suyo. — Estoy esperando a ver qué pasa, hijo. Si me sacan, ¿a dónde voy a ir?
La herencia de lucha de Orlando
Orlando Bustamante tiene 65 años, es el más chico de los hijos de Ramona y el único que se quedó a cuidarla y a trabajar la tierra a la par. Sabe reconocer el ruido de un auto a kilómetros y enseguida se pone en alerta por si acaso se tratara de la Policía o de un nuevo desalojo.
La cansadora tarea de soportar el hostigamiento constante ha hecho mella en su salud también, la cual no puede atender debidamente por el cuidado de Ramona y el campo. El año pasado, tuvo un problema grave y estuvo internado 12 días en Jesús María, y, en su ausencia, se perdió ganado y cosecha. “La cosa va conmigo ahora y le voy a dar mientras el corazón aguante. Tengo que viajar, tengo que enfrentarme a juicios y no tengo mucho apoyo, ni para que se queden con la mami”, cuenta.
Orlando necesita, de una vez por todas, terminar con este conflicto para poder vivir en paz.
“Me gustaría empezar de foja cero este caso, que los Scaramuzza muestren el boleto de compra-venta y digan qué y a quién le compraron. Qué le correspondía a la segunda esposa de Don Orellano, qué parte vendió y qué le correspondía a sus hijos y nietos (…) Quiero que se sepa la verdad del juicio anterior, el fraude que hubo y que dicen que no existe. Si mi mamá vendió o la obligaron a firmar algo que no sabía”, expresa.
Y concluye: “Yo estoy desde que he nacido en esta tierra y quiero morir en esta tierra. ¿A qué voy a ir al pueblo? La única forma de vida que conozco es tener animales, cabras, ovejas, vacas, gallinas… y si me voy al pueblo, me moriría de tristeza porque no tendría forma de vida. ¿Irme a hacer qué? ¿A mendigar? Yo quiero terminar mi vida aquí“.
Fuente: La Tinta