Argentina. Walter Mansilla: “En Andalgalá vivimos una dictadura minera”

Argen­ti­na. Wal­ter Man­si­lla: “En Andal­ga­lá vivi­mos una dic­ta­du­ra minera”

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 28 de abril de 2021. 

Wal­ter Man­si­lla es una de las 10 per­so­nas que fue­ron dete­ni­das, gol­pea­das y hos­ti­ga­das por la poli­cía de Cata­mar­ca, una pro­vin­cia en don­de defen­der el agua y la tie­rra pare­ce ser un deli­to. Rela­to de una tor­tu­ra en democracia. 


El día ante­rior a mi deten­ción ya había vis­to movi­mien­tos raros afue­ra de mi casa. Había dos com­bis con las ven­ta­ni­llas pola­ri­za­das que tenían la ins­crip­ción del Gobierno de Cata­mar­ca. Yo sé que ese tipo de com­bis son las que usan en los ope­ra­ti­vos anti­dro­gas y ya pre­sen­tía que iba a ser el pró­xi­mo detenido.

Dejé a pro­pó­si­to las puer­tas abier­tas para que entren sin rom­per nada. Esta­ba des­pier­to, man­dan­do men­sa­jes a mi gru­po de alum­nos por­que soy pre­cep­tor, les esta­ba pre­gun­tan­do qué situa­cio­nes esta­ban pasan­do con la pan­de­mia. Ya no tenía nin­gu­na chan­ce para hacer nada, cuan­do entra­ron lo úni­co que hice fue meter­me aba­jo de la cama.

Vi ocho pares de botas alre­de­dor de mi cama. Revol­vie­ron todo, pero no me encon­tra­ron y salie­ron. Cuan­do salie­ron del cuar­to, tra­té de man­dar­le men­sa­jes a mis ami­gos para avi­sar­les que esta­ban en mi casa y ahí me encon­tra­ron deba­jo la cama. No me die­ron tiem­po a nada. La cama la vola­ron por los aires, la tira­ron directamente.

Me tira­ron en el piso boca aba­jo y uno de los poli­cías me pisó los talo­nes con sus pies. Me gri­ta­ban que me que­de quie­to, mien­tras otro sal­ta­ba sobre mi espal­da. Otros dos comen­za­ron a patear­me en el sue­lo. Nun­ca me resis­tí a la deten­ción. Lo úni­co que les decía era que paren de pegar­me. Yo me cubrí la cara con mis manos por­que era don­de más me que­rían patear. Me obli­ga­ron a poner las manos para atrás, me aga­rra­ron de los bra­zos, me levan­ta­ron y ahí apro­ve­cha­ron a patearme.

Me tor­cie­ron las manos, me pre­cin­ta­ron y en ese momen­to ‑sin nin­gu­na nece­si­dad- vino otro poli­cía y puso su arro­di­lla en mi cue­llo, para asfi­xiar­me de la mis­ma mane­ra que mata­ron a un hom­bre en Tucu­mán, como tam­bién lo hicie­ron en Esta­dos Uni­dos con Geor­ge Floyd. Hicie­ron esas cosas con el úni­co pro­pó­si­to de herir­me. Des­pués, me obli­ga­ron a parar­me. No me podían mover de los gol­pes que me habían dado. Me levan­ta­ron de los pelos, me saca­ron al patio de mi casa y me obli­ga­ron a estar de rodi­llas. Me decían que baje la cabe­za, cada vez que me daba vuel­ta o mira­ba de reo­jo reci­bía un golpe.

Entre esas mira­das pude ver alre­de­dor de 30 efec­ti­vos dan­do vuel­ta toda mi casa. Yo había deja­do las puer­tas abier­ta para que no ten­gan que for­zar nada, por­que ade­más no tenía nada que ocul­tar, pero igual rom­pie­ron todo, los mar­cos, las puer­tas todas quebradas.

Cuan­do me lle­va­ron a la comi­sa­ría estu­vi­mos todos jun­tos en una sola habi­ta­ción, al menos ocho com­pa­ñe­ros, las muje­res estu­vie­ron sepa­ra­das. El tra­to fue muy vio­len­to, mucho des­pre­cio. Nos dije­ron que tenía­mos que estar con bar­bi­jo, pero la cel­da esta­ba toda sucia, el baño tenía lar­vas y mate­ria fecal, pedi­mos lavan­di­na y un bal­de pero no nos die­ron nada.

Una de las noches en la comi­sa­ría hubo aprie­tes. Lle­gó Infan­te­ría, entró a la cel­da, aga­rró a uno de noso­tros al azar. Lo espo­sa­ron y se lo lle­va­ron, al rato hicie­ron lo mis­mo con otro y no sabía­mos qué pasaba. No tenía­mos nin­gún fami­liar cer­ca por­que era de noche y por las res­tric­cio­nes de la pan­de­mia nadie podía estar afue­ra de la comi­sa­ría. Está­ba­mos abso­lu­ta­men­te solos. Fue muy feo ver cómo se lle­va­ron a compañeros.

A todos los que se lle­va­ron los inte­rro­ga­ron, les mos­tra­ron videos y fotos de las cami­na­tas y les pedían nom­bres de las per­so­nas que esta­ban ahí. A Gabriel, uno de los com­pa­ñe­ros, le leye­ron todo sobre su vida, lo habían espia­do, sabían todo: qué hacía, dón­de vivían sus hijas, qué hacía su ex pare­ja, habían hecho una tra­ba­jo de inte­li­gen­cia para que se quie­bre y le decían que si no res­pon­día las pre­gun­tas lo iban a gol­pear, atrás había cua­tro tipos. Jus­to cuan­do esta­ban apre­tan­do a los com­pa­ñe­ros, lle­gó nues­tro abo­ga­do defen­sor, no se lo espe­ra­ban y des­ar­ti­cu­la­ron toda esa ope­ra­ción que yo creo que iban hacer con todos.

Tuve la suer­te de tener una madre muy lucha­do­ra. Ella me ini­ció en esta lucha, ya son más de quin­ce años, esto es lo que quie­ro y sabía que en algún momen­to esto iba a tener un peso, me tocó ser el bus­ca­do esta vez.

En la Asam­blea siem­pre se dijo que no se habla de par­ti­dos polí­ti­cos men­ti­ro­sos. Creo que lle­gó el momen­to de luchar con todos noso­tros, no estar solo en las calles, sino tam­bién con­tra los gobier­nos. Y aho­ra que se des­per­ta­ron muchas asam­bleas que esta­ban en el olvi­do, aho­ra que sus luchas no se die­ron por ven­ci­das y hoy están más fuer­tes que nun­ca es el momen­to de pre­sen­tar un gri­to des­de ese fren­te también.

Este tipo de atro­pe­llos lo vivi­mos des­de hace muchos años. Esta vio­len­cia que vivi­mos siem­pre la lla­ma­mos la dic­ta­du­ra mine­ra y es muy evi­den­te por la for­ma en que me lle­va­ron pre­so y la vio­len­cia que ejer­cie­ron. Toda­vía estoy dolo­ri­do de los gol­pes que reci­bí. Me due­le el bra­zo, la rodi­lla tam­bién. Pero esta­mos ente­ros, fuer­tes y uni­dos. No hay cabe­zas, sim­ple­men­te bra­zos lucha­do­res. Tene­mos toda la for­ta­le­za que uno nece­si­ta para seguir ade­lan­te y no bajar nun­ca los brazos.

*Fotó­gra­fo de Andal­ga­lá, una de las 10 per­so­nas que fue­ron dete­ni­das, gol­pea­das y hos­ti­ga­das por la poli­cía de Catamarca. 

Fuen­te: ANRed

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