Por Agustina Ramos y Antonella Morello, Resumen Latinoamericano, 16 de marzo de 2021.
El 99% de personas que se desempeñan en tareas de trabajo doméstico y cuidado de niñes son mujeres. En esta nota, dos trabajadoras nos cuentan sus historias, a las que se suma la mirada de la economista Micaela Fernández Erlauer, integrante de Economía femini(s)ta, para analizar el trabajo feminizado y la cuestión de clase en el ser niñera.
reemos que hablamos por todes si decimos que conocer a un niñero es algo muy por fuera de lo común. Históricamente, el cuidado de les niñes ha sido una tarea ocupada y asignada a las femeneidades, así como las tareas domésticas y los cuidados en general. La propuesta de este 8M es desandar un poco ese camino.
El empleo de niñera suele ser el primer trabajo de muchas mujeres y tiende a estar asociado al trabajo joven. Sin embargo, también cuidar a chiques a veces es una tarea más que se le asigna a una trabajadora doméstica y, en estos casos, también hablamos de trabajadoras adultas. Lo que queda bastante en claro es que es un empleo que habla de una desigualdad de género de por medio, pero, a la vez, de una desigualdad de clase, dado que continúa siendo mayormente informal y las capacidades económicas de la empleadora (también tiende a ser mujer) y la empleada suelen ser diferentes.https://5c53b255b7a5063e51430dcc5302176a.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1 – 0‑37/html/container.html?n=0
Esto tiene que ver con una problemática extendida que es el mercado laboral de las mujeres. Sin ir más lejos, según el último informe del INDEC (2020), la tasa de desocupación alcanzó el 11.7% y, si se analiza por género, hay una tasa de 13,1% para las mujeres y de 10,6% para los varones. Es decir, somos más las desempleadas mujeres.
Un trabajo feminizado
“Los trabajos de cuidados y domésticos, que a nivel pragmático incluyen tareas como limpiar, cocinar o cuidar niñes, son realizados en su mayor parte por mujeres. Estos trabajos pueden realizarse de forma remunerada, como lo hacen las niñeras y las trabajadoras de casas particulares, pero también de forma no remunerada y, por lo tanto, reconocida como trabajo. En ambos casos, las mujeres abundan”, introdujo la economista Micaela Fernández Erlauer, integrante de Economía femini(s)ta, en diálogo con Filo.news.https://www.youtube.com/embed/vXWtw-FRAOk
Pero… ¿por qué se ligó desde tiempos inmemoriales el trabajo del cuidado a las mujeres? «Se debe a que cultural y económicamente se conformaron categorías jerarquizadas relacionado con ‘lo femenino’ y ‘lo masculino’ que se asociaron al género de las personas», explicó la economista, y agregó: «Es así como lo emocional, lo sensible, lo cuidadoso y particularmente, lo privado, son características que las mujeres poseen y deben aprovechar, por eso llegan a ser las indicadas para realizar las tareas que impliquen trabajos de cuidados».
En este sentido, para Fernández Erlauer «existe una idea de que las mujeres son las que más responsabilidad toman, son más eficientes en lo relacionado con cuidados y, sobre todo, que son más vulnerables». «Eso es algo que el capitalismo aprovecha«, continuó.
Sol Rodríguez tiene de 23 años, es estudiante de Ciencia Política y niñera desde hace 3 años y medio. A lo antes mencionado por la economista, agregó la asociación que en general se hace entre la mujer y el “instinto maternal”: «En parte nos lo creemos porque nos crían con esas ideas, pero en el camino y, más aún trabajando de esto, te das cuenta de que no es así, que hay días que no estás particularmente sensible a lo que le pasa a le niñe o no te parece una maravilla en todas su facetas y, sin embargo, hacés lo mejor que podés porque es trabajo. Pero creo que cualquier persona que lo ejerciera podría hacer lo mismo, sin distinción de género».
El primer trabajo
Argentina es el país de la región con mayor desempleo joven, con casi dos de cada diez jóvenes desempleados. Este afecta con mayor intensidad a quienes provienen de hogares de menores ingresos. Mientras el 26% de los jóvenes del quintil más bajo de ingreso es desempleado, sólo el 9% de los jóvenes del quintil más alto está en esa situación.
El género es otro condicionante, dado que el 23,1% de las mujeres jóvenes están desempleadas, frente al 19,8% de los varones. A esto se suma la incidencia del trabajo no registrado. En la Argentina, el 34% de las y los trabajadores está en situación de informalidad, pero si se consideran solamente los trabajadores jóvenes, ese porcentaje asciende al 60%.https://5c53b255b7a5063e51430dcc5302176a.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1 – 0‑37/html/container.html?n=0
Al ser consultada sobre si preferiría tener otro trabajo, Sol Rodríguez contestó: «Sí, me gustaría porque quiero que sea formal, con horarios un poco más establecidos o fijos y que esté directamente relacionado a lo que estoy estudiando. Actualmente me es difícil acceder a otro trabajo porque casi todas las postulaciones piden un mínimo de experiencia en el campo que no tengo aún».
Elegir, una condición de clase social
Como dijimos, las capacidades económicas de la empleadora (o de les empleadores) son diferentes a la de las trabajadoras a contratar para el cuidado de les niñes. Mientras que muches mujeres y hombres (utilizamos terminología cis-binaria debido a la falta de información sobre otras identidades) deciden «desarrollarse profesionalmente» (ámbito en el que las femeneidades afrontan otros retos y deben lidiar con techos de cristal y diferenciación en sus salarios respecto a otros colegas) recurren paradójicamente a otras mujeres que desempeñen las tareas de contención, limpieza y cocina. ¿Qué diferencia a empleadas y empleadores? La capacidad de elegir.
«Cuando empecé a trabajar y tenía no sé… 15 años, mi sueño era trabajar en una oficina, así toda bien elegante. Yo veía que las chicas empezaban a hablar de qué vas a estudiar, y a mí me hubiera gustado eso pero como no tuve estudios ni nunca fui al colegio sabía que no iba a poder ser», expresó Florencia Beatriz Puca. Toda una vida dedicada al cuidado de infantes y al trabajo doméstico.
Tiene 68 años y es oriunda de la provincia de Jujuy; desde los 12 se dedica al trabajo doméstico. Vivía en el campo, y cuando llegó a la capital «ya era tarde para ir a la escuela porque como nunca había ido… te pedían que tuvieras los primeros años hechos». Cuando cumplió sus 18, decidió ir a una escuela nocturna y allí aprendió a leer «pero no puedo escribir».
«En Jujuy empecé a trabajar con cama adentro pero el trato era tan malo que me escapaba y me iba. No era por hora. Era un trabajo mucho más duro, te explotaban, por decirlo de alguna forma», recordó. Sus jornadas en aquel entonces eran de aproximadamente 11 horas por día.
Viajó a Buenos Aires a sus 25 años. «Fue algo terrible. Mi mamá era muy dura y por eso me vine. Había hablado con psicólogos y me decían que no tenía sentido quedarme ahí. En ese momento tenía una hija con discapacidad mental y fue difícil viajar. Me vine en tren, por lo que tardé tres días en llegar. Lloré los tres días. Por suerte mi hermana me estaba esperando, era la única», contó.
Se instalaron en la casa donde trabajaba y vivía su hermana. Florencia no tardó en salir en la búsqueda. «Tomé trabajos en distintos lugares y si no me gustaba el trato, porque yo tenía a mi hija y me tenían que recibir con ella, me iba. Trabajaba siempre con cama adentro. En algunas partes me trataban bien a mí pero a mi hija no, en otras a mi hija sí y a mí no. Tuve suerte de tener a mi hermana que me decía que si no me gustaba, renunciara y buscara otro trabajo. Porque en Jujuy hay mucho maltrato y de a poco una va abriendo la cabeza», sostuvo.
Así llegó a la casa en la que trabaja hace 40 años. «Como la señora ya se casó y se casaron los hijos se me dio la posibilidad de salir y trabajar en otros hogares. Así que acá vengo nomás un día y después ya me voy para Varela que es donde tengo mi casa», señaló.
Esa capacidad de elección no debe entenderse desde la revictimización que genera el mismo sistema y mercado laboral al jerarquizar determinados oficios por sobre otros. Dado que la demanda del trabajo radica también en el ansia de «progreso» y la imposibilidad de ocuparse de todo, mochila también con la que cargamos las femeneidades. De este modo, vemos la importancia de ambas labores, aunque la diferenciación económica y su valoración social indiquen lo contrario. Está igualmente empoderada la mujer que trabaja por horas y con cama adentro, que va a buscar a les chiques al colegio, les prepara la comida y deja la casa impecable. Y su derecho es saberlo.
«A veces me tocan señoras buenas y hablamos sobre eso. Me dicen: ‘Flor vos sabés que trabajás mucho, tenés que cobrar más’. Hay otras a las que no le importa, con tal de que limpie; y si pido un aumento me responden: ‘No tengo más’. Una diría: ‘la tonta sigue limpiando’, pero a mí me gusta y aunque no me paguen sigo trabajando. Con el tiempo aprendí que si me pagan poco o no me gusta el trato, renuncio y busco otra casa. He tenido suerte en ese sentido. Si veo que una casa que está bastante sucia, dejarla limpia es una alegría. Algunas se alegran y me dan más del dinero del que correspondía», detalló Florencia.
«Existe un crisol de desigualdades que se asocian a la clase, a la raza, a la religión y pueden alivianar/profundizar la desigualdad de género lisa y llana», amplió la economista Fernández Erlauer fundamentando con datos. Si ordenamos a la población según sus ingresos y los dividimos en 10 grupos, las trabajadoras domésticas se concentran principalmente en los primeros, los que tienen menores ingresos (los primeros tres deciles son generalmente pobres). Además, 8 de cada 10 de esas trabajadoras también están a cargo de este trabajo en sus hogares. De las mujeres que realizan trabajo doméstico, sólo el 56% afirma trabajar en la misma localidad en la que nació, 14% de ellas son de un país limítrofe.
Para Florencia no es su primer empleo pero lo fue. Una de cada 7 mujeres en Argentina se encarga del trabajo doméstico. Mientras que un 45,4% de estas trabajadoras tienen entre 30 y 49 años, un 35,7% tiene entre 50 y 64 años. Por su parte, hay un 3,4% que continúa trabajando a pesar de haber superar los 65 años, y un 15,5% está compuesto por jóvenes que no llegan a los 30 años. Este último grupo está compuesto por casi 87 mil jóvenes. Porcentajes extraídos del informe de Ecofemini(s)ta que comprende el segundo trimestre de 2020.
«Creo que debe ser más fácil acceder a un trabajo para jóvenes que para mujeres mayores o que ya tienen hijes, y que te condiciona mucho el sector económico social al que pertenecés»— opinó Sol— «Me parece que las complicaciones que trae ser mujer joven buscando trabajo, tienen que ver con la subestimación que recibimos por no tener experiencia y con los cuidados que tener si vamos a una entrevista o mandamos nuestra información, porque la mitad del tiempo no sabés si están a punto de acosarte o si realmente les interesa darte el trabajo, teniendo en cuenta que generalmente el trato es con hombres».
Condiciones laborales
«Hoy los cuidados en Argentina y en el mundo están en crisis. Este tipo de trabajos no están equitativamente distribuidos, lo que conforma una de las principales causas de la desigualdad. Las mujeres, a falta de un sistema integral de cuidados y de varones que tomen más responsabilidad sobre estas tareas, deben sacrificar ocio, ascenso profesional y hasta derechos laborales para atender a las demandas del hogar. En el mercado laboral, las trabajadoras del servicio doméstico tienen los sueldos más bajos de la economía y las tasas más altas de informalidad», precisó la economista Fernández Erlauer.
Sol trabaja actualmente entre 15 y 20 horas semanales. Llegó a tener períodos de entre 30 y 45 horas semanales cuando cuidaba a tres niñes de diferentes familias. Si bien existe una remuneración fijada en el último convenio oficializado por la Comisión Nacional de Trabajo en Casas Particulares ($199,50 con retiro, $216,50 con cama; mensual $25.315 y $28.211, respectivamente), sabemos que muchas veces es una la que debe proponer su salario y acordar con la familia que contrata. ¿Cómo es su experiencia con ello? ¿Su pago se ajusta a tu trabajo y tareas realizadas?
«Que no exista el concepto de ‘hora extra’ y que todas las horas se paguen al mismo valor, sin importar si es domingo, feriado o si estoy volviendo a casa a las 3 de la mañana, es un problema porque sentís que no están valorando tu trabajo. Con respecto al trabajo concreto de cuidado, el valor varía según lo que cada familia considera que cuesta tu tiempo y el cuidado de sus hijes, más allá del convenio. Personalmente tuve la suerte de que todas mis pagas se ajustaron o superaron lo establecido por el mismo», respondió.
Como Sol, (una de las voces que escribe) trabajé como niñera durante algunos años. También como primer trabajo; que me permitía articularlo con mis estudios y a su vez costearlos. Y así como las experiencias gratificantes que deja el contacto con les niñes, quienes te confían lo que viven diariamente en el colegio, y compartís más que tiempo con elles, es un oficio que requiere de una enorme demanda anímica y atención, lo que muchas veces parece subvalorado en la aparente simpleza del «te quedás unas horas con mi hija».
«Tuve que dejar el cuidado de una niña porque querían agregarme cada vez más tareas por la misma paga y no estuve dispuesta a hacerlo», reconoció Sol. «Cocinar es algo bastante típico y tiene sus complicaciones con niñes muy pequeñes que no podés perder de vista un segundo, y en esos momentos la atención se tiene que multiplicar para estar atenta al fuego de la hornalla y a que le niñe no haga nada peligroso», añadió.
«Cuando me preguntan si sé cocinar les digo que no, pero no porque no me guste sino porque lleva más tiempo, estar parada y lavar muchas cosas, así que ya casi no lo hago», afirmó Florencia, quien durante muchos años se encargó de ello también. «Me gusta todo de mi trabajo. Yo nací, me crié y crié a mi hija con esto«, reafirma.
Hace ya algunos años que trabaja por hora. «El problema era cuando trabajaba con cama. Me decían: ‘hacé esto que viene la señora a limpiar’. Pero esa señora no venía y lo tenía que hacer yo: lavar, planchar, atender a familiares que venían… muchas cosas», detalló. Pero eso no cambia el cariño que expresa cuando habla y defiende su oficio.
«Me gusta limpiar bien la casa, que les quede todo bien brillante. Me muevo de acá para allá. Me gusta darles de comer cuando son chiquitos que escupen todo, cuando juegan, cuando empiezan a gatear. Algunos hasta me decían: ‘Flor, ¿pasamos la aspiradora?’, y me ayudan a limpiar. Y eso les gusta a los padres», destacó.
En una casa, éramos dos las mujeres que nos encargábamos de los quehaceres domésticos. Una, ocupada del trabajo doméstico en todas sus formas. Mientras que en mi caso, asistir a la nena, ayudarla con las tareas, preparar el almuerzo, y jugar, con todo lo que eso conlleva. Nada tengo por reprochar de esas experiencias ‑algunas registradas y otras no- y me he llevado lindos recuerdos y un enorme cariño especialmente por les niñes que han confiado en mí. Al haber pasado por ello sé lo satisfactorio pero a la vez lo complejo que suele resultar ser. Incluso, tiempo después llegué a preguntarme: ¿habrían tomado a algún hombre en nuestro lugar?
«Hay una desigualdad de género muy visible en relación a los cuidados de les niñes»
Históricamente las femeneidades fueron relegadas de los ámbitos académicos, sociales y políticos, destinadas a ocuparse de las tareas domésticas. Sus capacidades generaron que muchas desarrollen habilidades para la economía doméstica, comenzando a ser concientes de todo lo que podían (y debían) administrar. Pero como el sistema perseveró en su desigualdad de género, el desempeñarse como «amas de casa» persistió como una responsabilidad no remunerada y con ello, la dependencia económica del salario obtenido por «el hombre de la casa». Desde el año 2005, el gobierno estableció (a través del decreto 1.454) acceder a «una jubilación sin cumplir con el total de los años de aportes». Desde entonces, la moratoria para la jubilación por ama de casa fue prorrogada hasta el 23 de julio de 2022 y solicita una serie de requisitos. ¿Qué pasa cuando a una persona contratada para cuidar a otres se le paga, pero no así a una madre que ejerce el mismo trabajo en su cotidiano diario?
Micaela Fernández Erlauer reconoce que es una cuestión compleja. «Al no recibir un salario por ese trabajo, el mismo no se reconoce como tal y por lo tanto no se identifica ni contabiliza la principal fuente de desigualdad», precisó y citó a la escritora y académica Silvia Federici para «entender al trabajo doméstico más allá de un conjunto de tareas, sino como una relación social».
Por su parte, Sol analizó: «Pienso que tiene que ver con la desigualdad que vivimos en casi todos los aspectos de la vida. Hay madres que pueden o tienen que salir a trabajar y dejar a sus hijes al cuidado de otres, pero a su vez son personas que tienen un poder adquisitivo que les permite hacerlo, mientras que otras no pueden pagar por esos cuidados mientras salen a trabajar y terminan delegados a algún miembro de la familia que por lo general es mujer. Me parece un tema muy complejo porque conozco casos de madres que no trabajan y dedican su tiempo a cuidar a sus hijes, con el acuerdo de que el padre salga a trabajar y cubra los gastos de toda la familia, teniendo en cuenta la dependencia económica que esto supone, pero contemplando que hay un acuerdo de por medio. Y sin embargo no conozco ningún caso a la inversa en el que el padre se queda en casa mientras la madre sale a trabajar. Entonces me parece imposible ignorar que hay una desigualdad de género muy visible en relación a los cuidados de les niñes».
«Considero que no se soluciona sólo con una medida (pagarlo) sino que se trata de redistribuirlo entre los distintos actores de la sociedad»— añade la economista, con una consideración— «No obstante, muchas mujeres que reclaman por el pago del mismo están buscando una vía para la autonomía económica, un argumento absolutamente válido».
«Yo digo: ¿por qué la mujer tiene que hacer todo sola? Porque aunque trabaje, siempre va a tener más trabajo que el hombre: limpiar, lavar, atender a los chicos, cocinar. Tampoco entiendo, por qué no podemos ganar igual que los varones; estando abajo. Siempre me hago esa pregunta. Sobre todo en el Norte, veo que el nombre es bastante machista. Muchas mujeres que trabajan vuelven a sus casas y siguen trabajando, aunque hay parejas que se dividen las tareas. Eso me encanta», reflexionó Florencia.
Derechos y obligaciones
Les corresponde a las, les y los trabajadores: «protección personal», «trabajar en un ambiente sano», vacaciones, aportes jubilatorios, obra social, aguinaldo, días pagos por enfermedad y más. Dentro del conjunto de asalariades, un 23,8% no se encuentra registrade en la seguridad social. El mismo indicador asciende al 25,4% cuando hablamos de las asalariadas mujeres.
Antes de la pandemia por coronavirus, Florencia llegó a trabajar hasta en tres casas por día, entre 12⁄14 horas por día. «Salía de una y entraba a otra», recuerda. Por prevención, debió dejar de cuidar niñes.
«Es bastante raro trabajar ahora, no es como antes que conversábamos, tomábamos mate. No son todas las señoras así. Ahora una es como un extraño, lamentablemente tiene que ser así, qué vamos a hacer. Es complicado porque tenés que estar con barbijo, hablamos muy de lejos. Con la señora que trabajo comíamos juntas. El chiquito que estaba aprendiendo a hablar me decía ‘Flor’. Vamos a comer, a tomar el desayuno… ahora nada. Volví a trabajar en algunas casas. El nene tiene ya 3 años y ahora tiene otro hermanito y no lo puedo ni tocar, lo saludo de lejos. Lo tendría que cuidar pero por el asunto de la pandemia no puedo», señaló.
Parte de los objetivos que se buscan este 8M, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, es visibilizar no sólo las realidades de estas trabajadoras sino sus condiciones, reforzar el cumplimiento de sus derechos, y organizarse para que las realidades individuales confluyan en luchas colectivas. De todos modos, «hay mucho camino por recorrer en materia de legislación de este tipo particular de trabajos».