Tal y como se esperaba, la llegada a la Casa de Blanca del demócrata Joe Biden ha traído consigo una mayor tensión en el conflicto que desde el 2014 se viene desarrollando en el Este de Ucrania con las proclamaciones de las repúblicas populares de Donest y Lugansk, como rechazo tanto a los planes de incorporación de Ucrania a la Unión Europea como a los movimientos ultranacionalistas ucranianos, inspirados en los movimientos colaboracionistas con la invasión nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de que el alto el fuego de 2015 ha sido roto en numerosas ocasiones por el ejército ucraniano y por las milicias fascistas ucranianas, lo cierto es que desde que llegó Biden a la Casa Blanca la tensión no ha hecho más que incrementarse, y no solo en lo que se refiere a las repúblicas populares del Este, sino también, y esto es sin duda lo más peligroso, en lo que se refiere a la Península de Crimea, incorporada a la Federación Rusa tras el referéndum del 16 de marzo 2014. El pasado 24 de marzo, el presidente ucraniano Zelensky firmó el Decreto 117⁄2021 en el que literalmente se apelaba a la “desocupación y reintegración del territorio ocupado temporalmente de la República Autónoma de Crimea y la ciudad de Sebastopol”.
No podemos olvidar que más allá del objetivo estratégico del imperialismo norteamericano de destruir el eje euroasiático compuesto por Rusia y China, para Biden Ucrania es casi un asunto personal. Su hijo, Hunter Biden, fue director de la gasística ucraniana Burisma cuando su padre ejercía de vicepresidente de Obama y se hizo cargo de los asuntos relacionados con el conflicto en Ucrania, lo que ya de entrada podría haber generado un conflicto de intereses; pero realmente, el problema surgió cuando el fiscal Viktor Shokin comenzó a investigar presuntas irregularidades y corruptelas en la gestión de la empresa que afectaban directamente al hijo de Biden, que amenazó con retener una ayuda de mil millones de dólares si el gobierno ucraniano no despedía al fiscal Shokin y frenaba las investigaciones.
Dentro de este conflicto que, en un principio parece ajeno a los problemas diarios que enfrenta el conjunto del pueblo trabajador andaluz, las bases norteamericanas en Andalucía de Rota, pero sobretodo la de Morón, están cobrando una especial relevancia. Según medios ucranianos, la base de Morón está tomando un rol fundamental en el suministro de material bélico al ejército ucraniano, concretamente, al parecer, aviones Boeing C17A Globesmaster III, especializados en el traslado de material pesado están aterrizando en Kiev procedentes de Morón. Igualmente, habitantes de la zona de Morón y alrededores, han avistado en los últimos días un especial trasiego de este tipo de avión como de otros también dedicados al transporte de material militar.
Las bases de Rota y Morón constituyen un serio riesgo para nuestra seguridad nacional; conviene no olvidar que el despliegue del escudo antimisiles, cuyos destructores justamente han tenido un papel activo en el patrullaje del Mar Negro provocando numerosos incidentes con la aviación rusa, hizo que el entonces presidente ruso, Mevedev, amenazase con apuntar los Iskanders desplegados en Kaliningrado hacia Rota. Miles y miles de personas inocentes utilizadas como escudos humanos por el ejército norteamericano, con el entusiasta apoyo del gobierno español de turno –gobierne quien gobierne‑, y sin que la Junta de Andalucía, antes del PSOE y ahora del PP, hayan puesto no ya el más mínimo reparo, sino el más mínimo interés por la integridad y seguridad del conjunto de la población de Rota y de la Bahía de Cádiz. Es más continuando en esa actitud servil al imperialismo norteamericano y a sus planes de agresión, el gobierno “progresista” español está presto a negociar el convenio de renovación de las bases de Rota y Morón, en la absurda creencia de que existe una mayor y mejor afinidad con el “nuevo inquilino” de la Casa Blanca que podría facilitar el levantamiento de los aranceles impuestos por la administración Trump; sin embargo, todo parece indicar que las negociaciones acabarán finalmente en una presencia militar y un despliegue más importante aún del ya existente –especialmente en Rota‑, y con los aranceles en el aire.
De nuevo, nuestro territorio está siendo utilizado para la guerra y la agresión imperialista y, de nuevo, queda patente que si queremos la paz necesitamos soberanía, poder político para no ser carne de cañón del imperialismo norteamericano y construir una economía que no dependa de las migajas que caen en forma de puestos de trabajo de estas bases imperialistas.
Fuente: Arboreá.
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