Por Vinicius Almeida. Resumen Latinoamericano, 3 de marzo de 2021.
¿El PT sigue siendo un partido obrero independiente de las clases dominantes?
El golpe de Estado de 2016 contra la presidenta Dilma Rousseff suscitó, tanto en la izquierda brasileña y mundial como en los círculos militantes académicos, un debate sobre el carácter del Partido de los Trabajadores y su localización política. Luego de muchos años de actuar siguiendo la lógica de la conciliación de clases –es decir, la capitulación de la mayoría del movimiento obrero al modelo económico y de gestión del Estado neoliberal, con pequeños matices en comparación con los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso (FHC) – , para muchos sectores de la izquierda radical se volvió inimaginable tratar al antiguo partido obrero y a su gobierno como algo muy distinto de un gobierno burgués.
Aun así, hubo un golpe desplegado por amplios sectores de la burguesía brasileña, cuyas consecuencias para la clase trabajadora del país fueron impactantes. Esto provocó distintas respuestas de militantes, grupos y organizaciones de izquierda, que en algunos casos dejaron de tratar al partido como un aliado del capital para suavizar su caracterización y concebirlo como un partido reformista, todavía obrero y hasta independiente. En este texto les respondo a esos militantes y grupos, en especial a mi compañero de partido, Valério Arcary y a su texto «Historia, naturaleza y decadencia del PT».
¿Por qué sufrió un golpe el PT?
No cuestionamos la caracterización del impeachment sufrido por Dilma Roussef que lo define como un golpe de Estado, ni el hecho de que este acontecimiento histórico implicó una inmensa derrota para la izquierda brasileña, los sectores populares y los movimientos sociales. Sin embargo, afirmar que a partir de este golpe queda demostrado que el PT es un partido obrero independiente significa ignorar algunos elementos que contribuyen a una caracterización precisa del partido, como también incurrir en una reducción del concepto de golpe de Estado a un espectro muy estrecho.
A partir de una referencia al concepto de golpe de Estado de Edward Luttwak, el especialista en ciencias políticas Álvaro Bianchi afirma que el sujeto del golpe de Estado moderno es una fracción de la burocracia estatal, lo cual permite que el golpe de moderno se realice «al interior del mismo Estado». Si se considera, no solo el impeachment, sino también el encarcelamiento y la posterior prohibición de la candidatura presidencial de Lula da Silva, que lideraba las encuestas para el cargo de presidente de la república en 2018, es posible identificar como sujetos del golpe iniciado en 2016 a distintos sectores del Estado: el Poder Judicial, a través del MP-PR y del STF; el Poder Legislativo que, liderado por Eduardo Cunha, elevó la votación del impeachment; y el Ejecutivo, por medio de la ruptura entre el MDB de Michel Temer y el gobierno de Dilma, que llevó al vice a asumir la Presidencia de la República.
Hasta hace pocos días atrás podíamos afirmar que, con excepción de las fuerzas militares, todos los personajes del golpe civil-militar de 1964 también estuvieron involucrados en el golpe de 2016. Como afirma Bianchi con respecto al golpe de 1964, la movilización de los militares fue respaldada por el Senado, que declaró «vacante a la Presidencia de la República» y por el Supremo Tribunal Federal, que realizó una sesión durante la madrugada del 3 de abril para investir a Ranieri Mazzilli con el cargo de presidente. También está ampliamente documentado y es sabido el papel que jugó la clase empresarial a la hora de respaldar el golpe en 1964. En febrero de 2021 vio la luz el libro de memorias del General Eduardo Villa Bôas, comandante del Ejército brasileño desde 2015 hasta 2019. Allí confesó que el mensaje que envío a través de Twitter en vísperas del juicio del STF, decisivo para el encarcelamiento de Lula, fue una acción coordinada con el Alto Mando de las Fuerzas Armadas. El mensaje fue interpretado como una amenaza a la Corte con el objetivo de presionarla para que mantenga a Lula preso y no elegible.
Salvando las debidas proporciones, es posible tratar al golpe actual en un sentido similar al del que se desarrolló 1964. Sin embargo, el golpe de 1964 no se hizo contra un partido obrero independiente. El PTB, al que pertenecía João Goulart, presidente depuesto en aquella ocasión, era un partido laborista de naturaleza burguesa, aun si realizó concesiones a la clase trabajadora, que estaba muy influenciada en ese entonces por la perspectiva nacional desarrollista cuyo principal exponente en Brasil fue el economista Celso Furtado.
El debate sobre las razones que motivaron a amplios sectores del capital y a sus representantes en los tres poderes a deponer a Dilma Roussef todavía está abierto. Pero me parece poco plausible considerar la hipótesis de que el golpe contra Dilma sucedió porque el PT sería un partido obrero independiente. La hipótesis con la cual tengo más afinidad debe ser expuesta teniendo en cuenta el contexto internacional que atraviesa una profunda crisis sistémica y las respuestas que las élites mundiales han promovido en relación con esa crisis hasta ahora. Parece que en la actualidad la propuesta «conciliatoria» del petismo y de otros partidos del mundo tiene cada vez menos espacio y menos posibilidades de tener éxito, aun si se tratara de un éxito temporario. Este es un debate complejo que tendremos que profundizar durante los próximos años.
De la contrahegemonía a la gestión del capital
Excluida la hipótesis de que el PT sufrió un golpe de Estado por ser un partido obrero independiente, debemos analizar cuál es la naturaleza de clase del partido en cuestión y analizar las bases históricas, teóricas y políticas de esa caracterización. Nuestra perspectiva está inspirada en el análisis de Karl Marx sobre el golpe de Luis Bonaparte en 1852, que fue elaborado por el filósofo alemán en su obra El 18 brumario de Luis Bonaparte. En esta obra, Marx analizó minuciosamente las diferentes clases y fracciones de clases sociales de Francia durante un corto período de tiempo, definiendo las perspectivas de la lucha de clases en términos históricos. Demostró que es necesario rechazar los simplismos para reconocer cómo los conflictos y las disputas entre las clases mueven la historia de la humanidad y que la localización política de un determinado agente histórico no está determinada previa e inmutablemente por su origen de clase.
Partiendo de la premisa marxiana, consideremos algunas investigaciones sobre el PT que analizan sus posiciones políticas, la estructura orgánica de sus militantes, su funcionamiento interno y su perspectiva estratégica. Son referencias ampliamente difundidas en el medio académico y en los círculos políticos de Brasil, que dan cuenta de un análisis de toda la trayectoria del partido obrero más grande de la historia del país.
Comencemos por su estrategia política. El partido, desde su fundación hasta, por lo menos, fines de la década de 1980, puede ser visto como un instrumento contrahegemónico de la clase trabajadora, tal como afirma el historiador Eurelino Coelho. Con el giro que se produjo en la década de 1990 y con el cambio brusco de la coyuntura mundial, especialmente luego del colapso de la URSS, el partido pasó por un proceso de transformismo, concepto desarrollado por Antonio Gramsci que remite a una «absorción gradual, pero continua» de organizaciones adversarias en un mismo campo político. El núcleo dirigente del Partido de los Trabajadores, según Coelho, habría iniciado un proceso de adaptación al orden burgués durante la década de 1990, sobre todo a partir de los cambios que se observaron en la dirección de la mayoría. Dejó de ser un partido contrahegemónico para formar parte de la hegemonía burguesa.
Esto está ejemplificado por Coelho que, en el marco de su investigación, atribuye este cambio a la perspectiva (conciliación de clases) de la corriente más grande de la mayoría petista, llamada Articulación, que desde 1991 en adelante empezó a tratar a la «democracia como un valor permanente» y a adoptar posiciones de cuño anticomunista que rechazaban ideas como la «insurrección y la dictadura del proletariado». Más allá de esto, el giro ideológico se realizó junto a una afirmación del llamado «petismo auténtico», que trataba a las posiciones que divergían con estas desteñidas ideas sobre la democracia y sobre las transformaciones sociales como si fuesen antipetistas y, por lo tanto, susceptibles de ser aisladas, purgadas y expulsadas, tal como sucedió en el caso de Convergencia Socialista, que analizaremos más adelante.
Aunque la capitulación petista fue influenciada por el cambio radical de la coyuntura mundial después de la Guerra Fría, esta contextualización no explica totalmente su giro político y estratégico definitivo. Por lo tanto, es necesario profundizar el análisis del partido para definir cuál es su naturaleza de clase actual.
Según el historiador Rodrigo Teixeira (2013), el proceso de capitulación del PT al neoliberalismo comienza en la década de 1980 con la burocratización de la Central Única de Trabajadores, central sindical comandada por el partido que logró posicionar a muchos de sus principales cuadros en la dirección. Los efectos de esa burocratización fueron amortiguados por la coyuntura de la década de 1980, que estuvo caracterizada por el ascenso de luchas y movilizaciones en Brasil, pero se volvieron mucho más visibles durante la década siguiente.
El proceso de crecimiento del aparato burocrático sindical permitió la concretización de una división social del trabajo dentro de la clase, que le otorgó a la función de dirigente sindical un estatus privilegiado en relación con las bases. El proceso de burocratización de la CUT conllevó un proceso de reorientación política que, desde la década de 1990 en adelante, redujo la lucha sindical a aspectos estrictamente económicos, un «sindicalismo de resultados», que además se desarrolló junto a la vinculación del trabajo sindical a fondos de profesionalización promovidos y fomentados por grandes empresas.
El historiador Cyro Garcia (2008) confirma que, en la década de 1990, el proceso de burocratización del PT era obvio, tanto en el terreno sindical como en el institucional. A inicios de la década, el núcleo dirigente petista asumió posiciones favorables a la participación en fondos de pensión fomentados por las categorías de trabajadores. Más allá del proceso de aristocratización sindical, comentado en base al trabajo de Teixeira, los dirigentes sindicales petistas estaban directamente adentro del mercado financiero, hasta el punto de que participaron de las privatizaciones, como en el caso de PREVI, fondo de pensión de los funcionarios del Banco de Brasil que participó de la compra de empresas estatales, como fue el caso de Vale do Rio Doce, vendida en 1996.
En el campo de la disputa electoral e institucional, el partido también avanzaba en dirección a una mejor adaptación al orden burgués. En 2001 estaba al frente de 187 alcaldías en todo el país, número que llegaría a 644 en 2012, momento de auge del partido que se convirtió ese año en el más votado durante las elecciones municipales.
El éxito electoral petista, que se constató a su vez por las victorias presidenciales de 2002, 2006, 2010 y 2014, fue el resultado de una ampliación de la política de alianzas y del financiamiento electoral del partido, todo lo cual también es destacado por García. El marco de alianzas a nivel nacional del PT en 1994 incluía al PSB, al PPS, al PDdoB, al PCB, al PV, e incluso abría el juego para alianzas con el PSDB, con el PMDB y el PDT. Este marco se repitió en 1998 y 2000, lo cual consolidó una política de alianzas con innumerables partidos burgueses.
En el financiamiento de la campaña, la relación del partido con el gran capital fue todavía más llamativa. Las campañas presidenciales de Lula a inicios del S. XXI recibieron jugosas donaciones empresariales. En 2002, Lula recibió más de 55 millones de reales provenientes principalmente de constructoras, de sectores del agro y del mercado financiero. En 2006, las cifras se elevaron a 120,8 millones de reales, un número superior al de su adversario, Geraldo Alckmin, que supuestamente era un representante más legítimo de la burguesía y gastó 120,7 millones.
A partir de las referencias citadas es mucho más difícil considerar al PT como un partido con independencia de clase. El proceso de adaptación al orden burgués, que lo convirtió en el partido de los principales representantes de esta clase, parece muy evidente. No es fácil definir si el PT todavía tiene un perfil obrero y este debate no está saldado en la izquierda. Si, por un lado, su núcleo dirigente se distanció hace décadas de su origen de clase, y muchos de sus dirigentes se convirtieron en grandes capitalistas, por otro lado, el partido todavía reúne a una parte considerable de militantes de diversos movimientos sociales de Brasil.
Es verdad que el partido, sobre todo a través de su intervención en el movimiento sindical, hizo una transición mucho más profunda de la que se verifica en su línea política. Su dirección obrera se aburguesó, e incluso llegó a participar del mercado financiero a través de los fondos de pensión.
No estamos aquí presentando un análisis sectario, que considera un momento específico de la historia del partido para concluir con la afirmación del rumbo inevitable de su trayectoria. Por ejemplo, considerar que la posición petista sobre la Constitución de 1988, es decir, su compromiso con el texto final, aun si fue derrotado en la votación, marcó un «camino irreversible», sería un error. Los trabajos de Coelho y Garcia contradicen esta lectura, planteando distintas posiciones, considerando la trayectoria durante largos años hasta consolidar un análisis más conclusivo. Y, como muestra la investigación de René Dreifuss (1989) sobre las disputas durante la constituyente, en este episodio político, el PT estaba muy aislado como para imponer una redacción final de Constitución mejor que la que fue aprobada. No es necesario hacer un balance cerrado sobre el papel del partido durante este episodio pero, si fue regresivo, esto ciertamente se limitó al campo de la táctica y no al de la estrategia.
A pesar de todo, es importante no perder de vista que, si el objetivo es realizar un análisis profundo y riguroso, es necesario observar el conjunto de estas transformaciones y realizar un balance a partir de la diversidad de estos cambios sucedidos en el partido, desde su fundación a nuestros días. Las transformaciones del PT son muy anteriores a su llegada al gobierno federal y continuaron mucho tiempo después de que el partido llegó al poder.
El exdirigente petista y economista João Machado escribió en Da campanha ao Governo Lula — uma análise das mudanças no programa econômico do PT, publicado en 2003, que las resoluciones del XII Encuentro Nacional del partido, realizado en 2001, año anterior a la primera victoria presidencial, todavía estaban «en línea con las formulaciones históricas del partido». Destaco en estas resoluciones la defensa de la «ruptura global con el modelo existente», y el énfasis del documento en la promoción de una transformación económica en Brasil que enfrente el dominio del «capital financiero global».
Luego Machado nota la gran distancia que existe entre lo que fue aprobado en el Encuentro de 2001 y las políticas aplicadas por el gobierno de Lula durante sus primeros meses, que para el economista posicionan al gobierno en relación de continuidad con la política económica del gobierno de FHC. Entre estas políticas se destacan la «enmienda al Artículo 192 de la Constitución, que hizo posible la concesión de autonomía al Banco Central», el mantenimiento de las metas de superávit fiscal primario y la agenda de contrarreformas neoliberales, que se prosiguió a lo largo del primer mandato de Lula da Silva.
Otro economista y también expetista, Plínio de Arruda Sempaio Júnior, señaló que, al final del primer período del mandato de Lula da Silva, la orientación general pasaba por «recomponer la consistencia estructural del modelo económico» a partir de la «continuidad del ajuste ortodoxo, aceptando dócilmente la tutela del mercado financiero y de los organismos financieros internacionales sobre la política económica». Entre las medidas que mostraban la sumisión de Lula a las recomendaciones del FMI estaban: los «mega superávits primarios, populismo cambiario, tasas de interés estratosféricas, ajuste salarial […], saldos comerciales enormes, Ley de quiebras […], asociaciones público-privadas, auxilio al gran capital en dificultades económicas, […] opción preferencial por el agronegocio», además de las citadas reformas tributarias y previsionales y de la independencia del Banco Central.
Durante los mandatos siguientes de Lula y Dilma pocas cosas cambiaron en la orientación económica, a pesar de que hubo un fomento a lo que el economista Leda Paulani definió como «políticas sociales de alto impacto», simbolizadas por la Bolsa Familia. Paulani reconoce este pequeño cambio en la conducción de la política de los gobiernos petistas, afirmando al mismo tiempo que estos sostenían el «marco general y el privilegio garantizado de la riqueza financiera».
De la lógica de la diferencia al partido convencional
No obstante, luego del golpe sufrido en 2016, la retórica petista cambió, al igual que lo hizo su intervención en los movimientos sociales y en el Congreso. Como gobierno, aplicó una contrarreforma previsional. Como oposición, votó en contra y contribuyó a la movilización de resistencia de otra contrarreforma aprobada en 2019 (aunque aplicó la receta en los estados en los que todavía gobierna). ¿Esto significa que el PT volvió a una orientación más radical y contrahegemónica? ¿Al menos significa que está atravesando una nueva crisis? Entonces, ¿el PT sería ahora un partido que puede ser disputado para el campo revolucionario, como todavía pensaban algunos grupos radicales en la década de 1980?
Para responder a estas preguntas, desarrollemos el último punto de nuestro análisis sobre el PT: la evolución de su funcionamiento interno. Durante sus primeros años, el partido formado principalmente por los líderes sindicales del núcleo industrial-metalúrgico paulista fue una novedad en la historia de Brasil, puesto que, a pesar de ser un partido con banderas de izquierda, tenía lo que la estudiosa de Brasil Margaret Keck denominó «lógica de la diferencia», un formato diferenciado en comparación con los partidos legalizados en 1979, que marcó la vuelta del pluralismo partidario en el sistema político del país, todavía dictatorial durante ese período.
El partido fue una novedad, no tanto por sus propuestas, sino por la forma en la que se organizaba, con núcleos anclados en los movimientos sociales y con un debate interno y democrático intensos, con diversas corrientes políticas de innumerables tradiciones y orígenes. Cuando llegó el 5° Encuentro Nacional del PT en 1987, hubo una fuerte tensión entre el núcleo dirigente petista y algunas corrientes de oposición, entre las cuales se destacaban algunos grupos trotskistas como Convergencia Socialista, Trabajo y Democracia Socialista. El conflicto central era, por un lado, la oposición, a propósito de la cual se reivindicaba un modelo partidario más abierto y con más libertad de posicionamiento para sus militantes; por otro lado, la crítica de la mayoría, a la que se acusaba de tener una militancia «doble», es decir, de priorizar la construcción de su corriente interna y no el partido como un todo.
Como resolución, se aprobó en el 5° ENPT la regulación de las tendencias, la cual fue aceptada por algunas corrientes, como DS, y contrariada por otras, como CS. En 1992, los conflictos entre los rebeldes trotskistas y la dirección –que a esa altura había abandonado cualquier referencia al marxismo de antaño, profundamente influenciada por la burocratización partidaria y sindical – , llegaron al su momento más álgido con la expulsión de CS. Como resultado de esa expulsión, se fundó el 5 de junio de 1994 el Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU).
Los problemas internos del PT no cesaron luego de la expulsión de CS. Hasta el más mínimo debate programático se impregnó de la burocratización del partido, que a partir de 1998 pasó a elegir a su dirección por medio del PED (Proceso de Elecciones Directas), lo cual permitía una votación en urnas lejos del proceso de un congreso. Esto permitió que la mayoría del partido –enlazada en esa época con el mercado financiero, cómplice y partícipe de las privatizaciones y absolutamente antimarxista– se volviera todavía más expresiva en términos numéricos.
En 2005, el golpe de gracia a la democracia interna vino de la realización de un nuevo PED, todavía menos politizado y más burocratizado, que aun en el marco de los escándalos de corrupción ocurridos durante el primer mandato de Lula y toda su orientación macroeconómica neoliberal, eligió una dirección ajena a cualquier autocrítica y reflexión sobre el rumbo que había tomado hasta entonces el partido en el gobierno. Hoy el PT, como resultado de sus transformaciones a lo largo de más de 40 años de existencia –considerando sus posiciones, forma de organización interna, perspectiva estratégica y composición social– no puede ser definido como un partido obrero, ni mucho menos como un partido obrero independiente. No solo se adecuó al orden y persiguió a aquellos y aquellas que no se sometieron a esta orientación. Se convirtió, al final, en un partido más del sistema político burgués tradicional.
Las ventajas de la desilusión
No se trata aquí de realizar un juicio histórico y castigar al antiguo partido obrero por sus «crímenes». Tampoco se trata de estimular a que la izquierda socialista rechace las alianzas tácticas con el PT. En muchos espacios y debates el PT es y será un aliado importante en este momento tan dramático para la historia del país y del mundo. En cambio, nuestra intención es reconocer el lugar que ocupa en la historia de Brasil este partido, que fue el mayor que haya organizado la clase trabajadora en la historia del país.
Es bastante tentador considerar al PT como algo que ya no es, es decir, como una experiencia partidaria que, al sufrir un golpe de un sector nefasto, habría vuelto a tener el margen para reconstruir algunas de las características que lo hicieron tan especial en la política brasileña del S. XX. No podemos engañarnos y es la lectura precisa, consciente y armada del «pesimismo de la razón» la que le permitió a la izquierda brasileña estar hoy en una situación menos catastrófica de la que se hubiese producido si una parte de ella no hubiese resistido al proceso de burocratización y capitulación al orden del antiguo partido obrero.
Al considerar al PT, no por la coyuntura reciente del país, ni por la superficialidad de sus defensas públicas, sino a partir de los diversos elementos de su trayectoria e historia, seremos capaces de presentar alternativas, como la mencionada fundación del PSTU y, en 2004, la fundación del Partido Socialismo y Libertad (PSOL).
El PSOL, lejos de ser un partido ultrarradical, ha venido ganando espacio en los movimientos, en el parlamento y en los anhelos populares a lo largo de sus más de 15 años de existencia. Su fundación, muy discutida por amplios sectores de la izquierda, hoy es vista como un suspiro de esperanza para el futuro del país. No dedicaremos aquí comentarios más detallados a esta organización, que ciertamente tiene muchos problemas y está bien lejos de causar el impacto que el PT causó en la coyuntura brasileña durante los años 1980.
Pero es importante resaltar que las lecturas sobre el PT, presentadas de forma sintética en este artículo, fueron fundamentales para que millones de luchadores y luchadoras no quedaran paralizados frente a la tragedia petista. El «pesimismo de la razón» los llevó al «optimismo de la voluntad», les permitió recomenzar. Muchos y muchas se vieron cautivados por esta construcción obstinada y hoy el PSOL reúne a millares de nuevos y nuevas jóvenes de Brasil.
Por último, hay un problema que deberá afrontar el campo socialista brasileño durante los próximos años. Volver nuestra atención hacia el PT es la peor consecuencia que puede tener un análisis impresionista y superficial sobre este partido. Nuestra solidaridad con el partido, frente al golpe y a encarcelamiento injusto de Lula, no debe hacernos perder de vista todo lo que tenemos acumulado. Superar el sectarismo es establecer vínculos de solidaridad con grupos con los cuales podemos tener diferencias estratégicas. Pero tampoco debemos caer en la ilusión de que nuestra unidad contra el protofascismo brasileño, es decir, el bolsonarismo, implica olvidar todo lo que se hizo durante los gobiernos petistas. El gran mérito de la construcción de frentes contra un enemigo mayor está en la unidad que logra preservar las diferencias políticas. Es tan importante unirse como mantener nuestra identidad y nuestra caracterización. En el caso contrario, estaremos condenados a repetir la historia, no como tragedia, sino como farsa.
Referencias bibliográficas
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Traducción: Valentín Huarte, para Jacobinlat.
Fuente: Jacobinlat