Por Geraldina Colotti, Resumen Latinoamericano, 21 de marzo de 2021.
«Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción, incluso biológica», dijo el entonces presidente de Chile, Salvador Allende. Palabras que encuentran confirmación en la revolución bolivariana, donde el cambio político se acompaña de la transmisión de la memoria histórica. Un hecho evidente, también este año, durante la jornada de la juventud. Una ocasión para celebrar el bicentenario de la Batalla de Carabobo, en la que miles de jóvenes lucharon bajo las órdenes de Simón Bolívar por obtener la independencia de Venezuela.
Una independencia inconclusa, ya que el sueño de Bolívar, el de una Patria Grande que incluye a todo el continente latinoamericano, sigue en manos de cuantas y cuantos, organizados en el Partido Socialista Unido de Venezuela, luchan por lograrlo. Así, a diferencia de lo que ocurre en Europa, en la última campaña de carnetización del PSUV, para entregar las targuetas, en las plazas de Venezuela, había sobre todo gente muy joven. Muchas y muchos de ellos, el 40% de los diputados del PSUV, fueron electos al Parlamento venezolano, que está lleno de mujeres jovenes.
La diputada Génesis Garvett, de 21 años, inició su discurso a la Asamblea Nacional citando a Frantz Fanon para renovar el espíritu de la lucha anticolonias retomado por las generaciones más jóvenes. Luego invitó a sus pares a un diálogo constructivo y recordó la lucha de las mujeres para decidir de su cuerpo y de su futuro. En honor a la Batalla de Carabobo, se aprobó un acuerdo unánime contra la injerencia externa en Venezuela, firmado también por la oposición.
Si en los veintiún años de la revolución bolivariana ‑los años de la diputada Garvett‑, a pesar de sus múltiples ataques, el imperialismo no ganó, fue sobre todo por el alto nivel de conciencia política, que se renueva en la juventud. Un impulso propulsor que se ha perdido en los países capitalistas con el desprendimiento de los jóvenes de la política, tras la derrota del gran ciclo de lucha que se inició con el movimiento de 1968.
En aquella época, las plazas se llenaron de rostros jóvenes empeñados en tomar el cielo por asalto, confirmando las palabras de Allende: ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica. Ahora que las clases dominantes han recuperado el terreno y que la involución de la izquierda en Europa ha debilitado el sentido de militancia, produciendo una desconexión entre lo «social» y lo «político», lamentablemente las cosas son diferentes.
El porcentaje de jóvenes que militan de forma organizada para transformar profundamente la sociedad es muy reducido y mucho menos «ruidoso». Desde que la opción revolucionaria ha desaparecido de la lista de posibilidades en el campo, se ha afianzado una visión fragmentada y minimalista, basada en una improbable conciliación de contrarios que oscurece la naturaleza y las responsabilidades de la sociedad dividida en clases.
Más que en la política, la participación de los jóvenes se encuentra en asociaciones o en formas de voluntariado, sin un proyecto general de transformación de las relaciones de poder. El concepto mismo de jóvenes ha cambiado a raíz de los cambios socioculturales de las últimas décadas. En países como Italia, a finales de los ochenta se refería a un grupo de edad de entre 15 y 24 años, en los noventa era hasta los 29 años, mientras que en el tercer milenio hasta los 34 años.
Para las organizaciones internacionales como la ONU, en cambio, las personas entre 15 y 24 años se consideran jóvenes, y las que tienen entre 20 y 24 años se consideran «jovenes adultos». En las estadísticas de la Unión Europea, se consideran jóvenes las personas de 15 a 29 años. Para el Banco Mundial, uno es joven a partir de los 12 años, edad que cae en la infancia en Italia, pero que en muchos países del hemisferio sur ya significa años de trabajo y de asumir responsabilidades adultas. Por no hablar de las niñas, cuya adolescencia y crecimiento se ve truncado por embarazos precoces, que sólo el feroz cruce entre sistema capitalista y patriarcado puede considerar «natural».
En Europa, el desempleo juvenil promedio entre todos los países, considerando el grupo de edad de 15 a 29, es del 12,5%. Por otro lado, si tomamos el grupo tradicional de jóvenes entre 15 y 24 años, el porcentaje sube al 15,2%. Aún con respecto al grupo de 15 – 24, el peor país europeo en desempleo juvenil es Grecia, con una tasa cercana al 40% en 2019. Le siguen España, con el 32,7%, e Italia, con el 31,4%.
En Italia, alrededor de 2⁄3 de los jóvenes permanecen en casa de sus padres hasta los treinta años, alrededor de 1⁄3 hasta los treinta y cinco, debido a la ausencia de trabajo y los altos costos de alquileres y servicios. De hecho, el 13% de los jóvenes menores de 29 años tienen un trabajo precario o inestable, y se encuentra dentro de la clasificación de «trabajadores pobres». El regreso general en términos de derechos laborales y de estudio significa que en Italia estas condiciones socioeconómicas se transmiten de generación en generación.
Analizados por género, los datos son aún más preocupantes: en 2018, las europeas que no estudiaban ni trabajaban eran el 20,9% frente al 12,2% de los varones. En Italia, eran el 34%, frente al 23,8% de los muchachos. Un dato más evidente en las regiones del sur, y agravado por el coronavirus a nivel mundial, como destaca la última encuesta de Cepal.
El 11 de febrero también fue el día internacional de la mujer y la niña en la ciencia. A nivel mundial, menos del 30% de quienes hacen investigación científica es mujer. Los estereotipos de género siguen condicionando las opciones escolares, multiplicados por la situación económica inicial de las niñas de las clases populares. Las facultades científicas, de hecho, requieren asistencia a las clases, lo que limita el acceso a quienes tienen que trabajar para mantener sus estudios, sin mencionar la existencia de un número limitado de cupos en Medicina.
En Venezuela, en cambio, en los últimos 15 años la participación de las niñas y mujer en los campos de la ciencia, la tecnología y la innovación ha crecido, alcanzando la igualdad de género. Un hecho que, sin embargo, no veremos aparecer en los medios europeos: nunca seas que los jóvenes pueden darse cuenta de que la lucha da sus frutos.