Por Marcelo Valko, Resumen Latinoamericano, 28 de abril de 2021.
A punto de conmemorarse en el mundo un nuevo 1° de Mayo, realmente tiene poco de nuevo y mucho de lo viejo. El trabajo cada vez es más escaso y las condiciones laborales aprovechando la pandemia se han precarizado sobre todo para los sectores más desfavorecidos dejando una miseria galopante. Por eso me interesa traer a colación la primera gran celebración realizada por el movimiento obrero que tuvo lugar en Buenos Aires en 1904 y terminó con trabajadores muertos, heridos y presos. Incluso la policía brava terminó secuestrando el cadáver de un obrero en pleno velorio. La idea era desaparecer al muerto para que no hubiera muerto. Parece realismo mágico, pero es realismo trágico nomas…
Creo oportuno situar el contexto. Faltaban seis meses para que el general Julio Roca dejara su segunda presidencia. Les recuerdo que en la primera se dedicó a “barrer toldos” y en la segunda hizo foco en el movimiento obrero. Desde la primera huelga que realizó la sociedad tipográfica en 1878 nada fue igual y la conflictividad fue en aumento. La visión sesgada de la elite no toleraba que las masas “pretendieran imponer condiciones laborales a los patrones”. Lo percibían como algo ridículo e incomprensible. La Argentina semifeudal estaba espantada. A los dueños del poder las exigencias de una jornada de 8 horas de trabajo, descanso dominical pago, a igual trabajo igual salario y otros planteos similares le resultaban absolutamente desorbitadas y reaccionaron con duras represiones físicas y legales. La principal legislación que se implementó en 1902 fue la Ley de Residencia conocida como 41 – 44 y que en lugar de hacer hincapié en residir buscaba expulsar a “extranjeros indeseables y revoltosos” y fue utilizada por todos los gobiernos hasta que se derogó en 1958. Semejante tensión de los trabajadores reclamando derechos elementales que a la elite, para la cual gobernaba Roca le resultaba “un verdadero escándalo” acabó estallando aquel 1º de Mayo de 1904.
Al igual que sucede hoy en día, el establishment logra que los de abajo no se pongan de acuerdo y por ende no se realizó una única concentración de trabajadores, sino dos completamente separadas (léase: dispersión de las fuerzas populares). La columna del Partido Socialista con Alfredo Palacios a la cabeza concentra en Plaza Once y termina sin incidentes, en cambio la marcha de los “anarquistas extranjeros” acaba con gravísimos incidentes, al menos un muerto, decenas de heridos de bala y cientos de detenidos. La policía montada cargó contra la columna de la FORA a la altura de la Plaza Mazzini, actual Plaza Roma frente al Luna Park. Una semana antes, en San Javier (norte de Santa Fe) se había producido una matanza de mocoviés para disciplinar brazos baratos que la historia oficial tergiversó asegurando que se trató de un malón (Ver Resumen Latinoamericano 22/04/2021 “Masacre de San Javier”). Un sistema económico injusto indefectiblemente requiere aceitarlo con sangre.
Por esas intrigas del destino, el obrero asesinado por la policía durante el acto del Día del Trabajo en Buenos Aires es un joven foguista de ascendencia indígena, más precisamente del Chaco como si fuera un relato kafkiano donde todo final comienza por el principio. Los periódicos destacan los siguientes datos del obrero anarquista asesinado: “José Ocampo alias El Pampa, argentino, de 25 años aproximadamente y como su apodo indica de raza indígena. Era estibador y estaba afiliado a la Sociedad de Resistencia de Obreros del Puerto, que son en su mayoría anarquistas”. Sin embargo, fiel a la inasible teoría del ser nacional made in Liga Patriótica (léase Carles /Zeballos) el gobierno intentó en vano convertir en “gringo” al obrero chaqueño ultimado. Tal como expongo en detalle en el libro “El malón que no fue” medios libertarios aclaran: “Tenemos que hacer notar, que Ocampo la víctima de la ferocidad policial, no era un gringo como con intención infamante acostumbra a calificar la policía a todos los obreros que toman parte en los movimientos obreros, era argentino, nacido en el Chaco Austral”.
Para minimizar de alguna manera la violenta represión ocurrida en pleno centro, el gobierno de Julio Roca elucubra lo siguiente. Para que no exista ningún muerto deciden secuestrar al cadáver del obrero que sus compañeros habían rescatado y velaban en el local de la Federación. Para dar cumplimiento a semejante ocurrencia la policía irrumpió en el velatorio “incautándose del muerto”. Algunos medios titularon con ironía “Odisea de un cadáver” donde narran las peripecias del cuerpo al señalar que “el jefe de policía ordenó al comisario que tomara posesión del cadáver en nombre de la autoridad, si fuera menester, a viva fuerza”. El cuerpo de Ocampo nunca volvió a aparecer.
Ese obrero chaqueño de origen indígena y que La Protesta denomina “férreo centauro de las pampas americanas del color del bronce” que emigró como tantos hacia la Capital Federal en busca de mejores horizontes laborales, nos regresa a la trama circular de la historia ocurrida una semana antes durante la masacre San Javier. Ambos episodios, la matanza de mocovíes y el ataque al movimiento obrero el Día del Trabajo ocurrieron durante el último año de la segunda presidencia de Julio Roca feroz genocida de indios y conspicuo represor del movimiento obrero. Quizás algún lector pensará que ambos episodios no tienen relación y que estoy forzando situaciones que nada tienen que ver, a ellos les recuerdo una lúcida reflexión de Rodolfo Walsh: “han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”. El derramamiento de sangre de ambos hechos expresan un síntoma de una misma estructura económica de producción que sigue siendo tan patológica como hace un siglo. Es lento, pero viene…
[1] Psicólogo, docente universitario, especialista en etnoliteratura y en investigar genocidio indígena, autor de numerosos textos como Cazadores de Poder, Pedestales y Prontuarios, El malón que no fue y Pedagogía de la Desmemoria.