Por Nicolás Esperante, Resumen Latinoamericano, 1 de abril de 2021.
A pesar de haber llegado con el impulso de los gobiernos neoliberales ‑que hace treinta años se instalaban en la región‑, el modelo industrial implementado en la zona agroforestal del nordeste argentino se topó con un factor de resistencia fundamental: la Red de Agricultura Orgánica de Misiones. Un colectivo de agricultores, agricultoras, asociaciones y ONGs que entienden que producción y sustentabilidad no son términos contradictorios. Repasamos la historia de la RAOM y su militancia en favor de la agroecología en la provincia y en la región, a través del testimonio de Gerardo Segovia*.
La provincia de Misiones, ubicada en la región mesopotámica, recibió el impacto de la década de 1990 con la misma suerte que el resto del Cono Sur: el modelo de monocultivos y su consecuente paquete tecnológico llegó para instalar las prácticas que el neoliberalismo imponía como plan de saqueo de recursos naturales de la región. En la provincia ‑una de las más pequeñas del país, pero con enormes recursos hídricos y una biodiversidad única‑, la propuesta se centraba en fortalecer un plan foresto-industrial, turístico y energético basado en las grandes represas, y en el modelo forestal de monocultivos, plantando grandes extensiones de pino.
Ante este creciente escenario, en mayo de 1993 se organizan las primeras Jornadas de Agricultura Orgánica en la escuela agrotécnica de Eldorado. En esos cuatro días de talleres y debates, cuenta Gerardo, “surge la necesidad de crear una red que comunicara, que articulara a la cantidad de agricultoras y agricultores que estaban dispersos en la provincia y que estaban desarrollando lo que históricamente sabían hacer, que era trabajar con los cultivos compatibles con la selva y con los ciclos naturales, y que luchaban por un modelo de desarrollo agroecológico”. Así, a partir de estas jornadas, nace la RAOM. Una propuesta centrada en la pequeña producción (generando alimentos para el autoconsumo y para el abastecimiento local) y en la provisión autónoma de recursos genéticos y la recuperación del ecosistema natural. “Fue un acontecimiento histórico. Un acontecimiento político donde se juntaron cientos de productores, técnicos, personas de diferentes instituciones, del Estado y de la sociedad civil a discutir un programa de desarrollo rural. Entonces, lo que hizo este encuentro es visibilizar toda esta cantidad de pequeños agricultores que estaban realizando otra propuesta basada en el protagonismo de la agricultura familiar”.
El surgimiento de este espacio de articulación y comunicación a nivel provincial hizo resurgir y recobrar protagonismo a diversas organizaciones que se habían formado al terminar la última dictadura cívico militar, como el Movimiento Agrario Misionero, o el Instituto Nacional de Desarrollo (INDES). “Otro actor muy importante fue el Obispado de Iguazú a través de su pastoral social: se creó la diócesis de Iguazú en 1985 y fue una referencia de contención y también un espacio de defensa de los derechos campesinos, indígenas y de trabajadores del estado, de salud y educación. Y merece destacarse especialmente otro actor que venía trabajando también haciendo su nacimiento en la provincia de Misiones, que fue el Programa Social Agropecuario, dependiente de la Secretaría de Agricultura de la Nación”. Esto permitió que todas estas organizaciones relacionadas a la agricultura familiar pudieran articularse y trabajar en conjunto, y conformaran un consejo que terminó cumpliendo el rol de Unidad Técnica Provincial (UTCP), evaluando cada proyecto que llegaba para ser financiado por el Programa Social Agropecuario, y que definió que en la provincia de Misiones todos los proyectos tengan un perfil agroecológico. “Creo que eso fue un hecho muy importante, una confluencia entre el Estado, las organizaciones campesinas y otras organizaciones de la sociedad civil, que hizo que nos juntáramos muchos y muchas para proponer otra agricultura en la provincia; lograr que las semillas nativas y criollas estén en manos de los campesinos y de la comunidad y que los arroyos y ríos estén libres de agrotóxicos”.
La participación de lxs ciudadanxs misionerxs en la creciente defensa de su biodiversidad encuentra un punto álgido cuando, en 1996, se produce la lucha colectiva de más de veinte organizaciones en contra de las mega represas en Misiones. Fue, sin duda, uno de los hitos de la resistencia al modelo neoliberal en la región, con un triunfo histórico de los pueblos: el NO a Corpus, que evitó la construcción de la represa hidroeléctrica Corpus Christi, en el río Paraná, entre Argentina y Paraguay, con un plebiscito popular que gana por casi el noventa por ciento. El rol de la RAOM fue muy importante para ganar esta lucha.
Con la comunidad cada vez más comprometida, y con el fortalecimiento de las organizaciones campesinas relacionadas al Programa Social Agropecuario, surge un acontecimiento para la agricultura familiar que marcó una línea histórica en la región y en el país: “las Ferias Francas de Misiones: la posibilidad de crear mercados locales de cercanía; espacios que unieran el campo y la ciudad, donde los campesinos y campesinas trajeran su producción agroecológica para la venta, y donde tengan una organización, con toda una estructura, donde confluir. Fue realmente muy importante en Misiones, porque fue un articulador, visibilizando y promoviendo una producción sana en manos de los productores, sin que haya intermediarios”. Esta dinámica encontró su esplendor cuando, en 1997, se organiza en San Vicente la primera Feria de Semillas del NEA-Litoral, feria que se sigue realizando hasta el día de hoy, marcando un camino de las soberanías: “la soberanía de la semilla, la soberanía energética, planteando otra propuesta de mercados locales. Ahí se ve claramente el rol de los guardianes y guardianas de semillas (porque la mayoría son mujeres) en ese espacio sagrado, que es de mucha espiritualidad, donde todos los productores se reúnen dos o tres días en una gran fiesta anticapitalista; porque se privilegia el intercambio, la reciprocidad. Esa semilla, que es la mejor semilla ‑guardada, seleccionada, elegida con amor y pasión‑, la semilla que el guardián cultivó, plantó, regó y resguardó no para la venta, sino para donarle al otro, para intercambiarle al otro, porque sabe que en ese intercambio existe y se da la magia de la multiplicación de la vida. Entonces no solo es un espacio sagrado, sino también ‑y especialmente- político, porque ahí se da otro modelo político que es para todos: la semilla, en la Feria de intercambio gratuito, es para todos. Algo totalmente contrapuesto al modelo acumulador y lucrativo de las grandes empresas transnacionales que acaparan todas las semillas. Y es un modelo educativo, también, porque se produce la enseñanza recíproca de maestros y aprendices: nos convertimos todos en aprendices y todos en maestros. Esto es un momento mágico, donde pasás de un rol a otro, lo cual es muy emocionante y también es contrapuesto al modelo donde el ingeniero es el que sabe y el agricultor no sabe. Acá todos sabemos, todos aprendemos y todos multiplicamos”.
La formación y capacitación son ejes fundamentales de la Red. La experiencia hizo evidente el rol fundamental de lxs campesinxs como maestros y maestras de esta otra forma de agricultura, y su participación como comunicadorxs de saberes ancestrales se tornó fundamental: “aunque históricamente ya venían trabajando así los pueblos originarios, respetando los ciclos de la naturaleza respetando los ríos, respetando el monte, se fue dando y confluyendo cada vez más en acciones concretas que dieran pasos hacia adelante”. Recordar y revalorizar las enseñanzas ‑tanto las ancestrales como las que dejaron las luchas de las últimas décadas- es un ejercicio permanente. Gerardo resalta que estas luchas no comenzaron de un día para otro, y que hubieran sido imposibles sin el camino marcado por agricultorxs que conservaban los métodos nativos de producción, oponiéndose a la agricultura industrial, haciendo manejo de yerbales con ovejas, yerba o té bajo monte, con cubiertas orgánicas y árboles nativos, ganadería vacuna en parquizado, huerta orgánica, uso de abonos orgánicos y chacras mixtas, “como pregonaba otro de los precursores históricos de la provincia, Alberto Roth, uno de los pioneros de la de la agricultura ecológica familiar. Así como estaba Roth, también existían en la provincia los Tingo Vera y el grupo de mujeres de las huertas orgánicas de San Pedro, los Otto Weidelich en Andresito, Armin Rau en Montecarlo, Paulina en Oberá, Muller en Posadas, que eran campesinos y campesinas que estaban trabajando en otra propuesta. Un apartado especial merece Roberto “el Coya” Cametti, otro actor muy importante en esta confluencia, un inspirador, que fue el primer presidente de la RAOM, propulsor de las primeras jornadas y también primer coordinador del programa social agropecuario. Queda en nuestras memorias, en nuestros sueños, con sus enseñanzas y sus huellas, porque ha sido un luchador incansable, un apasionado de este otro modo de producción que promovió la unidad en la diversidad y realmente pudo concentrar en su rol de coordinador a distintas vertientes de toda la agricultura y en el tema político en la provincia en pos de un proyecto”.
El eje de referencia de todas estas actividades, el punto de partida para la vida y la biodiversidad, es la semilla. Y por eso, destaca Gerardo, “hay una estrategia organizativa y política que es el protagonismo de los guardianes. Así como estas ferias permitieron hacer público algo que estaba escondido en las comunidades, en lo privado de la chacra y de la casa, y llevarlo al espacio público, también pasa que ahora los que organizan la feria de semillas son los mismos protagonistas. Es todo autogestionado, y si no hay plata no hay problema, se hace igual”. Gerardo destaca una clara separación entre los dos modos de concebir la producción ‑y la vida-. Distingue entre un ellxs y un nosotrxs, muy marcados: de un lado hay un modelo que entiende a la semilla como mercancía. Del otro, uno que la considera la abundancia de la vida. “En este modelo, un paradigma biocéntrico donde está la agroecología, donde está la salud de los ecosistemas, donde está la economía social, donde están las distintas soberanías en salud, energética,la semilla es considerada algo espiritual. Del otro lado, tenemos el modelo que considera a la semilla como mercancía, como un recurso para el lucro y la mercantilización: que haya pocas semillas para pocos, para pocas empresas. De este lado está el campesino: que la semilla y toda la agricultura sea de base campesina indígena; y del otro lado todo está que sea solamente para las empresas. Del lado del paradigma biocéntrico están el conocimiento y los cosmocimientos, como le llamaron las comunidades mayas: ese conocimiento ancestral unido al campesino, unido a la juventud, que es reconocido por todos y que es complementario al conocimiento científico. En cambio, del otro lado hay un conocimiento impuesto de la supuesta ciencia hegemónica que está solamente en las academias elitistas y al servicio de las corporaciones. O sea que acá hay una semilla que está en disputa, el conocimiento está en disputa. Están las organizaciones populares, y también es clave el rol del Estado que tiene que propiciar la agricultura familiar, darle presupuesto y proteger la semilla. Y por otro lado está que las corporaciones le dicten a los gobiernos leyes que van en contra de la biodiversidad, de la vida y de los campesinos”.
La RAOM es, sin duda, una muestra de la importancia, de la urgencia de la organización colectiva en pos de generar cambios significativos. En una provincia rica en recursos y biodiversidad, las opciones son claras: o se acata el modelo agroindustrial, agrotóxico y devastador, o se sigue un modelo de semillas nativas y criollas, con miles de pequeñxs productorxs que produzcan alimentos saludables para el pueblo, para sus comunidades, comercializados sin explotación y sin intermediarixs, en armonía con la comunidad y con la selva.
Este artículo es parte del proyecto “Fortaleciendo la agroecología campesina” realizado con el apoyo de Fastenopfer.
Fuente: ANRed