Por Amparo Lasheras, Resumen Latinoamericano, 2 de abril de 2021.
En mi casa, aunque no eran nacionalistas y sí muy obreristas, siempre se habló con respeto del Aberri Eguna. Incluso solían recordar lo importante que fue para Gasteiz el de 1934.
Si pongo en la pantalla de la memoria los recuerdos que conservo de los Aberri Eguna que he vivido, me doy cuenta de que los años han pasado rápido y de que todas las historias, la individual, la colectiva y las que deseamos o nunca llegaron a ser, se han escrito al unísono. Me resulta imposible separar los anhelos de libertad de una joven con minifalda de las ansias de un pueblo, Euskal Herria, que decidió luchar para ser independiente y construir un porvenir diferente desde la izquierda. En mi casa, aunque no eran nacionalistas y sí muy obreristas, siempre se habló con respeto del Aberri Eguna. Incluso solían recordar lo importante que fue para Gasteiz el de 1934. Entonces se vivía en la ciudad un auge nacionalista y, según contaban, la convocatoria sirvió para confrontar con el españolismo de derechas y ratificar en las calles un espacio político vasco.
Como digo los años pasan rápido y el de 1977, el primero después de la muerte de Franco, llegó de prisa. El Gobierno español lo prohibió todo y, aun así, resultó un éxito. Decenas de jóvenes servimos de mugalaris en los caminos menos conocidos de acceso a la ciudad y, a pesar de la nieve, el frío y la represión desatada por los «grises», el centro de Gasteiz fue como una barricada y un grito unitario en favor de la independencia. Entre medio y en pleno franquismo, aparecen momentos inolvidables de otras celebraciones clandestinas en Arrasate o Bergara y en especial la de Gernika en 1975, con la Guardia Civil sacando a mi padre a rastras del coche en un control a las puertas de la ciudad. A partir del 77, los llamamientos al Aberri Eguna de Herri Batasuna se volvieron más populares, con un colorido reivindicativo que parecía construir un sueño en cada lema y en cada grito. Iruñea, Hondarribia, Bilbo, la muga de Irún… El año pasado lo celebré solo con mi vecino saharaui, en la ventana de mi patio, exigiendo, a grito limpio la independencia de nuestros pueblos.
Aunque los recuerde como días distintos, siento que el Aberri Eguna siempre es el mismo. Lo llevo dentro con todo lo que soy.